No menos importancia tiene la conclusión filosófica que cabe extraer ya en estos momentos: a pesar de siete u ocho milenios de fuga, la humanidad sigue estando dentro de la naturaleza y no demasiado lejos de los otros seres vivos que en conjunto formamos la biosfera. Es más, la microbiología ha puesto al alcance de todas las inteligencias el hecho de que todos los seres vivos, desde el virus más modesto al árbol o a la persona, están formados en lo esencial —es decir, en lo que se refiere a las proteínas que permiten la vida celular y los ácidos nucleicos que controlan la herencia― por tan sólo una cincuentena de moléculas orgánicas idénticas ―y es preciso subrayarlo― para todos los seres vivos. Por tanto, cuando Francisco de Asís llamaba «hermano» al ave y al lobo, al árbol y al agua, no sólo acertaba desde un punto de vista sentimental, sino también científicamente.
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Puede decirse que hoy casi todos los sentimientos, ideas y creencias giran principalmente en torno a la economía y a su crecimiento. No menos cierto resulta que, a la larga, será imposible mantener semejante proceso, pues ya sabemos, por ejemplo, que para obtener cada caloría que comemos gastamos como mínimo dos y en muchos casos hasta diez. Contradicciones estas tan graves que, con toda seguridad, superan las de cualquier otra crisis histórica. Se sabe que civilizaciones enteras cayeron por agotar su ecosistema, pero hoy está claro que el cansancio ha llegado al conjunto de la biosfera.
Sin embargo, la verdadera crisis de nuestros días es realmente intelectual. No sólo el Mercado o los ecosistemas están periclitando; también, y en mayor medida, nuestro entender y sentir: o cambiamos la forma de interpretar este mundo y nuestro papel en él, o sencillamente dejaremos de pensar. Entre los fundamentos de esa transformación necesaria están la reconciliación con el pasado, la declaración de dependencia de la naturaleza, el pacifismo generalizado, la reducción real del aumento de población y la restitución a lo vivo del máximo posible de sus dominios perdidos.
JOAQUÍN ARAUJO, «El hombre ante la naturaleza»
en Ecología y Vida (vol.4). SALVAT, 1991.
Y Joaquín Araújo escribió esto en 1991.
ResponderEliminarParece que desde entonces no nos ha importado demasiado que nos estemos cargando literalmente nuestra Casa-Tierra y que, además, podamos mantener el ritmo de consumo y contaminación que tenemos en estos países ricos a costa del empobrecimiento del resto del mundo.
¿Será tarde ya para reconciliarnos con la naturaleza y entender que sólo podemos sobrevivir -todos- si empezamos a cuidar más el espacio que nos permite la vida?
He leído un artículo curioso sobre este tema:
ResponderEliminar"¿Cómo será el mundo cuando nuestra especie ya no exista? ¿Qué animales se salvarán? ¿Y quiénes nos sustituirán en la cumbre de los superpredadores?
Dougal Dixon, un paleontólogo especializado en evolución, lo ha imaginado. Y éste es el desconcertante resultado de lo que albergará nuestro planeta 50 millones de años después de que el hombre haya desaparecido.
Viajemos en el tiempo a un futuro lejano. Nuestra especie ha desaparecido de la Tierra hace 50 millones de años. La causa ha sido el colapso de los sistemas naturales debido a nuestro imparable aumento demográfico, al agotamiento de los recursos, la contaminación generalizada y las epidemias. En los últimos siglos de la permanencia del hombre en la Tierra, lograr agua potable y alimentos se convertirá en un terrible problema.
La competencia de los animales por los recursos alimenticios que el hombre necesitaba llevará a la extinción a los herbívoros salvajes y a los predadores que los cazaban. Otros, como las ballenas, marsopas y grandes cetáceos desaparecerán tras una caza sin cuartel. Pero las especies oportunistas, aquéllas con una gran capacidad para la adaptación y preparadas para vivir de los desechos del hombre se expandirán por todo el mundo. Será el caso de las ratas, algunas aves carroñeras o las cucarachas; animales que vivían escondidos a la sombra de las poblaciones humanas y que, tras su extinción, se encontrarán con un mundo sin competencia donde las especies que antes las limitaban habrán sido aniquiladas por el hombre.
Después de nuestra extinción dejaremos un triste legado. El hombre habrá devastado todos los recursos naturales y acabado con la mayoría de las especies predadoras incómodas a nuestra sociedad, y la vida tendrá que reinventarse. Pero para el planeta Tierra no será un problema nuevo.
Desaparecida nuestra especie, los animales necesitarán decenas de miles de años para aprovechar los recursos que les brindará el medio en el que crezcan. No será la primera vez que la vida reescribe sus normas. A fin de cuentas, los humanos habremos provocado la sexta extinción masiva del planeta. Antes de nuestra aparición en escena, la vida ya había superado trances similares cuando, en ocasiones, hasta el 90 por ciento de todas las especies llegaron a desaparecer por el impacto de grandes meteoritos o por drásticos cambios en el clima. Recuperarse será tan sólo una cuestión de tiempo. Y 50 millones será suficiente como para lograrlo.
Todas estas teorías fantásticas las ha pergeñado Dougal Dixon, un geólogo escocés especializado en paleontología que se ha convertido en una referencia mundial sobre la evolución de los continentes y sus especies. A pesar de lo que pudiera parecer, la ciencia ficción de Dixon no es sólo un alarde de imaginación, sino que tiene una importante base científica cimentada en años de estudio sobre paleobiología, es decir, sobre las especies del pasado de nuestro planeta y su evolución en función de los fenómenos externos que produjeron grandes cambios entre los seres vivos –deriva continental, cambios climáticos, meteoritos…–.
La evolución, a lo largo de la historia, ha seguido unas pautas que pueden ser extrapolables al futuro, siquiera como un ejercicio de imaginación científica. Ante determinadas condiciones, las especies, aun perteneciendo a grupos dispares como las aves, los mamíferos o los peces, responden con soluciones idénticas. Es un fenómeno que los biólogos llaman convergencia evolutiva: mismos problemas, similares soluciones. Por ejemplo, un murciélago, un colibrí y una libélula adquirieron alas para volar, aunque ni las especies ni las alas como estructuras físicas tengan nada que ver entre sí."
Razón que tienes Lilith, nosotros (nuestra especie) seremos los responsables, no sólo, de la extinción de muchos seres vivos, sino también de nuestra propia especie zoológica. Somos parte de la naturaleza y si la alteramos lo suficiente "cavaremos nuestras propias tumbas" o las de las generaciones venideras.
ResponderEliminarEn cuanto a las ratas y cucarachas, dudo que sobrevivan a nosotros. Como especies sinantrópicas que son, y que llevan milenios conviviendo entre nosotros (y gracias a nosotros) desaparecerán con el Homo sapiens en la sexta Gran Extinción.
La Evolución es algo impredicible, no sabemos lo que vendrá después de las formas vivientes existentes. Hace unos 65 millones de años, un meteorito o un cometa impactó sobre nuestro planeta, lo que acarreó en cosa de miles de años (un momento, en tiempos geológicos) la extinción de los dinosaurios y otros animales. Con esta extinción, los mamíferos fueron los vertebrados que poblaron y ocuparon todos los nichos ecológicos de los diferentes biomas de la Tierra.
Mamíferos y dinosaurios convivieron durante todo el Mesozoíco durante más de cien millones de años, aparecieron practicamente a la vez, pero los primeros estuvieron en un plano marginal respecto a los segundos.
Sí no hubiese ocurrido tal impacto extraterrestre, tal vez nosotros, los humanos, y las mayoría de los mamíferos existentes y que han existido durante el Cenozoíco no lo habrían hecho.
Los dinosaurios no se extinguieron del todo... tenemos los pájaros y demás aves, que son pequeños dinosaurios emplumados.
El ritmo de desaparación de especies biológicas en estos últimos siglos es más acelerado que el de las extinciones masivas del pasado histórico natural de la Tierra. ¡Cuidado!