martes, 5 de julio de 2011

¿Decrecimiento o revolución?

Extraído de Lucha Internacionalista

[Este artículo critica
, desde una perspectiva marxista, la tesis del decrecimiento propuesta por Taibo, Amorós y otros popes de la izquierda posmoderna actual. ¿Consumir menos para vivir mejor? Algunos ya tenemos sueldos francamente decrecidos. ¿Y por qué no decrecer los beneficios a nuestros empleadores?]

1.- ¿El crecimiento como motor de la economía capitalista?


Los autores que defienden el decrecimiento parten de identificar el crecimiento como motor/objetivo del sistema capitalista. Así lo define Carlos Taibo: “La visión dominante en las sociedades opulentas sugiere que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los males.” (1) O como sugiere Raúl García-Duran “El capitalismo ha adoptado el crecimiento como “norma de conducta” (2). O aun más cuando se pone el norte en el consumismo, como explica Luís González, al fijar el “incremento constante de la acumulación individual” como la premisa sobre la que se basa el sistema económico (3).

Efectivamente, los discursos de los economistas y políticos capitalistas afirman buscar el crecimiento, y también permitir una mayor acumulación de bienes para cada individuo.

Pero lo esencial es definir lo que realmente mueve la economía capitalista. Al capitalista no le importa desarrollar o destruir producción si con cualquiera de las dos acciones genera beneficio, porque es éste y no cómo conseguirlo lo que mueve su economía. Tampoco le preocupa la cantidad mayor o menor de bienes que queden en manos de la gente en sí misma: si desarrolla el consumismo es tan sólo como un medio para ampliar sus ventas y beneficios; pero de nuevo, ante situaciones de caída de venta de su producción, destruirá una parte de la misma antes que entregarla para satisfacer necesidades, pues el objetivo es preservar la tasa de beneficio, no el aumento del consumo en sí.

En periodos de desarrollo, la forma normal de obtener este beneficio es la “reproducción ampliada de capital” que analizaba Marx, que supone un incremento constante de la producción. Pero no siempre es así. Hemos vivido la aplicación de los acuerdos de la UE sobre las cuotas de producción en el sector primario, con subvenciones por vaca sacrificada o por hectárea abandonada, acompañadas de un discurso “ecologista” sobre la recuperación de hectáreas de bosque. De nuevo la pregunta era: ¿crecer a toda costa como objetivo o mantener el margen de beneficio? Y la respuesta es sin duda la segunda.

En épocas de crisis como la actual, el discurso dominante es la reducción drástica de la producción, con cierres de fábricas y despidos masivos, y ya no digamos cuando nos empuja a guerras. El capitalismo ha salido de las crisis profundas o estructurales con una enorme destrucción de fuerzas productivas. Si un patrón debe optar entre el crecimiento de la producción (más consumo para la población) y el crecimiento del beneficio, no dudamos que decrecerá la producción y pedirá al consumidor que se “apriete el cinturón”.

Esa falsa identificación de ‘capitalismo = crecimiento o mayor consumo individual’ lleva a la fácil pero equivocada conclusión de que ‘anticapitalismo = decrecimiento’. Pero ese enfoque –como veremos más adelante- desarma la resistencia contra los planes de destrucción de puestos de trabajo y de capacidad productiva de las fábricas que impulsa el capitalismo en épocas de crisis como la actual, o sirve para justificar los recortes salariales que la patronal intenta imponer.



2.- ¿Vivimos por encima de nuestras posibilidades?

Hay una segunda afirmación sobre la necesidad de empezar un decrecimiento, al menos en los países imperialistas, que es la siguiente: “reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales”. (4)

Podemos acordar en la necesidad de exigir medidas para limitar las emisiones contaminantes y que reduzcan el consumo de materias primas. Pero ¿realmente vivimos por encima de nuestras posibilidades? El problema de las generalizaciones –como el de las medias estadísticas- es que reparten el consumo entre todos por un igual. Y esta formulación, así expresada, elimina sustancialmente las diferencias de clase, y entre imperialismo y pueblos semicoloniales. Para nosotros el problema es que unos consumen mucho mientras otros, por el contrario, pasan hambre o precariedad.

Para la mayoría de la población y de los pueblos del planeta lo que se impone no es el despilfarro, sino las terribles hambrunas y enfermedades que empujan a millones a la inmigración poniendo en riesgo sus vidas. La respuesta de los decrecentistas es que se debe hablar de desarrollo y no de crecimiento; pero la realidad es que sin un crecimiento real del consumo en muchas vertientes, esta población está condenada. Y ahí no vamos a hacer nosotros la lista de lo que sí pueden tener y lo que no, pero más adelante volveremos sobre este tema. Serán los propios pueblos y trabajadores/as quienes, rompiendo con la dependencia del imperialismo y las multinacionales, puedan definir cuáles son sus propias necesidades y cómo cubrirlas.

Pero hay una segunda parte de ese razonamiento que se aplica a los países imperialistas. En el informe anual sobre Protección e Integración Social del Ejecutivo comunitario, marzo del 2009, se constata que el 24% de la población del Estado español vive en la pobreza o tiene un grave riesgo de caer en ella. Esta terrible situación de deterioro es consecuencia de que en los últimos años la parte de riqueza que se queda el trabajador no ha dejado de decrecer pasando a manos del capital. Entre los trabajadores –particularmente entre inmigrantes y jóvenes- se ha precarizado al extremo el empleo, llegando a no poder comprar o alquilar un piso. Así pues, para la clase trabajadora, al menos para un amplio y creciente sector de la misma, nosotros reclamamos más estabilidad laboral y mejores salarios, y esto se traduce en mejorar su capacidad de consumo.




3.- La crisis actual.

Hay otro peligro del argumento de que “vivimos por encima de nuestras posibilidades”, y es que facilita la versión de la ideología dominante de la crisis actual, una crisis que sólo ellos y la lógica del propio capitalismo han provocado, pero de la que nos quieren hacer responsables. Nos explican que la crisis arranca de las hipotecas subprime: que los bancos prestaron a trabajadores pobres para comprar viviendas –unos trabajadores que querían vivir “por encima de sus posibilidades”- y que el error de la banca fue prestarles. Ahora, para explicar las medidas que descargan la crisis sobre los trabajadores (despidos, recortes del salario directo e indirecto) explican también que hemos vivimos “por encima de nuestras posibilidades” y ahora toca apretarnos el cinturón.

No fueron los trabajadores/as pobres los que provocaron esta enorme crisis. Lo que ocurre es que el modo de producción capitalista genera por sí mismo una contradicción que al final se vuelve irresoluble. Marx la llamó tendencia a la crisis de sobreproducción o de sobreacumulación de capitales. El responsable no es el consumo excesivo por parte de la población, sino la incapacidad del capital de reproducirse manteniendo una tasa de beneficio, porque para mantenerla, mientras con una mano aumenta la producción, con la otra hunde la capacidad de consumo de la población trabajadora.

El problema no es que vivamos por encima de nuestras posibilidades, sino que hay un aumento de las desigualdades que se vuelve monstruoso: entre países, entre clases, e incluso entre sectores de una misma clase.

4.- La huella ecológica y el agotamiento de recursos.

Pero aun no hemos contestado al otro gran argumento que justifica el decrecentismo, la “huella ecológica” de una determinada población, que viene definida como “el cálculo de la cantidad de agua y tierra requerida de forma continua para producir todos los bienes consumidos y para asimilar todos los residuos de una población” (5). Si los 6.800 millones de personas del mundo tuvieran el nivel de vida de la clase media de EE.UU. se precisarían 5, 6 o 7 tierras para asegurar su consumo, según diversos autores. En otras palabras que no hay tierra (energía, agua, materia prima…) para tanta gente, al ritmo de consumo de los países desarrollados.

En efecto, los estudios sobre hidrocarburos y el cenit del petróleo, o sobre algunos importantes minerales básicos de procesos productivos, indican que estos recursos se agotarán. Sin embargo hay mucha disparidad cuando se precisan las fechas límite y el rendimiento de extracción a costes no excesivos. Pero ciertamente el capitalismo y su sistema de producción nos llevan al desastre, en esto estamos completamente de acuerdo. Carlos Taibo define la situación: “…nos movemos - si así se quiere- en un barco que se encamina directamente hacia un acantilado, lo único que hemos hecho en los últimos años ha sido reducir un poco la velocidad sin modificar, en cambio, el rumbo” (6). Las diferencias se manifiestan de nuevo en el qué hacer ante esta situación.

Los decrecentistas ponen el acento en hacer decrecer la producción como tarea prioritaria, para algunos como tarea única. Pero esos esfuerzos no modifican tampoco el rumbo del barco, quizás sólo frenen su velocidad. Para nosotros la tarea es tomar el control del barco de manos de los monopolios y el imperialismo, así pues se trata de organizar la rebelión, la revolución que les impida seguir conduciendo el mundo hacia el desastre, a la barbarie.

En los años treinta nuestros abuelos, en la guerra civil, respondieron a otra grave crisis capitalista (la del 29 y la Gran Depresión) iniciando una revolución, tomando las fábricas y poniéndolas al servicio de las necesidades de los y las trabajadoras, y estudiando este proceso decidieron multitud de medidas de reconversión, integración de empresas… al servicio de las clases populares.

Ése es el camino. Es imposible pensar que con el capitalismo vamos a detener el proceso de destrucción de la naturaleza, que tiene una dimensión planetaria y global. Hay que integrar en la lucha de clases la denuncia de los desastres ecológicos, la defensa del medio, como un elemento más para combatir el capitalismo.

5.- Decrecimiento y nuevo malthusianismo.

Pero si no ponemos en el centro acabar con el capitalismo, la afirmación de que no hay recursos suficientes para tanta gente porque lleva a la destrucción del planeta, conduce necesariamente a un nuevo malthusianismo, en el sentido de que aquí sobra gente, que es la otra forma de igualar la ecuación entre población, consumo y recursos disponibles. Malthus (1766-1834) pastor anglicano y economista, aseguraba que el crecimiento de la población mundial iniciado por la revolución industrial era muy superior a las posibilidades limitadas de crecimiento económico y que si no se limitaban los nacimientos o se dejaba morir a los pobres se conducía, inevitablemente, a la destrucción de la Humanidad. “Un hombre que nace en un mundo que está ya completo -escribió Malthus en su “Ensayo sobre la Población”-, si no puede obtener de sus padres la subsistencia que justamente les pide, y si la sociedad no necesita de su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar la más mínima porción de alimento y, de hecho, está de más. En el gran banquete de la naturaleza, no existe un cubierto para él”.

Pero no hace falta que las ideas malthusianas se formulen de esa forma. Cansados estamos de escucharlas para justificar leyes de extranjería: que aquí no cabemos todos y que hay que impedir la entrada de inmigrantes… aunque en sus países se mueran de hambre. Los decrecentistas, lo formulen abiertamente o no, terminan llegando a posiciones malthusianas. De un lado, en cuanto se plantea el decrecimiento simplemente como remedio a la “huella ecológica”, se condena como mucho a la supervivencia a poblaciones enteras, como Raúl García-Durán “Se trata de que esos países se puedan desarrollar como ellos quieran, siempre que sea para satisfacer sus auténticas necesidades, que como dice otro de los economistas de un país empobrecido, el chileno Max Neff, son: afecto, creación, entendimiento, identidad, libertad, ocio, participación, protección y subsistencia, y no para el crecimiento de sus satisfactores o bienes materiales con que intentamos materializar su satisfacción, los cuales muchas veces van contra la satisfacción real”.

Pero aún y así, esto es insuficiente pues la población tiende a crecer. Sin hacer escarnio de títulos como el del artículo del referente del decrecentismo, Serge Latouche, de que “Hay que tirar al niño antes que el agua de la bañera” (“Il faut jeter le bébé plutôt que l’eau du bain” Les Nouveaux Cahiers de l’IUED, 14, publicado 06/2003), quien teje el hilo lógico que une decrecentismo y malthusianismo es otro de los teóricos decrecentistas, Ivan Illich, cuando afirma que “La honestidad obliga a cada uno de nosotros a reconocer la necesidad de una limitación de la procreación (y) del consumo”.

Dado que las sociedades desarrolladas son poblaciones envejecidas o en vías de envejecimiento, está claro que a quien hay que limitar la procreación es a los países pobres donde mayores son los índices de natalidad. Contra esas tendencias hay que responder que la propia experiencia demuestra que el mejor “control de natalidad” es la mejora de las condiciones de vida que permita no necesitar del hijo/a para sobrevivir.

Esto ocurrió en el estado español. Eran costumbre, hace poco más de cincuenta años, las familias con muchos hijos/as especialmente en el campo, no por deporte, aunque ciertamente la ideología oficial y la iglesia lo promocionaban, sino porque el hijo era un instrumento de sustento en los trabajos del campo. Lo mismo ocurre hoy en la mayor parte de países semicoloniales: son los hijos los que ayudan a sobrevivir. En la medida en que esa necesidad se acaba, la limitación se produce de forma natural. En los países más desarrollados de Europa, esta tendencia se estabilizó aún antes que en el estado español.

6.- ¿El carro delante de los bueyes?

Escribe Taibo: “Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar -o al menos de reducir sensiblemente la actividad correspondiente- muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción... –la cita sigue y la seguiremos analizando en el apartado del sindicalismo.

Antes de hablar de cuánto hay que producir o dejar de producir para satisfacer las necesidades sociales, hay que discutir en manos de quién está la producción, quién decide qué producimos y para quién. En el marco actual ni siquiera se puede definir cómo reorientar la producción, qué parte es superflua y producto de los medios de la publicidad capitalista. No se conoce en cuánto se reducirían las necesidades energéticas y en cuanto aumentaría su eficiencia si los recursos destinados hoy a la industria de armamento y a su investigación se destinaran íntegramente a la industria civil. Para empezar, como señala el propio Taibo, los instrumentos oficiales de medida de la riqueza en términos del PIB o de la renta son engañosos, porque en el capitalismo no se mide la riqueza o la producción en relación a las necesidades de la población, sino que se establece una contabilidad de la compra-venta de mercancías.

Alguien puede pensar que no importa el orden de estos dos factores: acabar con el capitalismo y comenzar una reestructuración de la producción, pero el orden de los factores sí altera el producto, pues la mayor parte de las medidas que ponen por delante la reducción de nuestra capacidad de consumo y la aceptación del cierre de fábricas, reducción de sueldos… en esta época de crisis, coinciden con planteamientos que hace la propia patronal para mantener el sistema capitalista y suponen una depauperación a las clases populares. Hasta que no sean los trabajadores mismos quienes controlen y decidan sobre la producción no apoyaremos la reducción de la capacidad de producción destinada al consumo. Obviamente eso no quiere decir que determinados sectores puedan ser reconvertidos en su producción, acercándola a las necesidades sociales y ambientales para asegurar la continuidad de los puestos de trabajo.

7.- ¿Dos alternativas al sistema?

Latouche, referente indiscutido del decrecimiento, lo define como una “revolución cultural que lleva una refundación de la política” lo cual implica “pasar de consumidores esclavos a ciudadanos responsables” (7). Con este criterio, es lógico que la gran mayoría de las propuestas para decrecer sean pautas de conducta individuales: sobriedad, austeridad, no consumo, reevaluar (revisar los valores), reconceptualizar términos como riqueza y pobreza, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. Más que acabar con el capitalismo, la propuesta de la mayor parte de los decrecentistas es construir una realidad paralela, con menos trabajo, más local y autosuficiente, en la que –como dice Luis Gonzálezde forma voluntaria debemos “autolimitarnos con un modelo de vida más austero” (8).

Por el contrario, como en los años 30, de lo que estamos hablando nosotros es de un cambio sustancial de la distribución de la riqueza y de poner su control en manos de los trabajadores, antes de decidir si esa riqueza es excesiva o no. Estamos hablando de la necesidad de una revolución que continúe la tarea iniciada hace 70 años.

8.- Volviendo atrás la rueda de la historia.

Entre quienes apoyan el decrecimiento hay corrientes muy variadas. Para unos se trata de regresar a economías de subsistencia, sin lavadoras, ni neveras, ni coches, cultivando uno mismo su huerto y atendiendo sus necesidades básicas…, pero sin llegar a ese extremo, la tendencia a la autarquía económica es recurrente en casi todas. Taibo explica “la rotunda primacía de lo local sobre lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria” (9) como un medio de regresar a la tierra, reducir el gasto energético del transporte… Con el objetivo, como define Luís González, de “una tendencia paulatina hacia la autosuficiencia desde lo local.”

Nosotros veríamos ese repliegue para limitar la vida y los medios de producción y consumo al ámbito local, como un repliegue de la historia hacia varios siglos atrás. Para nosotros el problema no está en acabar con el comercio mundial para así ahorrar en transporte, sino en que la internacionalización de la economía en manos del capitalismo fue utilizada para obtener el máximo beneficio sin importar las consecuencias (hambre, desertización,…), y supone la expoliación de pueblos y su sometimiento a los planes imperialistas.

La discusión está en el modo de producción. Si el objetivo del sistema productivo se dirige a la satisfacción de las necesidades y respeta a los pueblos por igual, en un sano internacionalismo de clase, es un elemento muy progresivo. Desde esa perspectiva no son negativos el intercambio, la posibilidad de aprovechar las mejores condiciones de producción, de compartir los recursos del planeta que se dan en unas zonas y en otras no, así como el contacto entre pueblos, que necesariamente lleva aparejado un gasto de energía en transporte. Esa forma de encarar la sustitución del sistema capitalista por otro que acabe con el expolio imperialista de los pueblos, debe permitir inmediatamente que éstos recuperen sus tierras fértiles (hoy destinadas a monocultivos para la exportación) y sus recursos naturales, poniéndolos al servicio, en primer lugar, de satisfacer sus propias necesidades, sin que ello sea contradictorio con que se produzcan excedentes para intercambiar con otros pueblos en régimen de igualdad. Este planteamiento actuará por sí mismo como un reductor de las necesidades de transporte actuales. Del mismo modo, será desde la propiedad colectiva de los medios de producción y las relaciones de igualdad entre los pueblos desde donde se podrá decidir si determinados procesos productivos es más económico mantenerlos concentrados, aunque comporte gastos de transporte, o si la técnica actual permite descentralizarlos y acercarlos a los consumidores.

No siempre la producción en pequeña escala es energéticamente más eficiente. Hablando de los países semicoloniales vemos más claramente este aspecto de retorno al pasado. Taibo, recurriendo a Latouche para formular su programa para los países semicoloniales, contiene buena parte de esa añoranza:”romper con la dependencia económica y cultural con respecto del norte; reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, reencontrar la propia identidad, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y los saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido.”

Compartimos la ruptura con la dependencia imperialista que permita reencontrar la propia identidad y el honor perdido -aunque no sabemos quién perdió más el honor en el proceso colonial. Pero falta un elemento decisivo. ¿Por qué recuperar sólo las técnicas y los saberes tradicionales? En todo caso si estamos contra el monopolio de la técnica y del saber en manos de las multinacionales lo que hay que hacer es poner a disposición de los pueblos el conocimiento y la técnica actuales para hacerlas universales. Lo que, por otro lado, sería retornar una deuda histórica, puesto que los logros de las multinacionales no son sino producto del expolio. Expropiar estos conocimientos y ponerlos al servicio de los pueblos y nacionalizar los recursos supondría de por sí una racionalización productiva.

Y serán estos pueblos los que libremente elijan qué saberes de la técnica tradicional y de la actual ponen en práctica, del mismo modo que serán ellos quienes decidan su desarrollo y fijen sus necesidades. Luchamos contra la explotación y opresión inherentes al modo de producción capitalista, pero esa lucha no impide reconocer el enorme desarrollo de las fuerzas productivas que éste ha permitido. La solución no pasa por el retorno al pasado, sino por aprovechar sus mejores desarrollos y ponerlos al servicio de un nuevo modo de producción que responda planificadamente a las necesidades y las limitaciones.

9. ¿Quién decide la lista?

Luis González Reyes, de Ecologistas En Acción, nos lleva a la siguiente identificación: “una sociedad sostenible será aquella que cubra las necesidades (reales, no ficticias) de toda la población presente y futura mediante una relación armónica con el entorno.” ¿Quien se atribuye la potestad de definir qué es una necesidad real y qué una necesidad ficticia? No nos corresponde a los del “norte”, en función de nuestra experiencia o sobre los criterios de lo que es útil y lo que es superfluo, ser quienes vayamos a dictar las formas y los límites del desarrollo de otros. Este mecanismo ya lo hemos vivido con otras expresiones, por ejemplo cuando, desde las ONG’s del llamado “norte”, se dictaba qué necesidades debían ser cubiertas, con qué prioridades o cómo se debían comportar… en el Sur.

Dado, además, que en muchos artículos aparecen atisbos de lista, mucho nos tememos que sean esos teóricos decrecentistas quienes vayan a completarla para decir a unos y otros cuáles han de ser sus necesidades reales,… no sabemos si nos lo dirán por internet, por TV o por paloma mensajera.

10. Sindicalismo y decrecimiento.

Cuando las teorías se bajan a la práctica es cuando se pueden apreciar en su verdadera dimensión. Taibo –en la cita iniciada en el apartado 6- habla con claridad de que hay que aceptar “la conveniencia de cerrar -o al menos de reducir sensiblemente la actividad correspondiente- muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.” También afirma que hay que tener una política para la recolocación de los despedidos en otros sectores y que “Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejadas, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales.”

No estamos hablando aquí sólo para el sindicalismo en las grandes empresas de la automoción como SEAT o Wolskvagen, sino también para el de los cientos de empresas pequeñas y medianas que están en el sector y son subsidiarias de las grandes marcas. En estos últimos años hemos vivido una ofensiva de destrucción de empleo y cierre de fábricas, de exigencia de reducciones drásticas de sueldos con el chantaje de nuevos despidos. Esto ha tenido en muchos casos su concreción en EREs.

¿Cuál es la lógica que propone el decrecimiento ante esa situación? ¿Habrá que aceptar los EREs patronales asociados a reducción de la producción o cierres de fábricas, porque el fin está del todo justificado aunque las motivaciones puedan ser distintas? En el marco de la empresa capitalista, ¿cómo se pueden aceptar reducciones de sueldo (aunque estén asociadas a reducción de tiempo de trabajo) sin que la parte del sueldo que el trabajador deja de percibir quede en manos del empresario?

11. Socialismo o Barbarie

Marx escribía en El Capital que el capitalismo “agota al mismo tiempo las dos fuentes de donde brota toda riqueza: la tierra y el trabajador”. Y ese agotamiento, unido a las crisis de sobreproducción inherentes al sistema, le llevaba a definir una disyuntiva que no es “decrecimiento o crecimiento”, sino socialismo o barbarie.

Efectivamente, el capitalismo nos empuja al abismo. Es más, está echando al abismo a millones de personas que mueren por hambre, enfermedades y en condiciones de miseria extrema. No basta con empezar a construir un mundo paralelo basado en el decrecimiento, porque el mundo es único y o nos hundimos o nos salvamos todos y todas.

Socialismo es poner el control del poder político y económico en manos de la mayoría trabajadora, permitir racionalizar la producción planificando, decidir colectivamente las prioridades.

Un sistema económico basado en la igualdad y respeto entre pueblos. No negamos el avance que permite integrar las distintas economías –las aportaciones de todos los trabajadores/ as- , los descubrimientos científico-técnicos, en el marco de un sistema económico mundial, al servicio de las necesidades de la población y respetuoso con el medio. Las sociedades y la tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas (la humanidad, la naturaleza, la técnica), junto a la lucha de clases, han sido el motor de la historia. Nosotros no creemos que esa historia se haya acabado. Mejorar las condiciones de vida de los trabajadores/ as del mundo exige un enorme desarrollo de la técnica para permitir cubrir las necesidades con el mínimo tiempo de trabajo y con la menor huella ecológica posibles, con el objetivo último de que cada uno pueda consumir según sus necesidades.

A más tiempo que pervive el capitalismo mayor es el sufrimiento de los trabajadores y capas populares, más cerca estamos de grandes catástrofes ecológicas. Por eso es urgente la tarea de acabar con este sistema económico y levantar en su lugar otro nuevo. El punto más débil que tenemos los trabajadores/as para lograr ese objetivo es la debilidad de las organizaciones políticas y sindicales revolucionarias, que no se contentan sólo con frenar la velocidad del barco sino que quieren cambiar el curso. Es por ello que en la lucha contra la crisis, los cierres y los despidos, los recortes salariales y de servicios sociales, las teorías del decrecimiento desarman ideológicamente la resistencia obrera y sindical y alteran las prioridades y los objetivos necesarios para concentrar todos los esfuerzos en deshacernos cuanto antes del capitalismo.

Notas

(1) Carlos Taibo. Profesor de Ciencias políticas de la UNAM. “Doce preguntas sobre el decrecimiento” Libre Pensamiento n. 61. Primavera 2009.

(2) Raúl García-Durán. Profesor de Economía Aplicada de la UAB. “A favor del decrecimiento”.

(3) Luís González. Miembro de Ecologistas en Acción. “La práctica del decrecimiento”. Libre Pensamiento n. 61. Primavera 2009.

(4) Carlos Taibo obra citada.

(5) Meadows D.H. –Meadows W. –Randus J.: “Más allá de los límites del crecimiento” Aguilar 1993. Citado por Raúl García en el artículo mencionado.

(6) Carlos Taibo obra citada.

(7) S. Latouche: “Petit tractat del decreixement seré” Institut del Territori 2008.

(8) Luís González. obra citada.

(9) Carlos Taibo obra citada

2 comentarios:

  1. Estoy a favor de lo que dice el artículo, salvo a lo referente a la existencia de semicolonias. Las colonias y las semicolonias desaparecierón después de la 2ª Guerra Mundial con la descolonización africana. Lo que hay en la actualidad es paises capitalistas politicamente independientes pero con distinto grado de desarrollo del capitalismo. Los paises más pobres, e.d. los menos industrializados, al ser menos competitivos que los paises ricos, más industrializados, en el mercado mundial sale perdiendo, y sólo pueden subsistir abaratando la mano de obra y/o vendiendo empresas a los paises más desarrollados.

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  2. Hay que tener en cuenta que los ecologistas -al igual que los socialdemocratas que disocian la distribución de la producción de mercancias en una sociedad capitalista- disocian el consumo de la producción. Limitándose a lanzar jeremiadas sobre el consumismo, sin tener en cuenta que no es lo mismo el consumo de un trabajador no cualificado que el de un gran capitalista. Ni que en el capitalismo la producción sólo tiene un objetivo: obtener beneficios, y no cubrir necesidades de la gente; dándose la paradoja de que hay paises donde la mayor parte de la población está en la miseria, y la producción se concentra en bienes de lujo para las clases adineradas, tanto nativas como foráneas.

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