Nuestros intelectuales no saben más que actuar y nuestros religiosos no saben más que mentir, ninguno sueña con repensar el mundo, ninguno nos propone las formas de examinar la evidencia, todos quieren hacer carrera y se admira el arte con el cual se utilizarán los unos a los otros sin jamás herir las conveniencias. Nos volvemos cada vez más conservadores y llegamos a mantener las antiguallas más caducas y más vergonzosas, nuestras revoluciones son puramente verbales y cambiamos las palabras para darnos la ilusión de estar reformando las cosas, tenemos miedo de todo y de nosotros mismos, encontramos la manera de eliminar la audacia yendo más allá de la audacia y de tener ocupada la locura exagerando la locura, no nos oponemos a nada y lo abortamos todo, es el triunfo de la desmesura sometida a la impotencia. Con esto, vamos a la muerte, digo: la muerte universal, con alguna salvedad, encargada de cerrar la Historia. Nuestras tradiciones nos la habrán profetizado, estas tradiciones son coherentes y cuando las traducimos ridículamente, actuamos de mala fe, ninguna seguridad prevalece sobre sus anuncios y ninguna probabilidad las excluye.
El Nacionalismo es una enfermedad universal cuya curación será la muerte de los frenéticos, no podemos subsistir en un mundo cada vez más estrecho con ideas tan perjudiciales, y en consecuencia pereceremos. El historiador del futuro dirá que la naturaleza se vengó de los pueblos comunicándoles un espíritu de vértigo, y que el Nacionalismo es un frenesí igual al que se apodera de las sociedades animales, demasiado numerosas. Somos demasiados y queremos morir, necesitamos un pretexto noble y helo aquí, es el carácter, el más perfecto que existe, de la posesión y de la alineación que nos permite entregarnos crecientemente, según las necesidades, a los actos más despreciables, nos embriaga de nosotros mismos consagrándonos al sacrificio, nos vuelve monstruosos cándidamente, autoriza a nuestras virtudes a prevenirse del atributo de todos los vicios y -lo que es mejor- escogerá para nosotros lo que deseamos y no osamos elegir. Estamos completamente perdidos, la enfermedad no perdona ya a ninguna nación y todos los países se parecen hasta en el tipo de furor que los opone y los anima a degollarse unos a otros.
El Nacionalismo es una enfermedad universal cuya curación será la muerte de los frenéticos, no podemos subsistir en un mundo cada vez más estrecho con ideas tan perjudiciales, y en consecuencia pereceremos. El historiador del futuro dirá que la naturaleza se vengó de los pueblos comunicándoles un espíritu de vértigo, y que el Nacionalismo es un frenesí igual al que se apodera de las sociedades animales, demasiado numerosas. Somos demasiados y queremos morir, necesitamos un pretexto noble y helo aquí, es el carácter, el más perfecto que existe, de la posesión y de la alineación que nos permite entregarnos crecientemente, según las necesidades, a los actos más despreciables, nos embriaga de nosotros mismos consagrándonos al sacrificio, nos vuelve monstruosos cándidamente, autoriza a nuestras virtudes a prevenirse del atributo de todos los vicios y -lo que es mejor- escogerá para nosotros lo que deseamos y no osamos elegir. Estamos completamente perdidos, la enfermedad no perdona ya a ninguna nación y todos los países se parecen hasta en el tipo de furor que los opone y los anima a degollarse unos a otros.
Nuestro buen Albert Caraco! :)
ResponderEliminarExtraordinario. Caraco siempre tras la búsqueda del sentido final.
ResponderEliminarUn blog necesario.
Saludos
Jorge Muzam
http://jorgemuzam.blogspot.com