El 10 de agosto de 1998, el paleontólogo de la Universidad Complutense de Madrid Juan Luis Arsuaga, codirector de las excavaciones del yacimiento de Atapuerca en Burgos —el más importante del mundo en el período del Pleistoceno—, impartió una conferencia titulada «La pelvis, el parto y la evolución de la precocidad en el recién nacido». Estaba enmarcada dentro del curso de verano «La vida en la prehistoria: la paleobiología de nuestros antepasados», organizado por la Universidad Complutense de Madrid en El Escorial. En esa conferencia, a la que asistieron los alumnos del curso y dos periodistas —Alicia Rivera de El País, y el que escribe este libro [Carlos Elías] por la Agencia EFE—, Arsuaga explicó lo que él consideraba el descubrimiento paleontológico más importante del siglo: una pelvis humana completa del Pleistoceno medio (hace 300.000 años).
El tamaño de la pelvis era mayor que la de los actuales humanos, lo que quería decir que los niños podían nacer más desarrollados que ahora, pues al ser el anillo de la pelvis mayor implicaba que la cabeza podía también ser más grande. Esto derivaba en múltiples teorías antropológicas como que al ser los niños más desarrollados necesitaban menos a sus progenitores y tenían una infancia y adolescencia menor que las actuales.
El auditorio quedó impresionado. Arsuaga incluso señaló que le habían puesto el nombre de Elvis a la pelvis: «la pelvis de Elvis es el hallazgo paleontológico más importante que ha aportado España a la historia de la ciencia», tras lo cual enseño numerosas diapositivas de la pelvis completa. Al término de la conferencia me acerqué a él para preguntarle algunas dudas. Reconozco que yo ya veía mi artículo enviado a EFE en las portadas de periódicos y telediarios. Arsuaga, visiblemente consternado al enterarse de que era periodista, me suplicó que no publicara nada. Añadió que él «no sabía que hubiera periodistas», a pesar de que los cursos de la Complutense tienen un gabinete de prensa muy eficaz y todos los que imparten conferencias saben que en el auditorio puede haber numerosos redactores. También me aseguró que si esa noticia se divulgaba en la prensa, Nature lo había amenazado con no publicarle su artículo. Arsuaga era una víctima de Nature.
Le hice saber que no haría mención a las teorías que implicaban el descubrimiento, sino sólo al hallazgo en sí de la única pelvis completa que existía en el mundo del Pleistoceno medio. Me aseguró que incluso la sola mención del hallazgo echaría por tierra todo el proyecto de publicar en Nature. Yo quería publicarlo, porque era un hallazgo anunciado en una conferencia pública. Pero Alicia Rivera (a la cual considero una magnífica periodista científica) me aconsejó: «Jamás se publica un hallazgo, aunque tengamos constancia del mismo, hasta que el investigador y la revista nos den permiso. Porque lo que para nosotros no deja de ser una noticia más, a ellos les puede costar que su trabajo no tenga el reconocimiento que merece. Les puedes arruinar sus expectativas de publicación». Y con la conciencia intranquila por secuestrar una información a la sociedad, solicité permiso a mis jefes. La Agencia Efe accedió a no publicar el descubrimiento del hallazgo ante las súplicas de Arsuaga. EFE publicó una información en la que se hacía referencia a lo que supondría encontrar una pelvis de ese tamaño, pero en ningún momento se afirmaba que se había hallado ya.
Nueve meses después —el 20 de mayo de 1999— Nature publicaba la noticia y todos los periódicos nacionales —ABC, El Mundo, El País, etc.— presentaban la noticia en portada y abriendo la sección de «Sociedad». El Mundo, incluso, escribió un editorial sobre la pelvis y la investigación científica.
La pregunta es: ¿resulta ético, desde el punto de vista periodístico, secuestrar la información de un hallazgo de esa magnitud a la sociedad durante nueve meses, sólo por las imposiciones de Nature? En este caso que he expuesto por conocer de primera mano y por considerarlo paradigmático de la disfunción que intento explicar, el retraso no se debe a que se están confirmando los resultados experimentales o teóricos por los revisores antes de publicarlo. No. Aquí Nature no sólo secuestró la interpretación teórica —que puedo entenderlo hasta que los revisores la den por válida—, sino incluso, hasta el propio hallazgo físico.
La identificación de los científicos con esta dictadura de Nature es tal, que el propio Arsuaga llegó a advertirme de que si divulgaba lo de la conferencia, yo sería el responsable de que uno de los hallazgos más importantes de la ciencia española del siglo XX no fuera publicado como merecía. La jefa de ciencia de EFE en ese entonces, Amanda García Miranda (que es licenciada en biología y periodismo), y yo acatamos la amenaza «por el bien de la ciencia española, aunque nosotros quedemos mal como periodistas si mañana se publica y se sabe que estuvimos allí», nos dijimos.
Y con el miedo de que otro periodista que no se hubiera acercado a Arsuaga difundiera la información al día siguiente, aceptamos no publicar nada de la noticia. Estoy seguro de que los jefes superiores de la Agencia EFE, que no están acostumbrados a tratar con estos asuntos ni a acatar la dictadura de fuentes para ellos tan poco relevantes, jamás hubieran aceptado que una noticia de este calibre, que además ha sido posible gracias a la exclusiva financiación pública española que tiene la investigación de Atapuerca, esté secuestrada por imposición de una empresa de comunicación privada británica como es Nature. En este sentido, a veces creo que los periodistas científicos «somos menos periodistas que el resto», porque no luchamos suficientemente por defender el derecho a la información. La ciencia no pierde nada porque se publique un hallazgo científico antes de que salga en una revista y se estimule el debate. Arsuaga ha salido beneficiado, porque gracias a Nature se ha convertido en un científico mediático. Sin lugar a dudas, es el licenciado español en ciencias naturales que más cobra por conferencia impartida y que más ingresos obtiene de publicaciones de libros.
Si esto ocurre en los ambientes científicos, que en teoría deberían ser los más lúcidos, sabios y conscientes, qué no ocurrirá en los ambientes políticos, judiciales e, incluso, periodísticos.
ResponderEliminarNuestra sociedad necesita urgentemente un compromiso personal, individual, con un sólido código ético, un código "de honor" que impida tanta insensatez y tanta estupidez interesada.
Gracias por tu post. Un abrazo.
Grian
muy interesante, aunque sé lo criticables que son los sistemas de publicaciones donde la revista se hace amo y señor de todos los derechos, no tenía ni idea de hasta que punto llegan las influencias de nature..., interesante Historia esta de Arsuaga.
ResponderEliminarUna cuestión de la que se preocupan las revistas, aparte de ser las primeras es en evitar un cierto sensacionalismo. No quieren que se publique en un periódico algo en plan "Artículo que se publicará en Nature propone una cura contra el cáncer", y luego tener que desmentirlo. Me parece una postura bastante razonable y seamos serios, la mayoría de los descubrimientos da igual si se popularizan en su momento o 6 meses después.
ResponderEliminarTambién me parece algo imprudente por parte del investigador dar una charla sobre un artículo que aún no ha sido publicado. Si hablas de algo que sea porque no te importa que se sepa.
¡Saludos a los dos comentaristas anteriores y bienvenidos a éste nuestro humilde Blog!
ResponderEliminarYa sabemos que Nature es una revista reconocida internacionalmente y bastante seria. Pero ¿por qué tiene que ser una de las pocas publicaciones que capitalizan este tipo de información? Y más si las investigaciones que han conducido a tales conclusiones o teorías (da igual las que sean) han sido subvencionadas con dinero público. ¿Qué derecho tienen estas entidades privadas para monopolizar algo que se supone es de todos?
En mi opinión no lo monopolizan, porque después de su publicación tú puedes escribir lo que quieras al respecto.
ResponderEliminarEl mundo científico es mucho más complejo de lo que se sabe. Para empezar, el investigador es el que envía su descubrimiento a la revista y además paga por que se lo publiquen. Después, esa información tiene que pasar por una serie de revisores que contrastan esa información, cosa que un periodista no puede hacer por falta de conocimientos, por eso pasan 9 meses entre una cosa y otra.
ResponderEliminarEl que "secuestra" (como decís vosotros) la información no es la revista, si no el científico, que no le interesa que se publique en otra parte, ya que las revistas científicas están clasificadas con una puntuación y esa es la base (la única base) de su curriculum y en consecuencia de la posibilidad de conseguir proyectos futuros para seguir investigando.
Insisto, el mundo de la investigación va al revés que el resto. Y lo que un investigador comenta en un curso no tiene por qué salir de ahí, fuera del ámbito universitario. Estas cosas pasan todos los días, pero como no todos somos el jefe de Atapuerca pues no sale a la luz.
Coincido con Daniel, la divulgación de los hallazgos científicos debe realizarse a través de publicaciones científicas reconocidas y no por medio de la prensa generalista no-especializada.
ResponderEliminarDejar la primicia a Nature fue -en mi humilde opinión- la decisión correcta.
Saludos cordiales.
Cedes la exclusiva a un medio a cambio de beneficios, en este caso curriculum, en el caso del famoso de turno, dinero por contar su vida, no me parece nada tan raro
ResponderEliminarCoincido con los últimos comentarios. No es cuestión de que sea Nature o no, las publicaciones científicas tienen una complejidad que se escapa a la forma de publicar de los medios de información no especializados. No pretendo ser condescendiente, por favor, no se me entienda mal. Pero La repercusión de un hallazgo así pierde mucho valor para el responsable si no se hace por los canales adecuados.
ResponderEliminarNo creo que sea monopolio de información, es una mera cuestión de decir las cosas en el momento y de la forma adecuada.
Un saudo =)
¡Gracias, Sr. Belizón, por «menearme» la entrada del blog! Aunque el texto no sea mío sino de Carlos Elías Pérez (que además de periodista es químico).
ResponderEliminarhttp://www.meneame.net/story/dictadura-revista-nature
¡Y bienvenidos seáis todo/as lo/as demás comentaristas!
Pero, el conocimiento científico pertenece a toda la humanidad, ¿por qué mercadear con ello? ¿Y quién asegura qué lo que hoy publique una revista científica reconocida, mañana no sea rebatida por otra, o la misma publicación? ¿Acaso la Ciencia no está constantemente cambiando de interpretaciones y teorías o es una continua acumulación de datos? Es lo que la hace grande y no inmutable e inamovible como un dogma religioso (aunque algunos científicos se porten como unos auténticos «sacerdotes de una verdad revelada»).
Totalmente de acuerdo contigo Krates.
ResponderEliminar¡Compañero Leo! Por una vez estamos de acuerdo en algo.
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