Madagascar es la cuarta isla más grande del planeta y una de las más antiguas, estaba ya separada del continente africano (junto la India) hace más de 160 millones de años, durante la era de los dinosaurios, y posee una de las faunas nativas más interesantes, en especial sus primates no humanos conocidos como los lémures, su grupo de mamíferos más diversificado. Y digo no humanos porque habría que añadir a nuestra especie Homo sapiens, que también somos primates.
A los primates se nos distingue entre los mamíferos, mayoritariamente arborícolas, por poseer al final de nuestras extremidades cinco dedos de los cuales uno está separado y es más o menos oponible a los restantes, el pulgar, y con uñas en vez de garras, así como nuestra orientación hacía el frente de los ojos, que nos dan una visión estereoscópica o tridimensional del entorno, añadiendo una tendencia a una mayor encefalización proporcional respecto al resto del cuerpo. Uno de los rasgos que nos difiere a los humanos como nuestros parientes los monos de los lémures malgaches es nuestro hocico. Las fosas nasales o narinas de los lémures están rodeados de una piel desnuda y húmeda llamada rinario y un labio superior partido y fijado a las encías, dándoles un aspecto que nos recuerda a los perros y los ratones. En cambio, nosotros y los monos poseemos alrededor de las narinas la misma piel que el resto de la cara y el labio superior es continuo y móvil, con cuya musculatura facial podemos hacer muecas y expresar nuestro estado de ánimo. Los lémures malgaches, como sus parientes los galagos y potos africanos y los lorís asiáticos, pertenecen al suborden de los primates Estrepsirrinos, primates generalmente de hábitos nocturnos que se guían más por el olfato que por la vista como los monos y simios antropomorfos, los Haplorrinos. Mientras estos últimos se sirven de las manos para manipular objetos y comida, los lémures y sus primos continentales las utilizan sólo para agarrar. Entre los Haplorrinos hay que añadir a los tarseros, que antes se les clasificaba junto a los Estrepsirrinos bajo el nombre de Prosimios.
Se tiene constancia fósil de la diferenciación de estos subordenes desde el Eoceno (hace 57-35 millones de años). Entre los Estrepsirrinos estaban los Adapiformes y entre los Haplorrinos eran los Omomíidos, primates que deambulaban por los árboles de los bosques norteamericanos y euroasiáticos, y posiblemente de África (que era por esos tiempos una gran isla-continente). Los Estrepsirrinos quedan posteriormente relegados a un segundo plano, siendo sustituidos por los antepasados de los simios y monos actuales, excepto en Madagascar, donde ocuparon sus diferentes hábitats.
De las poco más de trescientas especies de Haplorrinos vivientes no humanos en los continentes americano, asiático y africano, sólo hay, en comparación, apenás una veintena de Estrepsirrinos continentales, pero el aislamiento de la isla malgache ha propiciado la gran variedad de lémures rozando casi el centenar de especies. Especies que ocupan una gran variedad de nichos ecológicos y habitan en todos los biotopos, desde la pluvisilva de las costa oriental y la montaña hasta las zonas áridas del sur, pasando por las áreas abiertas del altiplano central y los bosques caducifolios y de galería occidentales. Una variedad que nos puede permitir hacernos una idea de como pudieron ser nuestros antepasados eocénicos. Hay lémures de hábitos nocturnos y los hay diurnos, de varios tamaños que oscilan desde los menos de 50 gramos de los lémures-ratón (género Microcebus) hasta los 7 a 9 kilogramos de los indris (Indri indri). Los hay desde los cuadrúpedos corredores entre las ramas a saltadores sobre sus dos patas traseras, unas especies suelen ser solitarias y otras más sociales formando grupos numerosos, de hasta veinte ejemplares como el maki de cola anillada (Lemur catta). Mayoritariamente son de dieta omnívora, que abarca desde frutos hasta insectos y otros son estrictamente vegetarianos (género Hapalemur), y alguno, como el tana o lémur de frente ahorquillada (Phaner furcifer) se alimenta de resina exudada de los árboles. Practicamente todos poseen una garra en el segundo dedo del pie que utilizan para el aseo, igual que sus incisivos y caninos de la mandibula inferior, que son iguales y alargados hace delante formando el «peine dental» característico de los actuales Estrepsirrinos (muchos géneros y especies de los antiguos Adapiformes carecían de él).
Uno de los más raros —y a la vez el más distanciado filogenéticamente—, del tamaño de un gato de unos tres kilos y cubierto con un pelaje negro, de hábitos nocturnos y solitario, el día lo pasa refugiado en su nido, es el aye-aye (Daubentonia madagascarienses). Posee los incisivos como el de los roedores, para abrir la dura corteza y raspapr la fibra de los frutos de los que se alimenta, y sus dedos acaban en garras y no en uñas, el dedo tercero o medio de la mano es huesudo y lo utiliza para extraer larvas de insectos del interior de la corteza de los árboles, detectándolos gracias a sus grandes orejas parecidas a las del muerciélago.
Hace unos cincuenta o cuarenta millones de años debieron llegar sus antepasados desde el continente africano, debieron llegar montados sobre balsas naturales de vegetación arrastradas por las corrientes marinas de la época (las de nuestros tiempos no lo hacen), vegetación flotante que habría caído a los ríos tras las tormentas y en la que pudieron sobrevivir el viaje gracias a una especie de aletargamiento, similar al de los lémures enanos (género Cheirogaleus) durante la estación seca.
Pero con la irrupción en escena de otra especie de primate, hace unos dos mil años, el Homo sapiens, la tala y quema de bosques para la agricultura, la caza y la introducción de especies dañinas como los perros y las ratas, el paraíso malgache comenzo a declinar, resentiéndose su fauna autóctona que empezó a perder terreno quedándose en las areas restringidas de hoy en día. A finales del siglo XIX se conocieron restos subfósiles de animales de gran porte que desaparecieron tras la llegada de los humanos, como una especie de hipopótamo enano próximo al africano actual, una tortuga gigante, una gran ave —conocida como el ave-elefante— de más de tres metros de altura y, junto a ellos, variós restos de unas diecisiete o dieciocho especies (y ocho géneros) de lémures de un tamaño mayor a los actuales, entre los 10 a 200 kilogramos de peso. Teniendo también un rico repertorio de posturas y formas de locomoción.
Como ya se ha dicho los actuales lémures desarrollan una amplia gama de marchas, desde la cuadrúpeda hasta la bípeda a saltos, terrestres y arborícolas. Entre los extinguidos tenemos un grupo adaptado a la vida en el suelo, el de los Arqueolemúridos que comprendía dos géneros de mediano tamaño: Archaeolemur y Hadropithecus, emparentados con los actuales indris y sifakas pero con patas más cortas, cuyo peso oscilaría entre los 16 y 25 kilogramos estimados. Recordaban a los actuales babuinos y mandriles africanos.
Próximos a estos, había otros con un aspecto que nos recuerda mucho a los actuales perezosos americanos (que no son primates), animales arborícolas que se cuelgan de las ramas y de movimientos lentos. Mesopropithecus de unos 10 kilos, Babakotia entre los 16-20 kg. y Palaeopropithecus de 40-60 Kg. Así como su mayor pariente: Archaeoindris, de unos 180 kilogramos, o más, que se podría parecer a los extintos perezosos gigantes terrestres o megaterios de la desaparecida megafauna pleistocénica sudamericana.
Y por último tenemos a las tres especies de Megaladapis cuyo peso sería entre los 40 a 77 kilogramos, arborícola con las patas traseras más pequeñas quelas delanteras y cuya forma de locomoción se asemejaba al actual koala australiano, un marsupial. En el siglo XVII el explorador francés Étienne de Flacourt mencionaba que los nativos le hablaron de un gran animal al que llamaban tri-tri-tri-tri (posiblemente por el tipo de vocalizaciones que emitía) del tamaño de un becerro de dos años y al que temían, tal vez fuese uno de los últimos especímenes de este animal.
También existió un género, con dos especies, emparentado con los actuales lémures de collar del género Varecia, llamado Pachylemur y que tendría un peso por los diez kilos. Y se conoce los restos de otra especie de aye-aye de mayor tamaño y doble peso que el actual, Daubentonia robusta, que también desapareció hace siglos después de la llegada de los primeros pobladores humanos... Según nos cuenta Sergio Frugis en Los animales. Gran enciclopedia ilustrada de 1981: «Existe también un documento según el cual un oficial del gobierno francés habría visto, en manos de un indígena del distrito de Soalala, en 1930, la piel de un aye-aye de dimensiones como mínimo dobles de lo normal. Es posible que se tratase del último ejemplar de la especie gigante Daubentonia robusta, pero subsiste la duda».
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