lunes, 25 de junio de 2018

El camello

El camello es más que un solo animal.

Por DORION SAGAN

Prensa aparte, para entender la idea de la génesis biosférica, es esencial comprender la naturaleza comunitaria de todas las entidades biológicas, incluso las más familiares y comunes. Los organismos no se adaptan a entornos inertes y sin vida, sino a entornos vivos, a un medio activo de organismos metabolizantes. Vivimos en casa que, si están hechas de madera, son árboles transformados. Dentro de nosotros viven microbios de los cuales somos nosotros el medio ambiente. Cada hábitat en sí mismo contiene una comunidad de organismos en interacción cuyos residuos metabólicos y continuas transformaciones del medio producen una especie de armonía dinámica en que biota y entorno, seres vivos y morada, no pueden nunca separarse totalmente.

Unas diferentes condiciones medioambientales —mayor o menor pluviosidad, grados diversos de luz solar y composición de nutrientes del suelo— se traducen en comunidades de organismos fuertemente distintas. Aunque no les prestamos mayor atención, las comunidades naturales de la biosfera son muy complejas. En muchos casos parecen ser más sofisticadas, si bien de modo inconsciente, que las realizadas por manos humanas, ya sea por arquitectos, científicos o ingenieros. Por ejemplo, los montículos de las termitas del desierto, enormes conos o pirámides que parecen castillos de arena, están orientados en coordinación con el campo magnético de la Tierra. Estos montículos están construidos de modo que cuando el sol está en su punto más alto y más caliente cae sobre su parte más estrecha, lejos de la parte ancha donde viven los insectos. Algunas termitas que viven en zonas áridas de África «climatizan» sus montecillos, logrando una humedad relativa interior del 98 por ciento. Los conos de las termitas están construidos con materia fecal y saliva —materiales «encontrados»— pegados para formar una sustancia a la de los ladrillos y argamasa. No muy diferentes a las construcciones de barro de los cercanos seres humanos, los conos son soluciones orgánicas para contener al entorno local; ambos regulan la temperatura mejor que esas casas de cemento, superficialmente más avanzadas cuyo interior, cuando están expuestas al sol, se vuelven rápidamente más calientes aún que el ardiente desierto que las rodea.

A diferencia de la mayoría de los animales, algunos ratones y langostas del desierto retienen y reutilizan el agua formada químicamente por la respiración. Esta clase de «tecnología» de reciclado del agua está resumida en el camello, que no orina amoníaco, producto final habitual del metabolismo proteínico, sino que, por el contrario, con ayuda de bacterias simbióticas que viven en su cuajar, el amoniaco es reciclado para formar valiosas proteínas. En la mayoría de los mamíferos, el amoniaco es excretado en forma de urea con el agua de la orina. Pero el camello «individual», sin embargo, no tiene nada de individuo. Es una congregación, una comunidad de organismos interdependientes. Más aún, todos los organismos de la Tierra, desde los mosquitos a los elefantes, muestran esta naturaleza múltiple. Los únicos organismos que podría considerarse singulares, como mónadas, son las bacterias. Pero incluso esta apreciación sería errónea, porque las bacterias de la naturaleza funcionan en conjunción, digiriendo detritus, emitiendo gases, alterando la composición química de la atmósfera y los océanos a escala global.

Millones de bacterías se hallan en el interior del sistema
digestivo de los animales, sin ellas no sobreviviríamos.

Mientras que los mamíferos que no expulsan amoníaco en la orina pueden morir de uremia, la «comunidad» que reconocemos como «un camello» recicla hasta un 95 por ciento de su nitrógeno, utilizando el nitrógeno de este compuesto «residual» para sustituir moléculas de ADN, ARN y proteínicas. Debido a que el camello recicla su nitrógeno, sólo necesita una ración de proteínas alimentarias que es la vigésima parte de lo que de otro modo precisaría. Al mismo tiempo, puesto que las bacterias del cuajar reciclan la urea, no le hace falta expulsar amoníaco y agua, un recurso muy valioso en el desierto gracias a su fisiología recirculatoria.

Para que la vida perdure en el espacio hace falta un artificio parecido, una circulación extraterrestre de la vida terrestre que sea, no obstante, casi intrauterina, como un huevo en cuanto a la circulación y la transformación de residuos dentro de «caparazones» tecnológicos. Tenemos que reconsiderar nuestra relación con la materia de desecho para trasladarnos al espacio. En el entorno extraterrestre se hace flagrantemente evidente que los sobrantes —ya sean metabólicos, industriales o tecnológicos— no pueden ser simplemente eliminados, sino reintroducidos en el ciclo de la existencia. En cierto sentido, los humanos en general representamos un sobrante de la faz biogeológica de la naturaleza: algunos de nuestros productos tecnológicos se han resistido a ser absorbidos por la biosfera. El reto para nosotros reside en integrarnos en la biosfera que está en torno y dentro de nosotros, e implicarnos plenamente en el ancestral sistema de circulación biosférica. No el hombre ni la humanidad, sino todo fluido de la individualidad biosférica transhumana y multiespecie pasa a ser la medida de todas las cosas.

La vida es quimérica. Igual que la biosfera exhibe algunos rasgos característicos de un solo organismo, así el individuo es a un tiempo un agregado de organismos y parte de una agregación. Los organismos que comprenden las células y cuerpos de cada planta y cada animal no eran en origen, y siguen sin serlo en muchos casos, del mismo tipo. Las bacterias primigenias pudieron incluso ser hostiles —invadirse y comerse mutuamente antes que crear grados diversos de tolerancia, armonía y desarmonía—. Pero, con el tiempo, triunfaron las parejas disimilares, y los ménages à trois, y las asociaciones de cuatro y de números aún mayores.

Pero por encima de las notas disonantes de competencia y exclusión, la historia de la Tierra toca una melodía de compañerismo y avenencia. Nadie niega que la vida es la lucha por la existencia. Siempre somos demasiados. Pero todo aquello a lo que llamamos vivo ha resuelto ya, o está en proceso de resolver, sus luchas. También la humanidad, tanto tiempo en apariencia separada de la naturaleza y avanzando por su propia vía tecnológica, debe ponerse a la altura biosférica. Desde la perspectiva de la evolución a largo plazo, parece incontestable que tenemos que someternos, a nosotros y nuestros productos, a los antiguos modos de la vida en la Tierra si hemos de sobrevivir. Como civilización global, tenemos que acompañar a la naturaleza como si fuéramos enamorados.

Biosferas. Metamorfosis del planeta Tierra
(1990)
Si somos lo inteligentes que creemos ser,
tenemos que volver a integrarnos en los ciclos de la vida.
Debemos aprender más de la Naturaleza.

miércoles, 20 de junio de 2018

Los majestuosos baobabs de África están sucumbiendo misteriosamente

 

Algunos de los ejemplares más grandes y antiguos del continente han colapsado repentinamente en el último decenio

INVESTIGACIÓN Y CIENCIA
15 junio 2018

Los icónicos baobab de África están muriendo, y los científicos no saben por qué. En un estudio en el que se examinaban las causas de la longevidad de estos árboles, investigadores de la Universidad Babeş-Bolyai, en Rumania, han descubierto de modo inesperado que muchos de los ejemplares más antiguos y de mayor tamaño han perecido a lo largo de la última década.

El baobab (Adansonia digitata) es la más antigua de las especies de angiospermas (plantas con flores) y crece en las regiones tropicales del continente africano. Uno de estos árboles puede presentar hasta 500 metros cúbicos de madera y puede vivir más de 2.000 años. Sus anchos troncos a menudo están ahuecados, y sus altas ramas se asemejan a raíces que se extienden hacia el aire.

En su estudio, los investigadores, que publicaron sus hallazgos en Nature Plants el pasado 11 de junio, se propusieron utilizar una nueva técnica de datación por radiocarbono para determinar la edad y la arquitectura de la especie. Los métodos habituales para conocer la edad, basados en el recuento de los anillos de crecimiento, no son resultan adecuados en los baobabs, porque sus troncos no necesariamente producen anillos anuales.

La edad de los árboles solía atribuirse a su tamaño, y en el folclore local los baobabs a menudo se describen como viejos, comenta el autor del estudio Adrian Patrut, radioquímico de la Universidad Babeş-Bolyai, en Rumania.

Renovación constante

Entre 2005 y 2017, el equipo de Patrut dató más de 60 árboles en el continente y sus islas, que correspondían casi a todos los baobabs más grandes y longevos conocidos en África. Para comparar la edad de diferentes partes de los árboles, los investigadores recolectaron muestras de madera de la cara interna de las cavidades y de la parte externa de los troncos, así como de incisiones profundas en los tallos, que luego sellaron para evitar la infección.

Según Patrut y sus colaboradores, las mediciones indican que los árboles viven tanto tiempo porque producen periódicamente nuevos tallos, de forma similar a cómo otros árboles producen nuevas ramas. El equipo explica que, con el tiempo, estos tallos se fusionan en una estructura en forma de anillo, creando una falsa cavidad en el centro.


Pero, sorprendentemente, también descubrieron que la mayoría de los baobabs más antiguos y de mayor tamaño perecían durante el estudio, a menudo de forma repentina entre las mediciones. Nueve de los 13 baobabs más antiguos y 5 de los 6 más grandes murieron en el período de 12 años, «un evento de una magnitud sin precedentes», apunta el estudio. Los investigadores no hallaron signos de una epidemia o enfermedad, lo que los llevó a pensar que el clima cambiante en el sur de África podrían ser el responsable del fenómeno, pero subrayan que se necesitan más estudios para confirmar esta idea.

En un árbol en particular denominado Panke, un baobab gigantesco y sagrado en Zimbabwe, los investigadores observaron que en 2010 y 2011, todos los tallos cayeron y murieron. El equipo estima que el ejemplar contaba unos 2450 años, por lo que es el baobab y la angiosperma africanos más antiguos conocidos con mayor precisión. Otros árboles del sur de África también murieron por entero o experimentaron un colapso parcial de los tallos.

Investigaciones anteriores han revelado una disminución en el número de baobabs maduros y la falta de árboles jóvenes en la región.

Preguntas antiguas

Los expertos locales acogieron favorablemente la técnica para datar los baobabs, pero algunos se mostraron escépticos sobre los recientes hallazgos. Michael Wingfield, fitopatólogo de la Universidad de Pretoria, opina que la muestra tomada por el equipo fue pequeña y no proporcionó pruebas que descartaran una posible epidemia en los baobabs. «Sabemos muy poco acerca de la salud del baobab», comenta Wingfield. «Hay mucho más en esta imagen que el hecho de que los árboles más antiguos están muriendo».

Sarah Venter, especialista en baobabs de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, explica que las investigaciones en curso de su equipo muestran que los baobabs pueden no ser tan resistentes a la sequía como se pensaba, y esta podría ser la causa de la mortalidad. Pero una menor tolerancia a la sequía afectaría a todos los árboles, no solo a los más grandes y antiguos, apunta.

Sarah Wild

jueves, 14 de junio de 2018

La meseta tibetana


Por FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE

El Tíbet sigue siendo en gran medida desconocido, y los animales que lo pueblan —que sin duda han tenido, hasta hoy, mejor suerte que los que antaño corrían por las estepas más bajas— lo son también. Su variedad no es muy grande, pues la vegetación tampoco es muy diversa. La meseta tibetana es una sucesión de estepas, semidesiertos y desiertos en los que la hierba, en el mejor de los casos, apenas llega a cubrir malamente la superficie del suelo sin dejar desnudos grandes calveros. Las plantas más comunes son espolines y espartos (Stipa glareosa, astrágalos y algún pequeño arbusto, como acacias amarillas (género Caragana) y belchos (Ephedra). Sólo en algunas mesetas, especialmente aptas, a veces por su clima, pero sobre todo por su suelo, para desarrollar una más más abundante vegetación, aparecen artemisas, grama (Agropyrum), quinquefolios (Polentilla) e incluso plantas típicas de la alta montaña europea, como amapolas alpinas y edelweiss. En las laderas que unen altiplanicies de distintas altitudes puede haber álamos de laurel e incluso abedules.

Si la vegetación tibetana es más pobre que la de regiones circundantes, también con su fauna ocurre otro tanto, al menos en lo que atañe a su variedad. Hace años poblaban estas tierras, cuyos horizontes dilatados permitían atisbar a los predadores a grandes distancias, rebaños enormes de yaks, gacelas tibetanas y hemiones. Hoy, si su reducción no ha sido tan drástica como en Mongolia o Turquestán, la invasión del Tíbet por las tropas chinas ha abierto a la civilización técnica las puertas de este mundo mágico, y las manadas de ungulados se han rarificado en extremo.

¿A qué se debe la pobreza en especies vegetales y animales de las mesetas centrales? Hay varias razones que la justifican. En primer lugar la altitud, ya que la media del Tíbet es de cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar. El oxígeno no es demasiado abundante a esta altura, y la presión es baja, condiciones todas que influyen notablemente sobre la flora y la fauna. Además, dada la rarificación de la atmósfera, el ambiente es muy limpio, y existe una brutal desigualdad entre la temperatura al sol y a la sombra, hasta el extremo de que puede haber hielo a unos metros de unas rocas que, soleadas, abrasarían a quien osara tocarlas. También es extrema aquí la sequedad, pues las barreras montañosas impiden el paso de las nubes al corazón del Himalaya. Como resultado de la falta de humedad ambiental, las nieves perpetuas sólo se encuentran a gran altitud, por encima de los seis mil metros en el Tíbet Central, y a cinco mil doscientos metros en las montañas del Himalaya y Sikkim. La temperatura es muy fría, y vientos helados barren la meseta todos los días, habitualmente durante la tarde.

El clima del Tíbet, como todos los climas del mundo, influye no sólo en las adaptaciones físicas de los hombres que lo pueblan, sino también en su espíritu. Por eso el infierno de la religión tibetana es un antro helado, en lugar de la gran caldera de fuego que representa al averno en las religiones nacidas en los desiertos y estepas cálidas.

Cinturones climáticos y faunísticos

El naturalista alemán Ernst Schäfer fue el primer aventurero que, atravesando las estepas tibetanas cumplido el primer cuarto del siglo XX, observó las diferencias climáticas y faunísticas entre las mesetas de diversa altitud y latitud, y se dio cuenta de que existían tres claros cinturones caracterizados cada uno por un animal fitófago.

Por debajo de los tres mil seiscientos metros, sobre todo en las mesetas meridionales, vive la gacela tibetana o de Przewalsky, llamada así por haber sido este explorador el primero en citarla con carácter científico. Su aspecto es muy parecido al de la gacela de Mongolia, hasta el extremo de que a veces ambas son reunidas en una sola especie. Carece de marcas faciales, y los cuernos están presentes en ambos sexos. El cinturón faunístico de la gacela se caracteriza por su clima benigno y la abundancia de hierba y florecillas, ya que los vegetales pueden crecer durante cuatro o cinco meses del año. Se reúnen allí innumerables rebaños domésticos, guiados por los pastores nómadas, y abundan los roedores y pequeños carnívoros.


El cinturón del kiang, o hemión tibetano, está comprendido por encima de los tres mil seiscientos metros y al menos hasta los cinco mil. El clima es más duro y la vegetación más escasa, aunque en primavera y verano menudean las florecillas, blancas, amarillas y rojas, entre la hierba. El kiang es un gran hemión, que llega a pesar cuatrocientos kilos. Sus hábitos son muy parecidos a los de los hemiones que ocupan las estepas de Turkestán y Mongolia, pues como ellos vive en pequeños grupos guiados por un garañón durante la primavera y el verano, y en manadas mucho más grandes durante el invierno. El celo tiene lugar en agosto y septiembre, y la gestación dura once o doce meses.

Por encima del cinturón del kiang, en la desolada «azotea del mundo», a seis mil metros de altura sobre el nivel del mar, nomadean los mayores, más imponentes y más importantes animales silvestres del Tíbet: los últimos yaks salvajes. Los grandes machos pesan mil kilos y miden dos metros de altura, con unos cuernos mucho más sólidos que los de cualquier toro doméstico. Las hembras son mucho más pequeñas. Su color es marrón oscuro uniforme, aun cuando, como fruto de la domesticación, aparezcan ejemplares con capas bayas. Pero lo que más llama la atención es su pelo. Obligados a soportar, durante el invierno, temperaturas de 35 y 40 grados bajo cero, están dotados de un larguísimo y áspero pelambre que les cuelga de la cabeza, espalda, flancos y muslos, y que oculta una densa capa de borra que, cayendo en primavera, supone en la estación fría una estimable capa protectora.

El yak representa en el Tíbet tanto como el reno en la tundra, el camello en el desierto y el caballo en la estepa. La cultura del Tíbet está montada alrededor del yak, y la supervivencia de los hombres del techo del mundo depende de manera directa de este bóvido. El tibetano come la carne y grasa del yak, bebe la leche del yak, de la que extrae además mantequilla, se viste con piel de yak, aprovecha la lana del yak y construye sus tiendas de campaña, e incluso sus embarcaciones, con cuero de yak. Además, le sirve de montura y utiliza su estiércol como abono y como combustible en unas tierras donde la leña es muy escasa.

Con el yak, comparte el último cinturón el chiru o antílope tibetano, de aspecto poco agraciado. Con el cuerpo cubierto de lana espesa y unos largos cuernos, sólo presentes en los machos, llama la atención el gran desarrollo de sus vestíbulos nasales, tal y como ocurre en la saiga. Al parecer, la misión de los vestíbulos respiratorios del chiru no es tanto retener el polvo como calentar el frío aire de las cumbres antes de que pase a los pulmones. Difícilmente visible, el chiru se protege en huecos y agujeros del terreno, que a veces él mismo excavaría.

Enciclopedia Salvat de la Fauna
(1970)

sábado, 9 de junio de 2018

Un método para probar la hipótesis de Gaia


Un sorprendente descubrimiento realizado por científicos de la Universidad de Maryland podría confirmar la teoría, según la cual la Tierra es un único y enorme organismo viviente

16 mayo 2012

La clave, al parecer, está en el azufre y en la capacidad de este elemento esencial para la vida para facilitar las hasta ahora misteriosas interacciones entre las criaturas marinas, terrestres y aéreas.

La hipótesis de Gaia, formulada en los años 70 por James Lovelock y Lynn Margulis, sostiene que todos los procesos físicos y biológicos que se dan en la Tierra están inextricablemente conectados y forman un complejo sistema sensible y capaz de regularse por sí mismo.

Una de las principales predicciones que conlleva esta hipótesis es que debería de existir un compuesto del azufre, fabricado por los organismos marinos, capaz de resistir a los procesos de oxidación del agua para salir de ella, viajar por el aire y llegar también a tierra firme.

Ese compuesto sería el «nexo de uión» entre los distintos organismos y ecosistemas del planeta. Para los investigadores, el mejor candidato para cumplir con esa delicada y esencial misión sería el dimetilsulfuro (DMS).

Ahora, el equipo liderado por Harry Oduro, de la Universidad de Maryland, junto al geoquímico James Farquhar y la bióloga marina Kathryn Van Alstyne, de la Western Washington University, han conseguido poner a punto un método para rastrear y medir los movimientos del azufre en tierra, mar y aire. Lo cual podría ser crucial para confirmar, o descartar para siempre, la hipótesis de Gaia.

Según Oduro y sus colegas, su trabajo es la primera medición directa jamás realizada de la composición isotópica del dimetilsulfuro y de su precursor, el dimetilsulfoniopropionato. Medición que revela sutiles diferencias entre estos dos compuestos del azufre producidos por algas y fitoplancton.

El azufre es el décimo elemento más abundante del Universo y forma parte de numerosos compuestos, tanto orgánicos como inorgánicos. Su complejo ciclo le lleva a estar presente en el mar, el aire, la tierra y en todos los seres vivientes, por lo que juega un papel esencial tanto en el clima como en la salud de los organismos y los ecosistemas. «Las emisiones de dimetilsulfuro -explica Oduro- juegan un papel en la regulación del clima a través de su transformación en aerosoles».

Igual que sucede en muchos otros elementos químicos, el azufre se presenta en forma de diferentes isótopos. Todos los isótopos de un mismo elemento se caracterizan por tener en sus átomos el mismo número de electrones y de protones, pero no de neutrones. Por lo tanto, los isótopos de un elemento tienen idénticas propiedades químicas, pero diferente masa y propiedades nucleares. Los isótopos radiactivos de un elemento pueden ser utilizados por los científicos como «firmas» inclonfundibles de la presencia de ese elemento en cualquier compuesto que analicen.

Para Farquhar, el trabajo realizado «establece que deberíamos esperar ver variaciones en las firmas isotópicas del azufre en los océanos bajo diferentes condiciones ambientales y en diferentes organismos. Y la capacidad de hacer esto nos ayudará a responder a importantes cuestiones climáticas y, algún día, a predecir los cambios climáticos con gran exactitud. Y también a probar si la hipótesis de Gaia es o no cierta».

José Manuel Nieves

lunes, 4 de junio de 2018

La vida renació rápidamente en la 'tumba' de los dinosaurios


El cráter de Chicxulub (México) es un agujero de 180 kilómetros de diámetro creado por la gigantesca roca extraterrestre que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años. Según un estudio en el que participa la Universidad de Granada, la vida se recuperó en la zona pocos años después de aquel choque, cuya violencia se ha comparado con la de mil millones de bombas atómicas.

30 mayo 2018

Una investigación que publica hoy la revista Nature y en la que participa la Universidad de Granada prueba la rápida recuperación de la vida en el cráter de Chicxulub (Yucatán, México), tras el impacto del asteroide hace unos 66 millones de años. Este fenómeno ocasionó una gran extinción en masa que provocó la desaparición de los dinosaurios de la faz de la Tierra.

Se trata de un agujero de 180 kilómetros de diámetro provocado por este asteroide, cuya violencia ha sido comparada con la de mil millones de bombas atómicas.

El impacto produjo grandes terremotos de magnitud superior a 11 en la escala de Richter, tsunamis de entre 100 y 300 metros de altura, aumentos de temperatura, fuegos a distancias de entre 1.500 y 4.000 kilómetros del cráter,y lluvias ácidas. Se extinguieron alrededor del 70% de las especies marinas y continentales que vivían en ese período, lo que supuso un gran cambio en la evolución de la vida sobre la Tierra.

Miembros de la Expedición 364 del International Ocean Discovery Program (IODP) «Chicxulub: drilling the K-Pg impact crater» de la que forma parte Francisco Javier Rodríguez-Tovar, catedrático de Estratigrafía y Paleontología de la UGR , han publicado nuevos resultados sobre los estudios en los testigos obtenidos tras la perforación del cráter de Chicxulub.

La vida cerca de aguas abiertas

El análisis integrado de datos ha permitido alcanzar una sorprendente conclusión: la vida reapareció en Chicxulub pocos años después del impacto del asteroide y el ecosistema de alta productividad marina se recuperó en los primeros 30.000 años, un tiempo geológico breve.

La importancia de los nuevos resultados radica en comprobar que esta recuperación es inmediata en la propia zona del impacto. «Esta recuperación es incluso más rápida que en otras zonas más alejadas, y es consecuencia de la importante conexión de la zona del impacto con aguas abiertas, lo que permite el rápido restablecimiento de las condiciones favorables para el desarrollo de la vida», explica el investigador de la UGR.

Rodríguez-Tovar destaca la importancia del estudio de las trazas fósiles para alcanzar las conclusiones obtenidas. Su descubrimiento en los primeros sedimentos depositados tras el impacto confirma la rápida recuperación de los organismos que viven en el fondo marino y que producen estas trazas.

Durante los primeros días de junio se volverán a reunir los miembros de la Expedición 364, incluido Rodríguez-Tovar, en Mérida (México) para visitar los afloramientos del límite K-Pg asociados al cráter y abordar las próximas líneas de investigación.


Referencia bibliográfica:
«Rapid recovery of life at ground zero of the end Cretaceous mass extinction» Nature https://doi.org/10.1038/s41586-018-0163-6

viernes, 1 de junio de 2018

Yo también lloro


«Zoido declara que el torturador Billy El Niño conservará su medalla y así queda claro que en España la tortura se premia».

Por CRISTINA FALLARÁS

tortura: 1. f. Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien,
con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener
de él una confesión, o como medio de castigo.

La tortura existe. Empiezo por ahí porque podría parecer imposible, y si no hubiera tantos ejemplos, a mí me lo parecería. Existe la realidad de un ser humano infligiendo dolor, tormento, martirio a otro, golpeando, rebanando, desgarrando, lacerando su cuerpo una y otra vez, rompiéndolo minuciosamente. Una y otra vez. Dicha aberración, en sociedades decentes, dignas, se condena y se castiga. En España, no. Por ejemplo, si el torturador perpetró su crimen durante la dictadura franquista, ni se le condena ni se le castiga.

En España la tortura se premia.

En julio de 1977 Rodolfo Martín Villa impuso la medalla de plata al Mérito Policial al torturador Antonio González Pacheco, Billy El Niño*, siendo presidente el antes Secretario General del Movimiento Adolfo Suárez. Los relatos de las víctimas de Billy El Niño resultan sobrecogedores. El paso de Martín Villa por el Ministerio de Interior y la Vicepresidencia del Gobierno dejó tras de sí nueve de las trece jefaturas superiores de policía existentes bajo la dirección de antiguos miembros de la Brigada Político-Social. La condecoración con la que premió los «trabajos» del torturador le regala un plus del 15% en su pensión.

La tortura en España se premia. Se premiaba en 1977 y se premia hoy.

Este miércoles 30 de mayo de 2018, el ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, ha vuelto a premiar la tortura. Preguntado por Pablo Iglesias, ha rechazado la posibilidad de retirar su medalla a Billy El Niño. Según el ministro, «no parece que haya justificación legal» para hacerlo. No retirar el premio a la tortura significa reconocer y reafirmar dicho galardón.

Tras relatar diversos testimonios de las personas torturadas en la sesión de control al Gobierno y recibir la negativa de Zoido, Iglesias ha llorado. Yo también.

Lloro por constatar que vivo en una sociedad cuyo Gobierno premia la tortura. Lloro porque cuando Zoido afirma que el PSOE tampoco le retiró la medalla tiene razón. Lloro porque ya no me cabe duda de que dejaré a mis hijos un país bárbaro. Lloro porque he vivido años sin luchar contra ello. Lloro por la simple evidencia de que la tortura no solo existe, no solo no se castiga, sino que se celebra. Lloro al comprobar que, en los últimos 40 años, quisimos creer que el PSOE merecía un ápice de confianza.

Lloro un desconsuelo histórico y afilado que ya es herida sin cicatriz.

30 mayo 2018


  * La justicia española rechazó su extradición tras la solicitud de la jueza argentina que instruye la causa contra el franquismo. Dos juzgados de Madrid han rechazado dos querellas al considerar que no existe delito de lesa humanidad y que el delito de tortura ha prescrito.