Página/12, 23/11/2002
Los puntos en común entre Karl Marx y Charles Darwin van mucho más allá de haber sido dos revolucionarios de las ciencias (se entiende que ciencia en sentido amplio...) y de haber compartido el primer nombre. Estos dos hombres contemporáneos, y casi vecinos durante buena parte de sus vidas, compartieron por separado varias experiencias similares: ambos fueron jóvenes bastante revoltosos y poco apegados al estudio sistemático, tuvieron muchos hijos (10 el inglés y 7 el alemán) y varios de ellos no sobrevivieron a sus padres.
Caricatura de Charles Darwin
También compartieron una salud delicada, aunque seguramente se hubieran referido a los síntomas sólo tangencialmente. Darwin por motivos aparentemente psicosomáticos sufría de vómitos, insomnio, palpitaciones y, ejem, “dolorosas flatulencias” (Enciclopedia Británica dixit) y se cree que su propia teoría le generó grandes conflictos morales con sus creencias religiosas.
Marx, por su parte, además de problemas en los pulmones, vómitos y otras delicias sufría de unos dolorosísimos forúnculos que lo obligaron, por ejemplo, a escribir las últimas páginas de El Capital de pie. Una vez terminada su gran obra, Marx comenzó a gozar por primera vez de una salud excelente, aunque poco duradera. Engels escribió en 1867: “Siempre tuve la impresión de que el condenado libro, con el que ha estado cargado durante tanto tiempo, era la causa última de todas sus desgracias”.
Estos dos revolucionarios de las ciencias con tanto en común, se rozaron pero nunca se encontraron. Charles Darwin vivía a sólo 25 kilómetros de Londres, donde residía Marx. En 1860 este último leyó El origen de las especies e incluso le hizo algunos comentarios –no del todo geniales– a Engels al respecto: “Aunque está escrito en el más puro estilo inglés, en este libro está la base de la historia natural”.
Finalmente, en 1873, intercambiaron algunas palabras que podrían haber auspiciado el gran encuentro: un ejemplar de El Capital recorrió las escasas millas que iban desde la casa de Marx hasta la del evolucionista. En su primera página se leía “A Mr. Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx”. El británico le agradeció la atención a su vecino con una fórmula de cortesía (“...ambos deseamos sinceramente la ampliación del conocimiento...”) que el destinatario exhibió orgulloso. Pero –hay que decirlo– la copia de la biblioteca de Darwin (en alemán, idioma que el agasajado no conocía muy bien), no tiene sus típicas notas al margen y probablemente nunca haya sido leído.
Marx, por su parte, además de problemas en los pulmones, vómitos y otras delicias sufría de unos dolorosísimos forúnculos que lo obligaron, por ejemplo, a escribir las últimas páginas de El Capital de pie. Una vez terminada su gran obra, Marx comenzó a gozar por primera vez de una salud excelente, aunque poco duradera. Engels escribió en 1867: “Siempre tuve la impresión de que el condenado libro, con el que ha estado cargado durante tanto tiempo, era la causa última de todas sus desgracias”.
Estos dos revolucionarios de las ciencias con tanto en común, se rozaron pero nunca se encontraron. Charles Darwin vivía a sólo 25 kilómetros de Londres, donde residía Marx. En 1860 este último leyó El origen de las especies e incluso le hizo algunos comentarios –no del todo geniales– a Engels al respecto: “Aunque está escrito en el más puro estilo inglés, en este libro está la base de la historia natural”.
Finalmente, en 1873, intercambiaron algunas palabras que podrían haber auspiciado el gran encuentro: un ejemplar de El Capital recorrió las escasas millas que iban desde la casa de Marx hasta la del evolucionista. En su primera página se leía “A Mr. Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx”. El británico le agradeció la atención a su vecino con una fórmula de cortesía (“...ambos deseamos sinceramente la ampliación del conocimiento...”) que el destinatario exhibió orgulloso. Pero –hay que decirlo– la copia de la biblioteca de Darwin (en alemán, idioma que el agasajado no conocía muy bien), no tiene sus típicas notas al margen y probablemente nunca haya sido leído.
Karl Marx de joven
La otra carta
Todo hubiera quedado ahí si no hubiera sido porque en 1931 un diario soviético publicó una carta de Darwin de 1880 encontrada entre la correspondencia de Marx. En ella el británico declinaba amablemente la posibilidad de que le dedicaran un libro y de revisar las primeras impresiones del mismo. Muchos elucubraron infructuosamente durante décadas qué obra habría querido dedicarle Marx a Darwin, pero fallaron porque en esa fecha el primero no tenía ningún libro listo. Para colmo había varios cabos sueltos más que resultaban confusos en la carta.
Finalmente, en 1974, Margaret Fay, una estudiante de la Universidad de California, encontró un delgado volumen de 1881 llamado Darwin para estudiantes de Edward Aveling, entre las cosas de Charles. El tal Aveling sería poco después el amante de Eleanor Marx, una de las hijas de Karl. Fay siguió la pista hasta encontrar entre los papeles de Darwin una carta de Aveling en la que le pedía permiso para dedicarle su libro. Es fácil suponer que en 1895 cuando éste ayudó a Eleanor a ordenar la correspondencia de su padre, traspapeló su propia carta. Es más, en 1897, Aveling escribió un artículo comparando a Marx y Darwin, en el que reconocía haberse escrito con este último.
Sin palabras
Los dos vecinos llegaron a la tumba con poca diferencia de tiempo y sin haber cruzado palabra. Charles Darwin murió en 1882 y el Parlamento inglés decidió enterrarlo con todos los honores en la Abadía de Westminster, cuando la Teoría de la Evolución ya era uno de los pilares de la ciencia moderna. Karl Marx fue enterrado el año siguiente en el cementerio de Highgate en una tumba casi anónima. Sus teorías llegarían con los años a ser menos el vaticinio esperado que una herramienta utilizada para torcer la historia. Entre los escasos presentes en su entierro (unos diez), había amigos comunes de ambos científicos. Y frente a ellos, Engels señalaba un último punto en común: “Del mismo modo en que Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza humana, Marx descubrió la ley de la evolución de la historia humana”. Seguramente, si se hubieran juntado, habrían tenido mucho de qué hablar.
Todo hubiera quedado ahí si no hubiera sido porque en 1931 un diario soviético publicó una carta de Darwin de 1880 encontrada entre la correspondencia de Marx. En ella el británico declinaba amablemente la posibilidad de que le dedicaran un libro y de revisar las primeras impresiones del mismo. Muchos elucubraron infructuosamente durante décadas qué obra habría querido dedicarle Marx a Darwin, pero fallaron porque en esa fecha el primero no tenía ningún libro listo. Para colmo había varios cabos sueltos más que resultaban confusos en la carta.
Finalmente, en 1974, Margaret Fay, una estudiante de la Universidad de California, encontró un delgado volumen de 1881 llamado Darwin para estudiantes de Edward Aveling, entre las cosas de Charles. El tal Aveling sería poco después el amante de Eleanor Marx, una de las hijas de Karl. Fay siguió la pista hasta encontrar entre los papeles de Darwin una carta de Aveling en la que le pedía permiso para dedicarle su libro. Es fácil suponer que en 1895 cuando éste ayudó a Eleanor a ordenar la correspondencia de su padre, traspapeló su propia carta. Es más, en 1897, Aveling escribió un artículo comparando a Marx y Darwin, en el que reconocía haberse escrito con este último.
Sin palabras
Los dos vecinos llegaron a la tumba con poca diferencia de tiempo y sin haber cruzado palabra. Charles Darwin murió en 1882 y el Parlamento inglés decidió enterrarlo con todos los honores en la Abadía de Westminster, cuando la Teoría de la Evolución ya era uno de los pilares de la ciencia moderna. Karl Marx fue enterrado el año siguiente en el cementerio de Highgate en una tumba casi anónima. Sus teorías llegarían con los años a ser menos el vaticinio esperado que una herramienta utilizada para torcer la historia. Entre los escasos presentes en su entierro (unos diez), había amigos comunes de ambos científicos. Y frente a ellos, Engels señalaba un último punto en común: “Del mismo modo en que Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza humana, Marx descubrió la ley de la evolución de la historia humana”. Seguramente, si se hubieran juntado, habrían tenido mucho de qué hablar.
Este texto que el paleontólogo y divulgador científico Stephen Jay Gould al final de uno de sus primeros artículos, de los años 70 del siglo pasado, para Natural History, titualdo «El retraso de Darwin» (primer capítulo de Desde Darwin) nos ponía sobre Marx y Darwin, y viene bien recordarlo:
ResponderEliminar«Los materialistas más ardientes del siglo XIX, Marx y Engels, no tardaron en darse cuenta de lo que había logrado Darwin y en explotar su contenido radical. En 1869, Marx le escribió a Engels acerca del Origen de Darwin:
»Aunque desarrollado con el crudo estilo inglés, este es el libro que contiene las bases de nuestra perspectiva en la historia natural.
»Posteriormente, Marx le ofreció a Darwin dedicarle el segundo volumen, de Das Kapital, pero Darwin rechazó amablemente la oferta, afirmando que no deseaba implicar aprobación por un libro que no había leído. (He tenido ocasión de ver la copia de Darwin del Volumen I en su biblioteca de Down House. Va dedicado por Marx que se declara a sí mismo “sincero admirador” de Darwin. Las hojas están sin cortar. Darwin no era un devoto admirador de la lengua germana).
»Darwin era, de hecho, un revolucionario amable. No sólo retrasó largo tiempo la publicación de su trabajo, sino que eludió de continuo toda manifestación pública acerca de las implicaciones filosóficas de su teoría. En 1880, escribió a Karl Marx:
»Tengo la impresión (correcta o incorrecta) de que los argumentos dirigidos directamente en contra del Cristianismo y el Teísmo carecen prácticamente de efecto sobre el público; y de que la libertad de pensamiento se verá mejor servida por esa gradual elevación de la comprensión humana que acompaña al desarrollo de la ciencia. Por lo tanto, siempre he evitado escribir acerca de la religión y me he circunscrito a la ciencia.
»No obstante, el contenido de su trabajo resultaba tan disruptivo para el pensamiento tradicional occidental, que aún no hemos llegado a abarcarlo del todo. La campaña de Arthur Koestler en contra de Darwin, por ejemplo, descansa sobre su reticencia a aceptar el materialismo de éste y en el ardiente deseo de revestir de nuevo a la materia viva de alguna propiedad especial (véanse The Ghost in the Machine o The case of the Midwife Toad). Esto, tengo que confesarlo, es algo que me siento incapaz de comprender. Tanto la maravilla como el conocimiento deben ser objeto de nuestra mayor estima. ¿Acaso apreciaremos menos la belleza de la naturaleza porque su armonía no esté planificada? ¿Y acaso las potencialidades de nuestra mente dejarán de inspirarnos admiración y sobrecogimiento simplemente porque varios miles de millones de neuronas residan dentro de nuestros cráneos?»
Lo he puesto para reforzar algo más la entrada.
Darwin proyecto a la naturaleza las ideas de Malthus (incorrectas, falaces, capitalistas) y de Spencer, para justificar naturalmente la explotacion del hombre por el hombre y la supeioridad de razas. Llama la atencion la devocion de los marxistas para este teologo capitalista antiobrerista britanico (casi caen en lo mismo que impone el statu quo, a Darwin cmo un genio revolucionario cuando estaba en las atipodas de ser eso). Marx y Trotsky, entendian que Darwin representaba la razon por sobre la religion. Una conclusion muy corta. Porque Darwin era un victoriano capitalista. Simbolicamente, ni leyo El capital de Marx.
ResponderEliminarExacto, Darwin como miembro de la clase dirigente victoriana, tenía los prejuicios de esta clase social. Pero también era contrario a la esclavitud. Y es cierto que no leyese El Capital de Marx, porque como puse anteriormente en el texto de S. J. Gould, ni siquiera cortó las hojas. Nada nuevo es lo que me dices, aunque, ¡gracias por el comentario!
ResponderEliminarEs que la izquierda de hoy día es mucho, pero mucho, más docta que Marx y Kropotkin juntos.
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