sábado, 18 de abril de 2020

¿Puede afirmarse que el coronavirus no es un producto humano?


Por JORGE LABORDA

Desde el inicio de la epidemia de COVID-19, en Wuhan, China, se levantó el supuesto bulo de que el virus podría ser resultado de una manipulación genética, en lugar de ser resultado de un proceso de evolución natural. El pasado 17 de marzo, un grupo de investigadores publicaba en la prestigiosa revista Nature-Medicine los resultados de su análisis comparativo de los genomas de los siete coronavirus capaces de infectar a la especie humana, incluido el nuevo virus denominado SARS-CoV-2. Los autores concluían que, probablemente, el origen del virus era completamente natural, aduciendo para ello dos razones.

La primera es que la proteína que el virus utiliza como llave para penetrar en las células e infectarlas no parecía ser la óptima, es decir, la que, según ellos, un grupo de científicos brillantes, pero malévolos, hubiera diseñado para generar un virus como arma biológica. La segunda razón, afirman los autores, es que el genoma del virus carece de signo alguno que indique que se han utilizado las herramientas moleculares de las que se dispone para diseñarlo.


Quiero insistir en que los autores del artículo no afirman que han probado que el virus tiene un origen natural; solo afirman que probablemente su origen es natural. Esto es muy importante, porque la ciencia, si no nos puede demostrar matemáticamente la verdad (salvo las propias matemáticas), sí puede acercarnos a la verdad más probable. Obviamente, para acercarnos a esa verdad es necesario considerar todos los hechos, o al menos todos los que uno pueda recoger. Y bien, los autores del estudio, en mi opinión, no lo hacen.

Para la reflexión

Desde el punto de vista científico, los autores no mencionan el hecho de que la eficiencia infectiva de un virus no depende exclusivamente de la eficiencia de su llave para penetrar en las células, sino también de la eficiencia de otras proteínas. Al igual que, como seguramente hemos comprobado, puede haber llaves que entren en una cerradura perfectamente, pero no la abran, es decir, no funcionen, e incluso es posible que la llave que no abra entre más suave en la cerradura que la que puede abrirla, lo mismo puede ocurrir con los virus. Esto quiere decir que, aunque la llave del virus pueda no ser la óptima para entrar en la cerradura, el conjunto de elementos del virus sí sea el óptimo para abrir la puerta, es decir, para reproducirse en el interior de la célula infectada. Insisto, que la llave no sea la óptima posible no quiere decir que el virus, en su conjunto, no lo sea. De hecho, los autores del artículo también mencionan que el nuevo virus SARS-CoV-2 posee ciertas características moleculares únicas que pueden hacerlo más infeccioso que otros coronavirus.

Lo anterior no quiere decir en absoluto que el virus haya podido ser diseñado siguiendo una estrategia global, ya que la segunda razón que aducen los investigadores indica que, probablemente, no lo ha sido. Sin embargo, para generar un nuevo virus infeccioso y peligroso no es necesario diseñarlo, basta con dirigir su evolución.

 

Cada año, para fabricar vacunas, se generan y seleccionan virus de la gripe atenuados, que son menos virulentos que el virus original porque se les fuerza a reproducirse en células embrionarias de pollo. Pues bien, al igual que se hacen virus atenuados por mutación y selección, se podrían generar virus virulentos por el mismo procedimiento, simplemente seleccionando los mutantes que mejor infecten y se reproduzcan en células humanas. Uno puede imaginar que en un laboratorio de alta seguridad se puedan hacer crecer en cultivo con células humanas varios coronavirus de murciélago al mismo tiempo y analizar si se producen recombinantes o mutantes virulentos para dichas células. Hablo de virus de murciélago porque los autores del mencionado artículo también indican que SARS-CoV-2 es un 96% similar al coronavirus RaTG13, que infecta al murciélago Rhinolophus affinis, común en China central.

Pero no vayamos a creer que este tipo de investigaciones persigue el objetivo bioterrorista de generar un virus patógeno o peligroso. Al contrario, puede perseguir el loable objetivo de estudiar los mecanismos por los que los coronavirus de murciélago, que originaron la epidemia de SARS (síndrome respiratorio agudo y severo) de 2002 y otras epidemias de coronavirus anteriores a la actual, pueden mezclar sus genomas, o mutar, y generar así virus patógenos para nosotros. Es más, este tipo de investigaciones podría permitir adelantarse a pandemias como la que vivimos y generar vacunas para evitarlas antes incluso de que las pandemias puedan producirse. Sin embargo, si uno de estos virus escapara de las instalaciones de seguridad, no se podría saber si su origen es natural o artificial, porque nadie ha manipulado al virus. Solo se ha permitido que se generen virus al azar, un proceso idéntico a nivel molecular al que sucede en la naturaleza con los coronavirus que infectan a diferentes especies de murciélagos y otros animales con los que estos conviven.

Origen científico de un bulo

Si lo que digo no es suficiente para suscitar alguna duda razonable, quizá debamos considerar lo publicado por la revista Nature, en 2017, con motivo de la puesta en marcha de una instalación de bioseguridad cerca de la ciudad de Wuhan, China. Científicos de varias partes del mundo expresaron su preocupación sobre que los científicos chinos fueran capaces de contener la salida al exterior de los peligrosos microorganismos con los que se iba trabajar en esas instalaciones, entre ellos, como no, los coronavirus relacionados con el SARS. Para mayor preocupación, resulta que estos coronavirus ni siquiera iban a ser investigados en los laboratorios del máximo nivel de seguridad posible, sino en laboratorios de un nivel de seguridad inferior. La preocupación era real, porque, indicaba el artículo, una instalación en Japón inaugurada en 1981 no fue capaz de ponerse a funcionar al máximo nivel de bioseguridad ¡hasta 2015!, cuando se pudo corregir todas las deficiencias. ¿Quizá fue la revista Nature la que dio origen al bulo del posible origen humano del virus SARS-CoV-2?


Otra consideración desde el punto de vista científico, que no niega la posibilidad de que el virus SARS-CoV-2 pueda haber sido originado con intervención humana, es que, por lo que se sabe, desde el paciente cero, el primero que, supuestamente, se contagió desde un animal probablemente en un mercado de Wuhan, el virus se ha transmitido de persona a persona con rapidez, lo que se cree es una situación bastante improbable si el virus proviene de un animal. Obviamente, si el virus hubiera sido generado de la forma explicada arriba y hubiera escapado por accidente, o intencionadamente (por ejemplo, algún loco como, recordemos, aquel copiloto alemán, Andreas Lubitz, que estrelló un avión en 2015 con él dentro, lo hubiera sacado del laboratorio), esto explicaría por qué desde el primer momento el contagio entre personas ha sido tan fácil. Desde mi punto de vista, la facilidad con la que SARS-CoV-2 se contagia apoya la idea, pero no la prueba, de que el virus ha podido ser seleccionado artificialmente en un laboratorio para infectar a células humanas.

No obstante, dicho lo anterior, tenemos que concluir que carecemos de pruebas genéticas para poder afirmar taxativamente que el virus fue generado mediante intervención humana, pero también carecemos de pruebas para afirmar taxativamente que no lo fue. En mi humilde opinión, es este un asunto que tal vez no se sabrá nunca con certeza. Que cada uno saque sus propias conclusiones, pero, por favor, no aquellas que prefiera creer, sino solo las que la evidencia permita. En otras palabras: por el momento, ninguna.

29 marzo 2020

sábado, 11 de abril de 2020

Covid-19: Sobre virus, asesinos y estrategias


Parece una obviedad afirmar que la crisis mundial que se ha desatado como consecuencia de la pandemia producida por el Covid-19 no tiene precedentes en la historia. Lo que no es tan evidente es porqué si esta pandemia se produce como se afirma desde el ámbito científico, es decir, por el «salto» espontáneo del virus de algún animal al hombre, no se han producido continuamente epidemias de origen viral a lo lago de la historia.

En cualquier caso, esta situación ha originado un consenso social sobre las causas y consecuencias de la «aparición del coronavirus» generado por una abrumadora y permanente avalancha de información por parte de todos los medios de comunicación. Los expertos, que aportan la voz de la Ciencia, nos hablan de un «virus asesino» pero que utiliza una perversa «estrategia»: no matar a todos los que infecta para poder seguir reproduciéndose.

Sin embargo, la atribución de cualidades, incluso de intenciones a un ente biológico que en estado libre es inerte, a una molécula de ADN o (en este caso) de ARN empaquetado con una densidad casi cristalina en una cápsida proteica envuelta en una capa de lípidos, un ente que no se puede considerar un ser vivo, produce una cierta desconfianza en estas interpretaciones científicas por muy prestigiosos que sean sus emisores. Pero lo que lleva la desconfianza al límite de la sospecha es cuando la prestigiosa revista científica Nature (Nature Medicine, 17 de marzo) publica un artículo en el que concluye que el virus Covid-19 «no es un virus obtenido en un laboratorio o manipulado a propósito», un estupor que puede equivaler al producido porque en una revista de astrofísica se publicase un artículo destinado a demostrar que la Tierra no es plana.


La pregunta que surge es ¿por qué una revista tan prestigiosa se dedica a contradecir un supuesto infundio que ni siquiera debería de ser tenido en cuenta científicamente por proceder del campo de lo que se suele calificar de «conspiranoico»?

Aunque en la situación actual pueda no parecer oportuno poner en duda las informaciones oficiales, dado que la prioridad es acabar con la pandemia, nunca está de más (puede ser fundamental) entender por qué se ha producido, por lo que propongo al lector que me acompañe para intentar disipar estas inquietudes recurriendo a datos científicos, es decir, no interpretaciones, que nos permitan hacernos una idea de qué pasando.

Las informaciones que llegan al gran público se basan, fundamentalmente, en explicaciones y opiniones de expertos que, se supone, hay que creerse en base al principio de autoridad. En nuestro caso, pretendo que sea el lector el que obtenga sus propias conclusiones de los datos que voy a exponer. Para facilitar este trabajo no voy a utilizar referencias bibliográficas que obligan a verificar las afirmaciones buscando los artículos citados, sino, directamente, copiando las portadas de dichos artículos.

Veamos pues:


Se ha calculado que el número de bacterias en la Tierra es aproximadamente un nonillón (es decir, un uno seguido de treinta ceros). Pues bien, se estima que el número de virus es entre cinco y veinticinco veces el número de bacterias. Como verán, los virus o entidades «como virus» han jugado un papel importante en la evolución de la vida. Pero ésta es una larga historia. Vamos a limitarnos en este caso a su función ecológica:


En aguas marinas superficiales se han contado hasta 10.000 millones de virus por litro. Su función es el control de la base de la red trófica marina. Como los virus son inertes y se mueven pasivamente, cuando las colonias de bacterias y algas crecen desmesuradamente, pudiendo llegar a impedir el paso de los rayos del sol a los fondos marinos, los virus las destruyen hasta que su densidad hace posible el paso de los rayos de sol. Por cierto, los productos sulfurosos derivados de este proceso contribuyen a la nucleación de las nubes.

Veamos en los suelos (disculpen el tamaño de las letras):


En los suelos su número es variable, en todo cado astronómico, En este estudio han arrojado cifras medias de 5,3-10e8 y también están implicados en el control de las comunidades bacterianas.

En cuanto a su presencia en los organismos, se considera que un 10% del genoma humano está compuesto por retrovirus endógenos, es decir, virus que a lo largo de la evolución han ido insertando sus secuencias génicas en nuestro genoma. Pero si tenemos en cuenta las secuencias derivadas de virus (elementos móviles como trasposones y retrotrasposones, elementos repetidos cortos y largos, intrones…) nos encontramos con que la inmensa mayor parte de nuestros genomas están constituidos por virus y sus derivados que controlan la expresión de los genes codificantes de proteínas.


Pero, es más, lo que se consideraba el genoma, es decir los genes codificantes de proteínas, que constituyen el 1,5% de la totalidad del genoma está constituido por virus y sus derivados:


A modo de curiosidad, por si le resulta interesante a alguien, señalaré que en éste artículo el candoroso autor no se explica por qué las secuencias del genoma derivadas de virus son eliminadas «por alguien» de las bases de datos públicas:


Pero nuestro organismo no sólo contiene virus en forma de secuencias insertadas en los cromosomas. El número de virus completos que realizan funciones esenciales para nuestro organismo es de tal dimensión que sorprende a los propios investigadores. Miles de millones (más bien billones) de virus bacterianos coexisten con los billones de bacterias de nuestro tracto intestinal que son esenciales para nuestra vida. Los bacteriófagos o fagos regulan las poblaciones de bacterias e intercambian información genética entre ellas. Es decir, los virus controlan las bacterias que controlan nuestro organismo.

¿Algunos virus más? Veamos:


Una enorme cantidad de bacteriófagos adheridos a las mucosas del organismo impiden que penetren bacterias externas, que no deberían estar ahí, es decir también protegen nuestro organismo.

Si se me permite una opinión, da la sensación de que algo se ha estado haciendo mal con los virus. Con la condición de los virus cuando se descubrieron asociados a enfermedades. Pero, veamos algunas de esas asociaciones:


Según este artículo, el cáncer de mama emite partículas retrovirales. Se sabe que los virus endógenos pueden saltar del genoma ante algún tipo de agresión ambiental. Es por eso, por lo que, en muchas ocasiones, se ha señalado a virus como agente causal de distintas enfermedades cuando en realidad son consecuencia. Y es por eso, por lo que en tejidos enfermos se observa la presencia de partículas virales.


Y así, se ha sugerido un origen viral a enfermedades como artritis o esquizofrenia, a pesar de que nunca ha sido reportada una epidemia de estas enfermedades.


Desde hace tiempo se sabe que los virus endógenos se expresan como parte constituyente de los genomas, es decir, son el genoma. Este hecho es de una gran trascendencia para el tema que nos ocupa. Retrovirus endógenos o partes de ellos se expresan en procesos tan importantes como producción de enzimas fundamentales formación de la placenta durante el embarazo.


Estos hallazgos nos hablan del papel de la vida, pero ¿cuál es la relación de estos fenómenos con el tema que nos ocupa? Veremos que es una relación mayor atención a los dos artículos que siguen:


En los tejidos embrionarios se expresan (participan en el desarrollo) una multitud de retrovirus endógenos. Como se puede ver, se expresan en placenta, cortex adrenal, riñones, lengua, corazón, hígado, y sistema nervioso central tejidos. Pero veamos en tejidos adultos:


En individuos adultos normales los retrovirus endógenos se expresan en todos los tejidos confirmando que son componentes permanentes del transcriptoma humano.

Y ahora, vamos a ver cómo se han fabricado ciertas vacunas:

En la web de la INTERNATIONAL FEDERATION OF PHARMACEUTICAL AND MANUFATURERS-ASSOCIATIONS (IFPMA) http://www.ifpma.org/influenza/index.aspx?47 exponían muy ufanos la siguiente información:


No la busquen, porque ha desaparecido de la web. Y por buenas razones, porque cultivar virus humanos en embriones de otros animales en los que se expresan multitud de virus endógenos, conduce a que se produzcan hibridaciones con sus virus correspondientes con lo que se producen virus infectivos de características diferentes a las originales.

Desde hace tiempo se nos informaba de que la gripe estacional provenía «de las aves» y que cada año «mutaba», muy posiblemente con la elaboración de cada nueva vacuna. Con cada nueva hibridación.

Por ejemplo, en esta vacuna contra la fiebre amarilla:


Estas terribles consecuencias de unas prácticas peligrosas se pueden considerar fruto del desconocimiento de unos descubrimientos relativamente intencionadas. Permítanme exponerles algunas prácticas llevadas a cabo con perfecto conocimiento de lo que se estaba haciendo y que dejo a su interpretación.

Tal vez el lector se pregunte ¿qué sentido tiene resucitar un virus que causó cerca de cincuenta millones de muertos? Un virus que no «surgió» en España, a pesar de que con intención de ocultar la mortalidad que causó en los soldados al final de la Primera Guerra Mundial, se denominó «gripe española» porque en nuestro país sí se declaró el estado de epidemia.

Pero su origen fue, al parecer, en los soldados norteamericanos. Hace tiempo me encontré con esta información que, a pesar de no provenir de canales «oficiales» resulta congruente con lo que hemos visto anteriormente.


Si este es el caso, se trataría del resultado del desconocimiento de los virus existentes en los sustratos y de los métodos utilizados para elaborar vacunas, que en el caso de las iniciales eran muy rudimentarios y peligrosos.

Pero en el siguiente caso, es evidente que no se trata de desconocimiento. La excusa de que se trata de determinar su virulencia resulta poco creíble. Los dos anteriores conatos de pandemia que no llegaron a serlo fueron los producidos por la «gripe aviar» o H5N1 que resultó de alta mortalidad pero de difícil transmisión y a continuación la «gripe porcina» H1N1 que resultó de fácil transmisión pero poco virulenta. Las letras H y N se refieren a la hematoglutinina, una proteína componente del sistema de coagulación de la sangre y a la neuramidasa, una enzima que controla la formación y mantenimiento de la vaina de mielina de las neuronas, que forman la cápsida del virus de la gripe.

Y, hablando de cápsidas de virus, en Nature, en noviembre de 2015, Declan Butler escribía un artículo con el título: «El virus de murciélago diseñado suscita debate sobre investigaciones arriesgadas». En marzo de 2020, dicho autor añadió a la portada de su artículo, se supone que «espontáneamente», un comentario en que se desmentía concluyendo que «los científicos creen que un animal es la fuente más probable del coronavirus». Sin embargo, en dicho artículo había informaciones muy interesantes que vamos a enunciar: «Los investigadores crearon un virus quimérico hecho con una proteína de superficie SHC014 y el núcleo de un virus SARS que ha sido adaptado para crecer en ratón e imitar la enfermedad humana. La quimera infectó células respiratorias, probando que la proteína de superficie SHC014 es la estructura necesaria para unirse a un receptor llave en las células e infectarlas». Es decir, la elaboración de virus «híbridos» de animal y humano resulta muy laboriosa (recordemos que, según nos informan, el Covid-19 tiene secuencias de murciélago y pangolín), porque hay que modificar en el virus animal la proteína de la envuelta del virus para que éste se una a un receptor específico que tienen las células, en este caso, humanas, que en cada especie es distinta para cada virus diferente.


Este tipo de «experimento científico», si se le puede llamar así, se ha producido en otras ocasiones. Por ejemplo, en la revista Science, del 2 de diciembre de 2011, Martin Enserink firma un artículo con el siguiente título: «Estudios controvertidos dan alas a un virus mortal de la gripe». El autor explica que «el virus es una cepa del H5N1 de la gripe aviar que ha sido alterado genéticamente y ahora es fácilmente transmitido entre hurones, los animales cuya respuesta a la gripe es más similar a la humana».


La pregunta que surge es: ¿Por qué, para qué se llevan a cabo estos experimentos? La absurda respuesta es invariable: «para estudiarlos por si surgen un día en la naturaleza». Pero ¿no hemos visto lo complejo que es fabricarlos? ¿Cómo nos pueden decir que lo que ellos hacen puede pasar espontáneamente en la naturaleza?

Pero quizás, el «experimento» que nos puede resultar más clarificador es uno que figura en el artículo publicado en la revista Nature, en octubre de 2005. El título es: «Informe especial. El virus de la gripe de 1918 ha sido resucitado». Se consiguió el genoma completo del virus de la gripe de 1918, al parecer de un soldado enterrado y congelado en Alaska.


Una nueva pregunta: Si tenemos en cuenta que el virus de la gripe de 1918 provocó, según se calcula, 50 millones de muertos, ¿para qué se «resucita»? ¿Para estudiarlo? Veamos:


La respuesta puede estar en otro artículo muy interesante publicado en Science, en junio de 2009, titulado «Características antigénicas y genéticas del virus de la gripe de origen porcino 2009 A(H1N1) circulando en humanos». El resultado: «Han mostrado ser antigénicamente altamente similar al recientemente reconstruido virus 1918 A(H1N1) y posiblemente comparta un antecesor común». (?)


Resulta que las características del virus porcino (H1N1) «tienen una alta similitud antigénica» con el virus humano de 1918 reconstruido (H1N1). La explicación es que «posiblemente compartan un antecesor común» como si los virus anduvieran por el mundo casándose (o constituyendo parejas de hecho).

Las explicaciones sobre la «aparición» del Covid-19 son del mismo nivel científico: «Probablemente pasó de un pangolín al hombre a través de un murciélago, pero no es seguro…» Espero que el lector tenga suficientes datos para deducir otra forma de «aparición» del coronavirus.

Bien: parece que hay suficientes informaciones para comprender cómo se produjo el Covid-19. Sobre los autores y sus intenciones tendrán que investigar ustedes.

Villalbilla, abril 2020