Un programa educativo inaprensible
En las ardorosas batallas jurídicas entabladas durante los primeros años de década de 1980 sobre la enseñanza de la biología evolucionista en las escuelas, los defensores de dar explicaciones «equilibradas» argüían que la «ciencia de la creación» debería enseñarse como una interpretación igualmente válida de los hechos.
Según mantenía Henry Morris, director del Instituto para la Investigación de la Creación, no buscaban introducir en las escuelas públicas una religión sectaria. El creacionismo científico, escribía, no «se basa en la revelación bíblica y sólo se sirve de datos científicos para apoyar y exponer el modelo de la creación». Morris y sus colegas solían aludir a un conjunto cada vez mayor de investigaciones creacionistas en biología y geología.
En lo más intenso del debate, dos biólogos universitarios, Eugenie Scott y Henry Cole, hicieron un examen de 1.000 publicaciones científicas y técnicas para analizar el tipo de investigación creacionista que podía enseñarse en las aulas. Según su informe de 1984, «no se descubrió nada parecido a una prueba empírica o experimental del creacionismo científico». Había algunas publicaciones de unos pocos creacionistas destacados que eran científicos profesionales, pero sus temas eran la preparación de alimentos, las tensiones soportadas por los aviones y otras materias no relacionadas con el creacionismo, pues la mayoría de ellos no eran biólogos.
Scott y Cole intentaron descubrir la existencia de originales presentados por creacionistas cuya publicación hubiera sido rechazada por las publicaciones científicas «establecidas». Tras haber examinado 68 publicaciones que habían recibido más de ciento treinta y cinco mil propuestas durante un trienio, descubrieron que sólo 18 habían sido escritas por científicos creacionistas, y doce de ellas eran artículos polémicos sobre educación científica. Los seis restantes, en su mayoría «refutaciones» de la evolución, habían sido enviados a revistas de biología y zoología, pero fueron rechazados por falta de competencia y profesionalidad.
Existe, por supuesto, la posibilidad de que las pruebas en favor del creacionismo sufran la «censura» de la exclusión por parte de publicaciones ortodoxas y con prejuicios evolucionistas, sin que importe su calidad profesional o de presentación. Pero, el hecho de que a lo largo de tres años se presenten seis artículos a 68 publicaciones, a duras penas puede ser indicio de una actividad de investigación floreciente capaz de producir nuevas interpretaciones y descubrimientos.
En la práctica, la totalidad de la bibliografía sobre «ciencia de la creación» está compuesta por libros y folletos publicados por el Instituto de la Ciencia de la Creación. En su mayoría se trata de argumentos contra la evolución basados en el razonamiento lógico de que, si la teoría evolucionista tiene fallos y puntos débiles o no puede dar razón de algunos hechos, quedaría demostrado que el creacionismo es correcto. Sus argumentos suponen que solamente existen dos opciones: el creacionismo o el evolucionismo darwinista.
No obstante, los profesores de ciencias sufren la presión de campañas públicas, algunas de ellas dirigidas por catedráticos con títulos de ciencias (en general no biológicas), quienes afirman que hay abundantes estudios científicos basados en conceptos creacionistas. Fundándose en esas afirmaciones, muchos padres, políticos y educadores han supuesto la existencia de un cuerpo de estudios científicos «creacionistas» publicados, que, en realidad, brilla por su ausencia.
RICHARD MILNER, Diccionario de la Evolución,1990.
El artículo comentado de Scott y Cole se encuentra en Internet en:
ResponderEliminarhttp://www.kean.edu/~bregal/docs/E.Scott.crea.sci.history.pdf
Muy interesante