miércoles, 27 de mayo de 2015

Dos años ya, dos años....

Lamentablemente, estoy otra vez sin ordenador y ayer no pude recordar a nuestro compañero, mi hermano. Justo ayer fue 26 de mayo, dos años del fatal desenlace de JGC (Curio Dentato). Desenlace al que debemos juntar el más reciente (tres meses han pasado) de nuestra madre, que legalmente fue su heredera. El pasado 4 de mayo anularon el juicio contra la aseguradora de los malnacidos que explotaban a mi mellizo-hermano. Y ahora me toca a mí ir contra ellos, ¡legalmente! (lo otro todavía no lo he desestimado, pero esperemos acontecimientos).

¡Ójala!, estallase una 'señora' REVOLUCIÓN —como las que gustaba a Curio— para aplicar una verdadera justicia revolucionaria a toda esa castuza que vive a nuestra costa. Pero, ¡sueño es!

Y como homenaje, ya que no pude escibir algo para este momento, recordemos los escritos que ya tenemos en la Red sobre él: ¡¡¡Y PRONTA MUERTE A LA ECONOMÍA DE MERCADO!!!


JGC y su madre.
¡Qué la tierra les sea leve!

jueves, 21 de mayo de 2015

La rebelión de los pijos

     [Texto a recordar del año pasado —aunque eliminado de la red por el autor— en el cual nos refleja el tipo de gentuza que es nuestra 'casta' gobernante...]


Esperanza Aguirre: la rebelión de los pijos

Por RAFAEL NARBONA
(7 abril 2014)

Nací, crecí y estudié en un barrio de pijos. A mi pesar, conozco ese ambiente, con sus fobias, tics, manías y patologías. Vivía entre Ferraz y Pintor Rosales, una zona residencial del barrio de Argüelles. Estudié en el Fray Luis de León, un colegio católico con curas que exaltaban a Franco y nos molían a palos con cualquier pretexto. Pasaba los veranos en una exclusiva urbanización del Mediterráneo, que se promocionaba regalando apartamentos a los capitostes del franquismo. Carrero Blanco, Suárez y Carmen Franco y Polo aceptaron el obsequio y algunos se pasearon por sus playas, comercios y restaurantes, con su séquito de guardaespaldas y mayores o menores dosis de ostentación. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años y la pensión de mi madre apenas nos permitía llegar a fin de mes. Afortunadamente, el piso de Argüelles, con vistas al Parque del Oeste, era de renta antigua y el alquiler muy bajo, pero vivíamos debajo de un ático y las goteras convirtieron la vivienda en una cueva, con grandes manchas de humedad y un frío que penetraba en los huesos. Mi madre conservaba algunas joyas de mi abuela y las empeñaba una y otra vez para abonar las facturas. El recuerdo de sus excursiones al Monte de Piedad aún me produce abatimiento. Al final, vendió las joyas, pero gracias a eso mi hermana y yo pudimos estudiar en la universidad y preparar unas oposiciones, consiguiendo plaza como profesores de secundaria.

Cuando hace unos días, Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid, montó un numerito en la Gran Vía, arrollando la moto de un agente de Movilidad y huyendo a toda pastilla de la policía municipal hasta refugiarse en su palacete de Malasaña, reconocí de inmediato las señas de identidad de los pijos que conocí en mi infancia y primera juventud: arrogancia, pésima (o inexistente) educación, desprecio por los derechos ajenos, autocomplacencia, una lengua envenenada y una hipocresía proverbial, que no retrocede ante la mentira, la manipulación o la indiferencia hacia el sufrimiento de los más débiles y vulnerables. Si otro ciudadano hubiera actuado como Esperanza Aguirre, habría sido reducido, apaleado, acusado de atentado contra la autoridad y habría dormido en los calabozos de la comisaría de Moratalaz, el «Guantánamo» de Madrid. Sin embargo, los dos guardias civiles de su escolta intentaron resolver el incidente con un parte amistoso. La «Juana de Arco Liberal» (por utilizar la delirante expresión de Vargas Llosa, cada vez más empeñado en ser el nuevo Ernesto Giménez Caballero de las letras hispanoamericanas) protestó con su mala baba habitual: «¿Qué pasa, bronquita y denuncia? Vais a por mí porque soy famosa; tienes la placa, denuncia al vehículo». Esperanza Aguirre, que ni siquiera llevaba los papeles del coche, ha tardado varios días en disculparse, presionada por su propio partido. Eso sí, ha invocado su condición de sexagenaria, ha acusado a los agentes de machismo y ha comentado con desdén que «la moto estaba pésimamente aparcada». La aguerrida lideresa que hace unos días elogiaba a la policía ya no parece tan entusiasmada con las Fuerzas de Seguridad del Estado. En su deleznable artículo «¿Manifestaciones o motines?» (ABC, 31-03-14), afirmaba que el 22-M constituyó un «acto de terrorismo callejero». Imagino que intentar atropellar a un agente de Movilidad —de acuerdo con el relato de la denuncia—, arrollar su moto y huir después de la colisión, ignorando las sirenas de los policías que la persiguieron por el centro de Madrid, no es un «acto de terrorismo callejero», sino la justificada reacción de una pobre mujer de 62 años, cruelmente maltratada por la autoridad pública por invadir y obstruir el carril bus de la Gran Vía en una hora punta. A fin de cuentas, la intervención de seis agentes en la trifulca es una irrefutable prueba de violencia de género.

El vergonzoso comportamiento de Esperanza Aguirre no constituye una novedad. José María Aznar nos ha regalado momentos inolvidables, inspirados por ese espíritu pijo y macarra que caracteriza a los hijos de la alta burguesía, con grandes cuentas corrientes y grandes carencias humanas y culturales. De joven, Aznar era un fascista apasionado, que leía con arrobo las obras completas de José Antonio Primo de Rivera. No era un franquista acérrimo, pues entendía que el régimen había traicionado a la Revolución Nacionalsindicalista y soñaba con un renacimiento de la «dialéctica de los puños y las pistolas», que limpiara a España de rojos y separatistas. Algo después, su falangismo se moderó y se convirtió en palmero de Fraga, sin ocultar sus intenciones de escalar hasta la cima del poder. En esa época, fumaba dos paquetes de Winston al día, bebía Coca-Cola compulsivamente, pasaba del inglés y los gimnasios, se planchaba el pelo con gomina y conducía como un macarra, con las ventanillas bajadas y la música de Julio Iglesias a todo trapo. Entiendo que Esperanza y Josemari se hicieran amigos apenas se conocieron. Ambos mostraban el mismo desdén hacia el populacho. Al igual que el capitán Aguilera, jefe de prensa de Franco y décimo séptimo conde de Alba de Yeltes, consideraban que obreros y campesinos pertenecían a «una raza de esclavos»: «Son como animales, ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo —comentó Aguilera a un periodista durante la guerra civil—. Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste… Nuestro programa consiste en exterminar a un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del proletariado». Los historiadores no se ponen de acuerdo, pero incluso los más moderados atribuyen a Franco entre 200.000 y 300.000 víctimas. 114.000 hombres y mujeres aún yacen en grandes fosas clandestinas. Esperanza Aguirre, José María Aznar, Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Ana Botella, Alberto Ruiz-Gallardón y Cristina Cifuentes son —entre otros— los herederos de ese legado de crímenes y atropellos. Saben que en 1939 obtuvieron una aplastante victoria en una guerra de exterminio que en realidad debería llamarse «guerra de clases» y ahora pretenden impulsar una nueva contrarrevolución. La escandalosamente ignorante Esperanza Aguirre —aún recuerdo la carta que nos envió a los profesores, justificando sus recortes con unos párrafos plagados de faltas sintácticas y de ortografía— ha citado a Edmund Burke, padre del liberal-conservadurismo (old whig), con la intención de apoyar las medidas represivas contra los organizadores del 22-M. Burke era un reaccionario que detestaba la Revolución francesa y anhelaba el regreso del Antiguo Régimen, donde los trabajadores no eran ciudadanos, sino siervos. Indudablemente, ése es el objetivo del neoliberalismo, que desde los años 80 mantiene una agresiva cruzada política y mediática para destruir los derechos humanos, sociales y laborales. En España, ese fenómeno podría llamarse «la rebelión de los pijos», hartos de tantas protestas y tantas mamandurrias. Es decir, hartos de tantos trabajadores con salarios desorbitados, sindicalistas pedigüeños y pobres empresarios con ganancias irrisorias.

Esperanza Aguirre no ha cometido una infracción, sino un homicidio en grado de tentativa. Ya que la condesa consorte de Bornos y grande de España se muestra partidaria de «llamar a las cosas por su nombre», voy a tomar prestadas algunas de sus frases de su artículo «¿Manifestaciones o motines?». Lo que hizo Esperanza Aguirre merece el calificativo de «terrorismo callejero», pues pudo causar una desgracia y desató «el terror en las calles más céntricas e importantes de la capital». De hecho, desobedeció y desafió a «los policías encargados de mantener el orden y de defender los derechos de los madrileños». Su conducta temeraria y chulesca es «un aldabonazo en la conciencia de cualquier persona decente, de cualquier ciudadano consciente». Los jueces no pueden reaccionar con tibieza, pues «ante la extrema gravedad de estos hechos, la respuesta del Estado de Derecho tiene que ser proporcionada a su gravedad […] Si un salvaje ataca con un palo a un policía, lo derriba y lo patalea, no pueda irse de rositas». Creo que en este caso, el adjetivo de «salvaje» hay que aplicarlo a Esperanza Aguirre. No utilizó un palo, sino un coche y si el agente no hubiera disfrutado de buenos reflejos, quizás se encontraría dos metros bajo tierra. La condesa no debería «irse de rositas», pero ya se sabe que en el Estado español la ley no es igual para todos, pese a que la Constitución proclame lo contrario. De hecho, si Juan Carlos I —un jefe de Estado impuesto por la dictadura franquista y sin ninguna legitimidad democrática— hubiera hecho algo semejante, no se le podría juzgar ni multar, pues su figura es inviolable y no está sujeta a responsabilidad, de acuerdo con la Constitución de 1978.

La rebelión de los pijos se ha manifestado en las últimas semanas con la crudeza de un interminable neofranquismo disfrazado de monarquía parlamentaria: un joven ha perdido la visión de un ojo y otro un testículo en las Marchas del 22-M; 35 familias que vivían en La Corrala Utopía en Sevilla han sido desalojadas con innecesaria brutalidad, han muerto dos ciudadanos tras ser reducidos violentamente por los Mossos d’Esquadra, un periodista de La Haine ha sido golpeado, humillado y acusado de atentado contra la autoridad, sin otras pruebas que la presunción de veracidad de la policía. Cuando el Parlamento Europeo concedió a la PAH el Premio de Ciudadano 2013, Esperanza Aguirre protestó acusando a los parlamentarios de la UE de estar «borrachos de un sentimiento de superioridad moral que da miedo». Ahora está claro que ese «sentimiento de superioridad que da miedo» es tal vez el rasgo más acusado de su personalidad, lo cual le permite mentir sin mala conciencia, menospreciar el sufrimiento de las familias en paro o desahuciadas y vulnerar las leyes con bochornosa impunidad. No voy a decir que la situación ha sido mejor durante los gobiernos del PSOE, cuando la corrupción, la humillación de la clase trabajadora y el terrorismo de estado prosperaron como una plaga bíblica. Desgraciadamente, los felipistas (me niego a llamarlos socialistas) imitaron a los pijos y el PSOE de Felipe González pasó a la historia como el partido de la Beautiful People. De hecho, hoy en día Felipe —también conocido como Mr. X— acumula propiedades, se codea con tiranos (Mohamed VI), responsables de crímenes de lesa humanidad (Álvaro Uribe) y millonarios involucrados en golpes de Estado y vinculados con los carteles del narcotráfico (Carlos Slim y Gustavo Cisneros). España no es una democracia, sino una ciénaga, con señoritos displicentes, políticos corruptos, banqueros desalmados, obispos tridentinos, espadones de rostro patibulario, guardias civiles con aire de sayones medievales y condesas que se ríen de los ciudadanos, añorando las épocas donde la nobleza se abría paso a bastonazos y los alguaciles les cortaban las orejas a los impertinentes.


lunes, 18 de mayo de 2015

La ONU suspende a España por no actuar contra la tortura


El Comité contra la Tortura de la ONU señala a España que no ha adoptado las recomendaciones que ya le lanzó en 2009, que van desde adaptar la legislación hasta investigar los casos de torturas y poner medios para impedir su práctica.


El Comité contra la Tortura de la ONU publicó el pasado viernes sus observaciones finales sobre España, en las que recoge las anotaciones del informe sombra elaborado por Rights International Spain. Según explica esta organización en una nota, la institución de la ONU ha criticado en su informe que España «apenas» haya avanzado en el cumplimiento de las recomendaciones lanzadas en 2009, año del anterior examen a España sobre esta materia.

Desde la ONU señalan que en el Código Penal no se regula de forma adecuada los delitos de tortura y ni siquiera se adecúa a la definición de tortura contenida en la Convención Internacional contra la Tortura. Tampoco considera adecuadas las penas para este delito. Desde el Comité recuerdan también al Gobierno que los delitos de torturas, incluidas las desapariciones forzadas, no prescriben y le urge a tomar medidas para asegurar que los delitos cometidos durante la guerra civil y el franquismo sean investigados y juzgados.

Sobre el régimen de incomunicación para detenidos acusados de terrorismo, que puede durar hasta 13 días, la institución insta al Gobierno español a abolirlo e incluir en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, actualmente en proceso, garantías para que se respeten los derechos de las personas detenidas, como ser asistido por un abogado de su elección o ser atendido por un médico de su confianza. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, al igual que otros organismos internacional, también ha señalado a España que revise el régimen de incomunicación. También pide a las autoridades españolas que aseguren la grabación audiovisual en las dependencias policiales y en lugares de privación de libertad.

El Comité también señala el excesivo uso de la fuerza por parte de la Policía y Guardia Civil, tanto en manifestaciones como en las fronteras, y pide que se establezcan «normas claras y vinculantes sobre el uso de la fuerza» e investigue y lleve a juicio los actos de brutalidad policial. Sobre control fronterizo, también destaca la obligación a que el país preste asilo a personas que corran riesgo personal y previsible de ser sometida a tortura en sus países de origen y recuerda que ninguna persona puede ser expulsada, devuelta o extraditada a otro Estado sin que se evalúe antes su caso.

lunes, 4 de mayo de 2015

Cultura y consumo

 

Por HELENO SAÑA

Disminuye el número de personas que consideran la cultura como parte inseparable de su vida y aumenta el número de quienes viven de espaldas a ella y no tienen otra preocupación que la de acumular y consumir bienes materiales. La ocupación central del individuo medio no es la lectura, sino la de ir de compras y detenerse ante los escaparates, y de ahí que mientras la gente invade los supermercados, las librerías están cada vez más vacías. En muchos hogares hay más pares de zapatos y prendas de vestir que libros, y los pocos o muchos que existen son, en su mayoría, literatura de pacotilla, destinada más a embrutecer que a instruir. Lo que por inercia mental sigue denominándose cultura se ha convertido en una variante más del proceso de comercialización a que ha conducido la sociedad tardocapitalista, es, en realidad, una pseudocultura al servicio de los intereses creados del sistema. Este fenómeno, que se inició en los EEUU y que fue detectado ya en sus orígenes por Horkheimer-Adorno y por Herbert Marcuse, se ha extendido, entretanto, a los cinco continentes, incluido el europeo. Junto a la globalización de la dinámica económica estamos asistiendo desde hace tiempo a una globalización de la cultura de masas surgida en Norteamérica y exportada hacia el exterior en forma del american way of life, con toda la chabacanería y el primitivismo que esta denominación implica. Sin el ocaso de los valores culturales clásicos no hubiera podido surgir el culto al consumo material hoy predominante. Para reducir al individuo a la exigua y humillante categoría de homo consumens, los estrategas del sistema han tenido primero que despojarle de su dimensión espiritual y degradarlo a pura fisiología. Elegir el lleno material como forma suprema de autorrealización es el resultado directo de la alineación del hombre, entendida como pérdida de la conciencia de ser y como renuncia a formas superiores de existencia. Lo que llamamos sociedad de consumo no es, en efecto, más que el reflejo de una sociedad profundamente alienada.

Cultura es un concepto integral que lejos de limitarse a la acumulación de conocimientos o sapientia, incluye la cultura ética, cívica, política e interhumana, como se deduce de las enseñanzas de Platón y Aristóteles y de lo que ambos entendían por paideia o educación. Y no es ciertamente una casualidad que el retroceso de la cultura haya conducido a un deterioro cada vez más dramático de estos valores, sin los cuales ninguna sociedad puede funcionar. Lo que Georg Simmel llamó en su día 'tragedia de la cultura' se gesta ya en los centros docentes, destinados hoy a la enseñanza tecnocrática y utilitaria, no a formar personas cultas. De ahí el papel secundario que juega hoy la enseñanza de Humanidades, como pude comprobar una vez más visitando recientemente los inmensos recintos de la Ciudad Universitaria de Roma. Allí donde no existe un sistema pedagógico de base humanista, tampoco puede florecer una cultura digna de este nombre. Mientras que el objetivo básico de la pedagogía clásica era el de convertir al alumno o estudiante en un homo humanus, la que hoy predomina se contenta con fabricar técnicos, lo que ya de por sí denota el desprecio que la sociedad actual siente por la cultura.

No necesito recordar que el amor a la cultura ha sido, a partir de los maestros griegos, uno de los signos distintivos de Occidente y lo que ha permitido a Europa alcanzar un rango histórico, intelectual y axiológico del que han carecido y siguen careciendo otras zonas del globo. Ha sido también gracias a esta herencia cultural que nuestro continente ha podido superar una y otra vez la dimensión innoble y cainita de su historia, desde la esclavitud y la persecución de los cristianos en la Roma imperial al fanatismo religioso de la Edad Media y a las innumerables y sangrientas guerras de la Modernidad. Todo esto está en trance de irse a pique. Empezando por sus élites dirigentes, Europa es cada vez más infiel al legado cultural de que es portadora desde hace milenios. Infiel al patrimonio griego, al mensaje de Cristo, al humanismo renacentista, a la Ilustración, a las doctrinas sociales del siglo XIX y al liberalismo de que tanto presume. De ahí que viva por debajo de sus posibilidades histórica y se esté convirtiendo en una gran falsificación de lo que debiera y podría ser. Los personajes que hoy dirigen los destinos del continente son la negación más crasa de la cultura tanto política como ética. De ahí que no sirvan más que para mentir y lustrar las botas al amo de Washington.

La Clave
Número 126 (13-18 septiembre 2003)

viernes, 1 de mayo de 2015

El otro Pablo Iglesias


Por Rodolfo Alonso *

La Historia, generalmente trágica, no siempre se repite como farsa. A mí, al menos, me tocó descubrirla (en ciertos, pocos, momentos deslumbrantes) como metáfora.

Me conmovió por ejemplo, y me conmueve aún, que los mismos Pirineos fronterizos que un año antes, en 1939, don Antonio Machado cruzaba hacia Francia acongojado, dejando atrás al franquismo injustamente victorioso (junto a su anciana madre, pero ambos mezclados, hechos uno, con los dignísimos milicianos que habían defendido hasta el final la República española), se vieran al año siguiente, 1940, encarados en el sentido inverso nada menos que por Walter Benjamin, refugiado en París huyendo de los nazis alemanes y entonces, a su vez, intentando volver a librarse de esos mismos nazis que ya estaban ocupando Francia.

Como si no fuera completa la metáfora, Machado iba a morir pronto a pocos pasos, exiliado en el pueblecito de Collioure, y Benjamin no dudaría en empuñar contra sí mismo su pequeña pistola, en Port Bou, desesperado al no atinar con su intento de fuga hacia España.

En los últimos tiempos, sobre la misma Península Ibérica, otra metáfora histórica se me impone con fuerza. Porque el joven dirigente Pablo Iglesias (1978) que junto con sus compañeros de Podemos lograron incluir y encauzar una sanamente arrolladora fuerza política, enfrentada no sólo al derechista Partido Popular sino, incluso, a la alianza contra natura que, bajo el ominoso paraguas de la deletérea plaga neoliberal, había confundido y enredado con aquel al Partido Socialista Obrero Español.

Ese mismo legendario PSOE, fundado clandestinamente el 2 de mayo de 1879 por otro Pablo Iglesias (1850-1925), un joven tipógrafo gallego, en la taberna madrileña Labra. No sólo el más antiguo partido de España sino, también, el que había nacido capaz de sostener ideas marxistas al mismo tiempo que libertades profundamente democráticas.

Es decir, un joven Pablo Iglesias recompone y encabeza hoy, bajo otro (y muy similar) emblema, los mismos ideales que inspiraron no menos vehementemente a otro Pablo Iglesias, un auténtico líder obrero convincente y honesto. No sólo el mismo nombre, entonces, sino en la práctica similares ideales, similares objetivos y similares diagnósticos político-sociales.

Esa deslumbradora intensidad de las metáforas históricas fue resaltada a comienzos del siglo pasado por la fotografía, mediante la genialidad de Robert Capa y precisamente en medio de la legendaria Guerra Civil Española, cuyas imágenes indelebles y heroicas recorrieron el mundo al mismo tiempo que la histórica consigna antifascista del Madrid duramente asediado: «¡No pasarán!».

Desde muy joven perduró en mí el impacto de una vieja foto donde hablaba al pueblo en un mitin político un canoso Pablo Iglesias, aquel tipógrafo que fundó el PSOE pero también la UGT, la central obrera socialista, y cuya imagen de anciano sabio y confiable, en el aire de Unamuno, transmitía una indeleble dignidad.

Y la contundente evidencia de esa foto se me reiteró, no menos encendida cuando, releyendo una antigua edición que reúne textos dispersos de Machado (Los complementarios), reencontré aquella nota suya: «Lo que yo recuerdo de Pablo Iglesias», legítima e imborrable reminiscencia también infantil, publicada en el diario La Vanguardia de Barcelona, en plena guerra civil, el 16 de agosto de 1938.

Dice allí Machado: «Recuerdo haberle oído hablar entonces —hacia 1889— en Madrid, probablemente un domingo (¿un 1º de Mayo?), acaso en los jardines del Buen Retiro. (...) De lo único que puedo responder es de la emoción que en mi alma iban despertando las palabras encendidas de Pablo Iglesias. Al escucharle, hacía yo la única honda reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño: 'Parece que es verdad lo que ese hombre dice'».

Para agregar más adelante: «Yo lo oí por segunda y última vez la tarde en que pedíamos amnistía para los ilustres encarcelados de Cartagena. Llegados al monumento a Castelar, donde la manifestación debía disolverse, encaramado en el alto pedestal vimos aparecer a Pablo Iglesias, que nos dirigía la palabra. Las multitudes aplaudíamos. La voz del orador, algo parda y enronquecida, con aliento difícil de fuelle viejo, era todavía —para mí, al menos— la voz del compañero Iglesias, porque en ella aún vibraba aquel su acento inconfundible de humanidad auténtica».

Para concluir, magníficamente: «En cuanto a la voz de Pablo Iglesias, del compañero Iglesias, o, si queréis, del abuelo, yo prefiero escucharla en mi recuerdo o, mejor todavía, en la voz de otros hombres no menos auténticos, no menos verdaderos, que aún nos hablan al corazón y a la inteligencia».

¿Cómo no emocionarse entonces de que el nombre del actual dirigente de Podemos, ese hijo de aquellos espontáneos «indignados» que es el joven Pablo Iglesias, de ese mismo Podemos que viene a recuperar las viejas banderas traicionadas que flameaba en su nacimiento el PSOE, sea justamente el mismo que el de aquel otro joven, otro Pablo Iglesias, el obrero que hace más de 135 años, lleno de sana indignación y justos ideales encabezara con otros 25 compañeros el nacimiento de ese mismo PSOE?

¿Puede dejar de considerarse, algo así, como otra cosa que no sea un acto de justicia poética?



* Poeta, traductor, ensayista.