[Kropotkin escribió el «Llamamiento a los jóvenes», en especial a los privilegiados hijos de las clases superiores que podían acceder a titulaciones académicas, y así alcanzar profesiones liberales como médicos, ingenieros o abogados, para que pusiesen su talento al servicio de la lucha por la igualdad y la justicia social de los humildes y las clases populares. Él, que pudo vivir en el acomodado ámbito académico ruso de su época lo rechazó por esta causa más noble. Dentro de este manifiesto incluye un apartado dedicado también a los científicos. Recordemos que Kropotkin se mantuvo escribiendo artículos para la prensa especializada de divulgación científica decimonónica británica y dio a conocer los descubrimientos de otros estudiosos de fuera del mundo anglosajón.]
Pero puede que digas: «¡Los simples asuntos prácticos pueden irse al diablo! Como astrónomo, como fisiólogo, como químico, me dedicaré a la ciencia. Es un trabajo que siempre rinde frutos, aunque sólo sea para las generaciones futuras».
Intentemos comprender primero lo que buscas al consagrarte a la ciencia. ¿Es sólo el placer (inmenso sin duda) que obtenemos estudiando la naturaleza y ejercitando nuestras facultades mentales? En ese caso te pregunto: «¿En qué se diferencia el filósofo, que persigue la ciencia para poder llevar una vida más grata, del borracho que sólo busca la gratificación momentánea que le proporciona la ginebra?». El filósofo ha elegido, sin duda, mucho más sabiamente su placer, pues le permite una satisfacción mucho más honda y perdurable que la del ebrio. ¡Pero eso es todo! Ambos persiguen el mismo fin egoísta: gratificación personal.
Pero no, tú no deseas llevar esa existencia egoísta. Trabajando para la ciencia deseas trabajar para la humanidad toda; esa idea te guiará en tus investigaciones. ¡Una maravillosa ilusión! ¿Quién no la abrazó por un momento al entregarse por primera vez a la ciencia?
Pero, si piensas realmente en la humanidad, si es el bien de la especie humana lo que buscas, se te plantea un interrogante formidable; porque, a poco espíritu crítico que tengas, advertirás inmediatamente que en nuestra sociedad actual la ciencia no es más que un artículo de lujo, destinado a hacer más placentera la vida a unos cuantos, y que es absolutamente inaccesible a la gran mayoría del género humano.
Hace ya más de un siglo que estableció la ciencia proposiciones sólidas sobre el origen del universo, pero ¿cuántos las conocen y cuántos poseen espíritu crítico realmente científico? Unos miles aislados, perdidos entre centenas de miles a quienes aún agobian prejuicios y supersticiones dignos de salvajes, y que, en consecuencia, aún están en condiciones de servir como marionetas a los impostores religiosos.
O, yendo un paso más allá, consideremos lo que ha hecho la ciencia para establecer las bases racionales de la salud física y moral. La ciencia nos dice cómo hemos de vivir para preservar la salud de nuestros propios cuerpos, cómo mantener en buenas condiciones a las hacinadas masas de nuestra población. Pero, ¿no ha sido acaso todo el abundante trabajo hecho en estos dos campos letra muerta en los libros? Sabemos que así ha sido. ¿Por qué? Porque la ciencia sólo existe hoy para un puñado de individuos privilegiados, porque la desigualdad social, que divide la sociedad en dos clases (esclavos del salario y acaparadores del capital) convierte todas sus enseñanzas en cuanto a las condiciones para una existencia racional en la más amarga ironía para el noventa por ciento de la especie.
En la actualidad, no necesitamos ya acumular verdades y descubrimientos científicos. Lo que importa es propagar las verdades ya adquiridas, practicarlas en la vida diaria, convertirlas en herencia común. Tenemos que ordenar las cosas de modo que toda la especie pueda conseguir asimilarlas y aplicarlas, de modo tal que la ciencia deje de ser un lujo y se transforme en base de vida cotidiana. Lo exige la justicia.
Y los propios intereses de la ciencia. La ciencia sólo realiza auténticos progresos cuando sus verdades hallan un medio dispuesto y preparado para su recepción. La teoría del origen mecánico del calor permaneció ochenta años enterrada en archivos académicos hasta que este conocimiento de la ciencia física se propagó lo bastante para crear público capaz de aceptarlo. Tres generaciones hubieron de pasar para que las ideas de Erasmus Darwin sobre la variación de las especies pudiese recibirlas favorablemente su nieto y admitirlas los filósofos académicos, e, incluso entonces, hizo falta la presión de la opinión pública. El filósofo es siempre, como el poeta y el artista, producto de la sociedad en que enseña y se mueve.
Si estás imbuido de estas ideas, comprenderás que lo más importante es impulsar un cambio radical en este estado de cosas que condena hoy al filósofo a verse aplastado con verdades científicas, mientras casi todo el resto de los seres humanos siguen igual que hace cinco o diez siglos: como esclavos y máquinas que ignoran las verdades establecidas. Y el día en que estés imbuido de esta verdad amplia, profunda, humana y sólidamente científica, ese día perderás tu gusto por la ciencia pura. Empezarás a buscar medios de lograr esta transformación, y, si aportas a tus investigaciones la imparcialidad que te ha guiado en tus investigaciones científicas, adoptarás inevitablemente la causa socialista; dejarás los sofismas y te unirás a nosotros. Cansado de trabajar para proporcionar placeres a ese pequeño grupo, que tiene ya muchos, pondrás tus conocimientos y tu abnegación al servicio de los oprimidos.
Y estate seguro de que el sentimiento del deber cumplido, de haber establecido una correspondencia real entre sentimientos y acciones, te hará descubrir en ti mismo capacidades cuya existencia jamás soñaste. Cuando, además, un día, no está muy lejano en realidad, pese a lo que digan nuestros profesores, cuando un día, repito, llegue ese cambio por el que has trabajado, entonces, obteniendo nuevas fuerzas del trabajo científico colectivo, y de la poderosa ayuda de ejércitos de trabajadores que pondrán sus energías a su servicio, la ciencia dará un nuevo salto adelante, infinitamente mayor que el lento progreso de hoy, que parecerá simple trabajo de aprendices. Entonces gozarás de la ciencia; ese placer será un placer de todos.
LE RÉVOLTÉ
(1880)