martes, 26 de febrero de 2008

1848, la primavera de los pueblos


Hoy hace ya 160 años que un treintañero ruso llegaba a un París en plena efervescencia revolucionaria desde Belgica y andando, en dirección opuesta a la del depuesto monarca francés Luis-Felipe de Orleans. Durante las jornadas de los días 22, 23 y 24, las clases populares parisinas empuñaron las armas contra el rey y su gobierno, enarbolando por primera vez la bandera roja (desde entonces el color de la revolución). El 25 de febrero se proclamó la II República, con un gobierno provisional en el que formaron parte los socialistas, aunque meses más tarde el conflicto entre el proletariado y la burguesía diese al traste con ella.

El ruso en cuestión era Mijail Bakunin, que durante el mes que estuvo participó en todo junto a los obreros que formaban la Guardia Nacional, como refleja en sus Confesiones (carta escrita al Zar, durante su presidio en 1851):

Todos estaban ebrios como yo, unos de terror loco, otros de loco entusiasmo y de esperanzas insensatas. Me levantaba a las cuatro o a las cinco de la madrugada y me acostaba a las dos; pasaba en pie todo el día, tomaba parte casi en todas las reuniones, asambleas, clubs, desfiles, paseos, manifestaciones, en una palabra, me empapaba con todas mis sensaciones. Era una fiesta sin principio ni fin; veía a todo el mundo, y no veía a nadie, pues cada individuo se perdía en una misma muchedumbre innumerable y errante; hablaba con todo el mundo sin recordar mis palabras ni las de los otros, pues la atención estaba absorbida a cada paso por nuevos sucesos y nuevas cosas, por noticias inesperadas. Esta fiebre general se veía alimentada y reforzada por las noticias que llegaban de las otras partes de Europa; sólo se oían palabras como ésta: «Se lucha en Berlín: el rey ha huido después de pronunciar un discurso. Se ha combatido en Viena, Metternich huye, se ha proclamado la República. Toda Alemania se subleva. Los italianos han triunfado en Milán, los austriacos han sufrido una vergonzante derrota en Venecia. Se ha proclamado la República: toda Europa se hace republicana. ¡Viva la República!»

Parecía que el universo entero estuviese trastornado; lo increíble se había hecho natural; lo imposible, posible, y lo posible y lo habitual, insensato. En pocas palabras, los ánimos estaban entonces en tal estado, que si alguien hubiera venido diciendo: «El buen Dios acaba de ser expulsado del cielo, se ha proclamado la República», todo el mundo le hubiera creído y nadie se hubiera sorprendido. Y los demócratas no eran los únicos que sentían esta embriaguez; muy al contrario, ellos fueron los primeros en recobrar la lucidez, pues se veían forzados a ponerse a trabajar y consolidar un poder que les había caído encima contra todo pronóstico y como por milagro.

Todavía faltaba dos décadas para el Bakunin anarquista que mejor conocemos y más respetamos los libertarios. Todavía, en esos tiempos, no estaba forjado el ideal ácrata; pero refleja el carácter vitalista y revoltoso del personaje histórico.

La llama revolucionaria prendería en un mes por otros países europeos, entró en declive en verano, pero en algunos lugares continuó durante el año siguiente. Como fue en la ciudad sajona de Dresde, en la que participó activamente Bakunin, y posteriormente detenido por los prusianos, dando comienzo a su periplo carcelario de casi doce años, hasta que logró evadirse de Siberia en 1861. Esta revolución puso a la luz el antagonismo entre clases sociales: burguesía y proletariado, liberalismo y socialismo, hasta entonces aliados contra el absolutismo del Antiguo Régimen, y desde ese momento enfrentados.

3 comentarios:

  1. ¡Qué jóvenes éramos!

    Menos mal que estas cosas se ven todos los días

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  2. ¡Compañero Rado!
    ¿Cuantos años tienes tú? ¿Más de ciento setenta, y todavía vivo?

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  3. Sí... ya ves... El año que viene cumplo los 200.

    Lo que no entiendo es por qué preguntas si todavía estoy vivo... ¿qué tiene de raro llegar a esa edad?

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