martes, 27 de mayo de 2008

La bomba de racimo, tu amiga

Impresionante, sensacional, inmejorable...

El gobierno español es tan cojonudo simpático que se opone a la prohibición total de las bombas de racimo alegando motivos humanitarios. Porque ellos lo valen.

Podían alegar que unas cuantas empresas se están forrando con esas bombas, pero como no es políticamente correcto han decidido que es mejor decir ésto:


"Un buen tratado debe incluir excepciones a la prohibición total que estén claramente reguladas e inspiradas por preocupaciones humanitarias, no por preocupaciones de carácter militar o industrial"


Lo tenéis en este enlace del ABC (sí, lo siento, ya sé que enlazar al ABC es casi lo último, pero era por no enlazar diréctamente a Menéame, que me repito mucho)

Está visto que la coartada "humanitaria" vale para todo...

lunes, 19 de mayo de 2008

Vídeo Contra la Especulación Inmobiliaria censurado

Un vídeo, que sale por la Red, en donde se denuncia la dificultad para acceder a una vivienda digna, consecuencia de la especulación inmobiliaria vigente (que tiene gran parte de culpa en la actual crisis económica) y los abusivos créditos bancarios, efectuado con cámara oculta y distribuido por el colectivo V de Vivienda, fue censurado por La Caixa (o esa es su intención).

domingo, 11 de mayo de 2008

El año 1968


1968 fue un año histórico (el año de la utopías), debido a las multiples revueltas y movimientos contestatarios y antiautoritarios que hubo por todo el planeta y que, lamentablemente, terminaron mal. Tres de los hechos más conocidos fueron: el Mayo francés. la Primavera de Praga y la matanza de Tlatelolco.

A pesar de la traición, años después, de algunos de sus protagonistas, fue un ataque directo a las estructuras sociales del momento (capitalistas privados o de Estado). Un recuerdo que no se debería olvidar y habría que volver a retomar.


sábado, 3 de mayo de 2008

El Pentágono de la vida

Por STEPHEN JAY GOULD

A la edad de 10 años, James Arness me aterrorizó en su papel de zanahoria gigantesca y voraz en The Thing [«El enigma de otro mundo»] (1951). Hace unos meses, más maduro, más sabio y un tanto aburrido, contemplé su reposición en televisión con una sensación dominante de irritación. Reconocí en la película lo que realmente era, un documento político que expresaba los peores sentimientos de América durante la guerra fría: su héroe, un rudo militar que tan sólo desea la destrucción total del enemigo; su villano, un ingenuo científico liberal que desea averiguar más acerca de él; la zanahoria y su platillo volante, un obvio sucedáneo de la amenaza roja; las famosas palabras finales de la película —el apasionado ruego de un periodista de «vigilar el cielo»— una invitación al miedo y el reaccionarismo.

En medio de todo esto, se entrometió una idea científica por analogía y nació este ensayo, lo desvaído de las supuestamente absolutas distinciones taxonómicas. El mundo, se nos dice, está habitado por animales dotados de un lenguaje conceptual (nosotros) y otros que no lo tienen (todos los demás). Pero los chimpancés resulta que hablan. Todas las criaturas son o bien plantas o bien animales, pero Mr. Arness tenía un aspecto bastante humano (aunque terrorífico) en su papel de vegetal móvil y gigantesco.

O plantas o animales. Nuestra concepción básica de la diversidad de la vida se basa en esta división: Y no obstante representa poco más que un prejuicio basado en nuestro status como animales terrestres de gran tamaño. Ciertamente, los organismos macroscópicos que nos rodean en tierra pueden ser situados inequívocamente si consideramos plantas a los hongos por estar arraigados, (a pesar de que no fotosintetizan). No obstante, si flotáramos como criaturas diminutas del plancton oceánico, careceríamos de semejante distinción. A nivel unicelular, la ambigüedad campa por sus respetos: hay «animales» móviles con cloroplastos funcionales; células simples como las bacterias que carecen de relaciones claras con ninguno de los grupos.

Los taxónomos han codificado nuestros prejuicios reconociendo tan sólo dos reinos para todos los seres vivientes —Plantae y Animalia. Tal vez los lectores consideren una clasificación inadecuada como una cuestión trivial; después de todo, si caracterizamos adecuadamente los organismos, ¿qué importa que nuestras categorías básicas no expresen la riqueza y la complejidad de la vida demasiado bien? Pero una clasificación no es un perchero neutral; expresa una teoría de las relaciones, que controla nuestros conceptos. El, hierático sistema de plantas y animales ha distorsionado nuestra visión de la vida— y ha impedido que comprendamos algunas de las principales características de su historia.

Hace varios años, el ecólogo de Cornell R. H. Whittaker propuso un sistema de cinco reinos para la organización de la vida (Science, 10 de enero de 1969); su modelo se ha visto recientemente respaldado y expandido por la bióloga de la Universidad de Boston, Lynn Margulis (Evolutionary Biology, 1974). Su crítica a la dicotomía tradicional comienza con las criaturas unicelulares.

El antropocentrismo tiene un alcance, en sus consecuencias, notablemente amplio, que va desde la explotación a cielo abierto hasta la matanza de ballenas. En la taxonomía popular, tan, sólo nos lleva a, realizar exquisitas distinciones entre-criaturas que nos son próximas y grandes distinciones entre los organismos más distantes y «simples». Cada nuevo bulto en un diente define un nuevo tipo de mamífero, pero tendemos a apelotonar todas las criaturas unicelulares en un solo grupo como organismos «primitivos». No obstante, los especialistas están ahora discutiendo que la distinción fundamental entre los seres vivos no es la existente entre los animales y las plantas «superiores»; es una división en el seno de las criaturas unicelulares, las bacterias y las cianofíceas de un lado y otros grupos de algas y protozoos en el otro (amebas, paramecios y similares). Y ninguno de los dos grupos, según Whittaker y Margulis, puede ser denominado en justicia planta o animal; necesitamos de dos reinos nuevos para los organismos unicelulares.

Las bacterias y las cianofíceas o algas verde-azuladas carecen de las estructuras internas u «orgánulos», de las células superiores. Carecen de núcleo, cromosomas, y mitocondrias (las «fábricas de energía» de las células superiores). Estas células sencillas son denominadas «procariótidas» (a grosso modo, antes del núcleo, del griego karyon que significa «grano»). Las células con orgánulos son denominadas «eucariótidas» (nucleadas verdaderas). Whittaker considera esta distinción «la separación más clara y más efectivamente discontinua del mundo viviente». Existen tres argumentos diferentes que enfatizan la división:
1) La historia de los procariótidos. Nuestra evidencia más antigua de vida data de rocas de unos tres mil millones de años de edad. Desde entonces hasta hace al menos mil millones de años, toda la evidencia fósil apunta hacia la existencia exclusiva de organismos procariótidos; durante dos mil millones de años, las alfombras de algas cianofíceas fueron las formas de vida más complicadas sobre la Tierra. A partir de ahí, las opiniones difieren. El paleobotánico de la UCLA J. W. Schopf cree disponer de evidencias de la existencia de algas eucariótidas encontradas en rocas australianas de alrededor de mil millones de años de edad. Otros opinan que los orgánulos de Schopf son en realidad los productos de degradación post mortem de células procariótidas. Si estos críticos están en lo cierto, entonces carecemos de evidencia acerca de la presencia de eucariótidos hasta casi el final mismo del Precámbrico, justamente antes de la gran «explosión» del Cámbrico hace 600 millones de años. En cualquier caso, los organismos procariótidos ostentaron el dominio de la Tierra durante entre dos tercios y cinco quintos de la historia de la vida. Con toda justicia, Schopf etiqueta al precámbrico como la «era de las algas verde-azuladas».

2) Una teoría acerca del origen de la célula eucariótica. Margulis ha despertado gran interés en los últimos años con su moderna defensa de una vieja teoría. La idea parece patentemente absurda al principio, pero rápidamente pasa a retener la atención, si no a obtener el asentimiento. Yo, desde luego, me siento muy atraído por ella. Margulis argumenta que la célula eucariótida surgió como una colonia de procariótidos, que, por ejemplo, nuestro núcleo y mitocondria tuvieron su origen como organismos procariótidos independientes. Algunos procariotas modernos pueden invadir células eucariótidas y vivir como simbiontes en su interior. La mayor parte de las células procariótidas tienen un tamaño aproximadamente igual al de los orgánulos eucariótidos; los cloroplastos de los eucariótidos fotosintéticos son notablemente similares a las células de algunas algas verdiazuladas. Finalmente, algunos orgánulos tienen sus propios genes autorreplicadores, residuos de su primitivo status independiente como organismo completo.

3) La significación evolutiva de la célula eucariótica. Los defensores de la contracepción tienen a la biología firmemente de su lado al argumentar que el sexo y la reproducción sirven fines diferentes. La reproducción propaga una especie, y no existe método más eficaz para hacerlo que la gemación asexual y la fisión empleadas por los procariótidos. La función biológica del sexo, por otro lado, es promover la variabilidad mezclando los genes de dos (o más) individuos. (El sexo va normalmente combinado con la reproducción porque resulta práctico llevar a cabo la mezcla en un descendiente).
No se pueden producir cambios evolutivos de importancia si los organismos no mantienen una gran cantidad de variabilidad genética. El proceso creativo de la selección natural opera preservando variantes genéticas favorables en el seno de una reserva muy amplia. El sexo puede aportar variaciones a esta escala, pero una reproducción sexual eficiente requiere el embalaje del material genético en unidades discretas (cromosomas). Así, en los eucariotas, las células sexuales tienen la mitad de los cromosomas que las células somáticas normales. Cuando se unen dos células sexuales para producir un descendiente, se completa la cantidad original de material genético. El sexo entre los eucariotidos, por otra parte, es infrecuente y poco eficiente. (Es unidireccional, implicando la transferencia de unos pocos genes de una célula donante a una receptora.)

La reproducción asexual produce copias idénticas a las células madre, a menos que intervenga una nueva mutación para producir algún cambio de menor cuantía. Pero las mutaciones de este tipo son infrecuentes y las especies asexuales no tienen la suficiente variabilidad para presentar un cambio evolutivo significativo. Durante dos mil millones de años, las alfombras de algas siguieron siendo alfombras de algas. Pero la célula eucariótida hizo del sexo una realidad; y, menos de mil millones de años más tarde aquí estamos la gente, cucarachas, caballitos de mar, petunias y chirlas.

Deberíamos, en resumen, utilizar la distinción taxonómica de orden más elevado de que dispongamos para reconocer la diferencia entre los organismos unicelulares procariótidos y eucariótidos. Esto establece dos reinos entre las criaturas unicelulares: Monera para los procariótidos (bacterias y algas verdeazuladas). Protista para los eucariótidos.

Entre los organismos multicelulares, Plantae y Animalia pueden permanecer en su sentido tradicional. ¿De dónde sale entonces el quinto reino? Consideremos los hongos. Nuestra hierática dicotomía nos obligó a introducirlos en el reino Plantae, presumiblemente por estar enraizados a un lugar único. Pero su similitud con las verdaderas plantas termina con esta equívoca característica. Los hongos superiores mantienen un sistema de tubos superficialmente similares a los de las plantas; pero mientras que en las plantas fluyen los nutrientes, en los tubos de los hongos fluye el propio protoplasma. Muchos hongos se reproducen combinando los núcleos de varios individuos en un tejido multinucleado carente de fusión nuclear. La lista podría alargarse, pero todo lo que pueda añadirse palidece frente a un hecho cardinal: los hongos carecen de fotosíntesis. Viven enclavados en su fuente de alimentos y se alimentan por absorción (a menudo excretando enzimas para la digestión externa). Los hongos, por lo tanto, constituyen el quinto y último reino (Fungi).

Como argumenta Whittaker, los tres reinos de la vida multicelular representan una clasificación ecológica además de morfológica. Las tres formas principales de ganarse la vida en nuestro mundo están bien representadas por las plantas (producción), los hongos (reducción), y los animales (consumo). Y como otro clavo más del ataúd de nuestra autoestima, me apresuro a señalar que el ciclo fundamental de la vida va de la producción a la reducción. El mundo podría pasarse muy bien sin sus consumidores.

Me gusta el sistema de cinco reinos porque desvela una historia sensata acerca de la diversidad orgánica. Distribuye la vida en tres niveles de complejidad creciente: los unicelulares procariótidos (Monera), los unicelulares eucariótidos (Protista), y los multicelulares eucariótidos (Plantae, Fungi y Animalia). Más aún, según vamos ascendiendo a través de los niveles, la vida se vuelve más diversa, como se podía esperar, ya que la complejidad creciente en el diseño produce mayores oportunidades de variación del mismo. El mundo contiene más tipos distintamente diferentes de protistas que de moneras. En el tercer nivel, la diversidad es tan grande que necesitamos tres reinos diferentes para abarcarla. Finalmente, me gustaría subrayar que la transición evolutiva de un nivel a otro ocurre más de una vez; las ventajas de una creciente complejidad son tantas que muchas líneas independientes convergen sobre las pocas soluciones posibles. Los miembros de cada reino se ven unidos por una estructura común a todos ellos, no por una unidad de descendencia. Según el punto de vista de Whittaker las plantas evolucionaron al menos cuatro veces a partir de antecesores protistas, los hongos al menos cinco veces, y los animales al menos tres veces (los peculiares mesozoos, las esponjas y todo lo demás).

El sistema de tres niveles y cinco reinos puede parecer, a primera vista, un registro de progreso inevitable en la historia de la vida. La diversidad creciente y las transiciones múltiples parecen reflejar una progresión determinada e inexorable hacia cosas más elevadas. Pero el registro paleontológico no ofrece respaldo alguno para tal interpretación. No ha habido progreso regular alguno en el desarrollo más elevado del diseño orgánico. Por el contrario, hemos experimentado vastas extensiones de poco o ningún cambio y una explosión evolutiva que creó la totalidad del sistema. Durante los primeros dos tercios a cinco sextos de la historia de la vida, tan sólo los moneras habitaron la tierra, y no podemos detectar progreso regular alguno de procariótidos «inferiores» a «superiores». De modo similar, no ha habido ninguna adición a los diseños básicos desde que la explosión cámbrica llenó nuestra biosfera (aunque podemos argumentar una mejora limitada dentro de algunos diseños: vertebrados y plantas vasculares, por ejemplo).

Más bien, la totalidad del sistema de la vida surgió en el transcurso de alrededor del diez por ciento de su historia, que rodeó a la explosión del Cámbrico hace unos 600 millones de años. Me atrevería a identificar dos eventos fundamentales: la evolución de la célula eucariótida (haciendo posible una ulterior complejidad aportando variabilidad genética a través de una reproducción sexual eficiente) y la saturación del cañón ecológico (de los eucariótidos multicelulares).

El mundo de la vida era tranquilo anteriormente y ha sido relativamente tranquilo desde entonces. La reciente evolución de la consciencia debe ser considerada como el evento más cataclísmico desde la explosión del Cámbrico aunque sólo sea por sus efectos geológicos y ecológicos. Los eventos importantes en la evolución no requieren el origen de nuevos diseños. Los flexibles eucariótidos continuarán produciendo novedad y diversidad siempre que uno de sus más recientes productos se controle lo suficientemente bien como para asegurar el futuro del mundo.

Desde Darwin.
Reflexiones sobre Historia Natural
Capítulo 13 (1977)

viernes, 2 de mayo de 2008

Sobre la gesta del Dos de Mayo y la Guerra de la Independencia

Hoy es dos de mayo y se cumple el bicentenario del levantamiento popular madrileño contra las tropas napoleónicas ─y cada cual puede opinar sobre el tema lo que le plazca (el inicio de una guerra de liberación, con una fuerte participación del pueblo llano, que no fue posteriormente recompensado como debía ser)─. Yo, sobre este período histórico utilizaré dos textos: El primero es de Elisée Reclus de El hombre y la tierra:

«Así, sin razón alguna, aparte del propósito de dotar a pesar suyo a su hermano mayor José y de imponerle el gobierno de un reino, el emperador atrajo al rey de España, Carlos IV, y a su hijo Fernando a Bayona, en territorio francés, y por la amenaza obligó a los dos príncipes a la abdicación; pero la nación no se dejó dar tan fácilmente como una corona, y resistió con una valentía no excedida jamás. En ninguna ciudad sitiada se vio ejército más fríamente resuelto a morir que la guarnición de Zaragoza; cuando sus defensores, luchando de casa en casa y viendo estrecharse en su rededor el círculo de fuego, fueron a arrodillarse en la iglesia, cubierta con negras colgaduras, asistieron a sus propios funerales. Pero a hombres indiferentes ante su propia muerte no les ofuscaban los crímenes de la guerra ni sus horrores consiguientes: la atávica ferocidad manifestada durante la guerra de siete siglos contra los moros y después durante el período fanático de la Inquisición, se despertó contra el extranjero, que, por su parte, era el ejecutor de la violencia y la crueldad; jamás se vieron escenas más repugnantes que las reproducidas en Los Desastres de la Guerra, testimonio que nos ha dejado Goya, tomado de la atroz realidad, de aquellos años sangrientos. Por lo demás, la Guerra de la Independencia española contra los ejércitos de Napoleón fue en su esencia íntima mucho más inspirada por el odio religioso que por las predicaciones políticas. Verdad es que en su aspecto general se nos presenta como el despertar de un pueblo contra su opresor, pero ese pueblo obedecía antes a sus sacerdotes, que veían en los franceses hombres sin fe, ateos, revolucionarios y destructores de imágenes. El enemigo era principalmente calificado de “hereje” y de “judío”, y eso es lo que dio su carácter feroz a la guerra de España. Al final de la matanza, los generales de Napoleón, cuyas victorias eran inútiles, debieron evacuar la península, llevando con un gran botín los restos de sus ejércitos, hostigados por los ingleses de Wellington, otros herejes e hijos del diablo con quienes fue preciso transigir.»


Y el segundo de Mijail Bakunin en Estatismo y anarquismo:

«España, desviada de su vida normal por el fanatismo católico y por el despotismo de Carlos V y Felipe II, y enriquecida repentinamente, no por el trabajo del pueblo, sino por la plata y el oro americano en los siglos XVI y XVII, intentó cargar sobre sus hombros el honor poco envidiable de la fundación, por la fuerza, de una monarquía mundial. Pagó cara su presunción. El período de su potencia fue precisamente el comienzo de su empobrecimiento intelectual, moral y material. Después de una corta tensión sobrenatural de sus fuerzas, que la ha hecho temible y odiosa en toda Europa, pero que logró detener por su momento, sólo por un momento, el movimiento progresivo de la sociedad europea, apareció de repente exhausta y cayó en un grado extremo de entorpecimiento, de debilitamiento y de apatía en que ha quedado, definitivamente, deshonrada por la administración monstruosa e idiota de los Borbones, hasta el instante en que Napoleón I, por su invasión rapaz en su confines, la despertó de sus dos siglos de sueño.

»Se vio que España no estaba muerta. Fue salvada del yugo extranjero por una insurrección puramente popular y demostró que las masas populares, ignorantes e inermes son capaces de resistir a las mejores tropas del mundo, siempre que estén animadas de una pasión fuerte y unánime. España probó más, y principalmente que para conservar la libertad, las fuerzas y las pasiones del pueblo, incluso la ignorancia es preferible a la civilización burguesa.

»En vano los alemanes se vanaglorian y comparan su insurrección nacional —pero estuvo lejos de ser popular— de 1812 y 1813 con la de España. Los españoles, aislados, se levantaron contra la potencia colosal del conquistador hasta entonces invencible; mientras que los alemanes no se levantaron contra Napoleón más que después de la derrota completa que sufrió en Rusia.»

jueves, 1 de mayo de 2008

Apogeo y decadencia del 1º de Mayo

Por Angel J. Cappelleti, 1981.

Cuando el Congreso internacional reunido en la sala Pétrelle de París, entre el 14 y el 20 de julio de 1889, decidió organizar cada año «una gran manifestación internacional… en todos los países y ciudades a la vez», con el objeto de lograr la jornada de ocho horas, fijó ya como fecha para la misma el 1º de Mayo. Tenía en cuenta, al hacerlo, que la «American Federation of Labor», en el Congreso celebrado en San Luis, en diciembre de 1888, había adoptado esa fecha para una manifestación análoga.

Pero, como bien hace notar Dommanget, en «la célebre resolución del Congreso de París que, hablando con propiedad, es el acta de bautismo del 1º de Mayo internacional, no se hace en absoluto cuestión de fiesta, sino de manifestación». Se trataba, en efecto, de presionar a los poderes públicos y de exigir una reivindicación esencial para la clase obrera. En un artículo famoso y muchas veces citado de Jules Guesde sobre los orígenes del 1º de Mayo tampoco se mencionaba para nada la palabra «fiesta»: se hablaba, más bien, de manifestación, impulso, imitación.

Los anarquistas, que habían protagonizado el movimiento por las ocho horas en los Estados Unidos y que habían dado la sangre de los mártires, no tenían una opinión unánime sobre la participación en las jornadas del 1º de Mayo. Todos convenían, sin embargo, en aquellos momentos aurorales, en repudiar la idea de «fiesta» para ese día. El Pére Peinard, el famoso remendón libertario, sostenía que «son los cobardes y los frenadores del socialismo quienes han “cortado el chicote al aire protestador y frondoso del 1º de Mayo”, ladrando que era la fiesta del proletariado, al mismo tiempo que procesionaban ante los poderes públicos».

Pero no fueron sólo los anarquistas sino también la inmensa mayoría de los socialistas quienes rechazaron al principio la idea de convertir el 1º de Mayo en fiesta del trabajo. Las razones de tal rechazo, que duró por lo menos hasta la Primera Guerra Mundial, son muy comprensibles. Una fiesta significa la celebración de un triunfo, el recuerdo de una victoria. Pero la clase obrera, aun después de la conquista de la jornada de ocho horas, estaba lejos de haber triunfado. Si se podía hablar de fiesta no era, en todo caso, sino una fiesta del futuro, para cuando, como escribía Adrien Véber, «el victorioso empuje del socialismo y la instauración progresiva del colectivismo transformarán en una verdadera fiesta este austero aniversario, este acto de fe revolucionaria y de comunión internacional».

Algún historiador superficial podría imaginar hoy, leyendo los periódicos socialistas y anarquistas de la época, que tal oposición a celebrar una fiesta del trabajo y del trabajador obedecía a un escrúpulo del revolucionarismo doctrinario o constituía una mera formalidad protocolar. Basta con recordar, sin embargo, para aventar tan ligeras suposiciones, que quienes pretendían instituir el Primero de Mayo como fiesta internacional del trabajo eran nada menos que los personeros de la burguesía y representantes oficiales y oficiosos del gobierno. Nada más conveniente para ellos, sin duda, que convertir la fecha en una celebración poética o, mejor aún, en una concelebración de la naturaleza primaveral y del trabajo humano. Nada mejor que los cánticos jocundos y las guirnaldas de flores para exaltar la concordia de clases y la armonía social. No olvidaban éstos que ya los romanos habían celebrado el 1º de Mayo como festividad de las flores y de los cereales, ni, por otra parte, que en Australia el reformismo obrero había logrado, desde 1855, la jornada de las ocho horas, por lo cual celebraba la fiesta del trabajo en fecha próxima, esto es, el 21 de abril.

El movimiento obrero internacional y particularmente los anarquistas se negaron rotundamente a cohonestar este fraude y a colaborar con la domesticación de una fecha que había sido y quería seguir siendo clasista y revolucionaria.

Sin embargo, lo que no podía ser una «fiesta» de la armonía social y una celebración de la paz de los esclavos con el amo benévolo, se transformó pronto en algo más que una movilización por las ocho horas. Adquirió un significado trascendente al unirse al recuerdo fervoroso de los mártires de Chicago y llegó a ser día ecuménico de los trabajadores en lucha y, si así pudiera decirse, también «fiesta» de la sangre y del sudor del pueblo, más parecida por eso a una conmemoración religiosa que a una efemérides nacional o a un cumpleaños del gobierno.

Como tal se celebró, durante muchos años, en la mayoría de los centros obreros de Europa y de América, desde París a Buenos Aires y desde Río de Janeiro a Berlín. Y no dejó de presenciar, a través de los años, la caída de nuevas víctimas de la represión policial. Así, para citar sólo dos ejemplos de países muy distantes entre sí, en Fourmies, Francia, en 1891, las fuerzas policiales dispararon sobre una multitud desarmada y pacífica y dieron muerte a varios hombres, mujeres y niños; en Buenos Aires, Argentina, en 1904, durante la manifestación convocada por la Federación Obrera Argentina, un obrero resultó muerto y otros quince heridos.

Tuvo el 1º de Mayo, por otra parte, sus oradores, sus dramaturgos y sus poetas. Charles Gros, Etienne Pédron, Clovis Hugues, Olivier Souetre y Gastón Couté (que cantó en argot parisino al día de los trabajadores) en Francia; Emil Szepansky y Ernst Fischer, en Alemania; Amedeo Vannucci, Pietro Petrazzani y Pietro Gori (autor de un esbozo dramático donde se canta un himno proletario con la música del Nabucco de Verdi) en Italia, fueron algunos de los vates populares de la fecha proletaria. Inclusive un escritor célebre en los círculos literarios de su época, Edmundo de Amicis, el autor de la universalmente conocida y traducida novela Cuore, escribió sobre el 1º de Mayo, exhortando, un tanto ingenua y sentimentalmente, a los capitalistas a unirse al socialismo.

Sin embargo, poco a poco, el espíritu combativo que floreció en mártires y en poetas, se fue desgastando en las grandes masas obreras.

Con la domesticación de los sindicatos, ya sea por la complicidad del voto (que eleva a sus dirigentes al parlamento), ya por la implacable maquinaria del partido único y del Estado omnipotente, el 1º de Mayo comenzó a perder su significado prístino de manifestación internacionalista y clasista, de rememoración dolorida, pero combativa, del martirio de Chicago.

En algunos países, que dejaron de celebrar la fiesta del trabajo el 19 de marzo, día de San José, para trasladarla al Primero de Mayo (de acuerdo con el criterio de la clase obrera), la fecha se sigue celebrando con misas y tedéums. En otros, da lugar a desfiles marciales, bajo la paternal mirada de los nuevos amos. En otros, en fin, el 1º de Mayo es recordado en programas de radio y televisión, ocupa las columnas de la prensa burguesa y ocasiona piadosas congratulaciones en las cámaras legislativas y en las centrales patronales.

Todo esto comporta una tergiversación que podría considerarse cómica, si no tuviera mucho de trágica. Dijo muy bien el anarquista gallego Ricardo Mella (en La tragedia de Chicago): «Los años siguientes al bárbaro sacrificio (de los mártires de Chicago) se luchó valientemente; la huelga general ganó las voluntades y cada 1º de Mayo se señaló por verdaderas rebeldías populares. Los aldabonazos de la violencia repercutieron terroríficos en diversas naciones. Y a través de este periodo heroico, las ideas de emancipación social han adquirido carta de naturaleza en todos los pueblos de la Tierra. No espantan ya a nadie las ideas socialistas o anarquistas. De ellas andan contagiadas las mismas clases directoras. En sus bibliotecas hay más libros sediciosos que en las casas de los agitadores y de los militantes del obrerismo revolucionario. Y acaso también en los cerebros de aquéllos, más gérmenes de revueltas y de violencia que esperanzas en los corazones proletarios. Ha pasado la época heroica. Se ha falseado el significado del 1º de Mayo. Se lo ha convertido en un día ritual, de culto, de idolatría. La liturgia socialista no sabe pasarse sin iconos, sin estandartes, sin procesiones».

¿Puede volver el 1º de Mayo a conquistar su sentido originario? Evidentemente no, mientras el movimiento obrero no deje de ser un apéndice de los partidos políticos o un servil instrumento del Estado, mientras no logre enfrentar de nuevo (con otros métodos, pero con el mismo espíritu de los primeros años) al avasallante capitalismo de las transnacionales y al letárgico capitalismo de Estado, que gusta disfrazarse de socialismo.