sábado, 14 de mayo de 2011

«A Gadafi no lo han matado porque no han podido»


Después de 21 visitas a Libia, Horacio Calderón ofrece una mirada distinta sobre la figura de Muamar Gadafi, la rebelión en su contra y los ataques de la OTAN.

Su primer contacto con Gadafi fue en enero de 1976, cuando como director de prensa y difusión de la Universidad de Buenos Aires integró una delegación argentina que viajó a Libia para asistir a un seminario de diálogo islámico-cristiano. Aunque ya conocía y se había interesado por la figura del líder de la Revolución libia, que había llegado al poder pocos años antes, el encuentro personal fue algo que lo marcaría para siempre.

—¿Cómo resultó esa primera experiencia?

—Fue muy interesante, en el sentido que nos encontramos con delegados de casi todos los países musulmanes, por un lado, y del Vaticano por el otro, representados por el cardenal Sergio Pignedoli, subsecretario de Estado para cultos no cristianos. Se buscó crear mecanismos de diálogo entre ambas religiones. Fue algo muy novedoso para esa época.

—¿Qué lo impresionó de Gadafi en aquella oportunidad?

—Gadafi me interesaba mucho desde que llegó al gobierno de su país el 1º de septiembre de 1969, porque está considerado por los grupos islamistas, desde ese momento, como si fuera un hereje. Derrocó al rey Idris, que pertenecía a la orden sufí, pero con reglas bastante estrictas. Porque el Islam tiene, además de la Ley islámica, distintas formas en el marco de la justicia y el derecho musulmán de poner en practica las enseñanzas del Corán. A partir de ese momento, Gadafi empezó a hacer una serie de transformaciones religiosas y sociales: sacó a la mujer paulatinamente de la casa, donde estaba enclaustrada para llevarla a la escuela y posteriormente a la universidad.

—¿A qué rama del Islam pertenece?

—Es sufí, pero de un sector muy moderado. En definitiva, Gadafi adaptó la ley libia de forma que no se pudieran ejecutar los preceptos más complicados como la decapitación. Paulatinamente fue creando un proceso de transformación en su país. Fue lo que me sorprendió en una primera instancia.

—¿Hubo un incremento en la calidad de vida de los libios a lo largo de los años de gobierno de Gadafi?

—Hubo mucha movilidad social, sobre todo porque tuvieron la posibilidad de estudiar. Hay mujeres profesionales. Lo que sucede es que ha habido discriminación en sectores que no son cercanos al régimen. Pero en definitiva el problema es que los libios no quieren trabajar, porque se consideran un país rico.

—¿Cómo es eso?

—Son más o menos dos millones y medio de libios, después están los extranjeros. Ellos dividen los ingresos y dicen que podrían ser ricos con estos ingresos por habitante. De hecho Gaddafi les ha dado unidades agrícolas, granjas, que las han dejado extinguir por vagancia, o han tomado trabajadores esclavos de otros países. Él tiene muchos problemas para implementar su proyecto. Detrás de todo esto está el hecho de que es una sociedad tribal. Son 150 tribus, de las cuales 15 son las principales.

—¿Es verdad que Gadafi vive en tiendas de campaña?

—Yo no conozco palacios en Libia. Las fotos que hay son del palacio de España. La casa de él consta de dos plantas. A mí me festejaron un cumpleaños en la casa de los ministros y no tenían nada. No existe esa fastuosidad. Son casas de grandes espacios, porque a ellos les gustan los lugares amplios. Además, las mujeres están en un lugar y los hombres en otro. No existe lo que se daba con Saddam Hussein.

DEL DESIERTO AL PODER

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Gadafi?

—En marzo de 2007, cuando estuve con él en un fuerte en el desierto de la ciudad de Sebja donde les habló a los jefes de las tribus. Fue muy interesante estar ahí.

—¿Qué fue lo que observó usted a lo largo de sus visitas?

—Lo que me asombró fue su historia personal. Era hijo de pastores beduinos, gente sumamente pobre. De chico tuvo una gran vocación por el estudio, al punto que caminaba mucho desde su casa a la escuela y se quedaba a dormir en el piso de la mezquita por las distancias que lo separaban de su hogar. Siempre tuvo gran interés en superarse. Una anécdota: en el colegio le hacían problema por el acento beduino que tenía. A raíz de eso empezó a estudiar hasta adquirir un árabe clásico.

—Entonces, además de ser un hombre de acción, es un intelectual.

—Sí. Por ejemplo, una de las cosas que me llamó la atención fue que dentro de las reuniones que se realizaron en el seminario de diálogo islámico-cristiano, Gadafi discutió de teología comparada con un conocimiento bastante certero, al punto de explicar el porqué de la ubicación exacta de la ciudad del Vaticano. Además, es una persona que ha hecho gala de una enorme astucia política. Un antiguo director de la CIA decía que es más astuto que dos zorros del desierto. Y yo creo que de alguna manera lo ha demostrado. El problema es que ha implantado un sistema político en Libia, que de alguna forma es anárquico. Le responde a él, hay una verticalidad con respecto a su persona. Es anárquico porque él le dijo a los libios «cada uno de ustedes es Gadafi» y el problema es que se lo creyeron.

—¿Es lo que está ocurriendo en este momento?

—Hay un desgaste entre sectores medios e inferiores de la gente que conduce. El que lidera un comité popular puede tener una posición contraria a la de otro y coexistir. Ahora, va a ser muy difícil, si derrocan a Gadafi, poder tratar con los libios. Están abriendo las puertas a un modelo que en el mejor de los casos podría parecer al de Irak, y en el peor de los casos al de Somalia. Es una especie de neocolonialismo posmodernista. Puede ser un estado fallido con presencia de grupos islamistas.

—¿Por qué?

—Desde la inauguración de su gobierno en Libia hasta la fecha, todo lo que ha hecho Gadafi ha sido en contra de las escuelas de pensamiento extremista del Islam sunita. En mayo de 1984, estando yo en el aeropuerto de Trípoli, asistí a lo que fue un intento de asesinato de Gadafi, que fue abortado. Eran grupos de la hermandad musulmana de Egipto, rama Libia.

UNA POSTURA PARTICULAR

—Pero en los 80, Gadafi era el malo de las películas: apoyaba al terrorismo y gente suya derribó el avión en Lockerbie, Inglaterra.

—Conocí un Gadafi determinado desde 1976 hasta 1985. Durante ese período, tuve las entrevistas más importantes. Me parecía una persona que tenía un enfoque determinado de las cosas. Luego sucedió el atentado de Lockerbie. Creo que Gadafi nunca dio la orden de cometer ese atentado. Tampoco Musa Kusa, el excanciller de Gadafi que desertó y se fue a Gran Bretaña. Si tuvieran algo que ver alguno de los dos, Musa Kusa estaría preso.

—Según lo que me dice, Gadafi no ordenó el atentado.

—Creo que no hubo orden de Gadafi para atentar contra el avión, pero justamente basándome en este sistema anárquico, no descarto que pueda haber existido una participación. De los dos únicos libios acusados, uno fue absuelto, y el otro fue dejado en libertad por un supuesto cáncer y a cambio de que Libia no apelara el juicio. Acá hubo un supuesto crimen, un atentado terrorista cometido por un Estado. Además hubo una voluminosa suma de dinero en compensación por los muertos. En lo personal, fue una inmoralidad. Desde 1988, año de los de Lockerbie, hasta 1999 yo no quise volver a Libia hasta que este tema quedara resuelto. Esto resintió mi relación con ellos.

—Pero apoyó algunas agrupaciones armadas internacionales.

—Sí, apoyó a movimientos de África y América Latina, incluso a la ETA y al IRA. Pero en Argentina, durante los 70, no apoyó a ninguno de los bandos enfrentados.

—¿Qué posición ocupaba en el mundo bipolar de la guerra fría?

—Era una tercera vía contra el capitalismo liberal y contra el comunismo. Muy clara. Tiene puntos en común con la tercera posición justicialista de Perón. Lo que sucede es que, desde el punto de vista geopolítico, al tener Gadafi una posición contraria radical a Israel, necesitó el respaldo de la URSS —no siendo él ni siquiera izquierdista— para lograr un equilibrio contra las presiones que tenía por parte de Europa y los EEUU.

EL GOBIERNO DE TODOS Y POR TODOS

—¿En qué consiste el Libro Verde?

—Es una crítica radical a la democracia clásica moderna. Impugna todas las instituciones propias de este sistema de gobierno: impugna la existencia de partidos políticos, de un parlamento, o del referéndum. No acepta ni el sistema de sufragio universal. Él habla del gobierno de todos y por todos. Para que entendamos, la forma concreta de la aplicación de esa teoría en Libia, sería como si el único sistema representativo de Argentina estuviera constituido exclusivamente por unidades básicas justicialistas en todo el país. O comités radicales. Entonces los órganos de democracia directa, como él la llama, estarían constituidos por estos comités populares de base, que a su vez reportan a los distritales, regionales, etc., hasta culminar en el Congreso del Pueblo, que es en definitiva el que en conjunto elige las autoridades del país. Por eso Gadafi no tiene cargo en Libia; él empezó como jefe del Consejo del Comando Revolucionario, que fue el primer órgano militar a partir de 1969.

—¿Quiso Gadafi expandir este sistema de gobierno?

—Aspira a una replicación universal. En el Libro Verde habla de dos grandes pilares: la religión y el nacionalismo. Puedo entender que lo que propone es válido desde el punto de vista de la religión católica y desde el nacionalismo de un país determinado. Su libro está traducido en 70 idiomas. En definitiva, el Libro Verde está escrito para ser estudiado, porque él es un impugnador de la democracia al estilo occidental. Conspirador nato

—¿Cómo fue que Gadafi se metió en política?

—Es una persona que llegó al gobierno de su país a los 27 años siendo capitán, y diría que prácticamente estuvo conspirando desde que tenía 15. Al margen de su carrera militar, ya militaba dentro de los colegios. En su momento, lo habían expulsado a raíz de una manifestación. Estudió en Sebha, una ciudad clave ubicada en el medio del desierto, en la mitad de Libia, donde se rebeló contra un profesor inglés de apellido Johnson, junto a un grupo de amigos con los que llegó a la conclusión de que nunca iban a alcanzar el gobierno de Libia si no eran parte de las Fuerzas Armadas. Entonces, se metieron y fueron tejiendo contactos en las Fuerzas Armadas. En ese período lo mandaron a estudiar a Gran Bretaña y volvió a Libia para poder continuar con el golpe. Eran 12 miembros de una organización que se llamó Movimiento de Oficiales Unionistas Libres, que era un equivalente a lo que hizo Nasser en Egipto, y también un paralelo con el Grupo de Oficiales Unidos de Perón.

—¿Cómo se dio el golpe?

—Duró tres años aproximadamente. Tomaron de manera incruenta el poder cuando el rey Idris se encontraba fuera de Libia. La idea de Gadafi era una idea unionista territorial. Hoy Libia se divide en tres regiones: Fezzan, Cirenaica y Tripolitania. Por eso, ahora la divisiones entre este y oeste son tan claras. Libia está compuesta por 150 tribus, de las cuales 15 forman parte de los dos pilares que sostienen el régimen actual; el otro son las Fuerzas Armadas integradas por miembros de estas tribus, que, dicho sea de paso, no le han quitado el apoyo.

SU GOBIERNO EN JAQUE

—¿Quiénes son los que se rebelaron ahora? Los medios en general hablan de tribus descontentas.

—Lo primero que uno veía en Al-Jazeera era que Gadafi atacaba con aviones a los rebeldes. Entonces busqué corroborar la información con gente vinculada a la inteligencia norteamericana, no activa, y la verdad es que no había rastro de imágenes satelitales de aviones atacando. Hago el paralelo con la revolución del 55 en Argentina, en la que con bombas rudimentarias murieron 500 personas y hubo más de 1.000 heridos. Calculemos, con un misil de este tipo de aviones volaban media plaza. Gadafi no tiene un problema similar a lo que pasó en Túnez o en Egipto. Es totalmente aparte.

—Según usted, ¿qué fue lo que pasó?

—Inicialmente, fue un Golpe Comando en el que se secuestraron policías, los ahorcaron y quemaron en frente de todos. También quemaron el Palacio Popular para provocar una respuesta de Gadafi. Anteriormente, en noviembre, el jefe de Protocolo de Gadafi, quien había viajado a Francia, fue reclutado por los Servicios Secretos galos. Él dio los contactos en Benghazi, porque como jefe de Protocolo sabía quién estaba a favor y quién en contra. Luego, el filosofo Bernard-Henri Lévy convence a Sarkozy: hace una reunión, lleva a los libios rebeldes que estaban encabezados por el exministro del Interior, Abdel Fattah Younis al-Abidi, y por el ministro de Jusitica, Mustafa Abdulyalil.

—Entonces, ¿fue Francia la que agudizó la situación actual de Libia?

—La que ha iniciado todo esto es Francia, a la que después se sumó Inglaterra. El gran ideólogo fue Sarkozy. Ellos venían con la mochila de la mala actuación que habían tenido en el conflicto de Túnez, en el que la canciller quedó vinculada a actos de corrupción. Esa fue la razón por la que el presidente francés tomó esta iniciativa. De manera paralela, se suma la mala imagen que tiene Sarkozy frente a las próximas elecciones: los franceses, históricamente, nunca han estado en contra de intervenciones, porque para ellos mejora la imagen del país. En tercer lugar, al margen de una cuestión de política doméstica, se trata de una confrontación entre Gran Bretaña y Francia, por un lado, y Alemania e Italia, por el otro. Es como mandar un mensaje. De alguna forma Francia se siente como segundona frente al poder de Alemania. Lo que ha demostrado Francia es que es uno de los pocos países europeos, junto con Gran Bretaña, que proyecta poder más allá del continente.

—La British Petrolium tiene activos en el Golfo de Sirte, la zona de Bengasi. ¿Estaban amenazados esos recursos?

—No amenazados, pero no es lo mismo negociar los recursos con un país que es soberano y dueño de su petróleo, que quedarse con el petróleo y con las condiciones.

—Entonces, según su análisis, estos países aprovecharon un caldo de cultivo rebelde, pero que no se identifica con tribus enteras.

—Si la tribu Warfalla, que es la más importante de todas, con un millón de miembros, se levantaba en contra de Gadafi, no hubiera quedado nada del líder. Después está la Gaddafa, a la que pertenece Gadafi, que también es importantísima. Es la que tiene más relevancia y la que ejerce los cargos más importantes. Después son 15 tribus en total, además de la tribu de su mujer, Al-Barazi, que también tiene bastante injerencia dentro del gobierno de Libia. No le han quitado el apoyo, incluso la lealtad tribal, en ciertos casos, ha sido secundaria, primando la lealtad directa a Gadafi. Hay familiares peleando entre ellos. Yo trato de ser lo más objetivo que puedo al respecto. Si los miembros de las 15 principales tribus, que integran las Fuerzas Armadas y la Brigada Hamish, estuvieran en desacuerdo, probablemente se hubieran levantado en contra del líder libio.

—¿Quién lidera la oposición?

—El exministro de Justicia, Mustafa Abdulyalil, y el exministro del Interior, Abdel Fattah Younis, quienes estuvieron en funciones hasta hace 50 días. Si ellos son los representantes de la rebelión y están respaldados por un fuerza, que incluso ha trascendido el mandato de la ONU, a mí me da la impresión de que el objetivo de esto no es salvar la vida de civiles desarmados. Lo que me da la pauta de todo esto es la conducta de doble estándar de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que votaron a favor de la intervención. Obama, dubitativo, ha estado muy influenciado por Hillary Clinton, secretaria de Estdado, Susan Rice, embajadora de los EEUU ante las Naciones Unidas, y Samantha Power, asistente especial del presidente, la arquitecta de esto. Es una vergüenza, porque por un lado se utiliza como instrumento el Derecho Humanitario Internacional (R2P) y, por otro, no se contempla la misma posición con casos como el de Yemen o Siria.

—¿Los EEUU se vieron arrastrados por la intención de Gran Bretaña y Francia?

—EEUU no tiene intereses estratégicos en Libia. Acompañó. Este trío de mujeres, que impulsó y convenció a Obama de no parar la intervención y de participar de manera activa en las primeras etapas. Pero hubo divergencias dentro del Consejo de Seguridad; estamos hablando de los miembros con poder de veto y de los que no lo tienen. Brasil, por ejemplo, se abstuvo; Alemania, no se opuso por conveniencias y estrategias geopolíticas. China tampoco podía oponerse a una decisión respaldada por una minoría de la Liga Árabe, liderada por Arabia Saudita, porque depende del petróleo que le manda el país árabe. Por su parte, a Rusia le conviene que los EEUU se vayan empantanando en distintos escenarios para impulsar su propio resurgimiento geopolítico.

—¿Cómo imagina que va a terminar esta intervención de Occidente?

—Creo que es un final abierto a tres escenarios. Uno sería la partición de Libia en el marco de una guerra civil. El otro escenario es un derrocamiento del régimen de Gadafi a través de una intervención militar con fuerzas terrestres. Esto provocaría una presencia masiva de elementos extremistas islamistas, porque podrán levantar como estandarte la presencia de tropas extranjeras. Hay de hecho clérigos de Al Qaeda llamando a una guerra santa contra Gaddafi y los extranjeros presentes. El tercer escenario es el más grave: un modelo tipo Somalia con un país totalmente fraccionado.

—¿Los aliados tratarán de eliminar físicamente a Gadafi?

—Creo que no lo han matado porque todavía no han podido. Si Francia puede identificar el lugar donde está, lo mata. Muerto Gadafi es un problema menos. O un problema grave a futuro. No veo probable que se permita que Gadafi gane esta guerra. Hubiera ganado de no ser por la intervención francesa.

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