lunes, 19 de diciembre de 2011

Sobre la astrología

Por CARL SAGAN

En la sociedad contemporánea occidental, es fácil comprar una revista de astrología, en un quiosco de periódicos por ejemplo; es mucho más difícil encontrar una de astronomía. Casi todos los periódicos norteamericanos publican una columna diaria sobre astrología, pero apenas hay alguno que publique un artículo sobre astronomía ni una vez a la semana. En los Estados Unidos hay diez veces más astrólogos que astrónomos. En las fiestas, a veces cuando me encuentro con personas que no saben que soy un científico, me preguntan: «¿Eres Géminis?», (posibilidad de acertar: una entre doce). O: «De qué signo eres?» Con mucha menos frecuencia me preguntan: «¿Estabas enterado de que el oro se crea en las explosiones de supernovas?» O: «¿Cuándo crees que el Congreso aprobará el vehículo de exploración de Marte?»

La astrología mantiene que la constelación en la cual se hallan los planetas al nacer una persona influye profundamente en el futuro de ella. Hace unos miles de años se desarrolló la idea de que los movimientos de los planetas determinaban el destino de los reyes, de las dinastías y de los imperios. Los astrólogos estudiaban los movimientos de los planetas y se preguntaban qué había ocurrido la última vez en que, por ejemplo, Venus amanecía en la constelación de Aries; quizás ahora volvería a suceder algo semejante. Era una empresa delicada y arriesgada. Los astrólogos llegaron a ser empleados exclusivamente por el Estado. En muchos era un grave delito leer los presagios del cielo si uno no era el astrólogo oficial: una buena manera de hundir era predecir su caída. En China los astrólogos de la corte que realizaban predicciones inexactas eran ejecutados. Otros apañaban simplemente los datos para que estuvieran siempre en perfecta conformidad con los acontecimientos. La astrología se desarrolló como una extraña combinación de observaciones, de matemáticas y de datos cuidadosamente registrados, acompañados de pensamientos confusos y de mentiras piadosas.

Pero si los planetas podían determinar el destino de las naciones, ¿cómo podrían dejar de influir en lo que me pasará a mí mañana? La noción de una astrología personal se desarrolló en el Egipto alejandrino y se difundió por los mundos griego y romano hace aproximadamente 2.000 años. Hoy en día podemos reconocer la antigüedad de la astrología en palabras como desastre, que en griego significa «mala estrella», influenza, gripe en inglés, que proviene del italiano y presupone una influencia astral; mazeltov, en hebreo, proveniente a su vez del babilonio, que significa «constelación favorable», o la palabra yiddish shlamazel, referida a alguien a quien atormenta un destino implacable, y que también se encuentra en el léxico astrológico babilonio. Según Plinio, a algunos romanos se les consideraba sideratio, «afectados por los planetas». Se convirtió en opinión que los planetas eran causa directa de la muerte. O consideremos el verbo considerar que significa «estar con los planetas» lo cual era evidentemente un requisito previo para la reflexión seria. La figura de [la foto] muestra las estadísticas de mortalidad de la ciudad de Londres en 1632. Entre terribles pérdidas provocadas por enfermedades posnatales infantiles y por enfermedades exóticas como «la rebelión de las luces» y el «mal del rey» nos encontramos con que, de 9.535 muertes, 13 personas sucumbían por el «planeta», mayor número que las que morían por cáncer. Me pregunto cuáles eran los síntomas.

Y la astrología personal está todavía entre nosotros: examinemos dos columnas de astrología publicadas en diferentes periódicos, en la misma ciudad y el mismo día. Por ejemplo podemos analizar el New York Post y el Daily News de Nueva York del 21 de septiembre de 1979. Supongamos que uno es Libra, es decir nacido entre el 23 de septiembre y el 22 de octubre. Según el astrólogo del Post, «un compromiso le ayudará a aliviar la tensión»; útil, quizás, pero algo vago. Según el astrólogo del Daily News, debes «exigirte más a ti mismo», recomendación que también es vaga y al mismo tiempo diferente. Estas «predicciones» no son tales predicciones, son más bien consejos: dicen qué hacer, no que pasará. Recurren deliberadamente a términos tan generales que pueden aplicarse a cualquier persona. Y presentan importantes inconsecuencias comunes. ¿Por qué se publican sin más explicaciones, como si fueran resultados deportivos o cotizaciones de bolsa?

La astrología puede ponerse a prueba aplicándola a la vida de los mellizos. Hay muchos casos en que uno de los mellizos muere en la infancia, en un accidente de coche, por ejemplo, o alcanzado por un rayo, mientras que el otro vive una próspera vejez. Cada uno nació exactamente en el mismo lugar y con minutos de diferencia el uno del otro. Los mismos planetas exactamente estaban saliendo en el momento de su nacimiento. ¿Cómo podrían dos mellizos tener destinos tan profundamente distintos? Además los astrólogos no pueden ni ponerse de acuerdo entre ellos sobre el significado de un horóscopo dado. Si se llevan a cabo pruebas cuidadosas, son incapaces de predecir el carácter y el futuro de personas de las que no conocen más que el lugar y la fecha de nacimiento.

(...) Perseguimos una conexión con el Cosmos. Queremos incluirnos en la gran escala de las cosas. Y resulta que estamos realmente conectados: no en el aspecto personal, del modo poco imaginativo y a escala reducida que pretenden los astrólogos, sino con lazos más profundos que implican el origen de la materia, la habitabilidad de la Tierra, la evolución y el destino de la especie humana. Temas a los que volveremos.

Cosmos
Cap. III, 1980.


LA ARMONÍA DE LOS MUNDOS




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