jueves, 22 de marzo de 2012

La 'Yihad' esteparia

Por DAVID GISTAU

EL MUNDO
22/03/2012

Fui un escolar francés. Eso significa que, en lo que respecta a la II Guerra Mundial, recibí una educación que magnificaba la Resistencia, a Jean Moulin, y el desembarco en Juno Beach de De Gaulle, aquel general sin batallas por quien Jodl, al ir a firmar la rendición alemana, preguntó: «¿Qué hacen aquí los franceses?». Pero casi nada me contaron del colaboracionismo y, sobre todo, del antisemitismo. De la putrefacta Milice de Pierre Laval, una sucursal francesa, llena de vocación, de la Gestapo. Del Vel D'Hiv y otras deportaciones hacia los campos de exterminio a los que Francia apenas hizo amago de enfrentarse durante el juicio a Maurice Papon (1998), atrapado por el periodismo, quien había salido de todo aquello lo bastante impune como para continuar de alto funcionario en la Gironde hasta los años 60.

La balacera de Toulouse, antes de aclararse, removió ciertos sentimientos de culpa que se agazapan en alguna profundidad de la conciencia francesa. Pero los removió sólo un poquito. Más allá del espanto genérico, el que constituye un rasgo mínimo de humanidad cuando unos niños son asesinados, con las víctimas del lobo motorizado ocurrió lo mismo que con las porteñas de la AMIA según un político argentino: «Los muertos eran argentinos, pero judíos. Eran por tanto antes judíos que argentinos, y nadie sintió que eso le hubiera pasado a su propia gente». La compasión se vuelve entonces menor. Tan sólo inquieta de verdad, y esto es un ejercicio de narcisismo, que la sociedad a la que uno pertenece engendre semejantes monstruos. Y esa preocupación ha sido evacuada con la identidad del tirador, que resultó ser francés, pero muyahidin, por tanto muyahidin antes que francés, y entonces decimos: «¡Ah, bueno, menos mal!», porque eso le obliga a responder ante una lógica ajena que pospone cualquier introspección, cualquier culpa. Occidente se odia lo suficiente como para creer, desde el 11-S y también en el 11-M, que merece los castigos del buen salvaje yihadista. Si además hay muertos judíos, funciona el maniqueísmo progresista, y lo único que se lamenta es no haber ocultado a tiempo los retratos personalizados de niños como suele hacerse con los que mueren en Israel, esos otros niños de los que jamás sabemos cuán «dulces» eran.

Es curioso que la campaña francesa haya terminado teniendo una semejanza con el 11-M: un atentado de cuya explicación dependen los prestigios de algunos candidatos. Que se lo digan a Marine Le Pen, inductora del asesinato cuando regía la hipótesis nazi, heroína ahora de las encuestas.

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