sábado, 23 de febrero de 2008

23-F

[Hoy, 23 de febrero del 2008, es el vigésimo séptimo aniversario de la fallida intentona golpista del año 1981. sobre ello se ha dicho mucho, pero se conoce poco. Aquí os pongo un vídeo del programa Informe Semanal de hace dos años , que aclara poco. Después os pongo un texto del libro Soberanos e intervenidos de Joan E. Garcés, donde explica que tras el fracaso del golpe de Estado militar España ingresó en la OTAN, los intereses estratégicos de los USA algo tuvieron que ver...]
LA AMPLIACIÓN DE LA OTAN A ESPAÑA COMO FONDO

El golpe del 23 de febrero marcaba una etapa. De un modo u otro en la conspiración estaban implicados núcleos del espectro político, financiero, militar, diplomático. Las contradicciones internas en ocasiones los neutralizaban entre sí, como ocurrió con Tejero y Armada en la noche del 23 al 24 de febrero. Los centros del proceso conspirativo continuaron operativos, pocas ramificaciones salieron a la luz. Las consecuencias del golpe, sin embargo, sí se vieron. ¿Para qué una intervención militar en 1981? No habrá en la realidad interna española razones aparentes que atrajeran la intervención activa o pasiva de los servicios secretos de EE UU. La situación en el País Vasco era más pretexto que causa. ¿Para qué fue entonces manipulado el integrismo y obsecuencia de algunos sectores militares españoles? Hay indicios de que ello pudo responder a un diseño global que sobrepasaba el marco de la Península Ibérica. Y era quizás la preparación de Europa para un plan estratégico en el inicio de la Administración Reagan, en un momento en que Europa occidental era presionada para que aumentara los gastos militares convencionales y aceptara la instalación de las armas nucleares llamadas del «teatro de batalla europeo» ―misiles Cruise y Pershing II, bomba de neutrones—, que parecían corresponder a un supuesto contrapuesto al de la disuasión: evitar la «batalla». Eran tiempos en que los dirigentes de EE UU escuchaban con displicencia y parsimonia las peticiones de quienes apremiaban el inicio de negociaciones con la URSS para disminuir la densidad de armamento atómico en el continente. Parecía que asumían el riesgo de una guerra real que se preparaba en todos los terrenos, desde el psicológico al organizativo, del político al armamentístico, del económico al social. Años después trascendería que los planes militares de comienzos de la Administración Reagan asumían la inminente entrada de tropas soviéticas en Irán, seguida de una guerra en Europa entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El presidente Reagan declararía públicamente el 16 de octubre de 1981: «Se puede considerar la posibilidad de utilizar armas tácticas nucleares contra tropas en el campo de batalla europeo, sin que ello conduzca a las grandes potencias a apretar el botón».

Todo el Mediterráneo reflejaba la misma onda de fondo. En septiembre de 1980, con el previo beneplácito de la OTAN y el aplauso o silencio de los gobiernos de la Coalición —a excepción del belga―, Turquía fue militarizada tras ser derrotado su Gobierno (liberal). En noviembre siguiente Grecia era llevada a reintegrar sus FF AA en el Mando Militar de la OTAN, del que salió en 1974 —tras caer la dictadura militar, auspiciada desde la OTAN en 1966—. A fines de enero de 1981 Reagan autorizaba la venta a Marruecos de 108 blindados M-60, 20 cazas F-5 y seis aviones de reconocimiento OV-10, dejando sin efecto la condición del gobierno Carter de exigir a Rabat «progresar previamente hacia un acuerdo negociado en el conflicto del Sáhara occidental». Dos meses después Marruecos estimulaba un golpe militar en Mauritania contra la política de Argelia y del Frente Polisario. En abril siguiente el general Haig, secretario de Estado, se desplazaba a Medio Oriente a impulsar una coalición de gobiernos árabes conservadores con su epicentro en Egipto —donde Sadat ya había autorizado el estacionamiento de tropas norteamericanas―, susceptible de orientarse contra los regímenes no alineados del Mediterráneo meridional ―Argelia, Libia—, y contra el Irán en revolución islámica. En mayo de 1981 se descubría en Italia la trama golpista de la Logia Propaganda-2, mientras un mercenario atentaba contra la vida del Papa Juan Pablo II (Wojtyla, polaco de nación) —la propaganda norteamericana apuntó hacia los soviéticos, el proceso judicial no lo probó, y el general Ambrogio Viviani, ex jefe del contraespionaje italiano, señalaría más tarde la participación de la Logia Propaganda-2 en el atentado, lo que tampoco fue probado, aunque «el asunto del la Logia P-2 tuvo una influencia en la decisión última de los cardenales no italianos en 1978 a favor de un polaco como Papa».

La militarización del Mediterráneo era, pues, una línea de fuerza a finales de 1980 y comienzos de 1981. El trasfondo que daba sentido a puntos dispersos que emergían aquí y allá, en un proceso vasto, múltiple y, lógicamente, coordinado, era la política de EE UU en Europa, la voluntad de quebrar la estructura de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y las revueltas en países islámicos. Aunque escrito antes de la presidencia Reagan,[…]

En cualquier caso, del empujón militar de febrero de 1981 hizo una muy específica interpretación el nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo. A grandes zancadas, con premura, hizo aprobar la entrada en la OTAN de España por el mismo Congreso al que Tejero había tenido secuestrado a punta de pistola. A Adolfo Suárez se le reprochaba que durante sus cuatro años al frente del Gobierno hubiera dado largas a algo tan capital para la estrategia de EE UU en Europa. También el sucesor de Calvo Sotelo al frente del Gobierno, Felipe González, confirmó y ratificó a la OTAN (de nuevo, sin contar para ello con el respaldo de Suárez). ¿De la OTAN se trataba en 1981? A responder la interrogante aporta cierta luz la semblanza que de Suárez Presidente haría Leopoldo Calvo Sotelo:

Para mí estaba claro desde 1977 que había que incorporar a España a la Comunidad Europea y la Alianza Atlántica. ¿Lo veía tan claro Adolfo Suárez en los años de su Presidencia? Probablemente no, […] volvía insensiblemente a las coordinadas árabes e hispanoamericanas de la política internacional, y descuidaba la transición exterior. En cuanto a la Alianza, apuntaba en Suárez un cierto antiamericanismo. Corregir y precisar ese rumbo fue uno de mis primeros propósitos como Presidente del Gobierno. (Memoria viva de la transición, 1990).

Pero si para lograr la ampliación de la OTAN a España había que quitar de en medio a Suárez, ¿cómo se integraba en la trama hacia un «gobierno de concentración presidido por un militar» la oposición que por entonces publicitaba F. González a la Alianza Atlántica? La contradicción era sólo aparente. Calvo Sotelo se presenta a sí mismo en su Memoria viva… como adalid de la OTAN, y para enfatizar su papel en franquearle la entrada en España dibuja a un F. González cicateramente adverso a ello, hasta que «aprendió la cuestión» a fines de 1985 y en 1986. La realidad fue otra, y estaba en la penumbra. Que externamente González no posará como adalid de la OTAN antes de 1982 obedecía a razones de necesidad electoral: no quería enfrentarse al electorado cuando requería de sus votos para alcanzar el Gobierno —la mayoría rechazaba que España entrara en la Coalición bélica―. Una vez instalado en aquél (fines de 1982), en el subsiguiente Congreso de su Partido (1984) hizo borrar del Programa la oposición al ingreso en la OTAN que los socialistas sostuvieron desde la muerte de Franco, mientras se aplicaba pacientemente a cambiar la mentalidad de una fracción de electores e invertir el signo de la mayoría —lo que no logro hasta 1986, momento en que convocó el referéndum para plebiscitar la entrada en la OTAN de España—. ¿Calvo Sotelo no captó el porqué del doble juego y lenguaje de González? Si fuera así, debe haber sido uno de los pocos gobernantes de Europa y EE UU que desconocía el compromiso de González —contraído con quien correspondía— de alistar España en la OTAN cuando aun en público hacía campaña en sentido opuesto.

Joan E. Garcés

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