28/02/1997
(Continuación)
2. Los movimientos antipsiquiátricos
2.1 Fundamentos de la Antipsiquiatría
Con el término "Antipsiquiatría" (acuñado por el antipsiquiatra surafricano D. Cooper) designamos al movimiento de oposición a la psiquiatría oficial que se desarrolló durante las décadas de los 60 y 70 y en el cual participaron no sólo psiquiatras sino también personalidades procedentes de las múltiples ramas de las disciplinas humanas (filósofos, sociólogos, literatos, etc.). A este grupo de autores, pese a no ser en absoluto homogéneo, les va a unir el común objetivo de humanizar la psiquiatría para convertirla en instrumento de liberación humana, en contraste con el uso que se le había venido dando.
Para empezar, los antipsiquiatras parten de una total oposición a la "medicalización" de la psiquiatría. La Antipsiquiatría ante todo va a repudiar la aplicación de métodos objetivistas propios de las ciencias naturales (como la física, la química, la biología, etc.) en el campo del estudio del psiquismo humano. Hay que tener en cuenta que “ser objetivo” implica tener un “objeto” que estudiar, que en el caso de la psiquiatría no es otro que el ser humano, de lo cual se infiere que la psiquiatría objetivista “cosífica” al ser humano, al considerarlo un mero "objeto" de estudio. Además, esta negación de la subjetividad del paciente lejos de dar solución a los problemas de éste los agrava, pues el sujeto se convierte en la víctima de una situación alienante que lo mutila psíquicamente. No es extraño, pues, que R.D. Laing llegue a afirmar que: "La despersonalización en una teoría que intenta ser la teoría de las personas, es tan errónea como la despersonalización esquizoide del otro; y tal despersonalización es desde luego un acto intencional. Aunque se pretenda en nombre de la ciencia, tal "cosificación" provoca un conocimiento falso y constituye un error tan grave como la falsa personalización de las cosas" (R. D. Laing: El yo dividido). En este sentido, Laing afirma que el psiquiatra tradicional es un “pseudocientífico” pues aplica los métodos de las ciencias positivas a realidades que caen fuera del campo de estudio de estas ciencias. Así, G. C. Rapaille ilustra esta idea mediante la siguiente analogía: “A menudo el científico considera que para conocer la temperatura del agua basta con sumergir en ella un termómetro y. a continuación, leer el resultado. Cuando el científico lee 39º dice que la temperatura es de 39°. Sin embargo, nosotros adoptamos una actitud diferente. Según ésta, diremos que, después de haber sumergido el termómetro en el agua, la temperatura del conjunto agua + termómetro en este momento dado es 39°. Es decir, que tenemos en cuenta la interacción termómetro <-> agua. El hecho de querer medir la temperatura del agua con un termómetro modifica esta misma temperatura". (G. C. Rapaille. Laing y la Antipsiquiatría). Para el antipsiquiatra, la relación terapeuta-paciente debe partir de la mutua aceptación de la subjetividad del otro, así como de tener siempre presente el hecho de que el primero, en tanto que sujeto, tendrá que resignarse a trabajar con una visión sesgada de los problemas del segundo, una imagen siempre distorsionada por et filtro de su propia subjetividad. Es decir, el análisis del psiquiatra siempre va a modificar la realidad analizada tal y como lo hace el termómetro al ser introducido en el agua. En consecuencia; sería más preciso colocar a la psiquiatría en el grupo de las ciencias humanas, puesto que éstas, como muy acertadamente señaló Píaget, "están situadas en la posición particular de depender del hombre a la vez como sujeto y como objeto /.../ con lo que la objetividad y sus propias condiciones de descentralización se hacen más difíciles a menudo limitadas" (J. Piaget: Tendencias de la investigación en las ciencias sociales, Alianza Ed., Madrid, 1973).
Ronald Laing
En segundo lugar, la Antipsiquiatría reafirma las causas sociogenéticas de la locura (o, para hablar con más concreción, de la esquizofrenia) frente a explicaciones de tipo somaticista. Para los/las antipsiquiatras la esquizofrenia es un fenómeno psíquico que está conectado con las relaciones interpersonales, es decir, que tiene un origen fundamentalmente “social”. Según esto, la locura no puede ser considerada como enfermedad sino más bien como "pseudoenfermedad", pues ni se le ha podido encontrar una causa orgánica alguna ni tan siquiera los especialistas se ponen de acuerdo a la hora de describir con precisión sus síntomas. Así, Henry Ey, en su Manual de psiquiatría, afirma que “los enfermos que actualmente se incluyen en este grupo (esquizofrénicos) son ''alienados" que sorprende por su conducta extraña y por la evolución progresiva de su trastornos hacia un estado de estupidez e incoherencia". Pero ¿cuál es el trastorno fundamental? Para Kraepelin es inafectividad; para Bleuler, el trastorno de las asociaciones; para Berze, la hipotonía de la conciencia; para Minkowski, la pérdida del contacto vital. Según Laing, estamos, en todo caso, ante "alguien a quien se le imputa una enfermedad hipotética cuya etiología es desconocida y cuya patología es oscura /.../.” Sartre, por su parte; puso el dedo en la llaga al afirmar en su carta a Laing y Cooper lo siguiente: "Pienso, como ustedes que no es posible entender las dolencias psíquicas desde fuera, a partir del determinismo positivista, ni reconstruirlas mediante un combinación de conceptos que se mantengan exteriores a 1a enfermedad vivida. Creo también que no se puede estudiar ni curar una neurosis sin un respeto fundamental a la persona del paciente, sin un esfuerzo constante por captar la situación básica y por revivirla, sin un proceso que trate de encontrar la respuesta de la persona a esa situación, y pienso -como ustedes, según me parece- que la enfermedad es la salida que el organismo libre, en una unidad total, inventa para poder vivir una situación no vivible.” (Prefacio a R.D. Laing y D, Cooper, Razón y violencia. Una década de pensamiento sartreano).
En tercer lugar, la Antipsiquiatría pretende hacer hincapié en el hecho de que la esquizofrenia es, antes que nada, una etiqueta impuesta por quienes se llaman “normales”, a las personas cuyos comportamientos les parecen extraños, lo cual implica que el loco va a ser tal en relación con la gente “normal”. Así, para D. Cooper, “la esquizofrenia es una situación de crisis microsocial en la que los actos de la experiencia de una cierta persona quedan invalidados por los demás a causa de ciertas razones culturales y microculturales (familiares, por regla general) comprensibles, y que, en último término, provocan que dicha persona sea identificada más o menos específicamente como “enferma mental” y que a continuación se confirme de acuerdo con un procedimiento de identificación especificable (aunque bastante arbitrario) su identidad de “paciente esquizofrénico” por agentes médicos o “cuasi-médicos” (D. Cooper, Psiquiatría y antipsiquiatría). Consecuentemente, la Antipsiquiatría va a combatir el maniqueísmo distorsionador representado por la oposición “normal” <—> “enfermo”. Según este esquema, el psiquiatra como portavoz de la “verdad suprema” de la sociedad de los “normales” va a tildar de “anormales” a los que presentan una conducta diferente de la desarrollada por la gran masa sumisa a las convenciones sociales impuestas, a las que arbitrariamente va a considerar la “norma”. A partir de aquí, la psiquiatría se va a dedicar a localizar y encerrar a todos aquéllos que se desvíen de la “manera normal de ser”, la cual va a ser, a los ojos del totalitarismo psiquiátrico, la única válida. Paradójicamente, el psiquiatra no va a considerar “patológica” la actitud del trabajador explotado que no va a la huelga o la del parado que no se rebela ante el papel de objeto de usar y tirar que la sociedad capitalista le ha adjudicado, pese a que en el fondo hay una evidente carga de alienación en tales comportamientos. En este sentido, G, C. Rapaille va a referirse a este tipo de conductas como “enfermedad tribal”, mientras que Laing va a señalar que “lo que calificamos como ‘normal’ es el producto de un rechazo, una negación, de una disociación, de la proyección, de la introyección y de otras formas destructoras de la experiencia. Está totalmente extrañado de la estructura del ser” (R.D. Laing, Experiencia y Alienación en la vida contemporánea) y nos asegura que esta idea ya estaba prefigurada en el pensamiento de Freud (“La importancia de Freud en nuestra época se debe, en gran parte a la profundidad de su teoría y en considerable medida, a la demostración de que la persona ''común es un fragmento marchito, disecado de lo que puede ser una persona" (R.D, Laing, op. cit.). Y es precisamente la adaptación a esta '"normalidad" esquizoide el fin último de la institución psiquiátrica. No es extraño, pues, que un disidente de la psiquiatría como Enrique González Duro afirme en relación con este asunto que "la identificación de la salud mental con la perfecta adaptación social es simplemente inaceptable, porque una adaptación a una sociedad conflictiva y mal estructurada puede ser una "normalidad" bastante peligrosa, o cuando menos sinónimo de un anonimato desindividualizado y anodino" (en Fábregas y Calafat. op. cit.).
David Cooper
Asimismo, los antipsiquiatras van a lanzar un ataque contra las instituciones represivas, como responsables, por una parte, de esa “enfermedad tribal” a que aludía G. C. Rapaille, y por otra parte, de la esquizofrenia como mecanismo de defensa frente a la “normalidad” alienante y despersonalizadora. Ente estas instituciones, la familia es, sin lugar a dudas, la más poderosa maquinaria de alienación, pues constituye, en primer lugar, un escollo considerable para el desarrollo de una personalidad autónoma y madura en el individuo. G. C. Rapaille describe con aguda ironía el proceso de despersonalización que se produce en el seno de la familia: "Tienes que crecer sin crecer, tienes que convertirte en hombre y ser al mismo tiempo mi hijo. Es necesario que obedezcas a tus padres porque los quieres, porque ellos quieren que te conviertas en ti mismo, es decir, en el ‘ti-mismo-que-ellos-quieren’. Pero si te conviertes en el ‘tú mismo’ que ellos quieren les mientes, puesto que sabes perfectamente que te estás convirtiendo en su ‘tú mismo’ y no en tu verdadero ‘tú mismo’”. (G.C. Rapaille, Laing y la antipsiquiatría.). En segundo lugar, es en el seno de la familia donde primero se etiqueta como “enfermo” al individuo que se desvía de la “manera normal de ser” y, posteriormente, este diagnóstico va a ser ratificado por las autoridades médicas competentes. Cooper nos dice al respecto: "/... / la familia inventa una enfermedad como modo de preservar su modo de vida inauténtico. Y la ciencia médica, sensible a necesidades sociales tan imperiosas, produce una disciplina especial –la psiquiatría– para conceptualizar, formalizar, clasificar y proporcionar tratamientos a esta enfermedad. Sin embargo, todo esto no es más que la reacción ansiosa de la familia y de la sociedad frente a las tentativas de comportamiento independiente de uno de sus miembros" (D. Cooper, op. cit.). Se llega de este modo a la enorme paradoja de que los “normales” son los verdaderos locos, pues están alienados por una falsa realidad, mientras que los locos demuestran una conducta más sana al resistirse a la alienación y rechazar la destrucción de su ser. De ahí que Laing afirme que "la esquizofrenia es una tentativa lograda de no adaptarse a las pseudo-realidades sociales" (R. D. Laing, Experiencia y alienación en la vida contemporánea).
Por otra parte, los antipsiquiatras no olvidan el papel que la escuela tradicional ha jugado en el fomento de la alienación humana. Así, la escuela tradicional lejos de promover la creatividad y la autonomía personal del la niño, ha impuesto un sistema de valores preestablecido que no es otro que aquel por el que se rige la sociedad capitalista y autoritaria. Ya lo advertía en 1963 Jules Henry: “si, desde la escuela, los jóvenes fuesen incitados a poner en cuestión las reglas sociales se produciría entonces una creatividad tal que la sociedad no sabría por donde tirar” (J. Henry, Culture Against Man). La escuela constituye, por tanto, un poderoso medio de propaganda de los valores del sistema (la competitividad sin cortapisas morales, el consumo por el consumo mismo, etc.) y, por ende, de sumisión y alienación. En la escuela, el sujeto va a interiorizar a través del juego de los suspensos y los aprobados, la lógica que subyace a la estructuración de la sociedad en “clases”, lógica que se le presentará como “natural e inmutable”. Con ello, el niño va siendo socializado hasta convertirse en portador y valedor de la “enfermedad tribal”. Recordemos unas palabras de Ivan Illich al respecto: “A consecuencia de la estructura fundada en el juego ritual de las promociones, la escuela está destinada a engendrar y defender el mito social. La participación en dicho rito de la competición, tiene en definitiva más importancia que la naturaleza o el método de enseñanza. El mismo juego es lo que educa; la pasión del juego penetra pronto en las venas y se hace incurable. Toda la sociedad se inicia en el mito del consumo sin fin de los servicios; en la medida en que la participación simbólica cae en el rito, se hace obligatoria y cada cual siente su constante obligación" (I. Illich, La sociedad desescolarizada). Ni que decir tiene, pues, que la Antipsiquiatría se va a posicionar en favor de los experimentos pedagógicos de corte libertario descritos por Illich en La sociedad desescolarizada o por Aiexander S. Neill en su Summerhill.
Finalmente, la Antipsiquiatría va a rechazar las medidas terapéuticas de la "psiquiatría oficial" pues entiende que degradan al loco en su dignidad humana, proyectando en ella, como si de un chivo expiatorio se tratara, las contradicciones y angustias de una sociedad patógena. Ante todo las corrientes antipsiquiátricas pretenden dejar claro que, si la sociedad segrega la locura en manicomios, es para defenderse. Como señalara Roger Gentis: "La verdad es que el hospital psiquiátrico está hecho para solucionar a la gente una serie de problemas asquerosos que nadie pretende solucionar y que tampoco la sociedad, tal y como está organizada, puede solucionar" (R. Gentis, La tapia del manicomio). Para los disidentes de la psiquiatría está meridianamente claro que el aislamiento del loco en instituciones manicomiales lejos de promover su “curación” va a cronificar sus conflictos internos y va a reducir sus posibilidades de recuperación para una vida plena. En este sentido, son harto reveladoras las palabras de S. Faure sobre las condiciones de vida en los psiquiátricos: Se priva al loco de su libertad, de trabajo, de dinero, de amor, de vida sexual y aun de palabra, ya que su discurso se tiene por absurdo; se le analiza pero no se le entiende. Algunas veces se le embrutece con drogas que suprimen la excitación, tan seguramente como el calabozo o la camisa de fuerza, pero esto alivia sobre todo a sus guardianes, si se resiste a tales tratamientos químicos será sometido a los electrochoques, así como a una amputación de su cerebro por intervención quirúrgica /…/ Poco a poco se constituye así un aspecto de la locura crónica en casos de pacientes hospitalizados desde hace largo tiempo Sujetos poco a poco a aceptar un sistema alienante, son sometidos a una vigilancia constante, privados de las cosas que dan interés a la vida y se adaptan poco a poco a una forma de existencia pasiva en la que se van conformando con el papel que se espera de ellos: el buen enfermo, tranquilo, que ayude a las enfermeras a hacer sus quehaceres. Esta evolución del paciente no se da sin choques, en el curso de los cuales su anatomía es aplastada tantas veces como es necesario, de suerte que ya no tiene derecho más que a los placeres comunes a todos, otorgados por sus vigilantes: comida esencialmente" (S Faure, La Antipsiquiatría).
Frente a lo anteriormente expuesto, la Antipsiquiatría ofrece una amplia gama de alternativas terapéuticas. Para algunos antipsiquiatras como R. D. Laing es necesario primeramente redimir la relación terapeuta-paciente para que se convierta en una auténtica relación humana, en la que haya un respeto mutuo a la subjetividad del otro. Para este autor, el terapeuta debe ser un mero guía que inicie al paciente en un proceso creativo de auto-recomposición del "yo", proceso que se debe de desarrollar en una comunidad terapéutica en ausencia de las relaciones de poder que se dan en el seno de la sociedad. Otros (D. Cooper, el S. P. K. etc.) por su parte, ponen un mayor énfasis en el hecho de que la “curación” de la locura debe ir enmarcada en un proceso de demolición de las opresivas estructuras de la sociedad capitalista, auténticas responsables de la “enfermedad” mental. No obstante, todos ellos parecen estar de acuerdo en postular la abolición del aislamiento forzoso de la locura, pues, como el propio Laíng ha señalado, "el piloto de bombarderos perfectamente adaptado puede constituir un peligro mayor que el esquizofrénico hospitalizado que cree llevar una bomba en su interior".
¡Hola! Me alegro que vuelvas a tratar este tema, para mí de capital importancia. La Policia tiene varias subdivisiones, aparte de la que todos conocemos hay otras: curas, maestros, periodistas, doctores y psiquiatras......, éstos últimos los más peligrosos de todos.
ResponderEliminarDe todas maneras hacen bién, si a los locos nos dejasen a nuestro antojo todo se iba a tomar por culo, si las gentes dudasen de toda la mierda y de todas las mentiras y de todos los miedos y de todas las normalidades en las que desde pequeñitos nos adiestran éste mundo tan coñazo sería .....¿como sería?
¿Puagj! ¡que aso de cordura!
Colgaré más cosas contra la Policía del Pensamiento y contra la "cienciocracia" en general.
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