Por JORGE LABORDA
Desde el inicio de la epidemia de COVID-19, en Wuhan, China, se levantó el supuesto bulo de que el virus podría ser resultado de una manipulación genética, en lugar de ser resultado de un proceso de evolución natural. El pasado 17 de marzo, un grupo de investigadores publicaba en la prestigiosa revista Nature-Medicine los resultados de su análisis comparativo de los genomas de los siete coronavirus capaces de infectar a la especie humana, incluido el nuevo virus denominado SARS-CoV-2. Los autores concluían que, probablemente, el origen del virus era completamente natural, aduciendo para ello dos razones.
La primera es que la proteína que el virus utiliza como llave para penetrar en las células e infectarlas no parecía ser la óptima, es decir, la que, según ellos, un grupo de científicos brillantes, pero malévolos, hubiera diseñado para generar un virus como arma biológica. La segunda razón, afirman los autores, es que el genoma del virus carece de signo alguno que indique que se han utilizado las herramientas moleculares de las que se dispone para diseñarlo.
Quiero insistir en que los autores del artículo no afirman que han probado que el virus tiene un origen natural; solo afirman que probablemente su origen es natural. Esto es muy importante, porque la ciencia, si no nos puede demostrar matemáticamente la verdad (salvo las propias matemáticas), sí puede acercarnos a la verdad más probable. Obviamente, para acercarnos a esa verdad es necesario considerar todos los hechos, o al menos todos los que uno pueda recoger. Y bien, los autores del estudio, en mi opinión, no lo hacen.
Para la reflexión
Desde el punto de vista científico, los autores no mencionan el hecho de que la eficiencia infectiva de un virus no depende exclusivamente de la eficiencia de su llave para penetrar en las células, sino también de la eficiencia de otras proteínas. Al igual que, como seguramente hemos comprobado, puede haber llaves que entren en una cerradura perfectamente, pero no la abran, es decir, no funcionen, e incluso es posible que la llave que no abra entre más suave en la cerradura que la que puede abrirla, lo mismo puede ocurrir con los virus. Esto quiere decir que, aunque la llave del virus pueda no ser la óptima para entrar en la cerradura, el conjunto de elementos del virus sí sea el óptimo para abrir la puerta, es decir, para reproducirse en el interior de la célula infectada. Insisto, que la llave no sea la óptima posible no quiere decir que el virus, en su conjunto, no lo sea. De hecho, los autores del artículo también mencionan que el nuevo virus SARS-CoV-2 posee ciertas características moleculares únicas que pueden hacerlo más infeccioso que otros coronavirus.
Lo anterior no quiere decir en absoluto que el virus haya podido ser diseñado siguiendo una estrategia global, ya que la segunda razón que aducen los investigadores indica que, probablemente, no lo ha sido. Sin embargo, para generar un nuevo virus infeccioso y peligroso no es necesario diseñarlo, basta con dirigir su evolución.
Cada año, para fabricar vacunas, se generan y seleccionan virus de la gripe atenuados, que son menos virulentos que el virus original porque se les fuerza a reproducirse en células embrionarias de pollo. Pues bien, al igual que se hacen virus atenuados por mutación y selección, se podrían generar virus virulentos por el mismo procedimiento, simplemente seleccionando los mutantes que mejor infecten y se reproduzcan en células humanas. Uno puede imaginar que en un laboratorio de alta seguridad se puedan hacer crecer en cultivo con células humanas varios coronavirus de murciélago al mismo tiempo y analizar si se producen recombinantes o mutantes virulentos para dichas células. Hablo de virus de murciélago porque los autores del mencionado artículo también indican que SARS-CoV-2 es un 96% similar al coronavirus RaTG13, que infecta al murciélago Rhinolophus affinis, común en China central.
Pero no vayamos a creer que este tipo de investigaciones persigue el objetivo bioterrorista de generar un virus patógeno o peligroso. Al contrario, puede perseguir el loable objetivo de estudiar los mecanismos por los que los coronavirus de murciélago, que originaron la epidemia de SARS (síndrome respiratorio agudo y severo) de 2002 y otras epidemias de coronavirus anteriores a la actual, pueden mezclar sus genomas, o mutar, y generar así virus patógenos para nosotros. Es más, este tipo de investigaciones podría permitir adelantarse a pandemias como la que vivimos y generar vacunas para evitarlas antes incluso de que las pandemias puedan producirse. Sin embargo, si uno de estos virus escapara de las instalaciones de seguridad, no se podría saber si su origen es natural o artificial, porque nadie ha manipulado al virus. Solo se ha permitido que se generen virus al azar, un proceso idéntico a nivel molecular al que sucede en la naturaleza con los coronavirus que infectan a diferentes especies de murciélagos y otros animales con los que estos conviven.
Si lo que digo no es suficiente para suscitar alguna duda razonable, quizá debamos considerar lo publicado por la revista Nature, en 2017, con motivo de la puesta en marcha de una instalación de bioseguridad cerca de la ciudad de Wuhan, China. Científicos de varias partes del mundo expresaron su preocupación sobre que los científicos chinos fueran capaces de contener la salida al exterior de los peligrosos microorganismos con los que se iba trabajar en esas instalaciones, entre ellos, como no, los coronavirus relacionados con el SARS. Para mayor preocupación, resulta que estos coronavirus ni siquiera iban a ser investigados en los laboratorios del máximo nivel de seguridad posible, sino en laboratorios de un nivel de seguridad inferior. La preocupación era real, porque, indicaba el artículo, una instalación en Japón inaugurada en 1981 no fue capaz de ponerse a funcionar al máximo nivel de bioseguridad ¡hasta 2015!, cuando se pudo corregir todas las deficiencias. ¿Quizá fue la revista Nature la que dio origen al bulo del posible origen humano del virus SARS-CoV-2?
Otra consideración desde el punto de vista científico, que no niega la posibilidad de que el virus SARS-CoV-2 pueda haber sido originado con intervención humana, es que, por lo que se sabe, desde el paciente cero, el primero que, supuestamente, se contagió desde un animal probablemente en un mercado de Wuhan, el virus se ha transmitido de persona a persona con rapidez, lo que se cree es una situación bastante improbable si el virus proviene de un animal. Obviamente, si el virus hubiera sido generado de la forma explicada arriba y hubiera escapado por accidente, o intencionadamente (por ejemplo, algún loco como, recordemos, aquel copiloto alemán, Andreas Lubitz, que estrelló un avión en 2015 con él dentro, lo hubiera sacado del laboratorio), esto explicaría por qué desde el primer momento el contagio entre personas ha sido tan fácil. Desde mi punto de vista, la facilidad con la que SARS-CoV-2 se contagia apoya la idea, pero no la prueba, de que el virus ha podido ser seleccionado artificialmente en un laboratorio para infectar a células humanas.
No obstante, dicho lo anterior, tenemos que concluir que carecemos de pruebas genéticas para poder afirmar taxativamente que el virus fue generado mediante intervención humana, pero también carecemos de pruebas para afirmar taxativamente que no lo fue. En mi humilde opinión, es este un asunto que tal vez no se sabrá nunca con certeza. Que cada uno saque sus propias conclusiones, pero, por favor, no aquellas que prefiera creer, sino solo las que la evidencia permita. En otras palabras: por el momento, ninguna.
29 marzo 2020