jueves, 24 de febrero de 2011

Reflexiones sobre la revolución en Egipto

Por Rolando Astarita


El triunfo del movimiento revolucionario y popular de Egipto ha dado lugar a algunos análisis en la izquierda excesivamente optimistas en cuanto a las posibilidades que encierra el movimiento, su dinámica y contenido. Básicamente, se sostiene que en Egipto se ha iniciado un proceso revolucionario de corte «objetivamente proletario», que estaría abriendo (o profundizando) una situación «revolucionaria» en el mundo árabe, y generando una «crisis global del imperialismo». Mi objetivo con esta nota es echar un poco de agua fría en el entusiasmo. La caída de un dictador como Mubarak es un gran triunfo, ya que abre un espacio de libertades democráticas; lo cual mejorará las condiciones para que los trabajadores y las masas empobrecidas y oprimidas peleen por sus demandas. Sin embargo, la perspectiva de un gobierno de los trabajadores no está siquiera presente como posibilidad en el horizonte mediato. Para entender por qué, es necesario realizar un análisis en términos de clase. Como disparador para desarrollar mis ideas, tomo como punto de referencia algunas tesis que se han presentado en documentos de izquierda.

¿Revolución proletaria?

La idea que más me ha «chocado» en esos documentos sostiene que en Egipto se está desarrollando una revolución «obrera y popular» y que «existe un poder obrero y popular, objetivo, en la calle», aunque «sin una dirección clara». Se diagnostica que el gobierno y las fuerzas de la oposición no pueden controlar a las masas sublevadas; y que se ha producido una «crisis revolucionaria», esto es, un vacío de poder, motorizado por una movilización permanente. Por esta razón la clase capitalista a nivel mundial, y todos los gobiernos y organismos internacionales, estarían enfrentados a las masas egipcias sublevadas, que «objetivamente» cuestionarían todo el sistema de dominación. Si bien se admite que en Egipto no existen fuertes organizaciones obreras que tengan un rol de dirección, ni un partido socialista revolucionario, se afirma que está planteada la cuestión del poder de los obreros y del pueblo oprimido, e incluso la creación de organismos de poder dual (lo que se conoce como «consejos» o «soviets» en la tradición revolucionaria). Asimismo se afirma que se ha abierto un proceso revolucionario en todos los países árabes; y que la caída de Mubarak «profundiza una situación revolucionaria a nivel mundial», en la que se combinan la crisis económica del capitalismo con las derrotas de EE UU en Irak y Afganistán.

¿Qué caracterización?

Empecemos con la caracterización del proceso. En primer lugar está la cuestión de hasta qué punto cabe hablar de una «revolución» en Egipto, y en segundo lugar, es necesario precisar su contenido de clase. En líneas generales, prácticamente todos los analistas, desde la derecha a la izquierda, han descrito el proceso egipcio como una revolución, dado el rol protagónista que han tenido las masas movilizadas en las calles, desbordando y sobrepasando controles estatales; y dada la magnitud de los enfrentamientos con el régimen dictatorial. Todo lo cual es real, y por lo tanto también vamos a mantener esta caracterización. Sin embargo considero que hay que puntualizar que en la caída de Mubarak intervinieron otras fuerzas, además del pueblo en la calle, y que hasta el momento de escribir esta nota (14 de febrero) no fue puesto en cuestión el rol del Ejército, columna vertebral del Estado. En este respecto recuerdo que al momento de caracterizar la Revolución rusa de febrero de 1917, Lenin sostuvo que solo en parte era una revolución, y en parte «un semi-golpe de Estado». El objetivo de esta observación era destacar no solo el carácter complejo del proceso, sino también la continuidad de estructuras de poder esenciales (por ejemplo la burocracia del Estado). Mutatis mutandi, en el análisis de la movilización egipcia es imprescindible tener presente que hubo factores «de poder» que no perdieron el control y operaron, en paralelo con la movilización, para provocar la caída final de Mubarak, cuando éste se demostró incapaz de contener el aluvión.

Abordemos ahora el problema del carácter de clase de la revolución en Egipto, posiblemente el tema más espinoso. Muchos análisis de izquierda sostienen que se trata de una revolución de «contenido obrero» (u «obrero y popular») porque las masas tuvieron un rol central, forzaron la salida de Mubarak y además porque la mayoría de los que se movilizaron eran trabajadores o pobres desocupados.

El problema con este análisis es que si para caracterizar una revolución solo tomáramos en cuenta a los que «ponen el cuerpo» en las calles, deberíamos concluir que todas las revoluciones, por lo menos desde que existe la clase obrera, son «obreras», ya que en todas la mayoría de las víctimas son trabajadores y oprimidos. Sin embargo lo decisivo para caracterizar no es la pertenencia de clase de los que se sacrifican en los enfrentamientos, sino las consignas y demandas que adopta el movimiento, así como las organizaciones (y sus direcciones políticas) que lo representan. Podríamos decir que la regla general es que, en ausencia de organizaciones independientes de los trabajadores, y con poder, son los oprimidos y explotados los que ponen los muertos, y las clases dirigentes las que deciden la política. Esta cuestión, que ya Marx apuntaba a propósito de la revolución parisina de febrero de 1848, se ha repetido una y otra vez.

Yendo concretamente al caso de Egipto, las demandas y consignas que prevalecieron hasta el momento tienen como objetivo la instauración de una democracia, que necesariamente será capitalista, dadas las condiciones existentes. Y esto es lo que determina entonces el carácter global del movimiento. Destaquemos que el Movimiento 6 de Abril, que convocó a la primera manifestación masiva el 25 de enero, y participa de la Coalición de la Revolución de los Jóvenes, defiende un programa de libertades burguesas. Este programa es el que ha sido aceptado por la gente movilizada. Además de la salida de Mubarak, exige la disolución de la Asamblea Nacional y del Senado; la formación de un «Grupo de Salvación Nacional» para formar una coalición gubernamental del transición hasta las elecciones; la redacción de una constitución que garantice la libertad y la justicia social; el juicio a los responsables de las muertes; y la libertad de todos los detenidos. Se trata de un programa de reformas burguesas. Ninguna fuerza significativa fue más allá de estas demandas. Por supuesto, en qué medida se cumpla este programa dependerá de la relación de fuerzas entre las fracciones y tendencias. Por ejemplo, hasta el momento nadie ha cuestionado seriamente el rol de las fuerzas armadas (y según la Constitución, el Parlamento no puede ejercer algún control efectivo sobre ellas). Cuestiones de este tipo pueden ser objeto de enfrentamientos. Sin embargo, y esto es lo fundamental, nada indica que se traspasen, en un futuro previsible, los límites de un régimen capitalista, con libertades más o menos restringidas. Procesos similares se han dado en otras revoluciones que tumbaron regímenes dictatoriales (para mencionar solo dos, Filipinas con la caída de Marcos e Indonesia con la caída de Suharto) sin que se alterase el carácter capitalista del régimen social y político.

Observemos todavía que si bien las luchas obreras han tenido un rol importante en el debilitamiento del régimen, e incluso en la formación del Movimiento del 6 de Abril (ver más abajo), los trabajadores no participaron como clase en las movilizaciones de la plaza Tahrir, sino en tanto que ciudadanos, indiferenciados.

Crecimiento capitalista y fuerzas sociales

Vinculado a la caracterización de la revolución egipcia como «obrera», o de «contenido socialista», está la idea de que las masas trabajadoras y de pobres urbanos o desocupados se movilizaron en oposición a todas las fuerzas burguesas, que de manera más o menos monolítica, defendieron sin fisuras a Mubarak. Por esto días también se ha dicho muchas veces que el alimento fundamental de esta movilización fue la terrible situación de pobreza (en Egipto el 40% de la población vive con menos de dos dólares diarios; hay un 44% de analfabetos; y un 10% de desocupación); y que fue agravada por el alza de los precios de los alimentos. Todo esto en el marco de reformas neoliberales, instrumentadas desde el inicio de los 90. Se sostiene entonces que los jóvenes de clase alta convocaron a las movilizaciones, pero en seguida habrían sido rebasados por esa enorme masa de proletarios y pobres urbanos; y que las fuerzas burguesas se habrían aferrado hasta el final al régimen de Mubarak, porque sería la única alternativa para sostener su poder y riqueza. La idea es que en última instancia la clase dominante en Egipto no puede adaptarse a la democracia burguesa, y por lo tanto el proceso «objetivamente» apunta al socialismo.

Pues bien, pienso que este análisis parte de un hecho cierto, a saber, que las reformas neoliberales generaron miseria y descontento, pero pasa por alto cuestiones sin las cuales es difícil tener una interpretación ajustada.

Para ver por qué, empecemos recordando que en los últimos años Egipto experimentó un crecimiento relativamente importante. Entre 2005 y 2008 creció al 7% anual; en 2009 el 4,7% y en 2010 el 5,3%. Algunos hablan incluso de «boom» económico. Lo destacable es que, como sostiene Haddad (2010), a lo largo de las dos últimas décadas surgió, en Egipto y otros países árabes, una economía con vínculos globales, que tiene como objetivo central proteger y asegurar a los mercados, y la acumulación del Capital, y se caracteriza por el achicamiento de las economías centradas en el Estado. El fenómeno está ligado a la implementación de políticas neoliberales, con sus consecuencias: mayor desigualdad de desarrollo entre ciudades y regiones dentro de los países; mayor polarización social, especialmente entre ricos y pobres; aumento de los niveles absolutos de pobreza; pérdida de poder de las organizaciones obreras y campesinas; e impulso del consumismo. Esto es bastante conocido, pero lo más importante que señala Haddad es que las fuerzas que impulsan estos procesos son locales. Los organismos financieros internacionales apoyan y alientan estas medidas, pero las mismas se implementan aun sin este factor (lo demuestra el caso de Siria, que no tiene relaciones con el FMI y el Banco Mundial), porque los intereses de las élites locales, aun de aquellas que se proclaman socialistas, coinciden con los intereses de las instituciones financieras internacionales.

Por este motivo, sostiene Haddad, estamos asistiendo a una nueva etapa de desarrollo de relaciones capitalistas en países de la periferia, como Egipto y Siria, en la cual una nueva élite (de la burguesía) se está coaligando con los remanentes de la vieja burguesía, con la «nueva burguesía y emprendedores», y con la burguesía estatal. Después de un período de construcción de capitalismo de Estado, a mitad del siglo XX, obligado por las estructuras sociales pos-coloniales y las realidades políticas, el desarrollo capitalista se reanuda con vigor, pero ahora con una nueva fuerza laboral, relativamente más educada y con mayor calificación, capaz de convertirse en consumidores y trabajadores en apoyo de las relaciones capitalistas locales y globales. Las instituciones financieras internacionales, continúa Haddad, pueden ser catalizadoras de estos procesos, pero no son las principales fuerzas que los causan; aquí están actuando fuerzas más amplias e impersonales, tales como las relaciones de mercado en un mundo cada vez más globalizado. Y los resultados han sido similares a los de otros lados: alto desempleo junto a demanda de trabajo no calificado, dramática expansión del sector informal y de la economía no regulada o en las sombras, concentración de la riqueza, polarización social, leyes laborales duras, declinación de la educación.

Enfatizo que todo apunta a mostrar que estamos ante un típico proceso «a lo Marx», aunque bajo las formas del capitalismo dependiente. A igual que sucede en otros países subdesarrollados, en Egipto (y en otros regímenes árabes) ha habido crecimiento capitalista, que dio lugar al incremento de la clase trabajadora y a la polarización social, pero también a la marginación y pauperización de amplias capas. Buena parte de la industria egipcia se ha incorporado a la división internacional del trabajo a través de un vasto sistema de subcontratas, basadas en la superexplotación de mano de obra descalificada y mal pagada. Y han surgido nuevas capas de la burguesía.

El análisis anterior se enriquece y complementa con el muy buen estudio que presenta Aman (2011). En primer lugar Aman sostiene que en Egipto, ligado al crecimiento, hubo un ascenso del movimiento obrero en los últimos tres años, especialmente en las ciudades industriales vigorizadas y en las micro empresas de tipo «maquila», o casas de sudor. Y también un movimiento contra la brutalidad policial.

Aman explica que esta movilización de los trabajadores no fue tanto en respuesta a la marginación y pobreza, y se debe más a la centralidad económica que tomaron. Es que en los últimos años Egipto volvió a emerger como un país manufacturero, aunque en condiciones de mucha tensión y dinámicas. Los trabajadores de Egipto se movilizan porque se han construido nuevas empresas, en el contexto de importantes flujos de inversiones internacionales. Esto último es importante, porque no es cierto que las únicas inversiones extranjeras provengan de EEUU o Europa. En Egipto, también en los últimos años, se han instalado varias zonas francas rusas; China realizó fuertes inversiones en toda la economía; y también hay inversiones de Brasil, Turquía, las repúblicas del Centro de Asia y los Emiratos Árabes, no solo en petróleo e inmobiliaria, sino también en manufactura, informática e infraestructura. Por todo Egipto se reorganizaron y reconstruyeron viejas fábricas, y se han instalado empresas, verdaderas «casas de sudor», llenas de mujeres en las que se confeccionan ropas, zapatos, se arman juguetes o circuitos de computación para vender en Europa, el Medio Oriente y el Golfo. Estos trabajadores han venido protagonizando importantes huelgas en los últimos años, lo cual tuvo repercusiones. Precisamente el Movimiento 6 de Abril se creó cuando en la primavera de 2008 miles de jóvenes se unieron a través de Facebook para expresar su solidaridad con protestas de trabajadores. El nombre recuerda la convocatoria a una huelga general para protestar contra el deterioro de las condiciones de vida, el 6 de abril de 2007. Por otra parte, en los días del levantamiento final contra Mubarak hubo huelgas de empleados del Estado, de obreros textiles (estatales y privados), de trabajadores del Canal de Suez, de ferroviarios, y otros. Subrayo, esto no se puede entender si no se lo vincula al desarrollo capitalista egipcio. Y fue un factor que contribuyó a la caída del régimen. Anotemos también que la incorporación de las mujeres a la fuerza laboral puede haber impulsado su destacada participación (que han señalado muchos periodistas) en las movilizaciones.

Fracciones capitalistas

Pero también hubo otras fuerzas convergentes que, en grado diverso, cuestionaron al régimen de Mubarak. Por un lado, está en ascenso una nueva coalición orientada hacia un desarrollo nacional, conformada por empresarios y militares empresarios; y por otra parte una clase de micro y pequeños empresarios. Aman sostiene que hay un amplio espectro de agrupamientos seculares que representan la emergencia de patrones económicos dentro del país, vinculados a capitales de muchas procedencias, así como a los envíos de dinero realizados por profesionales egipcios que fueron a trabajar en el boom inmobiliario en los Emiratos. Por eso se asiste a una nueva globalización multidimensional, en la cual las divisiones Este—Oeste, y los moldes poscoloniales, se están rehaciendo de manera radical.

Aman plantea que en este proceso los militares se han convertido en uno de los mediadores más importantes, y entraron en conflicto con los sectores capitalistas más cercanos al régimen. Debe tenerse en cuenta que los militares tienen fuertes posiciones en industrias claves: en alimentos (aceite de oliva, leche, pan y agua); en las industrias del cemento y gasolina; en la producción de autos (joint ventures para producir Cherokees y Wranglers); y en la construcción. Otra fuente de ingresos es la venta de tierras públicas para la construcción de barrios cerrados y similares. Algunos estudiosos hacen ascender su poder económico hasta un 10% o 15% de la economía egipcia, aunque otros consideran que es menor (Stier, 2011). En cualquier caso es muy significativo. Aman sostiene que en los últimos años, los militares desarrollaron fuertes intereses en el turismo, centros comerciales, barrios privados y resorts de playas, y que odiaban a los capitalistas que rodeaban a Mubarak y vendieron tierras y activos nacionales a corporaciones de EEUU y europeas. Por otra parte desean que haya turismo para que consuma las construcciones en las que invirtieron miles de millones.

Otra fuente de conflicto, que señala Stier (2011), habría tenido como fuente el poder creciente de Ahmed Ezz, dirigente del partido del gobierno, NDP, íntimo aliado de Gamal Mubarak, y presidente de Ezz Steel, la mayor productora de acero de Medio Oriente. Según Stier, los militares se exasperaron cuando advirtieron que Ezz podía comprar, con ayuda del régimen, empresas estatales del acero, reforzando su posición dominante en la industria. Los militares no solo estaban interesados en las mismas industrias, sino también, como grandes compradores de acero, serían vulnerables a la capacidad de Ezz de imponer precios casi monopólicos. No es casual que Ezz esté enfrentando en estos momentos cargos por corrupción y enriquecimiento.

Por otra parte Aman sostiene que existe otro sector de grandes capitalistas, de corte más nacionalista, que tomó distancia de Mubarak cuando este empezó a tambalear, ya que no dependían directamente del régimen, y podían verse afectados por la entrada de algunos grandes capitales internacionales (que eran favorecidos por funcionarios del gobierno, que actuaban como intermediarios). Un representante de este sector de altos empresarios es Hosam Badrawy, que fue nombrado secretario general del NDP en reemplazo de Gamal Mubarak, poco antes de la caída del dictador. Badrawy fundó, en 1989, el primer centro de salud privado de Egipto, HMO, y ha estado a favor de la privatización de los servicios de salud. Pero la industria está amenazada por la competencia internacional, y Badrawy, según Aman, hoy hace campaña nacionalista. Gamal Mubarak, que actuaba como vehículo de la inversión extranjera, representaba un peligro para Badraway. Otro empresario representativo de este sector es Naguib Sawiris, que se auto propuso como presidente para conformar un Consejo Transicional de los Hombres Sabios. Sawiris lidera la mayor empresa privada egipcia, Orascom, que construyó ferrocarriles, resorts de playas, barrios cerrados, autopistas, sistemas de telecomunicaciones, granjas de viento, condominios y hoteles. Es un financiero importante del mundo árabe y de la región del Mediterráneo. Aunque Aman no los menciona, agreguemos a Anis Aclimandos, vinculado a proyectos de desarrollo inmobiliario, que movilizan inversiones locales y extranjeras. También Safwan Thabet, presidente de Juhayna Food Industries, gran productor de leche, derivados y jugos (Goldber, 2011). Todos estos empresarios, junto a los militares, propusieron la formación de un Consejo de transición. Aman sostiene que rompieron con los capitalistas más directamente dependientes de la globalización, y los «barones de las privatizaciones». En cualquier caso, todos ellos quedaron bien «acomodados» para continuar sus negocios bajo el nuevo régimen.

Antes de ir al otro gran sector que rompió con Mubarak, los micro y pequeños empresarios, dejamos anotado el rol de los Hermanos Musulmanes. Según Aman, entre las décadas de 1950 y 1980 los Hermanos Musulmanes agrupaban y representaban a elementos frustrados de la burguesía nacional. Pero en los 80 surgió una «nueva vieja guardia» de los Hermanos Musulmanes, que fue cooptada parcialmente por el régimen de Mubarak. Por un lado, porque pudieron intervenir con candidatos independientes en el Parlamento, pero también porque Mubarak les permitió participar en el boom económico. Por eso los miembros del ala empresaria de los Hermanos Musulmanes hoy tienen empresas de teléfonos celulares importantes, desarrollos inmobiliarios, y han sido absorbidos por la máquina del partido gubernamental, el NDP, y el establishment de la alta clase media. Esto explicaría la posición tibia y contemporizadora que tuvo la Hermandad durante el levantamiento.

Por último llegamos al sector de los pequeños y micro empresarios. Aman explica que en los 90 el Banco Mundial y el FMI favorecieron el otorgamiento de micro créditos para establecer negocios. Se generó así una masa de pequeños empresarios, que sufrían el acoso policial por el pago de los créditos; y también la corrupción, el pago de sobornos y el hostigamiento de la policía. Muchos de ellos tenían una instrucción media, pero no podían desarrollar sus negocios, y estaban ahogados por el régimen. Este sector estuvo en el corazón de las movilizaciones contra Mubarak. A lo que se agregó una amplia capa de profesionales, técnicos y personal calificado, estudiantes y en general muchos hijos de la burguesía.

Por lo tanto se trata de un proceso complejo, en el que confluyen diversas fuerzas, con intereses de largo plazo, pero que rompían o, en todo caso, no tenían inconveniente tomar distancia del régimen o contribuir a su caída, en busca de una transición más o menos controlada.

La descripción de las fuerzas sociales, y su relación con la evolución de los últimos años, explica por qué el movimiento triunfante no apunta hacia alguna forma de nacionalismo estatista; y por qué no se advierte una influencia importante de los sectores religiosos fundamentalistas. Todo indica que se va hacia alguna forma de democracia burguesa, posiblemente con fuertes limitaciones, a menos que el movimiento popular obligue a las fuerzas burguesas a mayores concesiones.

Algunas consideraciones finales

Lo planteado hasta aquí no tiene como objetivo minusvalorar lo obtenido. La caída de un régimen dictatorial como el egipcio significa una conquista democrática de proporciones. La diferenciación de intereses entre capitalistas (incluidos los pequeños) y los obreros puede operarse de manera más abierta si existen libertades para la organización, para la crítica y la circulación de ideas de izquierda. Una democracia burguesa no deja de ser en esencia una dictadura de la clase dominante, pero abre espacios y posibilidades de organización. Pero una cosa es valorar este logro, y otra muy distinta es pensar que se está a un paso de la formación de «soviets» revolucionarios. Por ahora el proceso revolucionario es «primaveral», asistimos a la unión de todas las clases (solo una fracción pequeña, adicta al régimen, está por fuera) y no se advierten expresiones políticas independientes de la burguesía, de la clase trabajadora, de relevancia. Los análisis deben partir de lo que existe, no de ensoñaciones.

En cuanto a la situación de EE UU y otras potencias en la región, no debería exagerarse el grado de su «crisis». Es cierto que Washington tardó en soltarle la mano a Mubarak, y algunos sectores del establishment americano le están pasando factura por esto. También es una realidad que la política de Obama está empantanada y en crisis en Afganistán (no estoy tan seguro de que lo esté en Irak). Pero en cualquier caso, hay un abismo entre esto y la idea de que estemos ante una «crisis de dominación global» del Capital (y esto es lo que realmente importa en el análisis de fondo). En primer lugar, siempre debería tenerse presente que la clase dominante tiene una gran capacidad de negociación y adaptación. Por supuesto, puede ser que alguna fracción, o dirección política no se adapte, pero no es el caso cuando nos referimos al Capital «en general». Incluso en el caso «extremo» (por ahora improbable) de un régimen dirigido por los jóvenes del Movimiento 6 de Abril, el Capital «en general» (las empresas con inversiones en el mundo árabe; los organismos financieros internacionales, los gobiernos de las potencias y otros países con intereses en la región) siempre pueden adaptarse y negociar. ¿Acaso el Capital no hace buenos negocios en países hoy gobernados por ex guerrilleros de izquierda, por ex marxistas, por ex «enfants terribles» de la burguesía, y tantos otros «ex»? Mucho menos radicalizados, por supuesto, son los jóvenes que lideran el Movimiento 6 de Abril. Nada indica que pudiera haber crisis de dominación por esto. Por otra parte, y más en concreto, el Ejército ya ha anunciado que garantizará el orden hasta las elecciones; pueden existir coletazos (los manifestantes más radicales no querrán perder terreno), pero por ahora la situación no se ha salido de cauce para la clase dominante. Incluso el Ejército ha prometido respetar la paz con Israel (¿quién se acuerda del derecho de los palestinos a volver a sus tierras?). En esta coyuntura, seguir hablando de que «la revolución está en ascenso y continúa», es marearse con palabras, al menos si con esto se quiere decir que estamos asistiendo a una revolución «obrera» o de «contenido socialista». Una revolución obrera o socialista por ahora no está en el horizonte; no hay condiciones políticas que indiquen que vaya a producirse en un plazo más o menos inmediato. Todo indica que los eventuales levantamientos contra los regímenes opresivos y dictatoriales en el mundo árabe tendrán un carácter más o menos democrático, en los límites del capitalismo. Lógicamente, menos todavía se puede hablar de una situación revolucionaria a nivel mundial. Cualquier estrategia socialista debería partir de un análisis realista —esto es, de las fuerzas sociales en juego, sus programas y demandas— de los procesos en curso.

Rolando Astarita,
Buenos Aires, 2011.

Textos citados:

Aman, P. (2011): «Why Egypt's Progressives Win» en
http://www.jadaliyya.com/pages/index/586/why-egypts-progressives-win

Haddad, B. (2010): «Neoliberal Pregnancy and Zero-Sum Elitism in the Arab World» en
http://www.jadaliyya.com/pages/index/349/neoliberal-pregnancy-and-zero-sum-elitism-in-the-arab-world-%28part-1%29-

Goldberg, E. (2011): «Egyptian businessmen eye de future», The Middle East Channel, 10/02/11,
http://mideast.foreignpolicy.com/posts/2011/02/10/egyptian_businessmen_eye_the_future

Stier, K. (2011): «Egypt's Military-Industrial Complex», Time, 9/02/11,
http://www.time.com/time/world/article/0,8599,2046963,00.html

miércoles, 23 de febrero de 2011

Lo que no se conoce sobre Egipto

Por Vicenç Navarro


La caída del dictador Mubarak como resultado de la movilización popular es un motivo de alegría para toda persona con sensibilidad democrática. Pero esta misma sensibilidad democrática debiera concienciarnos de que la versión de lo ocurrido que ha aparecido en los medios de información de mayor difusión internacional (desde Al Yazira a The New York Times y CNN) es incompleta o sesgada, pues responde a los intereses que los financian. Así, la imagen general promovida por aquellos medios es que tal evento se debe a la movilización de los jóvenes, predominantemente estudiantes y profesionales de las clases medias, que han utilizado muy exitosamente las nuevas técnicas de comunicación (Facebook y Twitter, entre otros) para organizarse y liderar tal proceso, iniciado, por cierto, por la indignación popular en contra de la muerte en prisión, consecuencia de las torturas sufridas, de uno de estos jóvenes.

Esta explicación es enormemente incompleta. En realidad, la supuesta revolución no se inició hace tres semanas y no fue iniciada por estudiantes y jóvenes profesionales. El pasado reciente de Egipto se caracteriza por luchas obreras brutalmente reprimidas que se han incrementado estos últimos años. Según el Egypt’s Center of Economic and Labor Studies, sólo en 2009 existieron 478 huelgas claramente políticas, no autorizadas, que causaron el despido de 126.000 trabajadores, 58 de los cuales se suicidaron. Como también ocurrió en España durante la dictadura, la resistencia obrera democrática se infiltró en los sindicatos oficiales (cuyos dirigentes eran nombrados por el partido gobernante, que sorprendentemente había sido aceptado en el seno de la Internacional Socialista), jugando un papel clave en aquellas movilizaciones. Miles y miles de trabajadores dejaron de trabajar, incluidos los de la poderosa industria del armamento, propiedad del Ejército. Se añadieron también los trabajadores del Canal de Suez (6.000 trabajadores) y, por fin, los empleados de la Administración pública, incluyendo médicos y enfermeras (que desfilaron con sus uniformes blancos) y los abogados del Estado (que desfilaron con sus togas negras). Uno de los sectores que tuvo mayor impacto en la movilización fue el de los trabajadores de comunicaciones y correos, y del transporte público.

Los centros industriales de Asyut y Sohag, centros de la industria farmacéutica, energía y gas, también dejaron de trabajar. Las empresas en Sharm El-Sheikh, El-Mahalla Al Kubra, Dumyat y Damanhour, centros de la industria textil, muebles y madera y alimentación también pararon su producción. El punto álgido de la movilización obrera fue cuando la dirección clandestina del movimiento obrero convocó una huelga general.

Los medios de información internacionales se centraron en lo que ocurría en la plaza Tahrir de El Cairo, ignorando que tal concentración era la cúspide de un témpano esparcido por todo el país y centrado en los lugares de trabajo —claves para la continuación de la actividad económica— y en las calles de las mayores ciudades de Egipto.

El Ejército, que era, y es, el Ejército de Mubarak, no las tenía todas consigo. En realidad, además de la paralización de la economía, tenían temor a una rebelión interna, pues la mayoría de soldados procedían de familias muy pobres de barrios obreros cuyos vecinos estaban en la calle. Mandos intermedios del Ejército simpatizaban también con la movilización popular, y la cúpula del Ejército (próxima a Mubarak) sintió la necesidad de separarse de él para salvarse a ellos mismos. Es más, la Administración Obama, que al principio había estado en contra de la dimisión de Mubarak, cambió y presionó para que este se fuera. El Gobierno federal ha subvencionado con una cantidad de 1.300 millones de dólares al año al Ejército de aquel país y este no podía desoír lo que el secretario de Defensa de EE UU, Robert Gates, estaba exigiendo. De ahí que el director de la CIA anunciase que Mubarak dimitiría y, aunque se retrasó unas horas, Mubarak dimitió.

Ni que decir tiene que los jóvenes profesionales que hicieron uso de las nuevas técnicas de comunicación (sólo un 22% de la población tiene acceso a internet) jugaron un papel importante, pero es un error presentar aquellas movilizaciones como consecuencia de un determinismo tecnológico que considera la utilización de tecnología como el factor determinante. En realidad, la desaparición de dictaduras en un periodo de tiempo relativamente corto, como resultado de las movilizaciones populares, ha ocurrido constantemente. Irán (con la caída del Sha), el Muro de Berlín, la caída de las dictaduras del Este de Europa, entre otros casos, han caído, una detrás de otra, por movilizaciones populares sin que existiera internet. Y lo mismo ocurrió en Túnez, donde, por cierto, la resistencia de la clase trabajadora también jugó un papel fundamental en la caída del dictador, cuyo partido fue también sorprendentemente admitido en la Internacional Socialista.

El futuro, sin embargo, comienza ahora. Es improbable que el Ejército permita una transición democrática. Permitirá establecer un sistema multipartidista, muy limitado y supervisado por el Ejército, para el cual el enemigo número uno no es el fundamentalismo islámico (aunque así lo presenta, a fin de conseguir el apoyo del Gobierno federal de EE UU y de la Unión Europea), sino la clase trabajadora y las izquierdas, que son las únicas que eliminarían sus privilegios. No olvidemos que las clases dominantes de Irán, Irak y Afganistán apoyaron el radicalismo musulmán (con el apoyo del Gobierno federal de EE UU y de Arabia Saudí) como una manera de parar a las izquierdas. Una de las primeras medidas que ha tomado la Junta Militar ha sido prohibir las huelgas y las reuniones de los sindicalistas. Sin embargo, esta movilización obrera apenas apareció en los mayores medios de información.

Masacre y Revolución en Libia

Llamamiento a la Solidaridad

Urgente: Masacre y Revolución en Libia


Las noticias que llegan desde Libia son impactantes. El régimen de Gadafi está perpetrando una cruenta masacre sobre la rebelión popular. Los mercenarios reclutados por el régimen de Gadafi, (los equivalentes a los baltajia del régimen de Mubarak) junto al ejército regular y las fuerzas de seguridad, abren fuego sobre el pueblo libio desarmado, o en algunos casos, armado solo con armas de fuego muy livianas. Las fuerzas represivas del régimen no solo usan armas de fuego, sino también artillería, tanques, aviones y helicópteros de combate. Del punto de vista militar, esto no puede ser considerado una guerra. Por cierto, esta es una masacre conducida por el régimen de Gadafi bajo la supervision de las potencias imperialistas de Europa y Estados Unidos, que como siempre, solo se preocupan por el petróleo y el dinero, solo por las ganancias, no por los derechos humanos o siquiera las vidas humanas.

Los gobiernos europeos y norteamericano, están guardando un vergonzoso silencio, que dice mucho más que cualquier posible declaración. En el fondo, ellos están apoyando a los asesinos, la dictadura, contra la rebelión popular como hicieron en Túnez y en Egipto, para luego cambiar de bando cuando el triunfo de la revolución se vuelva inevitable. Y no hay ningún secreto en esto. Se trata solamente de todo el petróleo y el dinero que deben permanecer en manos de los dictadores, y no de la gente. Y como sucedió antes en Bahrein, Túnez y Egipto, la mayoría de las armas anti-disturbios y sus municiones usadas por las fuerzas del régimen para asesinar y reprimir a los pueblos, provienen de compañías europeas o norteamericanas. Dos noches atrás, el hijo del dictador libio amenazó a las masas y ayer sus asesinos y mercenarios pasaron de la amenaza a la acción. La dictadura de Gadafi en Libia es un ejemplo perfecto de un régimen totalitario, como aquella sociedad opresiva descrita por George Orwell en su novela 1984. Ahora el «Gran Hermano» ha librado una verdadera guerra contra su propio pueblo, o para ser más precisos, dirigiendo una sangrienta masacre contra los libios rebeldes. Una vez más, están apelando al «fantasma» de los islamistas. Esta no es una pelea entre los islamistas y el régimen, la lucha se está librando entre las masas y la dictadura.

Esta es simplemente una escandalosa manipulación de la realidad, un intento desvergonzado de justificar no solo la represión del régimen, sino también de sus brutales crímenes, cuando lo cierto, es que nada, absolutamente nada puede justificar los crímenes del régimen de Gadafi, como el uso de tanques y aviones de combate contra las masas desarmadas, contra los niños y sus madres.

Nosotros, los anarquistas y libertarios no debemos desestimar la posibilidad de que alguna fuerza represiva (islámica o cualquier otra) pueda apropiarse de la revolución. Pero ante esto no preferimos una fuerza represiva no religiosa a una religiosa. Optamos por la verdadera libertad de las masas populares, por una sociedad autogestionada y organizada libre y voluntariamente desde abajo hacia arriba. De cara a este escenario, vemos que la única respuesta apropiada es la acción directa popular desarrollada por las masas,y no por cualquier otro tipo de represión brutal ejercida por una dictadura salvaje.

Acá se encuentran algunas noticias y comentarios desde el blog de un camarada anarquista libio (solo en árabe).

El link del blog es: http://saoudsalem.maktoobblog.com

* Cientos de personas asesinadas en Libia. Gadafi, el carnicero, escondido en su fortaleza.

* Testigos presenciales del hecho han informado que una gran masacre tiene lugar en la ciudad de Benghazi, en el este de Libia, donde decenas de personas murieron y cientos resultaron heridas. Y los hospitales de la ciudad están colapsados con personas heridas. Un abogado y activista declararó en Al-Jazeera que el número de personas asesinadas por las fuerzas de seguridad en Benghazi puede aumentar a 200 y entre 800 y 900 los heridos (escrito el 20 de febrero).

* Gadafi bombardeó a los libios... y los libios están avanzando hacia Trípoli.

* Bengasi, la segunda ciudad libia más importante después de la capital Trípoli, donde la primer chispa de la revuelta de Febrero tuvo lugar, está sufriendo un genocidio (escrito el 20 de febrero).

* La familia gobernante (es decir, la familia Gadafi) en Libia ha perdido su genio y llamó «matones» a los manifestantes.

* Parece que el abuso de poder por parte del régimen y sus masacre contra los manifestantes le ha salido por la culata, tanto es así que incluso muchos miembros de las Fuerzas Armadas y la policía se han negado a disparar sobre los manifestantes y se han unido a ellos, forzando al régimen de Gadafi a reclutar mercenarios de países pobres de África (escrito el 21 de febrero).

Mazen Kamalmaz
Anarquista sirio.

«El mundo árabe está en llamas»

Por Noam Chomsky


«El mundo árabe está en llamas», informó Al-Jazeera el 27 de enero, mientras en toda la región los aliados occidentales «están perdiendo rápidamente su influencia». La oleada de sacudidas se puso en marcha a partir del espectacular levantamiento en Túnez —que expulsó a un dictador apoyado por Occidente—, con repercusión especialmente en Egipto, donde los manifestantes superaron a la brutal Policía del dictador. Los observadores comparan estos acontecimientos con la caída de los dominios rusos en 1989, pero hay importantes diferencias.

Una crucial es que no existe ningún Mijaíl Gorbachov entre los representantes de las grandes potencias que apoye a los dictadores árabes. Más bien, Washington y sus aliados mantienen el bien establecido principio de que la democracia es aceptable sólo en la medida en que responde a objetivos económicos y estratégicos: aplicarla en territorio enemigo (hasta cierto punto), pero no en nuestro patio trasero, por favor, a menos que esté ampliamente domesticado. Sin embargo, la comparación con 1989 tiene alguna validez: Rumanía, donde Washington mantuvo su apoyo a Nicolae Ceaucescu, el más terrible de los dictadores de Europa del Este, hasta que esa alianza se volvió insostenible. Después, Washington aplaudió su derrocamiento y el pasado fue borrado.

Se trata de un patrón estándar: Ferdinand Marcos, Jean Claude-Duvalier, Chun Doo Hwan, Suharto y muchos otros útiles gangsters. Puede que este sea el mismo camino de Hosni Mubarak, junto con los rutinarios esfuerzos de intentar asegurar que el régimen sucesor no se desvíe muy lejos del camino aprobado. Las esperanzas actuales parecen estar puestas en el general Omar Suleimán, recién nombrado vicepresidente de Egipto y leal a Mubarak. Suleimán, durante largo tiempo jefe de los servicios de inteligencia, es despreciado por la rebelión popular casi tanto como el propio dictador.

Un dicho común entre los expertos es que el miedo al Islam radical necesita de la (reticente) oposición a la democracia desde un punto de vista pragmático. La formulación es errónea. La amenaza general ha sido siempre la independencia. En el mundo árabe, EE UU y sus aliados han apoyado regularmente a islamistas, en ocasiones para prevenir la amenaza del nacionalismo laico.

Un ejemplo muy familiar es Arabia Saudí, el centro ideológico del Islam radical (y del terrorismo islamista). Otro de una larga lista es Zia ul-Haq, el dictador más brutal de Pakistán y el favorito del presidente Reagan, quien llevó a cabo un programa de islamización radical (con fondos saudíes).

«El tradicional argumento presentado dentro y fuera del mundo árabe es que no hay nada equivocado, todo está bajo control», dice Marwan Muasher, antiguo diplomático jordano y ahora director de investigación sobre Oriente Medio del Carnegie Endowment. «Con esta línea de pensamiento, las fuerzas atrincheradas argumentan que los oponentes y todos los que claman por las reformas exageran las condiciones en la práctica».

Por tanto, la opinión pública puede ser rechazada. Esta es una doctrina de origen antiguo y que se generaliza a lo largo de todo el mundo, incluido el territorio norteamericano. En caso de disturbios, puede que se necesiten cambios tácticos, pero siempre con una mirada puesta en mantener el control.

El vibrante movimiento democrático en Túnez estaba dirigido contra «un Estado policial, con poca libertad de expresión o asociación y serios problemas con los derechos humanos», dirigido por un dictador cuya familia era odiada por la corrupción. Esta fue la afirmación del embajador norteamericano Robert Godec en julio de 2009 en el cable publicado por WikiLeaks.

Por lo tanto, para algunos expertos, «los documentos de Wikileaks podrían crear un reconfortante sentimiento entre el público norteamericano de que los diplomáticos no están dormidos en los laureles» y que los cables apoyan hasta tal punto la política de EE UU que es casi como si Obama estuviera filtrándose a sí mismo, como Jacob Heilbrunn escribe en The National Interest. «EE UU debería darle a Assange una medalla», dijo el titular del Financial Times. El responsable de analistas de política exterior, Gideon Rachman, escribe que «la política exterior norteamericana aparece retratada como una política con principios, inteligente y pragmática… La posición pública mantenida por EE UU en cualquier tema es habitualmente también la posición privada». Desde este punto de vista, WikiLeaks socava las «teorías conspirativas» que cuestionan los nobles motivos que Washington proclama regularmente.

El cable de Godec apoya ese argumento, al menos si no vamos más allá. Si lo hacemos, como el analista en política exterior Stephen Zunes informa en Foreign Policy in Focus, encontraremos que, con la información de Godec en la mano, Washington suministra 12 millones de dólares de ayuda militar a Túnez. Como suele ocurrir, Túnez fue sólo uno de los cinco beneficiarios extranjeros: Israel (de manera rutinaria); dos dictaduras de Oriente Medio, Egipto y Jordania; y Colombia, que ha tenido por largo tiempo el peor récord en derechos humanos y la mayor ayuda militar de EE UU en el continente.

La afirmación principal de Heilbrunn es que los árabes apoyan las políticas de EEUU dirigidas a Irán, que fueron reveladas por los cables de WikiLeaks. Rachman también se hace con este ejemplo, como los medios en general, aclamando estas alentadoras revelaciones. Las reacciones ilustran el profundo desprecio por la democracia de ciertas personas formadas. No se menciona lo que piensa la población y que es muy fácil de descubrir. De acuerdo con las encuestas publicadas por el Brookings Institution en agosto, algunos árabes están de acuerdo con los comentaristas occidentales de Washington en que Irán es la amenaza: el 10%. Por el contrario, los que consideran a EE UU y a Israel como la mayor amenaza va del 77% al 88%. La opinión de los árabes es tan hostil a las políticas de Washington que una mayoría (el 57%) piensa que la seguridad regional mejoraría si Irán tuviera armas nucleares. Por tanto, «no hay nada equivocado, todo está bajo control», tal como Marwan Muasher describe la fantasía predominante. Los dictadores nos apoyan. Sus súbditos pueden ser ignorados, a menos que rompan sus cadenas y la política deba ser ajustada.

Otra filtración también parece prestar apoyo a los entusiastas juicios sobre la nobleza de Washington. En julio de 2009, Hugo Llorens, embajador de EE UU en Honduras, informó a Washington de una investigación de la Embajada acerca de «asuntos legales y constitucionales alrededor del derrocamiento por la fuerza del presidente Manuel Zelaya».

La Embajada concluyó que «no hay duda de que el Ejército, la Corte Suprema y el Congreso Nacional conspiraron el 28 de junio en lo que constituyó un golpe de Estado ilegal e inconstitucional contra el Ejecutivo». Muy admirable, excepto que el presidente Obama procedió a romper con casi todos los latinoamericanos y europeos al apoyar al régimen golpista y sobreseer las consecuentes atrocidades.

Quizás la revelación más destacada de WikiLeaks es una relacionada con Pakistán, reseñada por el analista de política exterior Fred Branfman en Truthdig. Los cables revelan que la Embajada de EE UU también es consciente de que la guerra en Afganistán y Pakistán no sólo intensifica el creciente antiamericanismo, sino también «los riesgos de desestabilizar el Estado paquistaní» e incluso elevar la amenaza de la máxima pesadilla: que las armas nucleares puedan caer en manos de terroristas islámicos. De nuevo, las revelaciones «deberían crear un sentimiento reconfortante… de que los diplomáticos no están durmiéndose en los laureles» (en palabra de Heilbrunn), mientras Washington camina incondicionalmente hacia el desastre.

lunes, 21 de febrero de 2011

¿Una ciudad para el golpe de Estado?

Por Enrique Berzal
para El Norte de Castilla del 20-02-11



[No es normal que los medios de comuniación mencionen a la extrema izquierda
sin criminalizar, y menos aún a la CNT. En este sentido, este antológico artículo aparecido en El Norte de Castilla de ayer es una excepción. Y no es sólo antológico porque no criminalice a los de siempre sino porque además da una información más detallada de lo habitual sobre quién movía los hilos de la extrema derecha vallisoletana en los años previos al golpe de estado del 23 de febrero de 1981, una extrema derecha que dio mala fama a Valladolid a pesar de -como explica el artículo- contar tanto en la II República como en la Transición con una izquierda muy numerosa y activa. El artículo constituye, pues, una completa crónica de los actos de terrorismo fascista que sacudieron a esta ciudad hace ya más de 30 años. Ahí está el ataque al Café del Largo Adiós o los algo menos conocidos episodios de la bomba en la sede de la CNT o el secuestro y torturas del compañero Luis González Pasquau. Supongo que El Norte de Castilla tampoco olvida que fue él mismo blanco de la ira de estos energúmenos retrógrados.]


El mito de 'Fachadolid', a todas luces injustificado, difundió la imagen de ciudad candidata a apoyar el golpe de Estado Cómo no iba a triunfar el golpe militar en 'Fachadolid'? Se repetían, y se siguen repitiendo, no pocos testigos del momento. El mito irreal de la ciudad 'facha' y 'carca', del Valladolid franquista y sociológicamente reaccionario, dio pábulo a las elucubraciones más variadas y esperanzas a quienes soñaban, aquel mes de febrero de 1981, con un regreso al pasado dictatorial.

Fue a principios de los años ochenta cuando un artículo aparecido en la revista 'Interviú' sirvió para acuñar el famoso calificativo 'Fachadolid', tantas veces empleado para referirse despectivamente a esta ciudad. Aunque a todas luces injustificado y poco acorde con la realidad política de aquel tiempo, el término cosechó gran éxito a causa del impacto social de aquella violencia ultraderechista tan minoritaria como ruidosa. Sobre todo en los prolegómenos del golpe de Estado.

'Fachadolid' hacía referencia a una realidad muy concreta, a un contexto determinado y, sobre todo, al goteo de violencia extremista que recorrió las calles céntricas de la ciudad entre 1979 y 1981. Cierto es que la realidad histórica desmiente con creces el aserto: Valladolid no solo acogió y despidió la Segunda República con ediles socialistas al frente del Consistorio, sino que volvió a otorgar su confianza política al PSOE en las primeras elecciones municipales de la democracia restaurada (1979).

Aun más, aunque ruidosas e impactantes por su discurso y su praxis violenta, las organizaciones de extrema derecha no dejaron de ser minoritarias, atomizadas y fragmentadas desde el punto de vista organizativo, y residuales en términos electorales. Por más que el franquismo sociológico abundara en la ciudad, tal y como demuestran los multitudinarios mítines de Blas Piñar o a las concentraciones en recuerdo de Franco, de José Antonio Primo de Rivera o de Onésimo Redondo, lo cierto es que en los años de la Transición la extrema derecha era organizativamente minúscula y estaba muy dividida, cuando no enfrentada entre sí.

Organizaciones

Entre las organizaciones del Régimen existentes a partir de 1975 destacaban especialmente la Confederación de Excombatientes, liderada por Ricardo Sainz y Díaz de Lamadrid; la Vieja Guardia de Franco, representada a escala nacional por Raimundo Fernández Cuesta y con Anselmo de la Iglesia como principal responsable en Valladolid; los Círculos José Antonio, donde figuraba José Miguel Arrarte, y la no menos célebre Comunión Tradicionalista, opuesta a los carlistas de Carlos Hugo de Borbón y representada en Valladolid por José Millaruelo.


Banderas de Castilla, Veteranos del Frente de Juventudes, Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (JONS), Universitarios Falangistas, Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS), Agrupación '4 de marzo', Falanges Juveniles, Comunidades de Base de la Falange Provincial, Unión Nacional Sindicalista Castellana, Agrupación de Mujeres Falangistas..., las agrupaciones nacidas al calor del Movimiento eran, como podemos comprobar, muy numerosas.

Entre ellas, había de todo menos unidad. A finales de 1975 se había creado en Madrid el Frente Español, llamado luego Frente Nacional Español (FNE) y aglutinador de falangistas históricos como Fernández Cuesta, Valdés Larrañaga, Elola y Agustín Aznar. Y es en junio de 1976 cuando, al calor de la nueva Ley de Asociaciones Políticas, el FNE reclama para sí las siglas de Falange Española de las JONS (FE-JONS). El Gobierno se lo concede en octubre, no sin duros altercados con aquellos que, apellidándose 'auténticos', se decían los verdaderos herederos del ideario de José Antonio.



FE-JONS de Valladolid celebró su acto de refundación en septiembre de 1976, con la firma, en Cigales, de un 'Pacto de la Unidad Falangista', que quería reunir a todos los grupos anteriores y que, no obstante, será muy difícil de mantener. Al frente del partido en Valladolid estuvieron en estos primeros momentos Eduardo Lapeña Leloup, Joaquín Fernández París y Gutiérrez del Castillo.

Mucho más importante fue sin duda Fuerza Nueva, nombre de la revista fundada en 1966 por el notario Blas Piñar y partido creado en Valladolid en mayo de 1976. Pretendía aglutinar el integrismo católico y todas las corrientes identificadas con el franquismo para posibilitar la continuidad del régimen.

Su primer delegado en Valladolid fue Francisco Bocos Cantalapiedra, emparentado con la potente familia iscariense de los Muñoz, al que sucedió, en 1977, Jaime Martínez Beltrán. El piso que el secretario José María Sanz Lorenzo tenía en la calle Mantilla fue su primera sede, antes de pasar a la Plaza de España.

Aglutinadora de apellidos tan renombrados en la ciudad como Artigas, Calero, Santander, Rojo o Vázquez de Prada, después de los primeros comicios democráticos Fuerza Nueva reorganiza su directiva con nombres como Javier Hernández de la Rosa (presidente), José María Vázquez de Prada, Ángel Crochi y Valentín Lara, que dos años más tarde, y tras sufrir una escisión interna conocida como 'grupo Cisneros', serían reemplazados por nuevos militantes, con Luis Cid a la cabeza. Por su parte, la rama juvenil (Fuerza Joven) tuvo en Jesús María de Vega, Francisco Triana, Santiago Milans del Bosch y Fernando Santander sus representantes más destacados entre 1977 y 1979. Isabel Martínez Iranzo hacía lo propio en Fuerza Femenina.

Espiral de violencia

Entre 1979 y 1981, Fuerza Nueva -en especial su rama juvenil- protagonizó numerosos atentados contra personas, establecimientos, sedes de partidos y locales públicos considerados de izquierda, en una espiral de violencia que, semitolerada en un primer momento por las fuerzas de seguridad, parecía no tener fin. Aquí arranca el término 'Fachadolid'.

Estas acciones violentas coparon la prensa del momento: apaleamientos como el de mayo de 1977 contra cuatro militantes del PCE que colocaban carteles electorales en la Universidad; ataques contra los congregados en manifestaciones promovidas por partidos de izquierda, como en la de 1978 en favor de las autonomías; y atentados terroristas como los destrozos en la residencia de los jesuitas en diciembre de 1976, donde se había presentado un libro sobre el PSOE o el incendio, en diciembre de 1979, de la sede del Movimiento Comunista, en el que murieron dos ancianos que vivían en un piso aledaño. Hasta el gobernador civil, Román Ledesma, sufrió los ataques dialécticos de los extremistas durante el entierro de un guardia civil el 10 de octubre de 1979, sin olvidar las agresiones sufridas cuatro días después por los secretarios de Información y Juventud de UCD.

Pasaban los días y la violencia no parecía cesar. Un artefacto explosivo incendió la librería 'Isis', en la calle López Gómez, el 16 de octubre de 1979, y tres conocidos extremistas se encerraron en la sede de UCD, el 25 de enero de 1980, colgaron una pancarta culpando a la formación de los atentados de ETA y profirieron gritos contra la revista 'Interviú'. También apedrearon el Ayuntamiento, la sede de UCD y EL NORTE DE CASTILLA el 30 de enero de 1980.

Un artefacto explosivo causó destrozos en la sede del Partido Comunista (marxista-leninista), en la calle Nicasio Pérez el 10 de febrero de 1980, y siete días después, de nuevo EL NORTE DE CASTILLA era atacado, esta vez con un cóctel molotov reivindicado por los Grupos Armados Revolucionarios. El día 23 ocurría otro tanto en el Aula Lardizábal de la Facultad de Derecho, donde iba a tener lugar un 'acto antifascista'.

A muchos causó estupor leer lo ocurrido el 18 de abril de 1980: Luis González Pasquau, exmilitante de CNT, hijo del histórico socialista Carlos González Maestro y maestro del Instituto Núñez de Arce, fue asaltado en plena calle y metido a la fuerza en un coche. Los asaltantes le taparon los ojos y lo condujeron a un descampado, donde le apagaron cigarrillos en la cara y le propinaron una brutal paliza. Luego lo arrojaron en la calle Vergara.

El 4 de julio de ese mismo año, un artefacto explosivo lanzado en el Ayuntamiento por el Comando Onésimo Redondo destruyó parte de la sala de lectura del Archivo Municipal. Ni siquiera las salas de cine quedaron a salvo: el 13 de noviembre de 1980, el desaparecido Cine Cervantes sufría los ataques de los ultras por proyectar 'El proceso de Burgos'. No fueron estos los únicos atentados con explosivo de aquel mes: los Grupos Armados Revolucionarios reivindicaron el cóctel molotov lanzado contra EL NORTE DE CASTILLA el 16 de noviembre de 1980, y la sede de la CNT, en la calle Real de Burgos, ardió el 19 de noviembre de 1980.

Al mes siguiente, el asesinato en Madrid de Juan Ignacio González, secretario nacional de Fuerza Joven, fue contestado en Valladolid con ataques violentos en la Universidad: el 15 de diciembre, ultraderechistas armados con cadenas y palos atacaron a estudiantes de la Facultad de Derecho reunidos en asamblea y zarandearon e insultaron al vicedecano Fernando Valdés.

Entre los sucesos más impactantes, ocurridos en los albores del 23-F, figura el atentado en el café Largo Adiós, ocurrido el 6 de enero de 1981 y reivindicado por los Grupos Armados Revolucionarios. Fueron cuatro disparos con resultado trágico: dos de ellos alcanzaron en la espalda y en la cabeza al entonces estudiante de 5º curso de Medicina Jorge Simón, calificado por la prensa nacional como «destacado dirigente estudiantil, exmilitante del PTE».

La gota que colmó el vaso de la paciencia política fue el atentado con bomba en la sede del PSOE, en la calle General Ruiz, el 19 de enero de 1981. Fueron más de cuatro kilogramos de pólvora lanzados por la ventana a las cuatro y veinte de la madrugada. El resultado, destrozos valorados en cinco millones de pesetas.

Los afectados acusaban a las autoridades policiales, en especial al jefe superior de Policía, Eutiquiano de Prado, de comportarse con excesiva tolerancia contra los violentos de extrema derecha. De ahí los esfuerzos de diputados socialistas, en especial de Gregorio Peces Barba y Juan Colino, por su renovación. Estas presiones, unidas a las del gobernador civil, Román Ledesma, comenzaron a dar frutos en septiembre en 1980, con la llegada a nuestra ciudad de Carlos Enrique Gómez de Ramón, nuevo jefe superior de Policía, que venía de combatir a la extrema derecha en Córdoba.

A partir de ese momento el rosario de detenciones de ultras no se hizo esperar, desactivando así la previsible trama civil del 23-F en Valladolid.

viernes, 18 de febrero de 2011

Cuentos de viejas

ENCICLOPEDIA DE LA VIDA. Tomo V.
Ed. Bruguera, 1970.

Las falsas creencias en torno a las funciones del organismo han existido siempre. Aunque desprovistas de fundamento, en ocasiones contienen algo de verdad

A mediados del siglo XIX, Louis Pasteur demostró concluyentemente que muchas afecciones humanas se debían a unos organismos microscópicos que denominó gérmenes, inaugurando el camino para su tratamiento efectivo.

De manera extraña, sin embargo, la teoría de los gérmenes no fue aceptada por todos. Tuvieron que transcurrir unos cuarenta o cincuenta años para que la mayoría de médicos creyesen en ella. Lord Lister, el gran cirujano inglés que introdujo la antisepsia en la sala de operaciones, luchó toda su vida con muchos colegas suyos, imbuidos de ideas ridículas sobre los gérmenes.

Si la profesión médica tardó tanto en convencerse, no es sorprendente que hoy día haya aún tantas personas con ideas absurdas sobre las afecciones causadas por microorganismos. La gente se muestra reacia a creer que los trastornos gástricos con diarrea y vómitos se deben frecuentemente a gérmenes existentes en la comida y la bebida. En cambio, afirman que «algo les ha hecho daño», o que sufren un «ataque de bilis», lo cual constituye una descripción muy poco acertada, puesto que tales infecciones no tienen nada que ver con la bilis.

Hace unos años se creía que unas sustancias denominadas ptomaínas eran producidas por ciertos alimentos, y que las mismas causaban también desórdenes gástricos. Aunque en la actualidad es bien sabido que esto es totalmente falso, la gente todavía habla de la «intoxicación ptomaínica».

Esta falta de realismo se debe también a lo poco que la gente sabe de su propio organismo. Mientras exista tanta ignorancia, habrá mitos y leyendas, especialmente debido a la lentitud con que los conocimientos científicos tardan en llegar al público.

Tal vez, una de las tendencias más alentadoras de los últimos años haya sido el auge de los programas populares de televisión, de libros, revistas y artículos de prensa dedicados al tema de la salud. Naturalmente, todavía quedan incluso en los países más avanzados creencias populares, atrasadas respecto a los conocimientos médicos actuales. Por ejemplo, tomemos el tema del estreñimiento. Durante siglos, la defecación era una de las pocas funciones orgánicas que los médicos pudieron regular. De ahí que llegaron a creer que era de tremenda importancia vaciar los intestinos con «regularidad», y muchos se pasaban gran parte de su tiempo recetando medicamentos o dietas contra el estreñimiento.

El público respondió a estas ideas con gran entusiasmo y, sobre todo en la época victoriana, la gente estaba obsesionada por el estado de sus intestinos. Se hacían colosales esfuerzos para mantener la mencionada regularidad; se ingerían alimentos especiales a toneladas y se recetaban decalitros de medicamentos laxantes. Se castigaba con severidad a los niños que dejaban de «cumplir con su deber» cada mañana. Se les felicitaba por la vivacidad de sus pupilas y el buen color de tez cuando visitaban el retrete cada mañana. Médicos y legos unieron sus esfuerzos para imaginar toda clase de afecciones, como dolor de cabeza, cansancio, irritación y dolor de espaldas, supuestamente debidas al estreñimiento. Vaciar los intestinos cada mañana se convirtió en una especie de alta meta moral.

Todo esto, claro está, era una gran necedad. Con el advenimiento de la psicología y la psiquiatría a comienzos del siglo XX se puso de manifiesto que existían unas razones muy definidas, relacionadas con la enseñanza de modales higiénicos enla infancia, para que el ser humano se obsesionase con la regularidad funcional de sus intestinos. Eventualmente, resultó evidente para los médicos que no ir a diario al retrete no podía causar daño alguno. Pero el mal ya estaba hecho, y hasta bien avanzado el siglo, muchos tratados sobre la salud aún declaraban con toda solemnidad que mantener vacíos los intestinos era condición indispensable para gozar de buena salud y para el tratamiento de muchas enfermedades.

Todavía existen centenares de miles de personas, sobre todo, claro está, entre los individuos de edad madura o senil, preocupadas indebidamente por su «limpieza interior». El virtuoso del jazz Louis Armstrong (recientemente fallecido), por ejemplo, declaró con frecuencia su gran fe en los laxantes, que tomaba copiosamente, y que creía le ayudaban a mantenerse perennemente joven.

Quienes suelen verse más libres de tales prejuicios son los jóvenes, pero todavía existen muchos hogares donde hay un frasco de laxante en el botiquín, que suele administrarse aún con cierta regularidad a los niños.

La ignorancia también es responsable de toda clase de creencias extrañas respecto al cáncer. Este es un tema que, hasta hace poco, muy pocas personas deseaban siquiera discutir. En efecto, la educación pública respecto al cáncer sigue siendo terriblemente inadecuada en casi todos los países del planeta. Por esto, la gente afirma y cree que el cáncer no puede curarse (lo cual es falso, si se detecta a tiempo, en una gran mayoría de casos), que el cáncer es hereditario (no lo es, pero la gente cree este mito porque tal enfermedad es tan común que, en casi todas las familias, al menos dos miembros la han padecido), y que existen «casas con cáncer», en las que los sucesivos inquilinos han fallecido de tal dolencia (puesto que el cáncer produce una de cada cinco muertes en los países occidentales, todas las coincidencias son posibles).

Como el cáncer, las enfermedades mentales también se han visto sujetas a mitos y leyendas en todo el mundo. En la mayoría de países, la gente creía (y cree aún) que la persona mentalmente enferma es víctima de la brujería o que está poseída por fantasmas, malos espíritus o demonios. Esta idea de la posesión demoníaca se repite tesoneramente en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Todavía se sustentaba firmemente en el mundo «civilizado» en la Edad Media, y en 1487, dos célebres inquisidores publicaron un ensayo que afirmaba categóricamente que la pérdida súbita de la razón era sintomática de la posesión diabólica. Los protestantes aceptaron esta doctrina con igual facilidad que los católicos. Giordano Bruno, filósofo italiano, fue lo bastante imprudente como para decir que a su juicio la gente mentalmente enferma no tenía por qué estar embrujada, y no tardó en pagar caras sus opiniones, ya que en el año 1600 fue condenado a la hoguera.

Aunque las ejecuciones de las ancianas mentalmente trastornadas decrecieron rápidamente en Europa y América después de 1700, la idea de la posesión por los espíritus aún continúa vigente en algunos países. En las islas del Caribe, los campesinos temen aún que los espíritus de los muertos puedan penetrar en sus organismos, enloqueciendo como resultado de ello. A los que más se teme son a los fantasmas de las personas de raza india. Se hallan creencias semejantes en algunas regiones de África, donde el brujo del lugar tiene como misión arrojar los malos espíritus del cuerpo del demente. Como tanto el paciente como el brujo creen en esta clase de exorcismos, esta forma primitiva de psiquiatría suele producir buenos resultados.

Sin embargo, las misma ignorancia respecto a las enfermedades mentales se halla aún hoy día en los países occidentales, donde la educación debería dar como resultado una actitud más inteligente. La inmensa mayoría de seres humanos ya no asocia las enfermedades mentales con la posesión diabólica, pero subsisten ciertas reacciones irracionales. La gente cree que es preferible mantenerse lejos de los dementes. De manera similar, muchas personas están convencidas de que los trastornos mentales no pueden curarse, lo que no es cierto.

Naturalmente, la ignorancia desempeña un papel preponderante en la creación de mitos relativos a temas «tabú», como la excreción, el sexo, el embarazo y otros por estilo. La educación de la masa respecto a dichos temas estuvo durante largo tiempo gravemente limitada y sólo únicamente la gente tiene a su alcance una información amplia y fidedigna. Tomemos un asunto tan simple como la lactancia natural. Este tema se ve aún rodeado por multitud de mitos. Algunas mujeres creen que no deben comer calabaza u otros vegetales con semillas durante la lactancia. Piensa que éstas se mezclan con la leche y pueden asfixiar al lactante. Esto es totalmente imposible. Todo lo que comemos se descompone en el aparato digestivo en diversos elementos químicos antes de ser absorbidos por la sangre. Ninguna semilla de calabaza podría ser asimilada de otra forma y, aun en caso contrario, no tendría la menor posibilidad de viajar por la sangre hasta los senos.

Otros mitos respecto a la lactancia se refieren a la creencia de que sí la leche de una madre parece azul y débil, ella debe suspender la lactancia a pecho. Naturalmente, estos fenómenos son completamente normales en muchas mujeres. También es falsa la idea de que la leche materna no les sienta bien a muchos recién nacidos, por lo que éstos deben dejar el pecho. Otras madres creen que hay que suspender la lactancia a pecho si se restablece el periodo menstrual, lo cual constituye otro error. Pero tal vez el mito más perjudicial de la lactancia sea la tan extendida leyenda de que una madre no puede volver a concebir mientras alimenta a pecho a su hijito. Claro que puede…, y esta falsa creencia es seguramente responsable de muchos de los hijos no deseados. Existen muchos errores relacionados con la concepción y la anticoncepción. Muchas personas creen que es imposible que una mujer quede encinta durante su periodo menstrual, seguridad que ha llegado a darse en letra impresa, pero que no es cierta. En determinadas circunstancias, una mujer puede quedar embarazada en cualquier momento del mes, motivo por el cual el método del «ritmo» para el control de natalidad es tan poco eficiente.

Otros errores incluyen la creencia de que no es posible concebir realizando el coito en posición erecta (de pie), impidiendo que la mujer llegue al orgasmo, sentándose, tosiendo, estornudando u orinando después del coito, y finalmente que no se concibe si el himen, o membrana virginal, no se rompe (por desgracia, casi siempre hay una grieta en el himen).

Todos estos errores, y otros semejantes, conducen sólo a una cosa: a los hijos no deseados. La tremenda ignorancia respecto al sexo y al embarazo que todavía prevalece entre gran parte de la población mundial crea y perpetúa esos mitos.

BOOK OF LIFE (1969)

jueves, 17 de febrero de 2011

Uno de los líderes del Movimiento Antiglobalización es un cura pederasta

[Ya olía a podrido este supuesto movimiento "revolucionario" lleno de curas, de nacionalistas, de tecnófobos y de perroflautas...]

Cura belga antiglobalización François Houtart confiesa acto de pedofilia


(AFP) – 29/12/2010

BRUSELAS — El cura marxista belga François Houtart, promotor de la Teología de la Liberación y figura del Movimiento Antiglobalización, reconoció haber cometido actos de pedofilia contra un menor hace 40 años, tras una denuncia, informó el miércoles el diario belga Le Soir.

François Houtart, de 85 años, admitió al periódico belga que él es el "canónigo A", acusado por una de las 475 denuncias presentadas este año ante una comisión creada por la Iglesia belga para tratar casos de eclesiásticos pedófilos.

Apodado "el Papa de la antiglobalización", Houtart fue presentado por sus partidarios en octubre pasado como candidato al Premio Nobel de la Paz en 2011. La campaña a su favor se detuvo poco después.

"A. se introdujo dos veces en la habitación de mi hermano para violarlo", explicaba la autora de la denuncia, una prima de François Houtart en cuya casa se había hospedado el cura. El niño tenían entonces 8 años, según ese testimonio.

Contactado desde Ecuador, el cura, que figura en la 12º posición en un sondeo sobre los católicos más influyentes de Bélgica, reconoció en forma parcial los hechos.

François Houtart, dando ejemplo de integridad moral


"Al atravesar la habitación de uno de los niños de la familia, toqué en efecto sus partes íntimas en dos ocasiones, lo que lo despertó y asustó", declaró, mientras que su prima habla de "violación".

"Evidentemente fue un acto irreflexivo e irresponsable", admitió, asegurando no haber abusado nunca de otros menores.

La publicación en septiembre del informe de la comisión, encabezada por el psquiatra infantil Peter Adriaenssens, provocó un enorme escándalo e hizo tambalear a la Iglesia católica belga. Trece personas que sufrieron abusos se suicidaron, según el informe.

Ex profesor de la Universidad Católica de Lovaina (UCL) y experto durante el Concilio Vaticano II, François Houtart fue uno de los arquitectos del Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2001.

En sus declaraciones, Houtart explicó también haber estado "listo para renunciar al ejercicio del sacerdocio" y a "asumir todas las consecuencias" de sus actos, hoy en día prescritos.

Un profesor del Gran Seminario de Lieja le aconsejó de todos modos, según dijo, seguir siendo sacerdote, lo que ha hecho trabajando en América Latina, Palestina y Asia.

martes, 15 de febrero de 2011

WikiLeaks decepciona a los «magufos»

En las últimas semanas había noticias sobre los documentos que WikiLeaks han sacado a la luz. Algunos decían que también se hablaba sobre los ovnis y otras conspiraciones mundiales. Pero para decepción de los «magufos»... ¡Nada de nada!

En una de las «entrevistas en vivo» dadas por Julian Assange nos dice:

«He dicho antes que existe información sobre ovnis en el CableGate. Esto es verdad, pero son sólo pequeñas referencias pasajeras. La mayoría del material concierne a la forma de actuar de sectas del tipo culto OVNI para captar a futuros adeptos. Por ejemplo, hay un cable bastante extenso, que daremos a conocer en los siguientes días, relacionando a los Raelianos, una secta de culto OVNI que tiene una fuerte presencia en Canadá y que fue la preocupación del embajador de Estados Unidos en el país. En ese tiempo, los Raelianos decían haber clonado a un ser humano, y fantásticamente la prensa de todo el mundo cayó en el engaño, apareciendo en las portadas de todos los periódicos.»

O para los conspiranoicos del 11-S:

«Existen conspiraciones por todas partes, pero también hay locos de las conspiraciones. Es muy importante no confundir a las dos. Me siento molesto constantemente con que la gente siga a diario falsas conspiraciones como las que rodean al 11-S, cuando por otro lado tenemos pruebas de conspiraciones reales como la guerra o el fraude financiero masivo.»

Como se ve, cada momento que pasa, tales creyentes se están quedando sin argumentos, ni ilusiones.

lunes, 14 de febrero de 2011

Aniversario de la muerte de Melchor Rodríguez

Hay momentos en los que algunos, en vez de dejarse llevar por los acontecimientos del momento, mantienen su integridad a pesar de tales circunstancias. Cuando el afán de venganza y crueldad primaba durante nuestra guerra civil de 1936-39, hubo alguien que mantuvo el respeto a la vida humana como guía de su conducta. En ambos bandos la muerte predominaba, tanto en el frente como en la retaguardia. Todos, prácticamente todos, fueron culpables de varios crímenes. Ante este panorama hubo un ser humano sencillo que hizo todo lo contrario para evitar más muertes de incluso sus enemigos políticos, y este personaje fue el anarquista sevillano Melchor Rodríguez García. Un auténtico humanista que fue consecuente con sus principios libertarios y no se dejo llevar por la corriente de irracionalidad y descontrol de ese periodo de nuestra historia, lo que le llevó a tener muchas enemistades entre los suyos y, en especial, de los estalinistas.

En su momento, Melchor, llegó a denunciar la presencia de muchos maleantes y delincuentes afiliados en el seno del mismo movimiento libertario, auténtica gentuza que bajo el anonimato de las masas, y refugiándose bajo unas siglas políticas y sindicales, cometieron todo tipo de atrocidades, influyendo sobre el resto que en condiciones normales ni se les ocurriría hacerlas. Ante esta marea violenta y fratricida él, Melchor, y junto a los compañeros del grupo de afinidad anarquista, fueron quienes resistieron y se negaron a dejarse arrastrar por la situación. Y lo hicieron activamente, oponiéndose a que se cometiesen más muertes en nombre de la lucha antifascista o la revolución social, cuando estuvieron al cargo de las prisiones madrileñas. Como ácratas no podían permitir que se matase a otros seres humanos indefensos por unas ideas políticas y creencias religiosas opuestas a las suyas. Fieles a sus principios anarquistas, no podían tolerar que se hiciese lo mismo que hacían, o se suponía entonces, aquellos a quienes combatían, no era muy consecuente con la búsqueda del bienestar y la libertad para todos, sin excepciones, del anarquismo.

Un día como hoy, pero de hace 39 años, moría Melchor Rodríguez, incluso con el reconocimiento de altos cargos del franquismo, a quienes salvo la vida. A pesar de estos contactos, tampoco se libró de la represión franquista y estuvo encarcelado algún tiempo durante la dictadura, igual que lo estuvo antes durante la monarquía y el periodo republicano, solamente por defender los derechos de los trabajadores a través de la CNT. Pudo formar parte del régimen de Franco, pero nunca quiso, a pesar de las ofertas, y siguió siempre afiliado y militando en el anarcosindicalismo clandestino de esos años. A pesar de las injurias que alguien ha dicho sobre él, su actitud heroica es un ejemplo a recordar. Os pongo este texto de Alfonso Domingo que escribió para la revista Germinal sobre él y sus compañeros: «Los Libertos».

Melchor Rodríguez y «Los Libertos»

Por Alfonso Domingo

Melchor Rodríguez García es una de las figuras más representativas de una corriente anarquista que tuvo en la Guerra Civil la prueba más dura a la que se puede enfrentar un libertario: defender la vida de sus enemigos acérrimos, de aquellos que seguramente no dudarían —y no dudaron— en liquidar sin remordimientos a sus oponentes obreros. Esta corriente, el anarquismo humanista, tuvo arraigo en varios grupos ácratas de Madrid, entre ellos «Los Libertos», el grupo al que perteneció Melchor desde sus inicios en la FAI. Exnovillero, oficial chapista y activo sindicalista, fue el responsable de las prisiones republicanas entre noviembre de 1936 y marzo de 1937 y posteriormente, hasta el final de la contienda, concejal de cementerios de Madrid. Como representante del consistorio madrileño, le cupo la tarea de entregar la ciudad de Madrid a los nacionales el 28 de marzo de 1939.

Es cierto que no sólo fue Melchor Rodríguez el que salvó la vida a miles de personas en el Madrid asediado por las tropas franquistas. Y que su labor fue propiciada por muchos dentro del anarquismo y fuera de él —Colegio de Abogados, Tribunal Supremo, Cuerpo Diplomático—, pero sin su decidido carácter, sin su voluntad, su desprecio del peligro y sin unas firmes ideas en las que asentarse, Melchor no hubiera podido salvar a más de 10.200 personas —número de presos en las cárceles de Madrid—, además de haber refugiado en su casa a casi medio centenar y pasar a otras a Francia.

Para hacer muchas de estas cosas, y sobre todo para parar las «sacas» y los fusilamientos de Paracuellos, Melchor se apoyó en el grupo «Los Libertos» de la FAI. Uno de sus miembros, su gran amigo Celedonio Pérez, se desempeñó bajo el mandato de Melchor como director de la prisión de San Antón. Otros colaboraron con él en la incautación del palacio del Marqués de Viana, en la calle Duque de Rivas, donde buscaron refugio gente de lo más variopinto de Madrid: curas, oficiales del ejército, falangistas, propietarios de almonedas y pequeños industriales, dueños de los talleres y garajes donde había trabajado Melchor, funcionarios del Cuerpo de Prisiones, sus familias e incluso la amante de un exministro radical con su familia.

Años de dictadura y cárcel: el Madrid de Primo de Rivera

Antes de repasar la historia de Melchor y «Los Libertos» en la Guerra Civil, para tener un poco de perspectiva, debemos echar la mirada algo más atrás y regresar a los años 20, cuando se junta en Madrid un colectivo obrero que es empleado sobre todo en las obras del Metro y de ensanche de Madrid.

Cuando, en septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera, espadón mayor, asume dictatorialmente el poder en España, primero desde un Directorio Militar y después desde un Gabinete Civil, sus objetivos son claros: palo duro a los obreros y recursos para la guerra de Marruecos. Entre las primeras medidas del dictador está meter en cintura a los sindicatos anarquistas, más combativos y revolucionarios que los socialistas. Los militantes confederales tienen que moverse en la clandestinidad y pasan más tiempo en la cárcel que en la calle. Mientras sus organizaciones están clausuradas, los libertarios se afilian a las Casas del Pueblo de la permitida UGT para poder seguir la lucha en secreto. Allí, en la Casa del Pueblo de Madrid, están, entre otros, Cipriano Mera, Mauro Bajatierra, Melchor Rodríguez, Antonio Moreno, Celedonio Pérez, los hermanos González Inestal, Teodoro Mora, Feliciano Benito y David Antona. Después, durante la dictadura primoriverista se agrupan en el Ateneo de Divulgación Social.

Melchor Rodríguez García ha llegado a Madrid en 1920 huyendo de la policía sevillana, que le tenía fichado como secretario del sindicato de la Madera y Carroceros, desde el que ha impulsado una huelga contra los patronos, detenido Manuel Pérez, el anterior secretario.

Hijo de familia humilde, había nacido en el barrio de Triana, en Sevilla, en 1893. Su padre trabajaba de maquinista en el puerto y su madre en la fábrica de tabacos. A los 10 años, desde que murió su padre en un accidente laboral en el puerto de Sevilla, tuvo que emplearse en los talleres de calderería y ebanistería sevillanos y olvidarse de sus pretensiones de estudiar. De aprendiz pasó a chapista, ocupación que simultaneó con su deseo de triunfar en el mundo de los toros.

Como novillero toreó en muchas plazas con éxito, como en Sanlúcar de Barrameda en 1913. Dejó la profesión tras una cogida en la plaza de Tetuán, Madrid, en agosto de 1918 y otros intentos en Salamanca, El Viso y Sevilla en 1920. Si varias cogidas le retiran de los ruedos, no ha sido menos importante su ingreso en la CNT, donde, además del médico Pedro Vallina, ha recibido las primeras lecciones sindicales de hombres tan carismáticos como Paulino Díez y Manuel Pérez, dos puntales libertarios siempre perseguidos. Paulino y Manuel han sido decisivos para que Melchor abandone los toros.

En Madrid, donde se ha casado con Francisca Muñoz, una antigua bailaora amiga de Pastora Imperio, Melchor trabaja en los mejores garajes y es cotizado por su buen hacer profesional de oficial chapista. Como en Sevilla, participa desde el momento de su llegada en la organización sindical cenetista. El entorno en el que se mueve Melchor, la flor y nata del sindicalismo madrileño, reúne no sólo a los personajes importantes de la CNT, que dirigirán los destinos de la Confederación hasta la Guerra Civil, sino que alberga en su seno las diferentes corrientes y afinidades que cristalizarán también en la FAI. Pero para eso aún tienen que pasar algunos años, años de militancia difícil, a menudo clandestina, donde esos hombres entrarán y saldrán a menudo de las cárceles —Melchor sufrió la prisión en más de treinta ocasiones en ese período—. Años en los que se fajarán en los combates sindicales, en los conflictos y las huelgas, en las asambleas y comités, en sus lecturas y discusiones.

En la mañana del 12 de diciembre de 1923, varios agentes se presentan en el piso de la calle Amparo, en el castizo barrio de Lavapiés donde vive Melchor con su mujer y su hija, con una orden de registro. Los policías pronto encuentran lo que buscan: los libros de actas, sellos de caucho y la caja del grupo sindical de constructores de carruajes del que Melchor es secretario. Ocultos en bolsas debajo de la cama, hallan abundante prensa anarquista en la cual se injuria a las autoridades y a la policía. También se incautan cartas de significados sindicalistas, nombres ocultos bajo apodos, todo lo cual es motivo de interrogatorio, de proceso con una fianza de mil pesetas que ni él ni el sindicato pueden pagar.

Desde que ha empezado a visitar con asiduidad la cárcel Modelo de Madrid, Melchor se da cuenta del desamparo de los presos y de sus familias, sabe de sus problemas y soledades, de sus desesperos, sin poder trabajar y obligando a los familiares a buscar recursos para el penado. En el sindicato, Melchor habla, recolecta, dirige campañas. La organización no debe dejar desamparados a los suyos, jamás los luchadores deben dudar del apoyo de los demás, más afortunados con la libertad.

Frente a los marxistas, doctrinarios de escuela, propagandistas en tajos y círculos, los anarquistas predican también en las cárceles. Todos los reclusos pueden ser ganados para la lucha, no hay clases en la liberación. La redención es la palabra clave. Tal y como recibió el testigo, en una cárcel, los presos políticos y sociales son su misión. A ella se dedica, nombrado por la CNT responsable nacional del Comité pro-presos. Lo suyo es la palabra, el verbo crudo de explotado, el grito de los parias de la tierra, pero eso sí, florido.

Melchor estudia. Lee los libros de los grandes autores ácratas, volúmenes usados que van de mano en mano en aquellos medios, como las revistas y periódicos. La palabra se comunica, se discute, se intercambia. La palabra se escribe, y las palabras se piensan. Junto con los presos, «las ideas» serán parte fundamental en su vida, empeño en el que se formará leyendo por las noches, robando horas al sueño y los fines de semana. Informado de los movimientos y las corrientes, Melchor se alinea en los que creen fundamentalmente en la bondad del ser humano, las personas elegirán lo correcto una vez que tengan la educación suficiente. La cultura es necesaria para darse cuenta de los problemas del mundo y cómo solucionarlos.

Pero tan importante como las ideas es la organización, la fuerza de los que libremente se asocian para conseguir aquel fin. La acción, en suma, tan cara y cercana a la praxis ácrata. Fruto de toda aquella efervescencia se constituye la FAI, siglas que llegarán a ser admiradas y temidas. La Federación Anarquista Ibérica, fundada entre paellas y sol en una playa de Valencia en 1927, agrupa a los portadores de la llama, los anarquistas de las ideas, el cerebro revolucionario que irradiará su influencia dentro de la CNT.

Junto a Melchor, en el grupo llamado «Los Libertos», se arracima una decena de hombres, gente como Feliciano Benito, Celedonio Pérez, Francisco Trigo, Salvador Canorea, Manuel López, Santiago Canales, Francisco Tortosa, Luis Jiménez, a los que se une el asturiano Avelino González Mallada a partir de 1931. Es grupo importante dentro del faísmo madrileño.

Feliciano Benito viene del grupo «Los Iguales», que formó con Pedro Merino y Mauro Bajatierra. Celedonio Pérez, Zamorano, había sido picador en las minas asturianas y en 1924, exiliado en Francia, había conocido a Durruti y Ascaso. Sobresalía en el ramo de la construcción y tenía un carácter combativo, bondadoso, optimista, con convicciones profundas, que explicaba y trasmitía bien, sobre todo a los jóvenes. Su influencia sobre otros miembros de la CNT y la FAI era evidente, como con García Pradas, al que había enseñado el anarquismo. A pesar de su corazón dañado, por lo que finalmente tuvo que dejar la construcción, era un hombre incansable y buen organizador. Manuel López, gallego, pertenecía también del ramo de la construcción. Francisco Tortosa era de esos hombres sabios y buenos, que preferían predicar entre los jóvenes de las Juventudes Libertarias. Era un asiduo de la Casa del Pueblo y del Ateneo de Divulgación Social, además de las escuelas racionalistas. Según lo describe Gregorio Gallego, advertía a todos, no sólo a los partidarios de la violencia, del riesgo de caer en una dictadura comunista, tan peligrosa como la fascista. Con buen criterio, opinaba que el fascismo, más que una ideología, era una suma de intereses de la derecha para superar los problemas sociales del capitalismo, que exigía obreros sumisos. Pero para él era más peligroso el comunismo, ya que se presentaba como la única solución que tentaba a muchos obreros a la vía totalitaria. El viejo Tortosa no era bien visto por los marxistas y por muchos jóvenes libertarios, arrebatados por la violencia y con la palabra revolución llenándoles la boca, que veían trasnochado su ideal humanista. Gregorio Gallego recuerda que fue con él a un mitin de José Antonio Primo de Rivera, con quien había coincidido y polemizado en la cárcel. También conocía a Largo Caballero y a José Díaz, «Pepillo», de los tiempos en que los dos andaban perseguidos en Sevilla. Melchor Rodríguez y Francisco Tortosa adoptaban posiciones muy parecidas, y si el primero era la acción tanto como las ideas, en el viejo Tortosa, esgrimir la palabra y convencer al contrario era lo fundamental. Le parecía que el comunismo, o la dictadura anarco-bolchevique que defendían algunos, era contrario al hombre, consecuencia del fracaso que supondría no poder desarrollar una sociedad de hombres libres, armónica, donde la producción fuera pareja con la justicia social y la libertad.

En ese contexto, dentro de la FAI, encuentro entre anarquistas españoles y lusitanos, Melchor se dedica, como Tortosa, a «las ideas». Estudia la Revolución rusa, sobre todo al anarquista Nestor Majno, sobre cuya figura publica artículos. Los temidos bolcheviques, los comunistas, habían acabado con los anarquistas en Rusia —ya llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas— de la manera más cruel: sencillamente fusilándolos.

Entre los artículos y los comités de huelga, Melchor se muestra muy activo. Cuando no es detenido por delitos de imprenta, lo es por la Ley de Orden Público o como miembro del Comité Pro-Presos español «filial de París». Entre 1927 y 28 ingresa en cuatro ocasiones en prisión y su casa es sometida a continuos registros, en alguno de los cuales le encuentran documentos del Comité. Si su fama de preso decano se conoce en todo el sindicalismo, comienza también a conocerse su faceta de articulista polémico, de versificador nato. Fama acrecentada por los poemas, por los discursos y los mítines. Articulista incansable, publica con frecuencia en CNT, La Tierra, Solidaridad Obrera, Campo Libre, Castilla Libre, Frente Libertario y Crisol. El resultado es casi siempre el mismo, hasta 1930: semanas o meses en la cárcel.

En la Modelo, poco antes de las elecciones del 14 de Abril, Melchor y otros presos anarquistas coinciden con los líderes republicanos firmantes del pacto de San Sebastián. Las desconfianzas libertarias sobre aquellos burgueses bien vestidos y alimentados, con servicio telefónico y pijamas de seda, se verán confirmadas nada más llegar el nuevo régimen.

La República, una esperanza frustrada

Entre las primeras cosas que hacen los cenetistas —Melchor en el grupo— aquella tarde del 14 de abril, es exigir al ministro de la Gobernación provisional, Miguel Maura, la libertad de todos los presos sociales de la cárcel Modelo. Aunque Maura no puede impedirlo, a partir de ese momento habrá un pulso entre él y la CNT.

Dragón dormido en el letargo de la dictadura de Primo de Rivera, la CNT resurge con brío en los nuevos aires republicanos. Ha llegado el momento de hacerse oír, de avanzar en la organización y mejorar las penosas condiciones de una clase obrera a la cola de Europa. La huelga de Telefónica es el primer pulso entre la CNT y el gobierno, sobre todo con Ángel Galarza Gago —político radical-socialista—, director general de Seguridad: el Mola de la República acepta el desafío de la CNT, que quiere una compañía española y no controlada por los norteamericanos de la Standard.

Los operarios, organizados en la CNT, presionan a la compañía. Ésta se niega a negociar, y el 6 de julio de 1931 comienza una huelga masiva. Melchor, en ese momento presidente del Ateneo de Divulgación Social, se revela como uno de los animadores del conflicto, que se enquista en unas semanas. Hay choques, heridos, sabotajes —se destruyen máquinas e instalaciones— y enfrentamientos con violencia. Contra los sindicalistas manda el Gobierno la fuerza pública, con orden de disparar contra los huelguistas. Los locales anarquistas son asaltados, detenidos los dirigentes obreros —Melchor entre los primeros—, y trasladados a la cárcel Modelo. Según contará después en un artículo, veinte responsables son aislados en celdas de castigo; el resto, unos treinta, se hacinan en celdas de la primera galería, donde se encierran en actitud de protesta. Melchor pasea de un lado a otro en el exiguo espacio de su celda, repleta de inmundicias, donde pican las chinches y donde sólo puede permanecer de pie o sentado en el suelo, ya que lo único que tiene son las sucias cuatro paredes: ni banqueta, ni camastro.

Un mes después, varios sindicalistas son puestos en libertad. El mismo día, Melchor participa en la reunión diaria que mantienen los huelguistas de la Telefónica en el cine Ideal de la calle Embajadores, unos 600. Se lee un telegrama de Barcelona, suscrito por Niembro, un directivo que estuvo retenido por los cenetistas para presionar a la compañía.

«¡Mira, Niembro, cómo tiemblo!», corean algunos una ocurrencia feliz de Melchor, inventor de frases y consignas, que relata incidentes de la huelga:

—Galarza miente, ha contestado a La Tierra que no hay detenidos, y hoy, aunque hemos salido muchos compañeros, quedan todavía 31 en la cárcel. Y cuando dice que ha sido abierto el Ateneo de Divulgación Social no dice que ha sido debido a la presión de los sindicalistas. No hagáis caso de la policía, ni de los confidentes o infiltrados que tenemos. ¡Triunfará la huelga!

Termina Melchor, arengando, encendido de palabra, ancho de cuerpo, gesticulante:

—¡Arza, Galarza!

Defenestrado Miguel Maura, contra él escribe Melchor el 27 de octubre de 1931, haciendo balance después de seis meses de proclamada la República. El artículo es demoledor, como el mote con el que le bautiza Melchor:

RETANDO Y REPLICANDO

Para Maura, el de los 108 muertos:

Dice el señor Maura, el de los 108 muertos, que si la CNT no acata las leyes, llegará un momento en el que el gobierno, sea el que sea, tendrá que disolverla y perseguirla. Esto señor Maura, el de los 108 muertos, no nos coge de susto a los hombres que, sacrificándolo todo, defendemos a la gloriosa CNT. Desde que esta central obrera y revolucionaria nació a la vida de España ha sido constantemente perseguida, disuelta, y sus militantes encarcelados, deportados, ametrallados en plena calle, incluso se les ha aplicado la criminal «ley de fugas», lo mismo en tiempos de la monarquía tiránica como en los actuales de República «democrática» de «trabajadores» con tricornios.

Nadie mejor que usted, hijo de «aquel» que manchó sus manos con la sangre de nuestro maestro, el gran Ferrer, puede decir otro tanto. Las 108 familias visten de luto por culpa directa del que fue el Ministerio de la… Opresión; de los 108 hogares convertidos en permanentes sepulcros espirituales de aquellos 108 cadáveres que jamás se borrarán de la mente de sus familiares y de la de todos los hombres de honrados sentimientos; los 108 asesinatos cometidos a sangre fría por quien, desde su heredado sillón, ordenaba a la Guardia Civil: «Disparad sin previo aviso».

Funcionarios de la Brigada de Investigación Social le detienen de nuevo el 15 de febrero de 1932, como líder de la huelga de los chapistas. Sale a los pocos días, con el tiempo suficiente para intervenir en un gran mitin a favor de los presos deportados que se celebra en el madrileño teatro Fuencarral. Los deportados son la consecuencia de una huelga general revolucionaria que la CNT ha promovido el 19 de enero pasado en la comarca del Alto Llobregat del pirineo catalán. El gobierno selecciona a 104 anarcosindicalistas y los embarca en el buque Buenos Aires que sale de Barcelona y que con escala en Valencia y Cádiz se dirige a la Guinea Española. En sus insalubres bodegas, entre otros destacados libertarios, viajan Durruti y los hermanos Ascaso. En el acto, ante un auditorio abarrotado, Melchor lee cartas de los presos sociales de la cárcel Modelo de Madrid y recita un poema que arranca encendidos aplausos.

También escribe en La Tierra, pluma vigorosa, contra los excesos de aquel régimen burgués, ciego a las protestas de los trabajadores, sobre los que lanza a la fuerza pública. Melchor hace balance de los muertos por la represión oficial desde el 14 de abril de 1931 al 14 de abril de 1932:

¡Pasajes!, ¡Parque de María Luisa!, ¡Jefatura de Policía de Barcelona!, ¡Arnedo!, ¡«Malos Aires», barco maldito!, ¡España proletaria, enlutada! He ahí el fúnebre símbolo de una España ancestral, cuyo martirologio tendrá la virtud de resucitar una España nueva, prólogo sublime de un mundo mejor, en donde el sol de la Justicia y de la Libertad bañe por igual a todos los humanos, inundando de amor y fraternidad los corazones, hasta hacer totalmente imposible que los hombres se exploten, se odien y se despedacen como fieras salvajes... Y que no tengamos que lamentar el desolador balance de otro 14 de Abril, en cuyo aniversario, y mientras el luto, el dolor y la miseria se ensaña en los humildes hogares de los deudos de las ¡ciento sesenta y seis! víctimas, no han faltado divertimentos que el pueblo que sufre no pudo compartir.

Vuelve a ser detenido por un artículo en La Tierra. Le piden una fianza de 50.000 pesetas para conseguir la libertad condicional. Tras la comisaría, el Juzgado de Guardia y la Dirección General de Seguridad, donde le encierran en una celda en la que se hacinan ya 25 presos comunes, dos policías preguntan nombres y apodos con malos modos y peores pulgas. Cuando Melchor, además de su filiación dice el motivo por el que está allí, político social, uno de los policías le interrumpe, impetuoso:

—¡Qué cojones de social! ¡Usted está aquí por ladrón o por otra cosa mala cualquiera!

—¡Ladrón u otra cosa lo será usted!

Encrespado por la respuesta, el policía empuja a Melchor.

—¡Ladrón y asesino, porque en la CNT no hay más que ladrones y asesinos!

—¡Y yo le repito que el que roba y asesina es usted! —responde Melchor, más resuelto que antes—. Además es usted un grosero, indigno de llamarse hombre y siquiera policía, puesto que carece de educación para tratar con personas.

—¡Le voy a dar a usted un puntapié en los cojones, que se los voy a desbaratar!

Melchor se defiende de la agresión del policía y le arrea un guantazo. El otro, a empellones, le mete dentro del calabozo y le arrebata el pañuelo, cuyos picos asomaban del bolsillo de su chaqueta, dejándolo rasgado y roto.

—¡Traiga aquí mi pañuelo! ¡A ver si va a resultar que el único ladrón que hay aquí es usted! —increpa el anarquista al inspector.

El policía redobla sus insultos, pero Melchor acaba enmudeciéndolo:

—No será usted tan caballero que me diga su nombre como yo le doy el mío, Melchor Rodríguez, y usted ¿me quiere decir como se llama? Sobre todo para saber con quien me tengo que romper la cara.

Melchor acaba su peregrinaje en la cárcel Modelo, entre los presos comunes, quinta galería. El ácrata toma la pluma de nuevo y escribe otro artículo que publica La Tierra y Solidaridad Obrera. Bajo el título «De cómo se piden diez mil duros por mi libertad y cómo se comportó conmigo un incorrecto agente de policía» habla de sus peripecias hasta llegar a la cárcel. A él, como a otros anarquistas, no se les aplica el régimen político, mientras que, por el mismo delito, señores de «la buena sociedad» como Juan March, tienen el régimen privilegiado.

Como consecuencia de ese artículo, March, que está en esos momentos en las celdas especiales de la cárcel Modelo —donde no le falta de nada— intenta pagar la fianza de Melchor ganándoselo para su causa. Maniobra que el libertario rechaza, al igual que han hecho otros compañeros en la cárcel que han hecho oídos sordos a sus cantos de sirena.

Enero de 1933, con la matanza de Casas Viejas, es una fecha crucial en la historia de la II República española. En la sede madrileña de la CNT, la tragedia, contada por las plumas de Miguel Pérez Cordón en CNT, Ramón J. Sender en La Libertad y Eduardo de Guzmán en La Tierra cae como un mazazo. De todos los que están en la sede confederal, es Melchor quien más se emociona. Tiene la cara llena de lágrimas, el sentimiento a flor de piel, la indignación buscando cauces para manifestarse:

—¡Asesinos! ¡Malditos asesinos, yo os maldigo y cualquier persona decente! ¡Los republicanos son peores que los monárquicos! ¡Tenemos que echar a este gobierno, no se puede asesinar a los hambrientos trabajadores porque pidan trabajo y tierra!

En los días siguientes, Melchor pasa a la acción. Las crónicas de Cordón, Guzmán y Sender hablan de una superviviente de los sucesos, testigo directo del inicuo comportamiento de unos guardias que actuaron como fieras. Está detenida en Cádiz y Melchor viaja a la ciudad andaluza como responsable del Comité Nacional Pro-Presos. Quiere conseguir la libertad de esa mujer, nieta de Seisdedos, hija de una de las víctimas de la barbarie.

La leyenda de «La Libertaria» comienza a trascender entre los trabajadores de toda España. De Medina Sidonia es trasladada a Cádiz. Allí la visitará Melchor, junto con Miguel Pérez Cordón, dedicado a la libertad de María. Ante el escándalo político, María Cruz Silva es puesta en libertad. Comienza el idilio en Cádiz entre Miguel y María. En agosto viajan a Madrid, ya unidos libremente. Pérez Cordón comienza a trabajar en CNT. Y en noviembre, María participa en un gran acto en Madrid.

El mitin en el que Melchor presenta a «La Libertaria», en el cine Europa, de Bravo Murillo, es recordado durante mucho tiempo. Miles de personas abarrotan el local y las calles próximas. Intervienen varios oradores de la Confederación, y entre otros temas, se narra la tragedia de Casas Viejas. Hay lágrimas de emoción cuando Melchor habla y cuenta la historia de una chiquilla, hoy ya mujer, que escuchaba las enseñanzas del viejo carbonero Francisco Cruz, Seisdedos, que como un apóstol sembraba las ideas en Casas Viejas, un pueblo andaluz como otros sometidos al feudalismo de los caciques señoritos y los curas. María Cruz Silva está vestida de negro, como una mártir. Logra leer un párrafo hasta que la emoción le impide continuar.

El 18 de abril de 1933, Melchor Rodríguez vuelve a publicar en las páginas de La Tierra la siniestra relación de la represión policial: ciento veintiún nuevas víctimas más en un año. A destacar, las veintitrés en los enfrentamientos de Casas Viejas. De 1931 a 1933, la policía de la «República de Trabajadores» se ha llevado por delante la vida de doscientos ochenta y siete proletarios. Las cárceles están llenas de sindicalistas, la mayoría sin orden judicial. Otros han sido deportados a Guinea, la prensa es censurada por el Gobierno y la aplicación del Estado de Alarma y las leyes de Defensa de la República y de Orden Público reducen a la mínima expresión las garantías y derechos individuales.

Discutiendo con Ramiro Ledesma en Ocaña

En 1933, el gobierno quiere dar un escarmiento y cortar de raíz la escalada de los grupúsculos facciosos. Tras un asalto de los jonsistas de Ramiro Ledesma a la Asociación de Amistad Hispano-Soviética, la policía detiene a unos cuantos derechistas y Casares Quiroga anuncia que se acaba de descubrir un complot contra el régimen, en el que aparecen ligados, contra natura, nada menos que la FAI, las JONS y grupos fascistas, con la connivencia del cristianosocial padre Gafo.

Y tras el anuncio, la razia: 3.000 detenidos en toda España, desde el 19 al 23 de julio, día en el que caen Melchor, los hermanos González Inestal y otros miembros de la FAI. Los verdaderos culpables, sin embargo, no son hallados. El día 26, de madrugada, son trasladados al penal de Ocaña, donde también llega el turbio conglomerado conspirativo de monárquicos, fascistas de Primo de Rivera y jonsistas, entre ellos Ramiro Ledesma. Ramiro Ledesma quiere atraerse a los anarquistas a su causa y con él mantendrá Melchor divertidas polémicas en la cárcel.

Todos saldrán al poco. Pero tardará poco Melchor en volver a la Modelo. Como encargado del Comité Pro-Presos, Melchor interviene en un mitin el día 16 de diciembre en el Teatro Monumental. Aunque no aprueba la violencia ciega, justifica lo que sucede ante el hambre jornalera, que ni compasión arranca de los señoritos. La policía le detiene una hora después, al regresar a su casa. A pesar de no encontrarle ningún documento comprometedor en los registros, la Dirección de Investigación Social envía un informe al juez con los antecedentes policiales de Melchor y algunas falsedades, leña para la hoguera: «Si bien no se le han podido encontrar pruebas, existe la convicción de que era uno de los elementos encargados de la provocación del pasado movimiento en la capital». De su defensa se ocupa un abogado que ya ha defendido a muchos confederales: Mariano Sánchez Roca, colaborador también de La Tierra. A Melchor, como a otros destacados anarquistas, lo acusan de sedición, cargo grave que no tiene el mismo tratamiento que los delitos de imprenta o calumnias.

A raíz del movimiento de diciembre de 1933 se acentúa el enfrentamiento entre los grupos que componen la Federación del Centro de la FAI, que analizan el fracaso, consecuencia del aislamiento y la lucha solitaria: faltan no sólo armas, sino aunamiento de fuerzas, más empujes. Cuatro grupos se emplean a fondo para influir en los otros e ir a una alianza obrera. Rechazada ésta, surge de fondo el problema de la violencia. Vuelve la vieja discusión sobre los atracos o expropiaciones. El grupo que preconiza la unidad de acción con otras fuerzas sindicales y sociales no es partidario de los atracos, y razona su postura. Reconoce que ha habido dignos militantes que han perdido su vida y su libertad para obtener dinero para la organización, pero si alguna vez han sido necesarios, la práctica ha demostrado que en la actualidad son perniciosos. «Estamos convencidos de que el que empieza a hacerlos por necesidad acaba haciéndolos por sistema», la pluma de Melchor, de Avelino, de Celedonio se adivina detrás de los documentos que difunden los grupos disidentes.

Los atracos han causado más daño a la organización que la persecución de la burguesía y el gobierno: «Nos han deshonrado, han desmoralizado a muchos compañeros y nos han costado mucho dinero, puesto que aunque hayan ingresado lo obtenido en el Comité nos cuesta más sacar a la gente de la cárcel. Muchos camaradas inocentes han pagado con la vida, otros están presos, o se han vuelto locos en prisión, y hubo bastantes que se alejaron de las ideas, fueron peligrosos para nuestra organización, se hicieron inmorales burgueses».

La conclusión, innegable, definitiva: quien quiera ser atracador que no sea de la FAI ni de la CNT: «La FAI no puede admitir dinero de los atracos, porque nos deshonra y perjudica. Los atracadores no pueden estar entre nosotros». Aunque se llegue al acuerdo de expulsar de los medios anarquistas a todo aquel que intervenga en estos hechos, no tiene validez, envuelta la CNT en necesidades perentorias: toda revolución necesita pertrechos.

La crisis intestina de la FAI se agudiza con el fracaso de la revolución de octubre, que trae división de opiniones entre los anarcosindicalistas: sin armas no hay revolución que valga. Aunque en Asturias han ido juntos a la huelga revolucionaria, en Madrid y en el resto de España no ha habido unión: todo ha sido un desastre. Salvo una heroica resistencia armada en la sede de la UGT de la capital por un escaso número de socialistas, contra el Ejército y la Guardia de Asalto, el resto de los militantes no ha querido saber nada de las armas que tenían, y los cuarteles comprometidos se han echado para atrás. Los anarquistas madrileños, que han pedido armas a sus colegas, se han encontrado con negativas. Y sin embargo, la represión les alcanza de igual manera que a los socialistas. Dentro de la FAI las aguas están revueltas, cada uno por su lado, malestar que salpica a la CNT. La mayoría de los anarcosindicalistas de Madrid están en contra del acuerdo con los socialistas. Seis grupos faístas defienden esa posición, frente a los ocho grupos restantes, pelea en total de un centenar de personas, un centenar de mundos.

Por otro lado, son detenidos libertarios de todas las tendencias y llevados a cárceles ya repletas. Melchor, Celedonio Pérez y otros destacados confederales son huéspedes durante meses de la quinta galería de la cárcel Modelo. En vano intentan que la prensa refleje su situación, que los poderes cedan. Nada pueden hacer los abogados, Sánchez Roca, Benito Pabón, hombres que lo intentan todo y que son también el hilo que les une a las familias. Están en plena clandestinidad y apenas actúa el Comité Pro-Presos.

Ya comenzado noviembre, el ministro de la Gobernación afloja el dogal. Salen algunos reclusos, entre ellos Melchor Rodríguez y Celedonio Pérez. Al día siguiente de ser puestos en libertad, Melchor y Celedonio, almas del grupo «Los Libertos», se presentan al ministro de la Gobernación para pedir la libertad de los presos gubernativos, compañeros encerrados sin estar sujetos a procesos.

—Hemos dejado la cárcel llena de compañeros. O los pone en libertad o nos reintegra ahora mismo con ellos, puesto que fuimos detenidos el mismo día con motivo de los sucesos de octubre. Si a nosotros se nos ha puesto en libertad, porque no hay delito, tiene que reconocerse en los demás.

—Reconozco que les sobra la razón —dice Eloy Vaquero, ministro de la Gobernación, radical de Lerroux—, yo soy partidario de no agudizar la represión. Las circunstancias nos han hecho adoptar medidas contra todo intento de revolución. Pero ante la tranquilidad que va acusándose en todo el país, les prometo a ustedes complacerles en su justo deseo.

En dos días, 250 presos abandonan la Modelo. Pero los anarcosindicalistas que van saliendo de las cárceles no lo hacen sin polémica. Los confederales no quieren saber nada de los políticos radicales y crece el resquemor contra Melchor y Celedonio, sobre todo a raíz de hacerse pública en La Tierra la visita al ministro.

Pocos días después se publica una nota de la Federación Local de Sindicatos, en la que se les desautoriza. Melchor se indigna y publica un artículo en La Tierra que los amigos califican de inoportuno y los enemigos de inaceptable. En él mantiene que no han realizado nada deshonroso ni censurable, sino una acción generosa en un terreno puramente anarquista, que no invocaron representación oficial y ataca por inoperante al comité de la Federación Local, que lleva Amor Nuño, hombre con el que no se lleva bien.

Cuando las pasiones se hallan más exacerbadas y el caso Melchor se hace bandería para aumentar la discordia, toma parte en el asunto la Federación de Grupos Anarquistas, que impone una rectificación pública de Melchor y Celedonio para no llegar a una ruptura. Celedonio cede, pero no Melchor, que con amor propio, se mantiene en su posición.

Un pleno a finales de febrero de 1935 le expulsa. El Comité Peninsular, con sede en Barcelona, enfría el asunto y aconseja una reconciliación, basándose en que no se han seguido los procedimientos correctos. Pero ya están rotos los vínculos fraternos entre las dos ramas de la FAI madrileña, demasiadas cuestiones no resueltas, demasiadas diferencias. Se coloca en primer plano el asunto de la unidad con la UGT y los atracos. En guerra abierta, se dedican los grupos a desprestigiar a los que mantienen posturas contrarias, suben de tono los enfrentamientos, las descalificaciones. Práctica de charco y cloaca, se injuria acusando de reformistas, traidores, vendidos a Gil-Robles o a Lerroux, se acusa de malversación de fondos, hasta que la situación es insostenible. El cisma se da entre dos tendencias. Una, la mayoritaria y dura, tiene ocho grupos y 62 individuos: «Los Hermanos», «Los de Siempre», «Adelante», «Los Rebeldes», «Acción y Cultura», «Los Desconocidos», «Los Impacientes» y «Actividad». Otra, algo más minoritaria, partidaria de la alianza y en contra de los atracos, con seis grupos y 43 personas: «Los Intransigentes», «Los Libertos», «Productor», «Acción y Silencio», «Joven Rebelde» y «Los Irredentos». En los últimos grupos militan nombres ilustres del anarquismo español y madrileño: además de Melchor, Celedonio Pérez, Feliciano Benito, Avelino González Mallada, los hermanos González Inestal, Benigno Mancebo, Falomir, Maroto, Francisco Trigo.

Por fin llega la fecha de la reconciliación. La noche del 11 de enero de 1936 se reúnen en pleno todos los grupos de la FAI. La expulsión de Melchor no es más que un asunto de la larga orden del día. Aunque pide con insistencia que le dejen hablar y explicar lo ocurrido, no podrá dirigirse a la reunión, que acaba de madrugada, vencidos los participantes por el cansancio y las energías empleadas en un pleno tormentoso donde se ha oído de todo: palabras, descalificaciones, abrazos y nuevos amores, encontrada la senda común, la concordia perdida. Aún hay gramos de cordura entre los libertarios, todos de acuerdo en la unidad revolucionaria para derribar el orden social burgués. En realidad el enfrentamiento se ha hecho personal entre unos y otros, pero todos hacen alardes de malabarismo verbal, necesidad de unión ante lo que sin duda se avecina.

El anarquismo es un movimiento en el que confluyen varias corrientes. Los que practican el naturismo y el vegetarianismo, los de la homeopatía, de La Revista Blanca; los ácratas de las ideas, diseñadores de futuros idílicos, celosos rabiosos de su libertad y con problemas para la asociación; los sindicalistas, y dentro de éstos, los partidarios de una alianza con la UGT y los que no. La FAI, a su escala, reproduce las corrientes internas del anarquismo. Melchor representa el ideal de pureza, humanista y no violento, partidario de la educación de las masas y de la sociedad para que las cosas caigan por su propio peso. Sin pretenderlo, cercano a lo que llegará a defender Julián Besteiro, el líder socialista y de la UGT, pero en ese momento, minoritario en el campo sindical, donde las tesis que triunfan apuestan por lo contrario.


En mayo de 1936, en plena preparación de la huelga de la Construcción de Madrid, la CNT se reúne en congreso confederal en Zaragoza. La Confederación está en su apogeo: 650 delegados representan a un total de más de millón y medio de afiliados. Los anarcosindicalistas cierran crisis anteriores y apuestan por una alianza revolucionaria con la UGT. A la clausura del congreso de Zaragoza acuden, en ferrocarril, numerosos sindicalistas. Melchor lo hace desde Madrid, con los compañeros de la Federación de Centro de la FAI, apaciguados los ánimos, recompuesta aparentemente la unidad, todos en armonía.

Al entrar en Zaragoza, como todos los libertarios del tren, Gregorio Gallego canta una canción de Melchor compuesta para la ocasión: «Bella Zaragoza / ciudad libertaria / cerebro anarquista / del bravo Aragón / eres vivo ejemplo / de lucha diaria / por los ideales de emancipación / tienes en tu historia revolución / y luchas con fe y libertad…»

Melchor es un hombre complejo, inteligente, con una nota de extravagancia, una nota discordante entre los cuadros de una revolución que siempre tienen una seca gravedad. Muy chistoso, también hace versos: un tipo de zarzuela, singular en todo, siempre se distingue, interviene en todas las discusiones, perejil de todas las salsas.

Una verdadera prueba de fuego para la fuerza de la CNT, la constituye, a partir de junio, la huelga de la Construcción de Madrid y ramas profesionales adheridas: fontaneros, carpinteros, pintores, electricistas y empleados del gas… En total 70.000 obreros de la Construcción de Madrid comienzan una huelga tras una asamblea general común de la CNT y la UGT. En esa reunión se comprometen a no volver al trabajo si no se acuerda en una nueva asamblea.

El conflicto de la Construcción se transforma en algo más que la lucha por el aumento salarial y la disminución de la jornada. Los patronos de la Construcción se resisten: la huelga se endurece. En los barrios obreros hay hambre y los huelguistas obligan a los comerciantes a servirlos, ocupan los restaurantes y comen sin pagar. Los piquetes de huelga se enfrentan a la policía, que se muestra impotente. Intervienen entonces los falangistas, ardorosos por aplicar a los albañiles su método de violencia contrarrevolucionaria. Atacan primero a obreros solitarios, y más tarde a los grupitos que se concentran delante de las obras. Estos asaltos han sido ordenados por Raimundo Fernández Cuesta, uno de los jefes falangistas más activos —preso José Antonio Primo de Rivera y trasladado a la cárcel de Alicante—, que quiere aplastar la huelga.

Los grupos de defensa de la CNT, encabezados por Cipriano Mera, responden a las agresiones y desalojan a punta de pistola a los miembros de Falange Española de las construcciones de Nuevos Ministerios. Los falangistas replican y hieren gravemente a varios anarquistas. En el toma y daca, la CNT ametralla un café donde se reúnen los miembros de la Falange. Tres falangistas de la escolta de José Antonio quedan tendidos en el suelo, muertos.

Reunidos en asamblea los huelguistas confederales, en el solar del Colegio Maravillas de Cuatro Caminos, hablan Cipriano Mera, Teodoro Mora y Antonio Vergara. Mera advierte a los reunidos de la inminente intentona reaccionaria que se cierne sobre sus cabezas. Se espera una asonada militar, pulso de fuerza que los obreros deben de afrontar. La UGT, después de consultar a sus afiliados, da la orden de volver a los tajos; alcanzado el objetivo esencial, el resto de demandas puede negociarse. Piensan que el conflicto puede degenerar en un peligro grave para el régimen, más incluso que para el gobierno.

Los patronos han cedido todo lo que podían, pero entre los albañiles militan los obreros más combativos de la CNT madrileña que continúan la huelga, convertida ya en una prueba de fuerza con el Estado, la UGT y los comunistas, a los que acusan de amarillos por violar la decisión asamblearia. No es fácil volver a la faena; la violencia de los cenetistas es más rabiosa con los esquiroles que con los agentes de la autoridad. Estallan peleas, batallas campales entre huelguistas y no huelguistas, algunos van armados, las culatas asomando en los bolsillos de los monos de trabajo. El 9 de julio, en diversos incidentes, se registran cinco muertos en las obras: tres de la UGT y dos de la CNT.

Los dirigentes de la huelga de la construcción, David Antona, secretario nacional, Teodoro Mora, Eduardo Val, camarero y dirigente del ramo de Hostelería, Cipriano Mera, Melchor Rodríguez y Celedonio Pérez, del ramo del Metal, Mauro Bajatierra, panadero, y Antonio Moreno, del Gas y la Electricidad, son detenidos e ingresados en la Modelo. Allí les sorprende el asesinato de Calvo Sotelo. Algunos son puestos en libertad el 16 de julio.

Estalla la Guerra Civil

Desde el 18, con la rebelión militar ya declarada, la CNT decide abrir por la fuerza los locales cerrados por la policía, requisa autos y busca armas. David Antona, secretario de su Comité Nacional, es liberado el 19 por la mañana. Lo primero que hace es acudir al Ministerio de Gobernación. Frente al general Sebastián Pozas amenaza con lanzar a las milicias confederales al asalto de las cárceles si no se libera a los militantes presos en ellas. Por la tarde es liberado el resto de los militantes, entre ellos Celedonio Pérez y Cipriano Mera.

Vestido con mono de miliciano, seducido por aquella sensación heroica de quien va a participar en el cambio del mundo, un cambio que será dramático pero al que hay que ir con entusiasmo, Melchor toma la palabra en las asambleas, se moviliza por todo Madrid en labores de propaganda y organización. Va de un lado a otro, incapaz de sustraerse a aquel frenesí. Lleva la pistola al cinto, una pistola que le han dado en el sindicato y que lleva siempre descargada.

A diferencia de muchos en aquella hora, Melchor no odia. Es quizá de los pocos que, a pesar de haber sufrido cárcel y sinsabores, no odia. Siempre ha tenido alegría de vivir, y eso se nota, se contagia. Y tampoco siente miedo, antesala del odio. Nunca lo tuvo, ni ante el toro, no lo va a empezar a incubar ahora, cuando hay tanto por hacer y una nueva sociedad espera. Tampoco Melchor y su anarquismo humanista son algo raros. Pertenece a un mundo —que arranca al menos del siglo XIX— de hombres y mujeres que durante décadas han estado creando el germen de aquella sociedad que hace precipitar el fracaso del golpe de julio de 1936. El proceso revolucionario que comienza en ese verano de 1936 y que transforma la faz de ciudades, fábricas y campos, es algo más que destrucción y sangre. Muchos libertarios creen que van a construir el mundo nuevo que llevan en sus corazones y del que se desterrará el odio y la venganza. Ese mundo ideal, formado por obreros y burgueses, libertarios y republicanos, socialistas e incluso gente de derechas, moderada, progresista, ha sido también contra el que se han sublevado los golpistas.

Cuatro días después del levantamiento, Melchor, viendo lo que está sucediendo, se dedica a salvar a personas perseguidas: él, con Celedonio Pérez, con Salvador Canorea y algunos miembros más de «Los Libertos».

Durante la República, la FAI ha actuado en un papel más secundario, detrás siempre de la CNT, inspirando algunos de sus actos, asonadas revolucionarias en ocasiones con final trágico. Pero tras la sublevación militar, la FAI saca toda su fuerza combativa y se lanza a la acción. «Los Libertos», el grupo de Melchor, siempre se ha dedicado a las ideas, receloso de la pérdida de principios con la masiva afiliación de los últimos años, efecto de la radicalización de los conflictos sociales. Melchor lleva tiempo advirtiendo de los peligros que acechan a la organización al admitir a gentes recién llegadas que buscan bajo el amparo de las siglas anarquistas satisfacer sus deseos o ansias de venganza. Entre ellos, delincuentes comunes que se integran en la revolución para poder realizar impunemente sus crímenes. Melchor ha combatido en los últimos tiempos, con el prestigio de su autoridad y su palabra, por la pureza de estas ideas, a riesgo ahora de naufragar en sangre.

En los meses previos a la guerra, en las asambleas, los compañeros no le escuchaban. «Cosas de Melchor», decían. Llegada la hora de la guerra, con hombres y mujeres bien intencionados, actúan otros con turbios intereses.

Melchor observa el desborde. La furia anda desatada, sin control. Algunas personas que encuentra por la calle, con terror en la mirada, le piden avales, cualquier papel que les acredite como afectos. Y él se los firma como valedor, viendo ya la marca de los excesos, la violencia mordiendo el corazón de todos. Melchor tiene en la mente una idea y para eso necesita una tapadera. Nada mejor que incautar un palacio, la aristocracia huida o escondida. Conoce uno, porque está cerca de Lavapiés y de la calle Amparo donde vive. Habla de ello con Celedonio Pérez y algunos compañeros de «Los Libertos».

Así que en la tarde del 23 de julio Melchor, junto con Celedonio Pérez, Luis Jiménez y otros miembros de Los Libertos, armados con unos viejos máuseres sin munición, se presentan en la puerta del palacio del marqués de Viana, en la céntrica calle del Duque de Rivas. El marqués, Teobaldo Saavedra, se encuentra con Alfonso XIII en Roma, y la duquesa de Peñaranda, su mujer, ha conseguido refugiarse en la embajada de Rumania.

Salvador Urieta, el mayordomo de los marqueses, les enseña el edificio temblando. Sin embargo, no tiene nada que temer. Ni él, su familia, ni ninguno de los criados, el jardinero y María, el ama de llaves. No habrá refugio más seguro para ellos en todo Madrid. Tampoco se tocará ninguna de las obras de arte del palacio. Desde el primer momento, Melchor y Celedonio realizarán un inventario, que mandarán luego, por correo diplomático, a su dueño en Roma. El palacio del marqués de Viana será el único que no sufrirá ninguna merma, tal y como dará fe el propio marqués al final de la contienda.

Melchor y Celedonio hacen una nueva distribución del palacio: algunas salas quedan a su disposición, así como las habitaciones más cercanas a la puerta. El palacio es refugio de muchísimas personas, entre ellos curas, militares, falangistas, funcionarios de prisiones, industriales, patronos.

Melchor sella carteles escritos a máquina que coloca en la fachada, en los que hace constar que aquel palacio ha sido incautado para museo del pueblo y centro cultural. Y se da a extender infinidad de avales, salvoconductos y documentos que sirven a personas y personalidades de distinta condición social, muchas sospechosas de apoyar la rebelión de los militares golpistas, para que puedan salvar su vida y enseres. Cientos de personas resuelven sus problemas con sólo enseñar el documento —con nombre auténtico o supuesto— firmado y sellado por Melchor. Un documento que se convierte en un retrato dedicado, fotografía suya que, junto con un poema sobre la anarquía, reproduce por cientos el fotógrafo Espiga.

Muchas personas de derechas llaman al número de teléfono del palacio, insertado en los avales, para que acuda en su auxilio por registros o detenciones. En aquellos primeros meses, de julio a octubre, salva decenas de vidas. Conforme pasan los días se ha corrido la voz: en el palacio de Viana un responsable, de solvencia antifascista, con sentimientos humanos, se dedica a amparar a las personas perseguidas que recurren a él en demanda de protección. Las visitas al palacio se multiplican; todo el mundo acude en busca de avales o que libere a familiares detenidos en las chekas. Rescata a centenares de personas de una muerte segura en el caos mortal de aquellos días.

Al frente de las prisiones

Pronto pudo dedicarse a aplicar sus ideas de anarquista humanitario. Ayudado por algunas personalidades y cargos republicanos, además de con el apoyo del cuerpo diplomático —que en su inmensa mayoría juega a favor de los rebeldes— es nombrado delegado especial de prisiones en noviembre de 1936 por el ministro anarquista Juan García Oliver. Desde ese puesto detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos. Diferencias de opinión le llevaron a dimitir durante quince días, espacio en el que continuaron algunos fusilamientos. Repuesto en su cargo, donde se mantuvo hasta marzo de 1937, echó un pulso a los responsables de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, donde Santiago Carrillo primero y José Cazorla después, con la inestimable ayuda de Serrano Poncela, obedecían los consejos de los asesores soviéticos de limpieza de la retaguardia. Esta actuación le valió a Melchor muchas críticas y acusaciones de ayudar a la quinta columna por parte de los comunistas.

El 6 de diciembre de 1936 tiene lugar un hecho por el que Melchor pasará a la historia de la Guerra Civil. Ese día, y durante horas, luchó solo y armado de su palabra, contra una multitud furiosa que en la cárcel de Alcalá pretendía tomarse la justicia por su mano tras un bombardeo de los rebeldes, que había producido varios muertos y heridos. Gracias a su actuación consiguió salvar a los 1.532 presos allí encerrados entre los cuales estaban importantes personalidades del futuro régimen franquista como Muñoz Grandes, Raimundo Fernández Cuesta, Martín Artajo y Peña Boeuf.

Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. Aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia, hasta el punto de que los presos comenzaron a llamarle «El ángel rojo», calificativo que él rechazaba. Creó una oficina de información, el hospital penitenciario y mejoró el rancho de los detenidos. Asimismo, acompañó a cientos de detenidos en los traslados a cárceles de Valencia y Alicante.

Su labor no pasaba inadvertida para todos aquellos que consideraban que no debía darse ninguna facilidad al enemigo, algunos entre los propios libertarios. Muy pronto tuvo que sortear un sinfín de peligros y penalidades y arriesgar varias veces su propia vida en el empeño. Hasta doce veces estuvo a punto de morir en la contienda, como él mismo contó de su propio puño y letra en algunos de los documentos que se conservan en el archivo del Instituto de Historia Social de Ámsterdam. De ellas, hubo media docena de intentos de asesinato, y aunque Melchor siempre calló los nombres o los responsables de esos intentos de eliminación, no es difícil adivinar que la mayoría provenían de las filas comunistas.

Su enfrentamiento con el PCE continuó con José Cazorla al frente de la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa. En abril de 1937 denunció la existencia de chekas estalinistas bajo sus órdenes directas. Fue cuando tuvo que rescatar de las manos de los comunistas al sobrino de Sánchez Roca, secretario de García Oliver en el Ministerio de Justicia. Aunque Melchor ya había sido cesado por García Oliver, la polémica entre la CNT y el PCE sirvió a Largo Caballero para liquidar la Junta de Defensa.

La labor de protección a los amenazados y perseguidos, prosiguió tras su cese de delegado de Prisiones y su nombramiento como concejal de Cementerios del ayuntamiento madrileño en representación de la FAI. Desde ese puesto auxilió a las familias de los fallecidos para que pudieran enterrar con dignidad a los muertos y poder visitar sus tumbas, amplió las zonas de sepulturas y resolvió el problema de los enterramientos de los refugiados muertos en las embajadas. Ayudó en lo que pudo a escritores y artistas y autorizó que su amigo Serafín Álvarez Quintero pudiera ser enterrado con una cruz en la primavera de 1938. Aunque supo de las intenciones del coronel Segismundo Casado —al que le unía una buena amistad— para dar su golpe y crear el Consejo Nacional de Defensa al que fue invitado, Melchor no jugó un papel activo en él, y aunque cayó en manos de los comunistas, como otros concejales, se salvó in extremis del fusilamiento.

El último acto, la entrega de Madrid

Cuando llegó el último acto de la Guerra Civil, en marzo de 1939, Melchor fue encargado de coordinar la ayuda a los refugiados libertarios en Francia por el Comité Nacional del Movimiento Libertario. A su disposición estaba una suma de dinero y un pasaje en avión que le hubieran evitado muchos sinsabores. Sin embargo, decidió no salir de España y que en su lugar lo hicieran Celedonio Pérez y su mujer.

Melchor Rodríguez fue de facto el último alcalde de Madrid durante la República y recibió el encargo, el 28 de febrero de 1939 por el Coronel Casado y Julián Besteiro, del Consejo Nacional de Defensa, de la entrega del consistorio a las tropas vencedoras. Presidió el traspaso de poderes durante dos días —aunque su nombre no quedara reflejado en ningún acta o documento—, haciendo alocuciones por radio e intentando que en todo momento las cosas trascurrieran pacíficamente.

Finalizada la guerra, la labor de Melchor no solo no fue reconocida, sino que se le sometió a la misma represión que cayó sobre todos los derrotados. Al poco tiempo fue detenido y juzgado en dos ocasiones en Consejo de Guerra. Absuelto en el primero de ellos y recurrido éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amañado, con testigos falsos, a 20 años y un día, de los que cumplió cinco. Cabe destacar en la celebración de este segundo Consejo de Guerra la gallardía del general Agustín Muñoz Grandes, al que Melchor, como otros militares presos, había salvado en la guerra. Muñoz Grandes dio la cara por él y presentó miles de firmas de personas que el anarquista había salvado. Pasó varios años de cárcel entre Porlier y Puerto de Santa María, donde cumplió la mayoría de su condena.

Cuando salió en libertad provisional de esta última prisión, en 1944, Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse a la dictadura instaurada por los vencedores y ocupar un puesto —que le ofrecieron— en la organización sindical franquista o bien vivir en un trabajo cómodo ofrecido por alguna de las miles de personas a las que salvó, opciones que siempre rechazó. Antes al contrario, siguió siendo libertario y militando en la CNT, actividad que le costó entrar en la cárcel en varias ocasiones más. En lo material vivía muy austeramente de varias carteras de seguros. Escribió letras de pasodobles y cuplés con el maestro Padilla y otros autores y de vez en cuando publicaba artículos y poemas.

En el comienzo de la larga noche del franquismo y del anarcosindicalismo clandestino, fue un firme apoyo del Comité Nacional de Marco Nadal. Junto con él mantiene contactos con la embajada inglesa para el reconocimiento de la Alianza de las Fuerzas Democráticas Españolas. En 1947 es detenido y procesado al año siguiente, acusado de introducir propaganda en la prisión de Alcalá, por lo que le cayó un año y medio de condena. Siguió actuando a favor de los presos políticos, utilizando para ello los amigos personales que tenía en el aparato de la dictadura, a pesar de las críticas recibidas por ello de algunos de sus mismos compañeros o desde la izquierda. Entre esos personajes estuvo el democristiano y presidente de la Editorial Católica Javier Martín Artajo (autor del sobrenombre de «El ángel Rojo») y el falangista y ministro de trabajo José Antonio Girón de Velasco.

Cuando se produjo el desencanto en el antifranquismo (años cincuenta y sesenta) mantuvo la antorcha confederal en la CNT del interior y se opuso a las actividades del cincopuntismo (pacto con los sindicatos verticales de un grupo de cenetistas) en 1965. A lo largo de su vida activa estuvo en muchos comités y comicios regionales y nacionales, y se puede decir que tuvo grandes amigos y grandes adversarios en la CNT.

Una muerte simbólica

Su misma muerte, el 14 de febrero de 1972, fue una muestra de su vida. En el cementerio, ante su féretro, se dieron cita cientos de personas entre las que se encontraban personalidades de la dictadura y compañeros anarquistas. Fue el único caso en España en el que una persona fue enterrada con una bandera anarquista rojinegra durante el régimen del general Franco. Unos rezaron un padrenuestro y al final, Javier Martín Artajo leyó unos párrafos de un poema de Melchor:

Y si un paria de la tierra
te pregunta lo que encierra
dentro de sí el anarquismo
explícaselo tu mismo
como su doctrina indica;
anarquía significa:
Belleza, amor, poesía,
igualdad, fraternidad,
sentimiento, libertad,
cultura, arte, armonía,
la razón, suprema guía,
la ciencia, excelsa verdad,
vida, nobleza, bondad,
satisfacción, alegría.
Todo esto es anarquía
y anarquía, humanidad.

Contumaz, optimista, expansivo, un andaluz con ángel según Jacinto Torhyo, la labor de Melchor, a lo largo de toda su vida, dignifica al ser humano y es —como otros muchos hombres y mujeres de izquierdas— un ejemplo que merece ser tenido en cuenta en este tiempo de intolerancias y sectarismos. Como él afirmó repetidas veces, «se puede morir por las ideas, nunca matar por ellas».

Personaje polifacético, con sus luces y sombras —algunos compañeros le achacaban exageraciones en todas sus acciones y falta de contención—, ejemplo de español de otros tiempos, la figura de Melchor Rodríguez se agiganta con el tiempo. Sirvan estas líneas como reconocimiento a este libertario que tuvo la virtud de cautivarme desde hace algunos años. La investigación para escribir un libro sobre su figura, que me ha llevado más de cuatro años, me mostró lo extraordinario de su vida y de su obra, hasta el punto de que muchas veces dudaba si no era realmente un personaje literario, de ficción. Fruto de ello es el libro Melchor Rodríguez, anarquista con ángel, un homenaje, merecido, a aquel paradigma de los que demostraron una gran humanidad en la Guerra Civil.

La suerte de «Los Libertos»

Respecto a los demás miembros de «Los Libertos», su suerte fue dispar, pero nunca renunciaron a sus principios. Uno de los que primero murió fue Avelino Gonzalez Mallada. Avelino, uno de los puntales del sindicalismo asturiano que, cuando dirigía el periódico CNT en 1932, se adscribió al grupo «Los Libertos», era muy amigo de Melchor, con quien dio mítines y sufrió encierro. Pasó el principio de la guerra en Gijón, en diversos puestos hasta que llegó a la alcaldía de la ciudad, en la que solo pudo estar un año hasta la llegada de las tropas franquistas. Hundido el frente norte, se trasladó a Barcelona y al poco salió en una misión de propaganda a los Estados Unidos. Allí murió en Woodstock, en marzo de 1938, en un sospechoso accidente de circulación (método expeditivo que ha utilizado en ocasiones el FBI), cuando hacía una gira para conseguir apoyo para la lucha de los antifascistas españoles.

Feliciano Benito seguiría tras la guerra, cuando fue fusilado tras rechazar las ofertas franquistas de cambiar de bando. En los primeros momentos de la guerra con una columna y con Cipriano Mera, tomó Guadalajara. Asimismo, luchó con Mera en las milicias en la defensa de Madrid. Posteriormente se desempeñó como inspector de milicias en el Ejército Popular y como comisario político en el IV Cuerpo de Ejército.

Manuel López murió al poco de acabar la guerra en el campo de Albatera. Francisco Tortosa tuvo más suerte. Al principio de la guerra combatió en la columna Águilas de la Libertad, en los alrededores de Madrid. En 1939 consiguió salir antes de la rendición y en el campo de Argelés, hacia los sesenta años, le entró la vena del dibujo. Precisamente de la pintura consiguió vivir en México durante el exilio.

Celedonio Pérez, director de la cárcel de San Antón durante el mandato de Melchor en las prisiones, fue posteriormente comisario de la división de Cipriano Mera. Aunque consiguió salir a Francia antes del final de la guerra, en 1940 fue devuelto por los franceses. Parece ser que estuvo implicado en un atentado a Hitler y Franco en 1940. Aunque fue condenado a treinta años, con indultos salió en 1944 y a partir de entonces trabajó en la reorganización del Comité Nacional de la CNT, sobre todo en los comités de Vallejo y Damiano. Volvió a caer en 1953 y un año después fue condenado a quince años, que empezó a cumplir en Guadalajara. Salió por su delicada salud y en 1956 murió en Madrid.