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Mayo del 68 ocurre exactamente lo mismo que con todas las experiencias personales que hemos vivido con gran intensidad. Resulta imposible contemplarlas como un simple recuerdo y, cuando las evocamos, no podemos evitar regresar a ellas de una forma casi física, como sí aún estuviesen vivas, como si, de alguna forma, aún estuviesen plenamente en el proceso de su azaroso acontecer.
Y, claro, resulta muy difícil hablar de una experiencia que aún se está desarrollando, o en la que aún seguimos atrapados emocionalmente, porque no son las palabras las que acuden en primer lugar, sino que afloran sentimientos, nos inundan vivencias, se disparan ráfagas en imágenes y surgen deseos… O sea, todo, antes que palabras. Todo, menos palabras… Es como si la propia intensidad de la experiencia vivida pusiera en crisis las palabras.
«Crisis de palabras»… eso es algo que, en el caso concreto de Mayo del 68, no deja de ser bastante curioso puesto que Mayo fue, entre otras cosas, la eclosión y la explosión de la palabra, fue una de las mayores tomas colectivas de la palabra que se haya producido en la historia.
Pero la crisis de las palabras y, por qué negarlo, la enorme nostalgia que también alimenta esa crisis, se queda rápidamente atrás en cuanto nos percatamos de que hablar del 68 nos es rememorar lo que ocurrió hace 40 años, no es deslizarse por el registro discursivo de la memoria y del recuerdo, sino que es, básicamente, participar en el esfuerzo por intentar entender mejor nuestro «aquí y ahora».
Y la razón por la cual reflexionar sobre Mayo del 68 no es tanto contemplar el pasado como pensar el presente es bien sencilla: ciertos acontecimientos suceden, irrumpen con mayor o menor fuerza en una determinada situación histórica y luego desaparecen, dejando solamente su memoria como único legado. Sin embargo, otros acontecimientos marcan un «antes» y un «después». Las cosas eran de cierta forma antes de que se produjeran y pasan a ser de otra forma después de que hayan acontecido. Cuando esto ocurre, entonces, el acontecimiento excede su memoria, la desborda y se prolonga en lo que le sucede en el tiempo. Mayo del 68 es un acontecimiento de este tipo, cierra una época y abre otra, y como resulta que la época que ha abierto aún no se ha cerrado, Mayo del 68 sigue afectando a nuestro tiempo en mayor o menor medida.
En el momento de evocar los hechos de Mayo no deja de sorprender la frecuencia con lo cual surge la pregunta por el éxito o, las más de las veces, por el supuesto «fracaso final» de Mayo del 68, aunque no parezca tener demasiado sentido hacer en este caso un planteamiento en término de éxito o de fracaso.
En efecto, se puede hablar con propiedad del éxito o del fracaso de un proyecto. De un proyecto que se diseña para alcanzar tal o cual resultado, o de una acción que se emprende con tal o cual finalidad, pero nunca hubo ningún proyecto de Mayo de 68, simplemente aconteció. No cayó del cielo, claro, tuvo determinadas causas, pero no fue el desenlace de un proyecto, fue, «literalmente», un acontecimiento.
Acontecimiento totalmente inesperado, Mayo del 68 dejó atónitos a sus propios protagonistas y causó estupefacción en el mundo entero porque nadie imaginaba que algo así pudiera ocurrir. Seguía siendo inimaginable para nosotros, incluso cuando ya había comenzado su andadura, y por lo tanto está claro que nadie pudo proyectarlo.
No se puede hablar de éxito o de fracaso a propósito de los acontecimientos o, si se insiste en querer torcer las palabras, el éxito de un acontecimiento es, simplemente, el de haber acontecido y su fracaso sería el de no haberse producido. Mayo del 68 se produjo y ese es, si se quiere, su incuestionable éxito.
El inefable ex presidente Aznar dice en su prescindible libro de memorias que Mayo del 68 fue una simple tragicomedia, otros han dicho que Mayo del 68 fue, como mucho, una simple parodia de revolución, que fue algo así como una simple opereta a la francesa donde, en realidad, no ocurrió prácticamente nada. Se ha dicho que no hubo tan apenas víctimas mortales, como si la magnitud de una confrontación tuviese su cuantificador en el número de vidas sesgadas, y se ha dicho que fue un mero asunto de estudiantes.
Restar importancia a lo que aconteció en el 68 constituye una valoración política bastante extendida, ciertamente opinable, pero de la cual es razonable discrepar tajantemente. Sin embargo, las dos últimas afirmaciones, la de que no hubieron muertos y la de que fue un asunto meramente estudiantil, simplemente no son de recibo y no congenian en absoluto con la verdad.
¿Un asunto de estudiantes? Quizás, pero para sostener este punto de vista hay que pasar por alto que fueron las ocupaciones de fábricas las que inyectaron a Mayo las energías que le permitieron subsistir más allá de la primera noche de las barricadas. Y también hay que pasar por alto que fueron los millones, sí, «millones», de trabajadores en huelga quienes potenciaron la resonancia, en intensidad y en duración, que tuvo Mayo en lo más hondo de la sensibilidad antagonista. Fue lo que ocurrió en el mundo del trabajo lo que dio a Mayo una dimensión de «acontecimiento histórico», una dimensión que difícilmente hubiese alcanzado si se hubiese quedado en un «simple asunto de estudiantes».
¿Escasas víctimas mortales? ¿A lo sumo unos pocos obreros y algún estudiante? Quizás, pero para poder decir esto, hay que pasar por alto las decenas y decenas de participantes de Mayo que murieron como consecuencia directa de aquellos hechos. Porque sencillamente, cuando se fue restableciendo poco a poco la llamada «normalidad», no soportaron la perspectiva de renunciar a las promesas de Mayo, no pudieron seguir viviendo como «antes» y se quitaron la vida de una forma u otra, en las semanas, los meses, o en los inmediatos años posteriores.
No menciono este hecho con afán de dramatizar, sino porque quizás nos permite intuir cuál fue la pasión que se engendró durante Mayo del 68, cuál fue la intensidad de las vivencias que suscitó, el entusiasmo que logró despertar y la fuerza con la cual cambió, en cuestión de muy pocos días, unas historias de vida que parecían trazadas de antemano y definidas de una vez por todas.
Para muchos de los que fueron arrollados por Mayo del 68 este fue un regalo, tan inesperado como valioso, y fue la fuente de un placer extremo que consiguió torcer unas trayectorias personales que sólo tenían el trabajo, el consumo y la crianza de los hijos como único horizonte de sus deseos.
Ciertamente, Mayo del 68 fue una lucha, una lucha por momentos violenta, áspera, tensa, extenuante, exigente y llena de sinsabores, como lo son todas las luchas. Pero fue también una fiesta, una experiencia que proporcionaba placer y sentimientos de felicidad, y nos enseñó que es precisamente en esta conjunción donde radica posiblemente una de las condiciones para que la lucha sea productiva. No había que posponer al final de la lucha el placer de saborear eventualmente sus resultados, sino que las recompensas surgían desde el seno de la propia acción, formaban parte de lo que ésta nos proporcionaba diariamente.
Mayo del 68 fue un movimiento tan efímero, en su fase álgida, como un fogonazo, pero su impronta aún perdura y sus efectos, lo que produjo Mayo, están íntimamente incrustados en las propias fibras de nuestro momento presente. Aprendimos entonces algunas cosas que cambiaron nuestras formas de actuar, nuestras formas de organizarnos, nuestra manera de pensar políticamente y quedaron sembradas, entre otras cosas, algunas de las semillas que darían vida, ulteriormente, a los llamados Nuevos Movimientos Sociales, abriéndoles nuevos cauces pero invalidando también antiguos derroteros.
Porque, claro, no hay que olvidar que Mayo fue sumamente importante por todo aquello que declaró obsoleto, por los caminos que clausuró, por las prácticas de lucha, por los modelos organizativos y por las concepciones políticas que descalificó y que tornó imposibles. En definitiva, por todo aquello que lastraba el bagaje antagonista y contra lo cual Mayo lanzo un «NO», poco menos que ensordecedor.
La operación de demolición emprendida por Mayo del 68 cuestionó, con absoluta vehemencia, que los movimientos sociales pudiesen formarse, desde entonces en adelante, con la misma horma que se había utilizado durante más de un siglo.
No quisiera caricaturizar pero para convencernos de la radicalidad de los cambios que Mayo del 68 contribuyó a propiciar basta con pensar que antes del 68 el grueso de la militancia antagonista no veía ningún problema en encuadrarse, disciplinadamente, dentro de unas estructuras organizativas marcadamente vanguardistas que se autoatribuían el papel de conducir las masas hacia su liberación, porque se crecían poseedoras de la línea justa, porque pensaban que estaban dotadas del saber político correcto y porque se consideraban conocedoras privilegiadas del camino que convenía seguir.
Buena parte de esa militancia consideraba perfectamente normal establecer una separación tajante entre la esfera de la vida cotidiana, por una parte, y el ámbito de la política, por otra, sin que las frecuentes contradicciones que surgían entre las practicas desarrolladas en uno y otro de esos dos planos fueses dignas de recibir la menor atención.
Esa militancia aceptaba también, y sin el menor reparo, que las organizaciones de las que se dotaba reprodujeran las jerarquías y las estructuras de dominación propias de la sociedad que combatían y que estas organizaciones hicieran buena, en su propio seno, la clásica división entre dirigentes y dirigidos. Todo ello impregnado de una visión escatológica que justificaba cualquier sufrimiento presente en nombre de un futuro que podía ser más o menos lejano pero que era portador de radiosas promesas.
Pues fue todo esto, todas estas concepciones y todas estas practicas, lo que, después de Mayo del 68, dejó de poder ser asumido de forma confiada y acrítica por quienes se negaban a conformarse al statu quo vigente, o a tal o cual de sus aspectos, y pretendían actuar para cambiar las cosas.
Paralelamente a su extraordinaria labor de demolición, Mayo también hizo labor positiva creando los elementos para un nuevo entendimiento del antagonismo social y para la elaboración de nuevas practicas antagonistas, cuyos gérmenes estaban y presentes, en algunos caos, en otros movimientos de los años sesenta, como, por ejemplo , el movimiento de los «provos» de Ámsterdam.
En esa creación de nuevas claves de sentido, Mayo nos enseñó, por ejemplo, que las energías sociales necesarias para hacer surgir potentes movimientos populares y para hacer brotar prácticas antagonistas de cierta intensidad, surgen desde dentro de la creación de determinadas situaciones, no las preexisten necesariamente. No es que esas energías se encuentren en estado latente y se liberen cuado lo permiten las situaciones creadas, es más bien que esas energías se engendran, se constituyen, cuando se crean esas situaciones Se trata, por lo tanto, de unas energías que pueden aparecer siempre, en cualquier momento, aunque en el instante inmediatamente anterior no existan en ninguna parte.
Aprendimos que, a menudo, estas energías sociales se forman cuando lo instituido queda desbordado, cuando se sustrae un espacio a los dispositivos de poder y se vacía ese espacio del poder que lo inviste. Cuando se consigue, en definitiva, crear un «vacío de poder». La creación de ese tipo de situaciones hace que las energías sociales se retroalimente a sí mismas: van perdiendo fuerza y, de repente, vuelven a crecer como ocurre con las tormentas.
Por ejemplo, subvertir los funcionamientos habituales y los usos establecidos, ocupar los espacios, transformar los lugares de paso en lugares de encuentro y de habla, todo esto desata una creatividad colectiva que inventa de inmediato nuevas maneras de extender esa subversión y de hacerla proliferar.
Mayo volvió a recordarnos, pero con especial intensidad, que los espacios liberados engendran nuevas relaciones sociales, que crean nuevos lazos sociales y que, en comparación con los lazos previamente existentes, estos se revelan incomparablemente más satisfactorios. Las personas experimentan entonces el sentimiento de que viven una vida distinta, donde gozan de lo que hacen, descubren nuevos alicientes y se lanzan a una profunda transformación personal en muy poco tiempo, como si interviniese un proceso catalítico extraordinariamente potente.
La gente se conciencia y se politiza en cuestión de días, y no superficialmente sino profundamente, con una rapidez que resulta propiamente increíble.
Mayo también nos hizo ser extremadamente recelosos con las concepciones vanguardistas y con los planteamientos escatológicos, incitándonos al escepticismo frente a las promesas de un mañana que siempre acaba postergándose y recordándonos que si la emancipación no empieza en el seno mismo de la propia acción que la persigue, entonces no empieza nunca. Mayo nos mostraba que son las realizaciones concretas, aquí y ahora, las que son capaces de motivar a la gente, de incitarla a ir más lejos y de mostrar que otras formas de vivir son posibles. Pero también nos advertía de que para que estas realizaciones puedan acontecer, la gente necesita, imperativamente, sentirse protagonista, decidir por ella misma, y es cuando es realmente protagonista, y cuando se siente efectivamente como tal, cuando su grado de implicación y de entrega puede dispararse hasta el infinito.
El privilegio que se otorgaba a la acción directa, llevada a cabo en nombre propio al margen de los cauces de intermediación, así como la fortísima exigencia de democracia directa que reducía a su mínima expresión los procedimientos de delegación y de representación, sintonizaban perfectamente con una marcada suspicacia hacia los proyectos políticos que se expresaban en términos de conquista del Poder. Se esbozaban así algunos aspectos de la arriesgada apuesta que formulan hoy los nuevos movimientos sociales cuando sostienen que se puede cambiar aspectos sustanciales de la sociedad sin tomar el poder, sin esperar a tomarlo y sin ni siquiera intentar tomarlo, porque mientras las energías se vuelcan hacia la conquista del poder dejan de volcarse en transformar la sociedad, y si ésta no ha sido transformada, entonces la cuestión de quien ocupa su cúpula pierde mucha importancia.
Finalmente, Mayo puso el acento sobre el hecho de que, más allá de las relaciones de producción, la dominación se ejerce en una multiplicidad de planos y que las resistencias han de manifestarse en todos y cada uno de esos planos. Se empezaba a dibujar de esta forma una nueva subjetividad política del antagonismo y se abrían nuevos escenarios para su protagonismo. Porque, en efecto, cuando el horizonte de la política antagonista se ensancha, para abarcar todos los ámbitos donde se ejercen la dominación y la discriminación, son, entonces, todos los aspectos de la vida cotidiana los que entran a formar parte de su campo de intervención. Y lo que queda configurado es una nueva relación entre la vida, por una parte, y la política, por otra parte, que dejan de ocupar, en ese mismo momento, espacios separados. Quizás podamos encontrar en esta proclividad hacia el mestizaje de realidades artificialmente separadas la facilidad con la cual Mayo del 68 practicaba la mezcla o la hibridación de géneros. El discurso político no estaba reñido con las experiencias festivas, el compromiso más abnegado podía compaginarse perfectamente con la negativa a tomarse demasiado en serio, y el inconformismo iba de la mano del desafío, de la provocación, de la insolencia, de la risa, de la parodia y de la ridiculización de las instituciones y de los valores más rancios.
Si Mayo del 68 fue uno de los acontecimientos que contribuyó a forjar un nuevo imaginario antagonista, a crear nuevas prácticas antagonistas y a impulsar nuevas modalidades organizativas, entonces volver a mirarlo, pero con los ojos de hoy, quizás pueda ayudarnos a enriquecer ese imaginario, Ésa es, para mí, la importancia que puede tener el reincidir ahora sobre un acontecimiento que, dentro de pocos años, se situará ya, y nada menos, que a medio siglo de distancia.
© Tomás Ibáñez, 2008. Este artículo ha sido publicado bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento-No comercial-Sin obra derivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente el texto por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando la fuente y sin fines comerciales.