sábado, 21 de abril de 2012

La larga sombra de Darwin

«Charles Darwin, al leer una parte de Hereditary Genius,
escribió a Galton: “Has hecho de un opositor un converso,
en el siguiente sentido: siempre había defendido que, a excep-
ción de los idiotas, las personas no difieren mucho en cuanto
a inteligencia, sino sólo en lo relativo a la dedicación y el
trabajo duro; y todavía pienso que se trata de una diferencia
eminentemente importante”. Galton disintió, con todos
los respetos, insistiendo en que “el carácter, incluida la
capacidad para el trabajo, es hereditario, como
cualquier otra facultad”.»
RICHARD MILNER,
Diccionario de la evolución (1995).

Por JAVIER BARRAYCOA

El darwinismo ha tenido una influencia notabilísima hasta nuestros días en muchos ámbitos científicos. Y sin él, aunque parezca extraño, apenas podríamos entender por qué se cometieron genocidios a lo largo del siglo XX. Sin embargo, y ha sido motivo de largas discusiones, la obra de Darwin por sí misma no hubiera dado lugar nunca a determinadas políticas eugenésicas. Ello no quita que en escritos como El origen del hombre, Darwin afirmara que prefería descender del mono que no de los negros. Tras el darwinismo siempre ha estado latente alguna forma de racismo. Así, las interpretaciones que se hicieron de esa teoría sí que permitieron la creación de un ambiente intelectual que, a la larga, llegaría a legitimar «científicamente» los genocidios. Quizás el más famoso entre los darwinistas sea Herbert Spencer, que desarrolló lo que ha venido a denominarse el «darwinismo social». Spencer proponía que las sociedades tienen sus propios mecanismos espontáneos de selección y progreso social. Por tanto, los gobiernos debían limitarse a «gobernar poco» y a dejar que la naturaleza social siguiera su curso, ya que la propia naturaleza elabora mecanismos de eliminación de los «no aptos». En su principal obra sociológica, Primeros Principios, afirmaba que «eliminado al enfermizo, al deforme y al menos veloz… se impide toda degeneración de la raza». Ésta es la «verdadera» forma de «progreso». En su obra Social Statistics asocia las clases sociales más desfavorecidas a un problema de herencia genética, por tanto a una «inferioridad innata» contra la cual no se puede luchar. Por eso, la sociedad elimina a esos individuos relegándoles primero a clases sociales inferiores y luego haciéndoles desaparecer. El espencerismo facilitó un marco teórico para que fueran arraigando las tesis liberales del laissez-faire y de la selección social.

Otro personaje menos conocido que Spencer, pero de una influencia notabilísima en el mundo político, fue el inglés Francis Galton. Partiendo de las tesis darwinistas, propició teorías de selección natural bajo criterios de herencia genética. Para Galton, las enfermedades y los desajustes sociales (pobreza, criminalidad, etc.) se heredaban. La solución a los problemas sociales, por tanto, consistiría en controlar eugenésicamente a enfermos y delincuentes. En otras palabras, no había que permitir que se reprodujeran. Completaba su teoría afirmando que las razas y sus características eran fruto de las presiones ambientales. Ello le permitía explicar por qué la raza blanca —expuesta a duras condiciones ambientales— era «superior» a otras, pues ésta se había tenido que esforzar para sobrevivir. En cambio, la raza negra, habituada a un clima benevolente, pudo vivir durante milenios sin esforzarse. Ello explicaría, según él, la «escasa inteligencia de los negros». Galton realizó investigaciones para intentar probar que las clases sociales superiores transmitían los [más altos] coeficientes de inteligencia y desarrolló estudios antropométricos para intentar demostrar «científicamente» los «rasgos físicos» de la inteligencia en el tamaño de la cabeza.

Los mitos actuales al descubierto, 2008.

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