domingo, 26 de julio de 2009

La Semana Trágica de Barcelona, 1909

En una madrugada, como la de hoy, pero de hace cien años, varios piquetes compuestos de hombres y varias mujeres alentaban a la huelga general contra el matadero que suponía la recién iniciada guerra de Marruecos —a la que iban los de siempre, los hijos de los obreros y las clases populares que no podían pagar una cuota para eximirse del servicio militar obligatorio—, guerra que defendía los intereses del capitalismo oligárquico y caciquil español, que tras la perdida de sus últimos reductos del Imperio en 1898 se metió en la aventura colonial norteafricana, tras unos acuerdos internacionales con las otras potencias europeas que se repartieron el continente africano. En el mes anterior los trabajadores del ferrocarril que unía Melilla con las explotaciones mineras del Rif fueron atacados por las tribus o cabilas rifeñas, y el gobierno central del conservador Maura decidió la movilización general de tropas y reservistas, para proteger estos beneficios económicos y los delirios de grandeza de algunos jefes militares, por eso también se la llamó «la guerra de los banqueros».

Muchos de estos reservistas estaban casados y tenían familias, que quedaban abandonadas y desamparadas al tener que ir éstos a una guerra para defender los privilegios de los ricos. Además, el sentimiento antimilitarista estaba muy arraigado entre la población española después de la desastrosa guerra anterior, la de Cuba. En varias ciudades hubo actos de protesta contra ella, intensificándose la campaña antibélica. En el puerto de Barcelona, en una tarde del domingo 18 de julio de 1909, cuando estaban las tropas dispuestas a embarcar, sus familiares asistían para despedirse de ellos, tras las absurdas e inoportunas arengas patrióticas de los oficiales, empezaron los primeros conatos antibelicistas cuando se presentaron unas cuantas señoronas de la alta sociedad catalana para animar a los soldados y entregarles tabaco y escapularios, lo que creo un gran malestar y el primer tumulto entre la gente sencilla que veía como las madres y esposas de los que no iban al matadero, animaban los que sí iban para defender sus privilegios, y más conociéndose las numerosas bajas que acarreaba el conflicto.

En el fin de semana siguiente, un Comité de Huelga compuesto por anarcosindicalistas de Solidaridad Obrera (precedente de la CNT), algún miembro del Partido Socialista y el apoyo de republicanos, convocaban a un paro general contra la guerra en Barcelona y otras localidades catalanas, para el lunes 26 de julio de 1909.

En ese día, Barcelona se despertó en plena huelga revolucionaria, todo estaba paralizado, igual que en otros municipios. Ya por la tarde comenzaron los enfrentamientos entre los huelguistas y las fuerzas del orden; la protesta fue adquiriendo un carácter insurreccional no previsto inicialmente. Poco antes de la medianoche arde el primer edificio religioso. Y al día siguiente la ciudad estaba repleta de barricadas, levantadas en las calles.

La huelga se convierte en una rebelión popular, ninguna fuerza política quiso tomar las riendas. No había nada planificado ni ningún objetivo claro, todo era espontáneo, a la vez que caótico e incoherente. Además se suma a este movimiento elementos marginales y del mundillo del hampa. Al comité se le escapa de las manos la huelga.

Uno de los efectos más conocidos, fue la quema de iglesias, conventos y otros edificios religiosos provocada por pequeños grupos dirigidos por gente vinculada al Partido Radical Republicano del demagogo Alejandro Lerroux, «el principe del paralelo» y con la participación de algunos anarquistas. Los hechos no fueron recibidos con desagrado por el pueblo, ya que estaba inculcado el sentimiento anticlerical en las clases populares, que relacionaban directamente a la Iglesia con los ricos. Muchas escuelas regentadas por el clero ardieron también, la enseñanza estaba monopolizada por la Iglesia católica y los valores que inculcaban estos centros eran contrarias a la causa de los derechos de los obreros. El clero español siempre se opuso a toda modernidad y progreso, tenía privilegios fiscales y muchas instituciones benéficas como orfanatos y asilos donde empleaban mano de obra barata que competía con otras empresas que perjudicaba a los obreros con sueldos más bajos y despidos. Los sindicatos católicos eran controlados facílmente por la patronal. Las monjas controlaban centros correcionales femeninos con una rigida disciplina, y cuando se presentó la ocasión, muchas jóvenes obreras participaron en la quema de los conventos. Las ordenes religiosas se inmiscuían en muchos aspectos de la vida de la gente. El clero dirigía oficinas de empleo y actuaba a su vez como patrono. Era obvio, por ende, ese sentimiento popular anticlerical que se dedicó a atacar los edificios pero no a las personas en esos días, que poco después desembocó en la profanación de tumbas, más bien condicionados por el morbo y las leyendas urbanas que hablaban de torturas y tesoros escondidos.

El jueves 29, llegan tropas de refuerzo a reprimir este ensayo de revolución. En los combates hay un centenar de muertos y el último reducto rebelde es sofocado en el sábado 31 de julio. Barcelona quedó aislada, incomunicada del resto de España, desde el ministerio de la Gobernación se difundió por la prensa oficial al resto del país que la rebelión era de corte separatista, que no lo fue, para impedir su expansión entre los trabajadores españoles. La represión no se hizo esperar, más de mil setecientos procesados, de las diecisiete condenas a muerte solamente se llevan a cabo cinco, entre ellas la del pedagogo racionalista Francisco Ferrer Guardia, tras un juicio amañado con pruebas falsas le responsabilizaron de todo ello. El PSOE-UGT convocó a otra huelga general, tras conocerse los hechos, para el dos de agosto y sus dirigentes fueron encarcelados. A estas jornadas se las conocen como la Semana Trágica barcelonesa, y ocurrió hace un siglo exactamente.

No quiero extenderme más, tenía que recordar este hecho histórico.

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