Cien mil años abarcan a unas cinco mil generaciones de homínidos, lo que no es mucho tiempo a escala evolutiva. Así pues, si la dispersión de los humanos modernos desde África al resto del mundo comenzó hace cien mil años, cabría esperar que la diferenciación genética entre la poblaciones humanas no debería ser muy grande, incluso si excluimos las entremezclas entre poblaciones, lo cual se está produciendo a un ritmo creciente en los tiempos actuales.
Los científicos han descubierto que la mayor parte de la variación genética humana se distribuye entre todas las poblaciones humanas, de modo que sólo una pequeña fracción de la variación genética, en torno a un diez por ciento del total, difiere entre los pueblos de diferentes continentes del mundo. Esto en principio podría parecer sorprendente, porque somos conscientes de la manifiesta apariencia distinta de los humanos de diversas zonas del mundo (las razas humanas o grupos étnicos), pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que la divergencia de las poblaciones humanas es de origen reciente, como se dijo en el párrafo anterior, que en el caso de los grupos más divergentes se remonta a sólo cinco mil generaciones y a mucho menos entre otras poblaciones.
El diagrama de la figura muestra que, de la variación genética total presente en toda la humanidad, el ochenta y cinco por cien está presente entre individuos de la misma población, digamos, de la misma aldea o pueblo. (Esto sin tener en cuenta los cruces con emigrantes procedentes de otras poblaciones, lo que eleva el porcentaje por encima de ochenta y cinco). Aproximadamente, el seis por ciento adicional de la variación se halla entre personas de diversos lugares dentro del mismo continente; y un adicional nueve por ciento de la variación se halla entre individuos de distintos continentes.
Como he señalado, cabría esperar estos resultados debido a la evolutivamente reciente dispersión de las poblaciones humanas, pero parecen contradecir la experiencia común. Sabemos que los habitantes del África tropical son bastante diferentes de los escandinavos y ambos son muy diferentes de los japoneses. La explicación de este enigma tiene dos componentes. La primera parte de la explicación es que nuestros antepasados africanos ya eran genéticamente bastante variables por la época en que empezaron a colonizar el resto del mundo. Esto no es sorprendente porque tal es el caso en la mayoría de las especies animales: son muy variables desde el punto de vista genético. De hecho, los chimpancés son genéticamente más variables que los seres humanos, aunque el total de la población mundial de chimpancés es mucho menor que los seis mil millones y medio de seres humanos.
La segunda parte de la explicación es que las características estereotípicas que distinguen a los grupos étnicos, tales como el color de la piel, el color y la textura del pelo, y los rasgos faciales, implican relativamente pocos genes. Algunos de estos genes han evolucionado como adaptaciones en respuesta a diversos climas. Consideremos, por ejemplo, una de las diferencias más llamativas entre los grupos étnicos: la pigmentación de la piel. Los melanomas son graves cánceres causados por una exposición sostenida a la radiación ultravioleta procedente del sol. Así pues, los pueblos que llevan viviendo durante generaciones en latitudes bajas poseen genes que producen mayores cantidades de eumelaninas (melanina marrón y negra) que filtran la mayor parte de la radiación ultravioleta, protegiendo sí a la piel del daño. Por otra parte, es necesaria algo de radiación ultravioleta para efectuar la síntesis de la vitamina D en las capas más profundas de la piel. Así, la cantidad de eumelanina que es adaptativa en los trópicos es menos que óptima en latitudes altas, donde la radiación ultravioleta es mucho menor. En latitudes altas, la selección natural ha favorecido genes que dan como resultado una piel pálida, de modo que los rayos ultravioletas alcanzan las capas de la dermis donde se sintetiza la vitamina D. El mito de una gran diferenciación genética entre «razas» es justo eso, un mito sin respaldo científico.
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