viernes, 1 de noviembre de 2019

Cooperación o mutua ayuda: Una idea no reconocida

Un hormiguero, ejemplo de vida social
y, también, del apoyo mutuo.

Por ASHLEY MONTAGU

No todos eran tan unilaterales y absolutistas como Huxley, por supuesto. El filósofo e historiador económico francés Alfred Espinas, el zoólogo ruso Karl Kessler, y el príncipe Piotr Kropotkin, geógrafo y humanista ruso, abordan todos ellos la cuestión de la conducta animal, entre 1878 y 1902, y llegaron todos ellos a la conclusión de que el principal factor operativo en la evolución de los animales era la cooperación y no el conflicto. Alfred Espinas, filósofo, economista e historiador francés, publicó en 1878 un libro notable, Sobre las sociedades animales, donde llamaba la atención hacia la cooperatividad universal, considerando que caracterizaba mejor que el conflicto la vida social de los animales. Kessler, que fue profesor de zoología y decano de la Universidad de San Petersburgo, pronunció una conferencia en 1880 titulada «Sobre la ley de la ayuda mutua», donde trataba de mostrar que junto a la «ley de la lucha mutua» existe en la naturaleza una «ley de la ayuda mutua», «mucho más importante que la ley del desafío mutuo para el éxito de la lucha por la vida y, especialmente, para la evolución progresiva de las especies». La conferencia de Kessler, leída en 1880 en un congreso ruso de naturalistas, fue la inspiración principal del pensamiento de Kropotkin sobre el tema. Kessler murió el año siguiente.
 
Alfred Espinas (1844-1922)
y Fiodorovich Kessler (1815-1881)
De joven, Kropotkin pasó varios años en Siberia y Manchuria, donde se ocupó de estudiar la vida animal bajo condiciones naturales. Las observaciones hechas entonces y después le convencieron de que «Huxley había dado una interpretación muy incorrecta de los hechos de la Naturaleza, tal como lo vemos en el bosque y en la selva». De 1890 a 1896 publicó varios artículos rebatiendo el punto de vista huxleiano de la evolución como lucha entre gladiadores. Fueron esos artículos los que se publicaron como libro en 1902 bajo el título El apoyo mutuo: un factor de la evolución. en la introducción Kropotkin dice que, aunque buscó ávidamente por Siberia oriental y Manchuria del Norte, no logró descubrir «esa amarga lucha por los medios de la existencia, entre animales de la misma especie, considerada por la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre por el propio Darwin) como característica dominante de la lucha por la vida y factor primordial de evolución». Sin negar la importancia de la lucha por la existencia, ni la de la selección natural en la evolución de las formas vivas, Kropotkin se esforzó por demostrar que la ayuda mutua es «el factor principal de la evolución».

Aunque tales afirmaciones quizá sean demasiado fuertes, lo cierto es que se ha pasado inmerecidamente por alto la cooperación como factor en la competitiva «lucha por la existencia», y especialmente en la evolución de las relaciones sociales. En tiempos de Kropotkin, teorías como la suya eran simplemente desestimadas.
 
Piotr Kropotkin
(1842-1921)
 Hay una semejanza chocante y deprimente entre ese período y el nuestro por lo que respecta a la aceptación general de conclusiones «científicas» no fidedignas. El propio Darwin describió un concepto revolucionario que fue mal entendido en un mundo que durante siglos había aceptado ciegamente las suposiciones y relatos de la religión cristiana; muchos de sus partidarios y vulgarizadores tomaron sus palabras, las estiraron hasta cubrir todo tipo de ideas injustificables, y las presentaron al mundo en un ejemplo clásico de tergiversación.

Hoy día, en un proceso paralelo, el interesante y valioso trabajo de científicos imaginativos en el campo de la conducta animal ha sido extendido —unas veces por los propios científicos y otras veces por profanos— hasta cubrir interpretaciones no justificadas por el trabajo original. Konrad Lorenz, Niko Tinbergen, Desmond Morris y otros son todos miembros valiosos de la comunidad científica, y mientras limiten sus conclusiones mucho al conocimiento de la conducta animal. Pero cuando establecen analogías entres sus trabajos con animales y la conducta de los seres humanos, y luego apoyan sus conclusiones con asertos completamente insensatos, su trabajo pierde valor y, de hecho, se hace peligroso debido precisamente a su atractivo popular. Son descendientes directos de esos pensadores decimonónicos de la «naturaleza de garras y colmillos ensangrentados» cuando permiten que su formación científica —en la cautela, en una cuidadosa definición de palabras y conceptos, en la comprensión de relaciones entre eventos, en el pensamiento lógico— se desvanezca en el humo de sus entusiasmos.

La naturaleza de la agresividad humana
(1976)