Por Chung Kiyul | 05:35 pm hora de Beijing, Lunes, 28 de febrero 2011
4th Media
Yoichi Shimatsu, Asesor Principal de 4th Media, con sede en Hong Kong, cubrió el incremento de la militancia islámista en el norte de África en la década de los 90 para el grupo Japan Times.
En el thriller político Syriana de 2005, protagonizada por George Clooney y Matt Damon, Qatar está en el centro de una intriga internacional. El título se basó en el concepto de «Pax Syriana», un acuerdo secreto entre dos potencias mutuamente hostiles para dividir una región en sus respectivos ámbitos de dominación.
Los think tanks de Washington utilizan este término para describir una remodelación de Oriente Medio que se ajuste a los intereses estadounidenses, pero sabiendo que este objetivo sólo puede alcanzarse mediante la cooperación encubierta con el enemigo, es decir, con los patrocinadores financieros de Al Qaeda y la Hermandad Musulmana.
La apenas velada ficción se basaba en la realidad política de ese trozo de desierto que sobresale de la Península Arábiga en el Golfo Pérsico: el emirato de Qatar. El hogar de la cadena estatal Al Yazira, Qatar, es, visto superficialmente, el huésped pro-Occidental del Mando Central de los EE.UU. y un activo promotor de las «revoluciones democráticas» que están barriendo actualmente Oriente Medio. Se le acusa también de ser un estado patrocinador del terrorismo.
Armas químicas saqueadas
Puede extrañar y quizá desanimar a los manifestantes jóvenes de Bengasi, El Cairo y Túnez el hecho de que sus esperanzas democráticas están siendo manipulados por una élite árabe ultra-conservadora, que bajo cuerda ha respaldado el crecimiento de los militantes islamistas radicales en el norte de África. Informes fiables de la inteligencia de EE.UU. han citado pruebas que apuntan al apoyo que desde hace largo tiempo brinda el emirato a los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda y combatientes yihadistas que regresan desde Afganistán.
Los vínculos de Qatar descubiertos por investigadores de la lucha contra el terrorismo a raíz del 11 de Septiembre necesitan ser revisados ahora que el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), unas veces ligado a Al Qaeda y otras no, se ha apoderado de la mitad de los depósitos de armas del norte de África. Los arsenales bien surtidos de Libia contienen explosivos de alta potencia, lanzacohetes y armas químicas. El GICL está en la lista de terroristas del Departamento de Estado.
Lo más preocupante, según un funcionario de inteligencia de EE.UU. citado por la CNN, es la probable pérdida de armas químicas. La Federación de Científicos de Estados Unidos informa que, a partir de 2008, sólo el 40 por ciento del gas mostaza de Libia fue destruido en la segunda ronda de decomisiones. A lo largo de la frontera egipcia debían aún recuperarse frascos químicos y están ahora por lo visto en las manos de militantes armados.
Después de dejar caer que las primeras protestas en Libia fueron organizadas por el GICL, Al Yazira rápidamente cambió su línea para presentar un relato considerablemente filtrado sobre «protestas pacíficas». Para explicar la muerte por armas de fuego de los soldados libios durante el levantamiento, la cadena con sede en Qatar presentó un contexto irreal con 150 soldados muertos en Sirte que habían sido ejecutados por sus mandos por «negarse a luchar». Los misteriosos oficiales entonces abandonaron milagrosamente sus bases desvaneciéndose en el aire ¡mientras estaban cercados por manifestantes furiosos! A micrófono cerrado, un analista de inteligencia norteamericano calificó estas afirmaciones de los medios como «absurdas» y sugirió en vez de eso lo obvio: que los soldados fueron abatidos a tiros en un asalto armado perpetrado por combatientes retornados de Irak y Afganistán endurecidos por la guerra.
Muchas unidades del ejército libio han «desertado» con el único propósito de tratar de recuperar las sustracciones de armas llevadas a cabo por los militantes islamistas. El papel de Al Yazira consistente en borrar las huellas dactilares de los militantes armados prueba la antes mencionada conclusión de los expertos occidentales antiterroristas de que Qatar patrocina el terrorismo.
Pagar para aterrorizar
De acuerdo con un informe del Servicio de Investigación del Congreso de enero de 2008: «algunos observadores han planteado preguntas sobre el posible apoyo a Al Qaeda por parte de algunos ciudadanos qataríes, incluidos los miembros de la poderosa familia gobernante de Qatar. De acuerdo con el informe de la Comisión sobre el 11 de Septiembre, el Ministro del Interior de Qatar ofreció refugio al cerebro del 11-S Khalid Shaikh Mohammed a mediados de la década de los noventa, e informes de prensa indican que otros terroristas podrían haber recibido ayuda financiera y refugio en Qatar después del 11 septiembre de 2001.»
El jefe de seguridad nacional, el Ministro del Interior, Jalid bin Abdullah Al-Thani, se menciona además por pagar un viaje en 1995 a Khalid Shaikh Mohammed «para unirse a la yihad de Bosnia». El informe recuerda cómo, tras el atentado con bomba contra el World Trade Center en 1993, a funcionarios del FBI el sospechoso «se les escapó por los pelos» en Qatar. «Ex funcionarios del Gobierno de los EE.UU. desde entonces creen que un miembro de alto rango del Gobierno de Qatar le alertó de la incursión inminente, permitiéndole huir del país.»
El jefe del espionaje qatarí «acogió en Qatar un gran número de veteranos del conflicto contra los soviéticos en Afganistán, los llamados ‘afganos árabes’, a principios de los noventa». Estos vínculos nos retrotraen a finales de los ochenta, «cuando los EE.UU. y Qatar se enzarzaron en una prolongada disputa diplomática con respecto a la adquisición por parte de Qatar de misiles Stinger y misiles antiaéreos de fabricación americana en el mercado negro. La disputa congeló la cooperación económica y militar acordada y el Congreso aprobó una prohibición de venta de armas a Qatar hasta los meses previos a Guerra del Golfo de 1991, cuando permitió a las fuerzas de la coalición actuar desde territorio qatarí».
Las conexiones ocultas con la red terrorista salieron a la luz cuando un hombre bomba egipcio atacó un cine de Doha [capital de Qatar] en 2003. El Ministro de Relaciones Exteriores Hamad bin Jassim bin Jabr al-Thani, reaccionó airada y rápidamente calificándolo de un «acto imperdonable de traición por parte de Bin Laden». Su desliz verbal llevó a descubrir que desde el comienzo de la Primera Guerra del Golfo, Qatar había estado pagando millones de dólares a Al Qaeda como compensación por haber acogido el Mando Central de los EE.UU. durante la guerra de Irak. Expertos antiterroristas aseguran que Doha aumentó sus pagos tras la bomba en el cine.
Más preocupante es el cable del 9 de febrero 2000 de la Embajada de Estados Unidos en Doha, emitiendo una alerta de seguridad sobre un residente de Qatar en los EE.UU. llamado Mohamed Ali Mansoori Dahham, quien dirigió un equipo de tres hombres que supuestamente exploró el World Trade Center, la Estatua de Libertad y la Casa Blanca para el inminente ataque del 11 de septiembre. Los tres sospechosos viajaron bajo nombres falsos con pasaportes de Qatar. Sus billetes de avión a Los Angeles y las habitaciones de hotel fueron pagados por un «terrorista convicto», de acuerdo con lo afirmado por el FBI. El papel del trío en el 11-S fue seguidamente sepultado suprimiendo todas las pruebas, probablemente debido al calentamiento de las relaciones diplomáticas de EE.UU. con la familia real de Qatar.
¿Espejismo o realidad?
Doha, un conglomerado de torres brillantes y fuentes en una árida península de lo contrario improductiva, parece el sitio menos probable para el apoyo financiero e institucional de los terroristas islamistas. En Qatar, sin embargo, los espejismos son reales, y la realidad es un espejismo. Aclamado como modelo de moderantismo político por diplomáticos occidentales y «think tanks» como la Brookings Institution, que tiene un centro en Doha, el ordenamiento jurídico de Qatar se basa firmemente, sin embargo, en la ley de la sharia. Su sistema educativo, con vínculos con decenas de universidades americanas y británicas, es también la plataforma académica para el clérigo egipcio Yusuf al-Qaradawi, el líder intelectual de los Hermanos Musulmanes y defensor de los atentados suicidas.
La insistencia del emirato en preservar «las tradiciones del Golfo Pérsico contrasta con el papel de Qatar de líder en inteligencia para los negocios por ser el mayor proveedor de la región de gas natural. El PIB per cápita se estima que es de alrededor de 90.000 $ al año, y el promedio de ingresos de alrededor de 65.000 $. Excluyendo a los países pequeños que son paraísos fiscales su población es la más rica del mundo. Los qataríes, por tanto, son los suizos del mundo árabe, y su pequeña nación, como Suiza, es un paraíso para el tráfico de armas, las transferencias ilícitas de dinero y otros tejemanejes. Incluso algo tan inocuo como los TGI-Fridays, una nueva cadena de comida rápida en América, es en Doha un refugio de lujo para oficiales de la marina fuera de servicio, ingenieros de la industria petrolera, traficantes de armas internacionales y sus desconocidos clientes de todo Oriente Medio.
A pesar de las muchas conexiones con el terrorismo, Qatar, volvió a contar con los favores de la Administración de Obama, con donaciones a la Fundación Clinton, incluyendo, una de hasta 5 millones $ en 2008. La Secretaria de Estado, Hillary Clinton, correspondió con una visita en febrero de 2010 para inaugurar la Universidad Carnegie Mellon de Educación del complejo urbano de Doha, que también alberga el instituto islamista de Qaradawi. A principios de enero, justo antes de las protestas de Túnez y El Cairo, alargó su visita para asistir al Foro para el Futuro, organizado entre otros por la familia real.
Las relaciones entre Washington y Doha han sido vendidas al público como una asociación para la democracia y los derechos humanos, pero debajo de las sonrisas y las sesiones de fotos está el hecho real de un acuerdo de tipo siriano para diseñar el «futuro Medio Oriente» entre la industria de la energía angloamericana y una élite ultraconservadora empeñada en imponer la sharia. Para esta alianza del tipo «el enemigo de mi enemigo», los enemigos comunes son los gobiernos seculares de Túnez, Egipto, Libia y seguidamente Argelia.
Devolver el golpe en Libia
La cooperación encubierta entre Occidente y los patrocinadores del extremismo islámico no es nueva. En la década de 1950, la CIA proporcionó dinero y armas a los Hermanos Musulmanes en su lucha contra el líder de la independencia de Egipto Abdul Gamal Nasser. Agentes de inteligencia de EE.UU. entrenaron y armados a muyahidines insurgentes en la guerra afgana contra los soviéticos, incluyendo Osama Bin Laden, entonces conocido por su nombre en clave Tim Osman. Según el ex oficial de contrainteligencia del Reino Unido David Shayler, el MI-6 británico contrató los servicios del activista libio Anas al-Liby, del grupo amigo de Al-Qaeda Al-Muqtaliya y más tarde vinculado a ataques con bombas a embajadas de EE.UU. en África oriental, para asesinar al coronel Muammar Gadafi en 1996.
El Grupo Islámico Combatiente Libio, bajo la dirección de Abu al-Laith al-Libi, formalmente se fusionaron con Al Qaeda en 2007. Dos años después, Libi repudió la violencia armada y negoció con Gadafi para que aceptara al Grupo Islámico Combatiente Libio como una asociación política legal. El rechazo repentino de la violencia coincidió con un cambio de imagen de la Hermandad Musulmana como una fuerza democrática y la promoción por parte de Qatar de una política moderada en todo el Medio Oriente. Como una entidad legal, provocó las primeras protestas en Bengasi a mediados de febrero. A los pocos días del inicio del levantamiento, sin embargo, el GICL volvió a las viejas formas, blandiendo armas automáticas. Lo que planea hacer con avanzadas armas químicas y potentes explosivos nadie lo sabe, mientras un argumento psicológico sigue estando claro: los activistas están dispuestos a pagar a los estadounidenses y los europeos por los 10 años de bombardeos, mutilación y la tortura.
La tentación constante de una alianza entre enemigos implica traición. La Casa Blanca había contado con protestas para empujar a Saif al-Islam Gadafi a reemplazar a su padre en una relativamente suave transición a la democracia. El clan de Gadafi, sin embargo, se unió contra la amenaza de un resurgimiento islamista. Washington también calculó mal el potencial de los elementos de Al Qaeda y la Hermandad Musulmana que actúan de forma independiente de los acuerdos de alto nivel tomados en Doha.
Posibles resultados —desde el colapso del régimen de Gadafi a la partición de Libia— podrían incitar a los aliados de Al-Qaeda y el brazo militante de la Hermandad a establecer la frontera libio-egipcia como el próximo centro global de entrenamiento para yihadistas, ahora que las regiones tribales de Pakistán a lo largo de la frontera afgano-pakistaní no proporcionan una plataforma segura para las operaciones de la Yihad («la Guerra Santa»). Cualquier intervención de la OTAN o de EE.UU. sólo conducirá a un tercer frente en la guerra sin fin. La alternativa más fácil de entender un duopolio «siriano» es una fórmula política aún más antigua: el ganador se lleva todo.
En este año del 10º aniversario de los ataques del 11 de Septiembre, Washington se está tambaleando bajo un gran «golpe devuelto» desde un norte de África fuera de control, auto-infligido por su propia codicia por el petróleo y el uranio, el miedo a la pérdida de influencia, la ambición engañosa y confiar en quien no se debe.
4th Media
Yoichi Shimatsu, Asesor Principal de 4th Media, con sede en Hong Kong, cubrió el incremento de la militancia islámista en el norte de África en la década de los 90 para el grupo Japan Times.
En el thriller político Syriana de 2005, protagonizada por George Clooney y Matt Damon, Qatar está en el centro de una intriga internacional. El título se basó en el concepto de «Pax Syriana», un acuerdo secreto entre dos potencias mutuamente hostiles para dividir una región en sus respectivos ámbitos de dominación.
Los think tanks de Washington utilizan este término para describir una remodelación de Oriente Medio que se ajuste a los intereses estadounidenses, pero sabiendo que este objetivo sólo puede alcanzarse mediante la cooperación encubierta con el enemigo, es decir, con los patrocinadores financieros de Al Qaeda y la Hermandad Musulmana.
La apenas velada ficción se basaba en la realidad política de ese trozo de desierto que sobresale de la Península Arábiga en el Golfo Pérsico: el emirato de Qatar. El hogar de la cadena estatal Al Yazira, Qatar, es, visto superficialmente, el huésped pro-Occidental del Mando Central de los EE.UU. y un activo promotor de las «revoluciones democráticas» que están barriendo actualmente Oriente Medio. Se le acusa también de ser un estado patrocinador del terrorismo.
Armas químicas saqueadas
Puede extrañar y quizá desanimar a los manifestantes jóvenes de Bengasi, El Cairo y Túnez el hecho de que sus esperanzas democráticas están siendo manipulados por una élite árabe ultra-conservadora, que bajo cuerda ha respaldado el crecimiento de los militantes islamistas radicales en el norte de África. Informes fiables de la inteligencia de EE.UU. han citado pruebas que apuntan al apoyo que desde hace largo tiempo brinda el emirato a los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda y combatientes yihadistas que regresan desde Afganistán.
Los vínculos de Qatar descubiertos por investigadores de la lucha contra el terrorismo a raíz del 11 de Septiembre necesitan ser revisados ahora que el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), unas veces ligado a Al Qaeda y otras no, se ha apoderado de la mitad de los depósitos de armas del norte de África. Los arsenales bien surtidos de Libia contienen explosivos de alta potencia, lanzacohetes y armas químicas. El GICL está en la lista de terroristas del Departamento de Estado.
Lo más preocupante, según un funcionario de inteligencia de EE.UU. citado por la CNN, es la probable pérdida de armas químicas. La Federación de Científicos de Estados Unidos informa que, a partir de 2008, sólo el 40 por ciento del gas mostaza de Libia fue destruido en la segunda ronda de decomisiones. A lo largo de la frontera egipcia debían aún recuperarse frascos químicos y están ahora por lo visto en las manos de militantes armados.
Después de dejar caer que las primeras protestas en Libia fueron organizadas por el GICL, Al Yazira rápidamente cambió su línea para presentar un relato considerablemente filtrado sobre «protestas pacíficas». Para explicar la muerte por armas de fuego de los soldados libios durante el levantamiento, la cadena con sede en Qatar presentó un contexto irreal con 150 soldados muertos en Sirte que habían sido ejecutados por sus mandos por «negarse a luchar». Los misteriosos oficiales entonces abandonaron milagrosamente sus bases desvaneciéndose en el aire ¡mientras estaban cercados por manifestantes furiosos! A micrófono cerrado, un analista de inteligencia norteamericano calificó estas afirmaciones de los medios como «absurdas» y sugirió en vez de eso lo obvio: que los soldados fueron abatidos a tiros en un asalto armado perpetrado por combatientes retornados de Irak y Afganistán endurecidos por la guerra.
Muchas unidades del ejército libio han «desertado» con el único propósito de tratar de recuperar las sustracciones de armas llevadas a cabo por los militantes islamistas. El papel de Al Yazira consistente en borrar las huellas dactilares de los militantes armados prueba la antes mencionada conclusión de los expertos occidentales antiterroristas de que Qatar patrocina el terrorismo.
Pagar para aterrorizar
De acuerdo con un informe del Servicio de Investigación del Congreso de enero de 2008: «algunos observadores han planteado preguntas sobre el posible apoyo a Al Qaeda por parte de algunos ciudadanos qataríes, incluidos los miembros de la poderosa familia gobernante de Qatar. De acuerdo con el informe de la Comisión sobre el 11 de Septiembre, el Ministro del Interior de Qatar ofreció refugio al cerebro del 11-S Khalid Shaikh Mohammed a mediados de la década de los noventa, e informes de prensa indican que otros terroristas podrían haber recibido ayuda financiera y refugio en Qatar después del 11 septiembre de 2001.»
El jefe de seguridad nacional, el Ministro del Interior, Jalid bin Abdullah Al-Thani, se menciona además por pagar un viaje en 1995 a Khalid Shaikh Mohammed «para unirse a la yihad de Bosnia». El informe recuerda cómo, tras el atentado con bomba contra el World Trade Center en 1993, a funcionarios del FBI el sospechoso «se les escapó por los pelos» en Qatar. «Ex funcionarios del Gobierno de los EE.UU. desde entonces creen que un miembro de alto rango del Gobierno de Qatar le alertó de la incursión inminente, permitiéndole huir del país.»
El jefe del espionaje qatarí «acogió en Qatar un gran número de veteranos del conflicto contra los soviéticos en Afganistán, los llamados ‘afganos árabes’, a principios de los noventa». Estos vínculos nos retrotraen a finales de los ochenta, «cuando los EE.UU. y Qatar se enzarzaron en una prolongada disputa diplomática con respecto a la adquisición por parte de Qatar de misiles Stinger y misiles antiaéreos de fabricación americana en el mercado negro. La disputa congeló la cooperación económica y militar acordada y el Congreso aprobó una prohibición de venta de armas a Qatar hasta los meses previos a Guerra del Golfo de 1991, cuando permitió a las fuerzas de la coalición actuar desde territorio qatarí».
Las conexiones ocultas con la red terrorista salieron a la luz cuando un hombre bomba egipcio atacó un cine de Doha [capital de Qatar] en 2003. El Ministro de Relaciones Exteriores Hamad bin Jassim bin Jabr al-Thani, reaccionó airada y rápidamente calificándolo de un «acto imperdonable de traición por parte de Bin Laden». Su desliz verbal llevó a descubrir que desde el comienzo de la Primera Guerra del Golfo, Qatar había estado pagando millones de dólares a Al Qaeda como compensación por haber acogido el Mando Central de los EE.UU. durante la guerra de Irak. Expertos antiterroristas aseguran que Doha aumentó sus pagos tras la bomba en el cine.
Más preocupante es el cable del 9 de febrero 2000 de la Embajada de Estados Unidos en Doha, emitiendo una alerta de seguridad sobre un residente de Qatar en los EE.UU. llamado Mohamed Ali Mansoori Dahham, quien dirigió un equipo de tres hombres que supuestamente exploró el World Trade Center, la Estatua de Libertad y la Casa Blanca para el inminente ataque del 11 de septiembre. Los tres sospechosos viajaron bajo nombres falsos con pasaportes de Qatar. Sus billetes de avión a Los Angeles y las habitaciones de hotel fueron pagados por un «terrorista convicto», de acuerdo con lo afirmado por el FBI. El papel del trío en el 11-S fue seguidamente sepultado suprimiendo todas las pruebas, probablemente debido al calentamiento de las relaciones diplomáticas de EE.UU. con la familia real de Qatar.
¿Espejismo o realidad?
Doha, un conglomerado de torres brillantes y fuentes en una árida península de lo contrario improductiva, parece el sitio menos probable para el apoyo financiero e institucional de los terroristas islamistas. En Qatar, sin embargo, los espejismos son reales, y la realidad es un espejismo. Aclamado como modelo de moderantismo político por diplomáticos occidentales y «think tanks» como la Brookings Institution, que tiene un centro en Doha, el ordenamiento jurídico de Qatar se basa firmemente, sin embargo, en la ley de la sharia. Su sistema educativo, con vínculos con decenas de universidades americanas y británicas, es también la plataforma académica para el clérigo egipcio Yusuf al-Qaradawi, el líder intelectual de los Hermanos Musulmanes y defensor de los atentados suicidas.
Al Qaradawi exaltando a Hitler como divino instrumento de Alá.
La insistencia del emirato en preservar «las tradiciones del Golfo Pérsico contrasta con el papel de Qatar de líder en inteligencia para los negocios por ser el mayor proveedor de la región de gas natural. El PIB per cápita se estima que es de alrededor de 90.000 $ al año, y el promedio de ingresos de alrededor de 65.000 $. Excluyendo a los países pequeños que son paraísos fiscales su población es la más rica del mundo. Los qataríes, por tanto, son los suizos del mundo árabe, y su pequeña nación, como Suiza, es un paraíso para el tráfico de armas, las transferencias ilícitas de dinero y otros tejemanejes. Incluso algo tan inocuo como los TGI-Fridays, una nueva cadena de comida rápida en América, es en Doha un refugio de lujo para oficiales de la marina fuera de servicio, ingenieros de la industria petrolera, traficantes de armas internacionales y sus desconocidos clientes de todo Oriente Medio.
A pesar de las muchas conexiones con el terrorismo, Qatar, volvió a contar con los favores de la Administración de Obama, con donaciones a la Fundación Clinton, incluyendo, una de hasta 5 millones $ en 2008. La Secretaria de Estado, Hillary Clinton, correspondió con una visita en febrero de 2010 para inaugurar la Universidad Carnegie Mellon de Educación del complejo urbano de Doha, que también alberga el instituto islamista de Qaradawi. A principios de enero, justo antes de las protestas de Túnez y El Cairo, alargó su visita para asistir al Foro para el Futuro, organizado entre otros por la familia real.
Las relaciones entre Washington y Doha han sido vendidas al público como una asociación para la democracia y los derechos humanos, pero debajo de las sonrisas y las sesiones de fotos está el hecho real de un acuerdo de tipo siriano para diseñar el «futuro Medio Oriente» entre la industria de la energía angloamericana y una élite ultraconservadora empeñada en imponer la sharia. Para esta alianza del tipo «el enemigo de mi enemigo», los enemigos comunes son los gobiernos seculares de Túnez, Egipto, Libia y seguidamente Argelia.
Devolver el golpe en Libia
La cooperación encubierta entre Occidente y los patrocinadores del extremismo islámico no es nueva. En la década de 1950, la CIA proporcionó dinero y armas a los Hermanos Musulmanes en su lucha contra el líder de la independencia de Egipto Abdul Gamal Nasser. Agentes de inteligencia de EE.UU. entrenaron y armados a muyahidines insurgentes en la guerra afgana contra los soviéticos, incluyendo Osama Bin Laden, entonces conocido por su nombre en clave Tim Osman. Según el ex oficial de contrainteligencia del Reino Unido David Shayler, el MI-6 británico contrató los servicios del activista libio Anas al-Liby, del grupo amigo de Al-Qaeda Al-Muqtaliya y más tarde vinculado a ataques con bombas a embajadas de EE.UU. en África oriental, para asesinar al coronel Muammar Gadafi en 1996.
El Grupo Islámico Combatiente Libio, bajo la dirección de Abu al-Laith al-Libi, formalmente se fusionaron con Al Qaeda en 2007. Dos años después, Libi repudió la violencia armada y negoció con Gadafi para que aceptara al Grupo Islámico Combatiente Libio como una asociación política legal. El rechazo repentino de la violencia coincidió con un cambio de imagen de la Hermandad Musulmana como una fuerza democrática y la promoción por parte de Qatar de una política moderada en todo el Medio Oriente. Como una entidad legal, provocó las primeras protestas en Bengasi a mediados de febrero. A los pocos días del inicio del levantamiento, sin embargo, el GICL volvió a las viejas formas, blandiendo armas automáticas. Lo que planea hacer con avanzadas armas químicas y potentes explosivos nadie lo sabe, mientras un argumento psicológico sigue estando claro: los activistas están dispuestos a pagar a los estadounidenses y los europeos por los 10 años de bombardeos, mutilación y la tortura.
La tentación constante de una alianza entre enemigos implica traición. La Casa Blanca había contado con protestas para empujar a Saif al-Islam Gadafi a reemplazar a su padre en una relativamente suave transición a la democracia. El clan de Gadafi, sin embargo, se unió contra la amenaza de un resurgimiento islamista. Washington también calculó mal el potencial de los elementos de Al Qaeda y la Hermandad Musulmana que actúan de forma independiente de los acuerdos de alto nivel tomados en Doha.
Posibles resultados —desde el colapso del régimen de Gadafi a la partición de Libia— podrían incitar a los aliados de Al-Qaeda y el brazo militante de la Hermandad a establecer la frontera libio-egipcia como el próximo centro global de entrenamiento para yihadistas, ahora que las regiones tribales de Pakistán a lo largo de la frontera afgano-pakistaní no proporcionan una plataforma segura para las operaciones de la Yihad («la Guerra Santa»). Cualquier intervención de la OTAN o de EE.UU. sólo conducirá a un tercer frente en la guerra sin fin. La alternativa más fácil de entender un duopolio «siriano» es una fórmula política aún más antigua: el ganador se lleva todo.
En este año del 10º aniversario de los ataques del 11 de Septiembre, Washington se está tambaleando bajo un gran «golpe devuelto» desde un norte de África fuera de control, auto-infligido por su propia codicia por el petróleo y el uranio, el miedo a la pérdida de influencia, la ambición engañosa y confiar en quien no se debe.
(Extraído de Vórtice Inmediaísta)
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