En nuestro registro fósil lo que más se suele preservar a lo largo del tiempo son las partes duras del animal, como los huesos y las conchas, y muy raro que se preserven las partes blandas (uno de los casos más conocidos son las plumas del Archaeopteryx).
El ciervo gigante o alce irlandés (Megaloceros giganteus), el mayor de los cérvidos, habitó en Europa y Asia occidental hasta su desaparición hace unos 10.600 años, de él se conoce bien su esqueleto. Sus machos poseían la mayor de las cornamentas (de hasta casi cuatro metros de punta a punta y unos cuarenta kilos de peso), que crecía hacia afuera desde la cabeza, en ángulo recto respecto al eje del cuerpo y era palmeada, con púas que también surgían del borde anterior. Su aspecto externo se dedujo de los actuales ciervos y alces, en cuyas reconstrucciones colocaban la cabeza sobre el dorso.
Pero lo que los fósiles no nos dicen, nos lo dijeron nuestros antepasados. En unas cuevas del suroeste de Francia, como Chauvet y Cougnac, nos legaron unos dibujos (de hace 30.000 años, en la primera gruta, y unos 14.000 años, en la segunda) que representaban a estos impresionantes animales. Los artistas de la Edad del Hielo, mediante el arte parietal, pintaban los animales como los veían y nos han proporcionado unas evidencias que de otro modo se hubiesen perdido en las fauces de la Prehistoria, los rasgos externos de estos ciervos ya extintos. A diferencia de las reconstrucciones de los museos, el Megaloceros mantenía la cabeza baja y alineada con la columna vertebral. Y lo más llamativo, una giba o joroba sobre sus hombros, que no se conoce en las especies actuales.
Más recientemente, en la región de Kimberley (al norte de Australia Occidental), un guía naturalista encontró una pintura sobre una roca de un animal extraño. Según estudiaron, el animal reflejado en cuestión, era un león marsupial (Thylacoleo carnifex), ya extinguido hace unos 26.000 años. Fue el mayor mamífero carnívoro australiano de su tiempo, y marsupial. Aunque depredador, estaba más filogenéticamente relacionado con los canguros y koalas que con los marsupiales carnívoros nativos, como el diablo de Tasmania, el dasiuro o gato nativo marsupial y el extinto tilacino o lobo marsupial. Se conocía por sus huesos, que tenía unas musculosas patas delanteras con fuertes garras retráctiles, en especial la del pulgar, una maciza cabeza con fuetes mandíbulas. Carecían de colmillos, pero en su lugar los incisivos superiores eran caniniformes, y su tercer premolar largo y cortante.
De su morfología exterior nada sabíamos, hasta este descubrimento. Su cabeza, maciza y rectangular, portaba grandes orejas triangulares, y unos enormes ojos, que indicaban hábitos crepusculares o nocturnos, un cazador de la noche. Su lomo era rayado del cuello hasta la base de la cola. Y su cola, un tercio de la longitud total, estaba empenachada. El color, tal vez, ocraceo.
Gracias a estos antecesores nuestros, podemos conocer un poco de la megafauna pleistocénica: una auténtica ventana a nuestro remoto pasado.
Fuente: DEVIANT ART
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