sábado, 17 de diciembre de 2011

Las plantas no son tan tontas

Por Sharon Moalem

¿Ve usted esa fresa en su cuenco de cereales? ¡La planta de la que proviene quiere que usted se coma la fresa!

Las plantas que dan frutos comestibles evolucionaron de esa manera por su propio beneficio. Los animales cogen los frutos y se los comen. Los frutos contienen semillas. Los animales caminan, andan a zancadas, se balancean o vuelan, y acaban soltando esas semillas en alguna otra parte, lo que posibilita la reproducción y propagación de la planta. Por ejemplo, la manzana no cae lejos del árbol, pero un animal puede comérsela y dejar las semillas en otra parte. Es un autostop alimentario, y funciona bien para todas las partes implicadas. De hecho, ésa es la razón de que el fruto maduro sea fácil de coger y a veces se caiga, mientras que los que no están maduros cuestan más de recoger: la planta no quiere que se lleven el fruto hasta que las semillas que hay dentro de él han terminado de formarse. El precio que hay que pagar por el privilegio de comer es esparcir las semillas; no hay comida gratis en el restaurante al aire libre de la Madre Naturaleza.

Por otro lado, aunque las plantas quieren que los animales se coman sus frutos, no quieren que se acerquen más allá de eso. Cuando los animales empiezan a mordisquear las hojas o roer las raíces, las cosas pueden complicarse para la planta. Así pues, las plantas tienen que estar preparadas para defenderse, por si acaso. El hecho de que suelan estar inmóviles no significa que sean unas peleles. ¿Ha tenido algún encontronazo con un cactus? Seguro que no apetece repetirlo.

Las espinas son los mecanismos de defensa más obvios de las plantas, pero no son los únicos ni los más potentes. Las plantas disponen de todo un arsenal de recursos defensivos; son, con diferencia, los mayores fabricantes de armas químicas del planeta.

La ley del más débil, 2006.

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