sábado, 3 de abril de 2010

Sadismo en el Más Allá

A la pregunta del moderador acerca de una vida «más allá», respondí yo: a mi entender los muertos no siguen viviendo en su conciencia, sino en la nuestra. Los muertos mueren cuando se les olvida. Y observé, contra las ilusiones del cristianismo acerca del más allá, que esta doctrina acrecienta aún más la dicha de los bienaventurados mediante el recurso sádico de que aquéllos puedan ver desde el cielo los sufrimientos de los pecadores en el infierno, ¡y eso por toda la eternidad!

¿Qué hay de falso en lo que digo? (Prescindiendo de que lo sea toda la cuestión.) Son viejas concepciones cristianas.

Ya el Nuevo Testamento azuza contra la humanidad no creyente: «Haced con ella lo mismo que ella ha hecho con vosotros y devolvedle el doble del mal, como sus hechos se merecen». Lo contrario dicho sea de paso, del mandamiento pacifista de Jesús. Después, es Tertuliano quien ve a los pecadores en el infierno «más reblandecidos y macerados por el fuego». Su insaciable mirada quiere regodearse en el estofado de sus adversarios: «¿Qué espectáculo tan amplio se ofrecerá allí? ¿Qué es lo que suscitará allí mi asombro y provocará mis risas? ¿Dónde estará el lugar de mi dicha, de mi regocijo?». También el obispo mártir Cipriano promete a los bienaventurados la contemplación de los tormentos de sus antiguos perseguidores como complemento de su goce celeste por toda la eternidad. Lactancio endulza asimismo la vida eterna con la visión de los condenados. Hasta el teólogo oficial de la Iglesia Tomás de Aquino («manso como un cordero», comenta sarcástico Nietzsche) da testimonio al respecto: «para que la beatitud agrade más a los santos (magis complaceat) y se muestren tanto más agradecidos a Dios, les está permitido gozar de una perfecta visión de los castigos de los impíos».

¡Si esto no es sadismo…!


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