sábado, 21 de mayo de 2011

Trabajadores, no votéis

Ya que estamos en vísperas de otras elecciones más (locales y autonómicas) y ante los hechos que están ocurriendo por todas las ciudades de España —a las que se han sumado varias de Europa y América—, entre lo que se cuestiona el actual régimen representativo bajo el lema de Democracia Real YA, junto a otros asuntos de justicia social. Buscando textos ácratas ya viejos, pero que pueden servir en estos momentos, os pongo este manifiesto publicado en la revista anarquista La Idea Libre, nº 101, el 4 de abril de 1896. Y tiene un cierto parecido a las palabras de Joan Peiró que decían: «Cambiar de amos no es lo mismo que emanciparse de ellos».

Es un alegato en defensa de la Democracia Directa, en contra de la representativa, ya que dentro del sistema capitalista vigente, lo que se elige es a un amo más que nos va a oprimir como el patrón que diáriamente nos explota, o los bancos que nos estrujan para que se les paguen las deudas. Asimismo dice que en un sistema de igualdad social no sería necesario ningún representante político que decida por nosotros, de la misma forma que nosotros decidimos todos los días que es lo que vamos a comer o vestir, sin tener que esperar a otro que decida por nosotros.

http://grupostirner.blogspot.com/2011/05/trabajadores-no-voteis.html
Los conservadores han disuelto unas Cortes y convocan al pueblo español a nuevas elecciones. Lo mismo han hecho los liberales en diferentes ocasiones. Lo mismo proceden los republicanos allí donde gobiernan. De igual modo se conducirían cuantos necesitasen para las funciones gubernamentales de un órgano legislativo. La diferencia de ideas y de procedimientos no afecta al fondo de la cuestión. Todo gobierno constitucional necesita de una fuerza parlamentaria que lo sostenga, fuerza obediente a sus designios y a sus mandatos. Gobernar sin una mayoría de diputados y de senadores y aun de concejales es, en el sistema constitucional, absolutamente imposible. Los gobiernos, sin distinción de colores, son los que hacen las mayorías parlamentarias, no los pueblos. Los hechos, repetidos con abrumadora monotonía, prueban la veracidad de nuestra afirmación y nos dispensan de más amplias demostraciones. Trabajadores o burgueses, nadie duda a estas horas de que la urna electoral surgirá como por ensalmo una mayoría conservadora. Si mandaran los liberales, sería liberal. Si los republicanos, republicana. El poder es incompatible con la imparcialidad y la justicia.

¿Oiremos a los monárquicos? ¿Prestaremos atención a los republicanos? ¿Guiarémonos o dejarémonos guiar por la sirena socialista que se apresta a reñir pueril batalla con la burguesía adinerada?

¡Lamentable espectáculo el de los políticos de oficio a fin de siglo! Los monárquicos no tienen más ideal que el del presupuesto. Gentes sin corazón y sin cabeza, no aspiran a nada, en nada piensan, ni nada sienten como no sea el apartamiento de la marmita gubernamental. La vida se ha reconcentrado para ellos en el estómago. Los republicanos, divididos hasta el infinito, completamente desorientados, no se entienden ahora ni se entenderán más tarde. Están moralmente muertos, materialmente impotentes para toda obra de regeneración. Con aires de jacobinismo trasnochado los unos, de empachoso legalismo los otros, todos yerran, incapaces de comprender que ha pasado su tiempo, que ha llegado la hora de sumarse resueltamente con la reacción o de tomar partido por la Revolución Social que se avecina. Una hora de poder evidenciaría que son ante todo y sobre todo amantes del orden burgués que santifica la propiedad y reverencia el robo.

Los socialistas, reducidos a la fuerza microscópica de un microscópico grupo exótico, continúan, como el primer día que hicieron traición a los obreros revolucionarios españoles, la cantinela de la lucha legal y de la conquista del poder político para la total emancipación del cuarto estado. Sus pujos de orden, de prudencia, de sentido gubernamental, arranca aplausos a la prensa de gran circulación, avergüenza a la clase trabajadora y acredita los sueños ambiciosos de los presuntos diputados de blusa codeándose satisfechos con los expoliadores y panamizantes de todos los partidos. Quieren concejales y diputados obreros, como si no tuviéramos bastante con los diputados y concejales burgueses. Recomiendan prudencia y mansedumbre a los trabajadores, como si la prudencia y la mansedumbre no fuera su desdichada característica, como si mansedumbre y prudencia y orden no nos fueran a toda recomendados por las clases directoras, cuya paz se perturba con la más ligera manifestación de energía popular. El pueblo no los oye. ¡Que los oiga Cánovas, y el Parlamento español abrirá sus puertas a los futuros redentores de la humanidad!

El pueblo trabajador no votará ni con los unos ni con los otros. ¡Dudamos que la mayoría de los que a las clases directoras pertenecen se tome la molestia de ayudar a esta nueva representación de la eterna comedia política! La urna electoral, todo el mundo lo va comprendiendo, representa la anulación de la personalidad. Convencidos todos de la falsedad gubernamental, ¿cómo hemos de continuar abdicando nuestra soberanía en unos cuantos que de la política hacen oficio? La indiferencia por la lucha electoral se extiende cada vez más. Se engañan los que la atribuyen a los abusos del poder, a la inmoralidad y al caciquismo. Por ahí se empieza ciertamente, pero se termina reconociendo que el mal es más hondo, como que proviene del sistema mismo.

La religión del Estado ofrece los mismos aspectos que las religiones de la teología. Se pierde primero la fe en el cura, luego en los santos, y se acaba necesariamente por reconocer la fragilidad del sistema entero. Alrededor de todos los altares no queda más que un puñado de tontos y de vividores.

Se pretende, no obstante, prolongar el engaño. Se nos invita a que luchemos por purificar el sistema. Se quiere que enarbolemos la bandera de la sinceridad electoral y que luchemos por imponernos a la turbamulta de los que ofician de políticos en beneficio propio. Mientan sentimientos que no abrigan los que tal dicen. Saben que toda purificación y toda sinceridad son imposibles. Saben que el pueblo, explotado hoy como siempre, esclavo del salario, ni aun puede intentar imponerse por el voto, porque el derecho de votar libremente no le pertenece. Aparentan, en fin, olvidar que el derecho y la libertad y la justicia no son más que palabras escritas en papel, sin realidad alguna en la vida práctica.

Más aún: cuando tal intento fuera factible, aun cuando las leyes fueran algo más que papel mojado, ¿de qué nos serviría?

Lo repetimos. Votar es lo mismo que anularse. El que vota se abandona a la voluntad ajena; reconoce a otros, sin saber a quiénes, el derecho de hacer con los comunes intereses lo que les plazca. La papeleta electoral es el signo de la esclavitud política, así como el salario lo es de la esclavitud económica. Todo humano que estime en algo su dignidad debería alejarse de la urna electoral como nos alejamos de todo lo que degrada y mancilla. Apenas concebimos cómo hombres de talento, que gozan fama de integridad y de firmeza, van gravemente a depositar en la urna un papel que les despoja de todos sus derechos. Sin duda, al igual de los pobres de meollo, han aprendido, y no pueden olvidar, el camino de la servidumbre habitual.

Aún se nos dirá, trabajadores, que fomentamos el escepticismo, que aconsejamos la indiferencia como si quisiéramos perpetuar la injusticia. Vosotros, que nos habéis oído y entendido cien veces, nos oiréis y nos entenderéis una vez más, porque no os ciega la rutina oficial, la enseñanza universitaria ni la garrulería de los partidos políticos. No propagamos el escepticismo. No enseñamos la indiferencia. Convencidos de la ineficacia de todos los sistemas políticos y penetrados asimismo de la falsedad del sistema electoral, propagamos ideas propias y medios de lucha a ellas adecuados.

¿Cuáles son unas y otros? Mil, un millón de veces se ha repetido que la libertad es imposible sin la igualdad económica. Quien a otro u otros hombres viva obligado por razón del jornal o por otra forma cualquiera de inferioridad económica, jamás podrá considerarse libre. Quien puede privarnos de los medios de vida, quien en un momento dado puede lanzarnos a la miseria negándonos el jornal, arrojándonos de la casa en que vivimos, exigiéndonos implacable el pago de una deuda o retirándonos un apoyo que nos permitía traficar y vivir, ¿qué es sino un amo? ¿Habrá ley, ni votos, ni diputados que puedan impedir esta servidumbre cierta en que vivimos? Vosotros, trabajadores, lo sabéis de sobra por experiencia y por reflexión: la seguridad del pan es la única verdadera libertad para el hombre. Y todo el sistema político que pretenda constituir un Estado nuevo o mantener el presente es incapaz de darnos lo que constituye su propia negación: la comunidad de la tierra y de los instrumentos del trabajo, sin la que todo régimen de igualdad social es una quimera.

Para conseguir este régimen de igualdad a que aspiramos, nuestros medios de lucha no caben en la rutina política, y por esto somos partidarios de que la obra de los trabajadores se mantenga en el terreno puramente económico y de las reivindicaciones sociales. Revolucionarios por las ideas, somos asimismo revolucionarios por los procedimientos. Frente a una clase que explota, que la clase explotada recabe constantemente su emancipación completa como único medio de realizar la justicia. Las escaramuzas de cada momento, las pequeñas luchas de cada instante, no son sino el prólogo de la próxima e inevitable Revolución Social que preconizamos. Consagrad, trabajadores, vuestras energías y vuestra actividad a esta gran empresa y venceréis. Que no os distraigan de vuestra noble labor las mezquindades de la política ni las ambiciones mal disimuladas de los que entre vosotros mismos intentan escalar el poder. No serían mejores ni peores que los otros, porque es el poder y su órgano el gobierno, no los seres humanos, la causa de la esclavitud política; porque es la propiedad, no las personas, el origen de la servidumbre económica.

Y sí os dijeran que aun en un régimen de igualdad como el que pretendemos habría necesidad de votar, elegir diputados y gobernar y confeccionar leyes, que si instituyen lo que la naturaleza ordena son inútiles, y si lo que a un puñado de hombres se le ocurra son absurdas, contestad sin vacilar que para producir, cambiar y consumir, que para trabajar no hacen falta votos, ni diputados, ni gobernantes, ni leyes; que ahora mismo se trabaja, se produce, se cambia y se consume, no por la ignara virtud del orden político, sino a pesar de su pretendida eficacia y de su indudable obstáculo. Contestad que en un régimen de trabajo y de igualdad no hay derechos políticos que reconocer o que negar, y que, por tanto, toda asamblea de presuntuosos e ignorantes legisladores huelga completamente. Contestad que todo este informe mecanismo de la gobernación de un Estado sólo es necesario por la desigualdad en que vivimos, que demanda para la sumisión incondicional de unos el ilimitado poder de otros. Que la propiedad engendra el Estado y su representación real el gobierno, y que el gobierno trae aparejado el voto, la legislación, el ejército, la magistratura y el clero. Que todo ello es una cadena fuertemente eslabonada para oprimir y estrujar al pueblo. Y que, en fin, no queréis elegir nuevos amos que sobre vuestra voluntad coloquen la suya y sobre vuestro derecho sus privilegios.

Se os pide que designéis quien os represente, de hecho quien os mande. ¿Y no es bastante el patrón para el que trabajáis? ¿No es bastante el casero cuyas rentas aumentan a expensas de vuestra miseria? ¿No es bastante toda la taifa de mercaderes que os estruja? Para vosotros todos son jefes, amos y señores. Os manda el cura, el juez, el militar, el comerciante, el industrial. ¡Y aún se os invita a que nombréis administradores, a que elijáis diputados!

Se trata de distraeros con el supuesto ejercicio de vuestros supuestos derechos. Despreciad a los charlatanes de la política y seguir vuestro camino.

La urna es la consagración de vuestra esclavitud. Sólo la Revolución Social puede daros la libertad y el pan.

Aquellos que se hallen a gusto en la servidumbre, que hagan lo que quieran.

Vosotros, trabajadores conscientes, socialistas militantes de todos los matices, esforzaos por apartar a los obreros, vuestros hermanos, de la corrupción electoral y por apresurar el día de la Revolución que ha de emancipar a la humanidad entera de todas las tutelas y de todos los privilegios.

¡Trabajadores: no votéis, pues!

¡Negaos virilmente a poner el visto bueno a vuestra esclavitud político-económica!

¡No firméis vuestra sentencia de muerte moral!

Os desean salud

VARIAS COLECTIVIDADES ANARQUISTAS

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