jueves, 5 de abril de 2012

Jean Genet con los Panteras Negras

«Su lucha debería ser la de todas las izquierdas del mundo.»
JEAN GENET en compañía de los Panteras Negras

El autor de Los Negros acaba de pasar más de dos meses en Estados Unidos con los militantes del Black Panther Party. En esta entrevista explica las razones por la cuales se entregó a la causa de aquellos.

Revista TRIUNFO, 419. Año XXV (6-Junio-1970)

¿Cómo ha ido usted a reunirse con los «Panteras Negras», en los Estados Unidos?

JEAN GENET.—Dos miembros del Black Panther Party vinieron a verme a París y me preguntaron qué podía yo hacer por ayudarles. Creo que en su intención se trataba de que les ayudara en París, pero dije: «Lo más sencillo es ir a América». Esta respuesta me pareció que les dejaba un tanto sorprendidos. Respondieron: «Bueno, pues venga. ¿Cuándo le parece?». Y dije: «Mañana». Ahora estaban más asombrados aún, pero reaccionaron inmediatamente: «Entendido, se le vendrá a buscar». Fue así como me puse en viaje. No tenía siquiera visado.

¿Qué no tiene usted visado después de haber escrito acerca de la Convención de Chicago?

J. G.—No, jamás lo he tenido. Me lo niegan.

Entonces, ¿cómo se las arregla?

J. G.—Es muy fácil pasar la frontera. Haría falta que escritores, sindicalistas franceses, fueran también a América a dar conferencias a favor del Black Panther Party. Por cierto, acaba de crearse en París un comité de solidaridad con el Black Panther Party.

Se comprende que ellos tengan su causa, pero, ¿por qué la hace usted suya?

J. G.—Para ser sincero, debo decir que no ha sido la preocupación por recrear el mundo lo que, en primer lugar, me ha movido. Naturalmente, eso llegará, y yo no puedo estar insensible en este punto, pero lo que ha hecho que me sintiera inmediatamente cerca de ellos ha sido el odio que sienten contra el mundo blanco, su necesidad de destruir una sociedad, de romperla. Necesidad que era la misma que yo sentía desde muy joven, pero, claro, no me era posible cambiar el mundo yo solo.

¿Se considera un revolucionario?

J. G.—Mi condición, más que de un revolucionario, es la de un vagabundo. ¿Cómo quiere que me defina a mí mismo? Después, las etiquetas que me hayan podido colgar no tienen importancia: ladrón, pederasta…, ahora revolucionario. No, no me da la gana de decir que soy revolucionario.

¿Por qué ha elegido ayudar a los negros americanos, en lugar de, por ejemplo, a los trabajadores emigrados a Francia?

J. G.—En el fondo, si he ayudado a los «Panteras», ha sido porque ellos me lo han pedido. Los trabajadores emigrados no me han pedido nada. Además, los «Panteras» me han aceptado tal como soy. No existen moralismos rígidos entre ellos. Son militantes las veinticuatro horas del día. Cada domingo, por cinco o siete horas, dan clase de educación política. También yo he asistido alguna vez a estas clases, que se tienen en plena noche, con el fusil en la mano. Las mujeres realizan el mismo trabajo que los hombres. Todas las casas de los «Panteras» se encuentran en el interior de los barrios negros, vigiladas día y noche por centinelas armados. La Policía encuentra mil pretextos para dar batidas, con frecuencia mortíferas, por tales lugares, generalmente amparada en la búsqueda de las drogas. ¿Sabía usted que los miembros del Black Panther Party jamás se ponen al volante de un coche? La infracción al Código de Circulación es una trampa en la que no les interesa caer.

Los «Panteras» tienen casas con paneles blindados, puertas fortificadas con sacos de arena, mirillas sobre las escaleras para ver quién se acerca y rejillas para protegerse de bombas lacrimógenas. Viven en medio del odio.

¿Están también ellos llenos de odio?

J. G.—Por la forma represiva de la sociedad blanca, puedo decir sí.

¿Cómo es posible que acepten la colaboración con los blancos?

J. G.—No la aceptan sin condiciones. Buscan acuerdos para ciertas operaciones limitadas. Como también lo buscan las organizaciones blancas entre ellos, por ejemplo, para las manifestaciones de New Haven y Washington.

¿Son acaso adeptos de los «Black Studies», de cultivar su condición de negros?

J. G.—Ellos han visto del peligro que pueden comportar los «Black Studies». Volviendo a colocarse en un contexto africano, se cerraban el camino hacia la tecnología, de la que tienen más necesidad cada día. Comoquiera que todos los regímenes han fracasado en el intento de darles una situación equivalente a la de los blancos, han terminado por comprender que no tienen más salida que la del socialismo. De ahí que su lucha no sea solamente antirracista; sino una lucha global que debería ser la causa de todas las personas de izquierda en el mundo. La izquierda americana tiene la posibilidad de no hacer gestos vacíos, sino actos plenos. De todas formas, tiene un campo de acción. Por ejemplo, la lucha por la liberación de Bobby Seale ha beneficiado al Black Panther Party. Los símbolos nos devuelven a una acción que tiene lugar, no a una acción que ha de ser o será, puesto que toda acción que se realiza (hablo de acciones revolucionarias) no puede ayudarse seriamente de ejemplos ya conocidos. Así, todos los actos revolucionarios tienen el frescor del comienzo del mundo. Pero un gesto o un conjunto de gestos simbólicos son idealistas en el sentido de que colman a los hombres que los adoptan, impidiéndoles realizar actos reales de eficacia irreversible. Yo creo que una actitud simbólica es, a la vez, la buena conciencia liberal y una situación que hace creer que todo ha sido intentado por la revolución. Vale más realizar actos reales y aparentemente de poca envergadura que manifestaciones teatrales y vanas.

¿Qué actos realizó usted en los Estados Unidos?

J. G.—Iba de ciudad en ciudad, de Universidad en Universidad, al servicio del Black Panther Party, para hablar de Bobby Seale y ayudar al Black Panther Party. Estas conferencias tenían un doble objetivo: popularizar el movimiento y reunir dinero. He estado en el Massachussetts Institute of Technology, en Yale, Columbia, Los Ángeles, etcétera. Las más grandes Universidades abrían así sus puertas al Black Panther Party.

¿Qué es lo que les decía a los estudiantes?

J. G.—Que eran unos desgraciados imbéciles, que había que ayudar a Bobby Seale. Los «Panteras» hablaban también. Tan largo como yo.

¿Qué decía usted a propósito de Bobby Seale?

J. G.—En el asunto Bobby Seale, en el proceso de Chicago, hay ocho acusados. De esos ocho, siete han sido, a fin de cuentas, puestos en libertad bajo ciertas sanciones. Pero nada de sanciones extravagantes de ciento cincuenta mil dólares, absolutamente impagables, como se hace con los negros. Sólo uno de los acusados sigue encarcelado, la izquierda norteamericana se desinteresa de él por un momento, y este hombre es, por casualidad, negro. Y presidente del Black Panther Party. Es Bobby Seale. Sé que se le acusa de un homicidio perpetrado en Connecticut, pero sé también que se hallaba ausente de Connecticut cuando ese asesinato se cometió, como sé que que el presidente de Yale, Brewster, ha declarado que había muy pocas probabilidades de que Bobby Seale fuera juzgado de una manera regular. Callarse ante este asunto es aceptar que un hombre sea culpable por el mero hecho de ser negro. Como en los tiempos del «Affaire Dreyfus», allí había un culpable: el judío. El paralelo con el «Affaire Dreyfus» se acaba ahí, puesto que debo reconocer que todavía no ha habido en los Estados Unidos ningún Clemenceau, ni ningún Jaurès, ni, sobre todo, entre los intelectuales ningún Zola capaz de escribir «Yo acuso». Un «Yo acuso» que implicaría la condena de la Magistratura de ese país y de la mayoría de los blancos que siguen siendo racista.

¿Ha comprobado usted mismo personalmente ese racismo?

J. G.—Viviendo allí como un blanco entre los negros, lo he constatado cada día. Hasta en los menores detalles. Por ejemplo, monto en un avión. Al negro que va delante de mí se le ordena que abra su maleta. La maleta contiene tres camisas y dos pantalones. Se le deja entrar en el avión. A mí no se me pregunta absolutamente nada. En el tribunal de New Haven se me obligó a sentarme entre los blancos sin preguntarme mi opinión.

El racismo es algo que usted misma lo puede comprobar. Mire cómo se habla de los cuatro estudiantes muertos en Kent. Inmensos titulares en la prensa. Un despliegue de interés. Pocos días más tarde dos estudiantes son asesinados en Jackson (Missisipi). Se da la noticia en las últimas páginas de los periódicos. Una información más entre las otras. ¿Por qué? Estos dos estudiantes eran negros.

¿No existe también un racismo negro?

J. G.—No. Si el racismo es el menosprecio hacia los hombres para mejor explotarlos, es necesario reconocer que la definición no puede ser aplicada a los negros en respecto de los blancos.

David Hilliard dice que los «Panteras» encarcelados deben ser considerados como prisioneros de guerra. ¿Qué piensa usted de esto?

J. G.—Dudo mucho antes de pronunciarme de una manera definitiva, pero me parece que, en efecto, si se considera la situación de los negros con relación a los blancos como una situación de colonizados en el interior de una metrópoli, es forzoso decir que la metrópoli ha numerosos prisioneros. Así la lucha del Black Panther Party en los Estados Unidos debe contemplarse como una guerra contra los sistemas de represión.

¿Tal combate incluye la violencia?

J. G.—La guerra no puede hacerse más que en la violencia. Cuando los blancos predican la no-violencia a los negros, ¿son conscientes de que existe una situación de violencia que no cesa de manifestarse desde siempre, desde los tiempos de los negreros? ¿Acaso este cúmulo de desprecio amontonado desde hace trescientos o cuatrocientos años no es violencia? ¿Tampoco es violencia el hecho de que un blanco deba pagar diez mil dólares por recobrar su libertad, mientras que un negro, por el mismo delito, se ve obligado a desembolsar cien mil o ciento cincuenta mil dólares? Yo he visto cantidades de ciento cincuenta mil dólares en rescates impuestos a los negros. No a los blancos. Predicar la no-violencia en tales circunstancias es rechazarles a los negros los medios de defenderse. La actitud de la no-violencia de los blancos es una actitud de diletantismo moral. Nada más que eso. Queda el hecho de que la violencia y la no-violencia deben, a mi parecer, utilizarse en forma táctica.

¿Cuál es la ideología del Black Panther Party?

J. G.—Ven en su lucha una lucha de clases. Su objetivo es una revolución de estilo marxista. Esto es lo que explica el vigor de la represión. La Administración sabe bien que detrás los «Panteras negras» ondea la bandera roja. Los «Panteras» podrían tener, sin duda, una audiencia mayor ante la comunidad negra, y hasta blanca, si aceptaran ser una especie de «Ejército de Salvación» un poco politizado, pero esto iría en detrimento de sus objetivos deliberadamente revolucionarios. Para mí, esto funda un argumento para sostenerles: representan la lucha contra el imperialismo en el seno mismo del territorio americano.

¿Cómo se manifiesta la represión?

J. G.—De una manera muy significativa. Yo he contabilizado y contado todos los casos de represión entre los «Panteras» desde el 2 de mayo de 1967. Las cifras son elocuentes: del 2 de mayo de 1967 al 28 de septiembre de 1968, 55 casos de procesos, 130 interrogatorios, 5 muertos. Todo en diecisiete meses. De octubre de 1968 a diciembre de 1969, esto es, en quince meses, he contado 373 procesos, 735 interrogatorios y 24 muertos. ¿Qué es lo que ha ocurrido entre estos dos períodos? La Administración Nixon ha sustituido a la Administración Johnson y, si volvéis a mirar las cifras, veréis que la represión se multiplica casi por siete.

Me gustaría hablar del asunto de Baltimore ya que es muy importante. En Baltimore, el 30 de abril, irrupción del FBI en la sede de los «Panteras». Diez personas son detenidas y la Policía pretende que existen ocho fugitivos. Pretexto: en octubre de 1969 es descubierto el cadáver de un negro que debió haber sido torturado y cuya muerte se remontaría a julio de 1969. Los policías pretenden que se trata de un soplón eliminado por los «Panteras». De hecho, ellos no sabían absolutamente nada acerca de Anderson, el muerto, pero estaban decididos a utilizarle como pretexto para encontrar una apariencia de justificación para sus detenciones. Todo les estaba permitido bajo pretexto de buscar a los ocho fugitivos…, atribuyendo el crimen al que quisieran.

¿Pero la policía, al menos, experimenta necesidad de justificarse?

J. G.—Sí. Porque los «Panteras», y en esto son hábiles, no permanecen en la clandestinidad. Pueden verse sus fotos. Toman su avión. Se muestran por todas partes. Son conocidos. Lo hacen como medida de precaución. Porque esta claridad les protege infinitamente más que la clandestinidad. Es más fácil detener a un «sucio negro» anónimo que a un hombre responsable y conocido que ostenta un cargo casi oficial.

¿Se conceden títulos a sí mismos?

J. G.—Si, hay entre ellos ministros, responsables. Gobernadores, etcétera. Yo dependía del Ministro de Educación, Massai Hewitt. Pero viajaba sobre todo con David Hilliard, que es el que reemplaza a Bobby Seale. Actualmente la Policía quiere detener a David Hilliard y a otro al llamado D.C., que está escondido. Para esto hicieron la Operación Baltimore y lanzaron órdenes de arresto el 30 de abril, justo la víspera en que David Hilliard debía hablar en New Haven. Lo que perseguían era intimidar a la población negra para que no acudiera a New Haven, pero nosotros hablamos después ante veinte mil personas. New Haven es el lugar en el que Bobby Seale está encarcelado. Si le hablo de ello, es porque los «Panteras» me han rogado que la mayor publicidad sea favor del «Affaire de Baltimore». Ven en él una amenaza muy seria.

¿Quiere esto decir que los «Panteras» se consideran guerrilleros?

J. G.—¿Qué es eso de guerrilleros? Yo no puedo servirme de palabras que han servido a otros. Puedo simplemente decir: son así, obran así.

¿De dónde sacan el dinero?

J. G.—Ante todo, el dinero les llega del semanario que, al precio de 25 centavos, tira ciento cincuenta mil ejemplares. Los jóvenes negros lo venden por doquier. Parte de la población negra cotiza para el Black Panther Party. Casi todos los conjuntos de «jazz» dan, mensualmente, la recaudación de muchos conciertos. Hay también donativos.

¿De negros o de blancos?

J. G.—De ambos. Por ejemplo, yo he asistido a una reunión en casa de cierto escritor, en Hollywood, junto a Jane Fonda. No estuvo nada mal el dinero que recaudaron en tan poco tiempo.

En Nueva York, los «Panteras Negras» tienen una oficina permanente en la St. Mark Church. Se dan representaciones de teatro a su favor. Son muy astutos para hacer que hable de ellos…

J. G.—Son la prensa, la «tele», la radio, etcétera. los que los convierten en «vedettes». No son ellos los que lo buscan. Ya serán «vedettes» cuando los detengan… La información, por otra parte, suele trucarse intencionadamente en la medida en que tiende a presentar al Black Panther Party como un grupo folclórico o bien como una cuadrilla de malhechores. Nunca, claro está, como un grupo revolucionario coherente.

Mientras viajaba en compañía de los «Panteras», ¿se sentía usted «blanco»?

J. G.—No, a decir verdad; no hacía diferencia alguna.

Tropezaba, sin embargo, en una barrera lingüística. Porque usted no habla inglés, ¿no?

J. G.—Sí, mire, eso era lo más fastidioso. Tanto más cuanto que los negros salen poco menos que del «ghetto» y que hablan un argot difícil de entender, incluso para los intérpretes blancos. Con David Hilliard, llegué a entenderme muy bien: escribíamos. Nunca se servía de palabras demasiado complicadas y yo, por mi parte, podía leerle y escribirle.

¿Escribiría usted «Los Negros» de la misma manera después de haber vivido esta experiencia?

J. G.—Si no le parece, no se habla de mi teatro.

¿Ya no quiere escribir?

J. G.—Creo que Brecht nada ha hecho por el comunismo, que la revolución no fue provocada por Las bodas de Fígaro de Beaumarchais. Que cuanto más cercana a la perfección sea una obra, más se encierra en sí misma. Y lo que es peor, suscita la nostalgia.

MICHÈLE MANCEAUX

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