sábado, 7 de junio de 2008

Yeti. Leyenda y realidad

Reinhold Messner


«Y una y otra vez le dábamos vueltas a la pregunta de cómo los tibetanos llamaban al ser que en Nepal rondaba por la cabeza de nativos y turistas bajo el nombre de Yeti. Llegamos a la conclusión de que le decían Jemo, Jemong o Dremo

[...]

«El Jemo, Jemong o, más hacia al oeste del Himalaya, Dremo era, según lo definían los nativos, un oso de las nieves u hombre-oso, una especie sinántropa y un ser nocturno. Los hombres sólo lo veían por momentos, casi siempre en actitud defensiva o muy erguido, y no apreciaban más que su silueta. Este oso pardo, que no debe confundirse con el oso de collar, solía aparecer como bípedo ante individuos aislados, de modo sorpresivo y amenazante. ¿Era por eso por lo que se había convertido para los nativos en el “monstruo” que la leyenda llamaba Yeti y nosotros “el abominable hombre de las nieves”? Quien alguna vez se haya encontrado con esta fiera no tendrá la más mínima duda sobre su existencia real.»

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«Este país tan desgarrado no sólo había originado una gran diversidad, sino que los hombres también veían las distintas especies con otros ojos según la región. La fauna y la flora del Tibet habían desarrollado una fuerte tendencia a formar variantes propias, y la difusión local de una especie determinaba la concepción que el hombre tenía de la misma, sobre todo en el caso de los animales raros. Muchos géneros primitivos desde el punto de vista de la evolución, como el panda gigante, el takín o el ciervo almizclero, eran para los nativos algo más que meros animales. Así sucedía también con el Jemo. Encerrados en sistemas montañosos de difícil acceso, estos tipos de animales sólo habían logrado conservarse gracias a su alto grado de especialización y seguían siendo para los hombres, vecinos inmediatos de sus reductos, realidad y leyenda al mismo tiempo. Y fue sobre todo el aislamiento casi absoluto en que vivían estos hombres de las inhóspitas regiones de la alta montaña lo que los había llevado a inventar y desarrollar estas leyendas de animales.»

[…]

«Había que entender el nombre “Yeti” como término genérico para todos esos monstruos del Himalaya. El hombre de las nieves, que nuestra fantasía situaba en aquella cadena montañosa, en Siberia y en los bosques de la China meridional, no existía en la realidad. Pero el Jemo o Dremo estaba presente en todas partes. Aunque las teorías más absurdas definían a esos seres como reliquias supervivientes, aunque desconocidas, de una especie humana prehistórica, toda manifestación viva del Yeti correspondía en todas partes al mismo género de animales. A pesar de que otros creyeran haber descubierto con el Yeti un eslabón decisivo en la evolución del hombre, yo sabía que no tenía nada que ver con esto. Una cosa era, el que el hombre, lo mismo que había creado a Dios, hubiera inventado con su fantasía y su pensamiento fruto del deseo, un hombre primitivo, un hombre salvaje, o un superhombre, y otra muy distinta, como había surgido la historia del Yeti.

»Para los europeos, que vivían a ocho mil kilómetros de distancia de las regiones originarias de este ser, mis conclusiones podían parecer descabelladas, pero el Yeti no había nacido sólo de la imaginación del hombre. Fue y seguía siendo extraído de la naturaleza, y sólo con el tiempo y con la transmisión oral se convirtió en figura legendaria. Los narradores ampliaban y envolvían de elementos fabulosos un núcleo de hechos reales.

»¿Y el “hombre de las nieves” de las montañas de Asia? De todas mis exploraciones se desprendía de forma inequívoca que éste correspondía al oso pardo (Ursus arctos). En un viejo dialecto tibetano, la palabra “yeti” quería decir “oso de las nieves”, pero para nosotros los occidentales, los osos eran como quien dice, animales de peluche desde que ya no existían en nuestros países. Sin embargo, nada hará cambiar el hecho de que el “hombre de las nieves” permanezca inmortal como un monstruo de nuestra fantasía.»

[…]

«La solución del enigma en torno al Yeti no consistía en adscribir a la figura legendaria una determinada especie animal, que, por cierto, ya era conocida, sino más bien en vincular dos enfoques completamente diferentes del fenómeno. Los viajeros del Occidente y los montañeses de las apartadas regiones del Himalaya no habían hablado el mismo lenguaje durante cien años, por tener en la cabeza dos imágenes totalmente diferentes del Yeti.

»Descubrí que desde hacía casi dos mil quinientos años, las distintas ideas del Yeti divergían cada vez más y que con la destrucción del medio salvaje a escala universal también perdíamos la posibilidad de penetrar en los mundos imaginarios de culturas cercanas a la naturaleza. La imagen siempre cambiante del Yeti lo presentaba unas veces como neandertalense, otras como hombre de las nieves; Ernst Schäfer había identificado un oso pardo, y muchos khampas [un pueblo tibetano], lo consideraban un monstruo. Para mí, el Yeti era la contrafigura salvaje del hombre en la dialéctica entre la civilización y el medio silvestre.»

Reinhold Messner, Yeti. Leyenda y realidad.
Ediciones Desnivel, 1999.

1 comentario:

  1. Ahora se me ocurre añadir estas palabras que Félix Rodríguez de la Fuente, en su Enciclopedia de la Fauna, dice sobre el oso pardo:

    «No puede negarse que el plantígrado, capaz de erguirse y caminar algunos pasos sobre las patas posteriores, dotado de gran inteligencia y adaptabilidad, en un mundo donde los primates [no humanos] no existían debió ser considerado por el hombre primitivo como el animal más semejante a él y, por consiguiente, como el más admirable, temible y, al mismo tiempo, execrable, porque estas antagónicas manifestaciones de ánimo son desencadenadas en el hombre por aquella criatura que , por resultarle más semejante, es considerada también como el competidor más directo y el trofeo más preciado.»

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