«¡Cada uno en su casa!» nos repite Le Pen, desde lo alto de su desprecio por los árabes y los negros.
Por desgracia para él, la investigación de la paleontología, es decir, la ciencia de la historia de la humanidad antigua, nos enteramos de que los primeros humanos vivieron… en África. Emigraron a Europa ya muy tarde, cuando se liberó de sus glaciares.
Así, los antepasados de Le Pen eran... ¡negros! Peor aún, de camino a Europa, hicieron un largo alto en el Oriente Medio. En resumen, nuestro racista es también «un poco árabe». ¡Qué vergüenza!
Conclusión: si se hubiesen prohibido las migraciones y si se hubiese aplicado a sus antepasados el infame «¡Cada uno en su casa!», Le Pen sería tan oscuro como Martin Luther King o Mandela.
¡Qué es, finálmente, el destino de un pequeño racista depravado!
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