sábado, 28 de mayo de 2011

Agustín en el ágora

MONCHO ALPUENTE

El País, 25/05/2011

Un amigo me envía por la mensajería electrónica el texto de la intervención del profesor Agustín García Calvo ante la asamblea permanente de la Puerta del Sol. El peripatético filósofo, acreditado poeta, lingüista y helenista vuelve por donde solía dejando las penumbras del Ateneo y su tertulia, donde se discute y se discurre sobre todo lo humano frente al todo de lo divino y sus sofismas, para exponer en el ágora luminosa sus reflexiones como pez en el agua en este caldo amniótico en el que bullen las ideas libres, sin injerencias ni adherencias políticas partidarias. «Sois la alegría, es la alegría de lo inesperado, de lo no previsto, ni por parte de las autoridades y Gobiernos, ni por parte de los partidos de cualquier color...», saluda alborozado el «maestro» a la libertaria asamblea celebrando el presente y comulgando con el «no hay futuro», el lema que un día hicieron suyo los desbanderados del movimiento punk. No hay futuro, aunque asumiendo la contradicción, García Calvo reconoce que él «estaba esperando esto desde hace cuarenta y tantos años, 46». Exactamente desde el 65, cuando «empezó a levantarse por el mundo una oleada principalmente de estudiantes», una ola que desembocó y rompió en Mayo del 68, una marea que empezó a gestarse cuando los estudiantes se dieron cuenta «de lo que se nos venía encima», cuando empezaba a establecerse «el régimen, la forma de poder en que el Estado, la gobernación, la Administración estatal está del todo confundida con el capital, con las finanzas, con la inversión financiera; enteramente confundida».

La voz del antiprofeta que no cree en el futuro cala en un auditorio en el que caben tres generaciones, tres generaciones perdidas que se reencuentran para rebelarse contra lo que García Calvo llama «el régimen del Estado-capital, el régimen del dinero», el régimen de la mentira: «porque sin mentira no se sostiene ninguna forma de poder». Ilustrado y razonador, el buen sofista en su demolición del Estado arremete contra el mismo concepto de democracia. Lemas como el de Democracia Real Ya son, en su opinión, una táctica para no dar demasiado la cara porque parecería que decir de frente y de inmediato «¡No a cualquier Estado, democrático o no, podría sonar mal!». Explica el filósofo que la libertad es un trampantojo, un engaño: «nunca el pueblo puede tener el poder: el poder está contra el pueblo».

No hay futuro, el futuro es el enemigo, «el futuro es el que necesita el capital; el dinero no es más que crédito, es decir, futuro, fe en el futuro...», el escéptico autor del «Sermón del ser y del no ser» tiene fe en las asambleas... No puede haber otro órgano, ni decisivo ni representativo más que las asambleas... No puede haberlo porque las asambleas como esta misma tienen esta gran ventaja: que no se sabe cuántos son, están entrando y saliendo y nunca se pueden contar, y por tanto nunca pueden votar, como hacen los demócratas, porque no se sabe ni cuántos son ni cabe estadística ni cabe cómputo ninguno. Incontables son los ocupantes de Sol, ni huestes, ni hordas, pacífica y discutidora grey asamblearia, sin líderes ni siglas, sin ideologías homologables de forma partidista, pero con ideas e ideales.

García Calvo termina su antisermón antisistema arremetiendo contra los molinos de viento de las universidades y llamando a la ocupación de escuelas y facultades. Un viento libertario sacude los toldos y a falta de banderas hace tremolar los miles de papeles, los cientos de iniciativas, las revolucionarias proclamas y las imaginativas y lúdicas consignas que podrían ser herederas de aquella floración primaveral del 68. No muy lejos de aquí, en la calle del Pez en las puertas del patio okupado de Maravillas, un cartel anuncia: «Cerrado por Revolución», las actividades se trasladan a Sol. Crear 10, 100, 1.000 Puertas del Sol es el siguiente paso de los peripatéticos asambleístas. No hay futuro, pero el presente está muy vivo. La milenaria maldición china «Ojalá vivas en un siglo interesante» se cumple entre nosotros, pero hoy nos trae «la alegría de lo inesperado» para limpiar los bajos fondos y disipar los malos humos mientras se desmontan las vallas electorales y se borran las impostadas sonrisas de los candidatos, vencedores y vencidos en el juego inane de unas elecciones pasadas por Sol.

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