Bajó Zaratustra solo de la montaña, sin encontrar a nadie. Mas cuando llegó a los bosques se le cruzó en el camino un anciano que había salido de su choza de ermitaño para buscar raíces en el bosque. Y el anciano dijo a Zaratustra:
«No me es desconocido este caminante; hace años pasó por aquí, llamábase Zaratustra; pero ha cambiado.
Entonces llevabas tus cenizas a la montaña; ¿te propones ahora llevar tu fuego a los valles? ¿No temes al castigo que se impone al incendiario?
Sí, es Zaratustra. Su mirar es puro y no asoma asco de su boca. ¿No camina como si danzase?
Ha cambiado Zaratustra; se ha hecho niño. Se ha despertado Zaratustra. ¿Qué quieres hacer entre los dormidos?
Vivías en soledad como en alta mar, y el mar te sustentaba. ¡Ay de ti!, ¿te propones subir a tierra? ¡Ay de ti!, ¿te propones arrastrar de nuevo tu cuerpo por ti mismo?»
Respondióle Zaratustra: «Yo amo a los hombres».
«¿Y por qué me habré retirado yo al bosque y a la soledad? -dijo el santo-. ¿Acaso no lo hice por amar demasiado a los hombres?
Ahora, amo a Dios; a los hombres ya no los amo. El hombre me parece una cosa demasiado imperfecta. El amor a los hombres me mataría.»
Zaratustra le replicó: «¿Acaso he hablado yo de amor? Llevo un regalo a los hombres»
«No les des nada -dijo el santo-. Antes quítales algo de lo suyo y ayúdales a llevarlo. Así les hará el mejor bien; ¡con tal que te haga bien a ti!
Y si te empeñas en darles algo, no les des más que una limosna, ¡y que la mendiguen!»
«Yo no doy limosna -repuso Zaratustra-; no soy lo suficientemente pobre para hacer eso.»
Rióse el santo de Zaratustra y dijo: «¡Pues no te será fácil hacerles aceptar tus tesoros! Desconfían de los solitarios y no creen que vengamos a hacer regalos.
El ruido de nuestros pasos solitarios les parece sospechoso y así, cuando mucho antes de salir el sol, acostados en cama, oyen a alguien caminar por la calle se preguntan: “¿A dónde irá el ladrón ése?”
¡No te juntes con los hombres, sino quédate en el bosque! ¡Antes que con los hombres, quédate con los animales! ¿Por qué no quieres ser como yo: oso entre osos y pájaro entre pájaros?»
«¿Y qué hace un santo en el bosque?», preguntó Zaratustra.
Respondióle el santo: «Compongo canciones y las canto; y mientras las compongo, río, lloro y canturreo entre dientes; así alabo al Dios que es mi Dios.
Cantando, llorando, riendo y canturreando entre dientes alabo a mi Dios. A ver, ¿qué es lo que nos traes de regalo?»
Al oír estas palabras Zaratustra se despidió del santo diciéndole: «¿Qué podría darte yo? ¡Pero ya es hora de que me vaya, no sea que te quite nada!»
Y así se separaron el viejo y el hombre, riendo como dos muchachos.
Cuando Zaratustra estaba de nuevo solo, dijo para sus adentros: «¿Será posible? ¡Ese viejo santo en su bosque no se ha enterado aún de que Dios ha muerto!»
El fanático de la desconfianza y su garantía.-
ResponderEliminarEl viejo: ¿Quieres intentar lo imposible e instruir plenamente a los hombres? ¿Cuál es tu garantía?
Pirrón: Es ésta: quiero poner a los hombres en guardia contra mí, quiero confesar públicamente ante todos mis arrebatos, mis contradicciones y mis necesidades. No me escuchéis. Les diré, hasta que me haya igualado al más vil de vosotros e incluso puesto por debajo de éste: pertrechaos todo lo que podáis contra la verdad, ante el asco que os inspira su defensor. Seré vuestro seductor y vuestro impostor, si me llegáis a tener el menor destello de consideración y de respeto.
El viejo: Prometes demasiado. No creo que puedas soportar ese peso.
Pirrón: Pues entonces les diré también a los hombres que soy demasiado débil y que no puedo cumplir lo que prometo. Cuanto mayor sea mi indignidad, más desconfiarán de la verdad cuando salga de mi boca.
El viejo: ¿Entonces, predicas la desconfianza de la verdad?
Pirrón: Una desconfianza tal como no la ha habido nunca en el mundo: la desconfianza de todo y de todos. Esta es la única vía que lleva a la verdad. El ojo derecho no ha de fiarse nunca del izquierdo, y será preciso que, durante cierto tiempo, la luz sea oscuridad: este es el camino que hay, que seguir. Pero no penséis que os va a llenar junto a árboles frutales ni hermosos prados. En este camino hallaréis semillas pequeñas y duras (son las verdades): durante décadas tendréis que comer mentiras a puñados para no moriros de hambre, aunque sepáis que son mentiras. Pero esas semillas serán sembradas y quedarán ocultos bajo tierra, y, puede que algún día llegue el momento de la cosecha. Aunque nadie. De no ser un fanático, tiene derecho a prometerla.
El viejo: ¡Amigo mío! Tus palabras son también las de un fanático.
Pirrón: ¡Llevas razón! Quiero desconfiar de todas las palabras.
El viejo: Entonces tendrás que callarte.
Pirrón: Les diré a los hombres que debo callarme y que desconfíen de mi silencio.
El viejo: Entonces. ¿Renuncias a tu empresa?
Pirrón: Al contrario, acabas de indicarme la puerta por donde debo entrar.
El viejo: No sé si nos estamos entendiendo.
Pirrón: Probablemente no.
El viejo: ¡Con tal de que te entiendas a ti mismo!
Pirrón: Puede que no sea así. (se echa a reír)
El viejo: ¡Ay, amigo mío! Callar y reír… ¿es ésa toda tu filosofía?
Pirrón: No sería la peor.
El Caminante y su sombra
(1880)
Friedrich Nietzsche