miércoles, 9 de mayo de 2012

De qué va esta crisis

Joaquín Arriola - Profesor Economía UPV-EHU-

Los análisis de la crisis que proliferan últimamente se centran en la dimensión financiera o macroeconómica de la misma. Se suele señalar como “culpable” de la crisis a un largo periodo de incremento del crédito que, unido a la liberalización financiera, ha permitido crear un mercado financiero mundial que ha alimentado burbujas especulativas en el sector inmobiliario e inflación de activos. Tras varios episodios de crisis financiera (caracterizadas por el hundimiento de los precios de activos del capital ficticio y situaciones de insolvencia bancaria que se trasladan a destrucción de empleo y capital productivo con mayor o menor virulencia, y de impacto sobre todo regional (Países Nórdicos 1991, Japón 1992, México 1995, Tigres y Dragones de Asia 1997, Rusia 1998, dotcom 2001…), en agosto de 2007 se produce una crisis financiera en Estados Unidos que a finales de 2008 se traslada al conjunto de las economías desarrolladas, articuladas en el negocio bancario internacional. Ese momento es señalado como el del inicio de “la crisis” por antonomasia.

Sin embargo, las crisis se sitúan en los principios del funcionamiento del sistema económico vigente basado en los mercados privados de trabajo, crédito y bienes. Su expresión más evidente es la caída de la tasa media de ganancia o de rentabilidad del capital, que obedece, en última instancia, a la constante tendencia del capital de reducir los trabajadores ocupados a tiempo completo y con plenos derechos y sustituirlos por máquinas. En breves términos, ese fenómeno no daña la producción a corto plazo, porque el creciente aumento de la tecnología de los procesos se combina con una expansión general de la actividad basada en la inversión productiva. A largo plazo, sin embargo, el proceso de tecnologización se traduce en una relación inversión/ocupación siempre mayor, que, y esto es lo fundamental, no se compensa por aumentos de la productividad equivalentes. En consecuencia, la presión sobre la rentabilidad de la inversión se traduce en crisis recurrentes y en seguida en reducciones salariales y despidos, y a continuación en caídas de la demanda que presionan todavía más a la baja la rentabilidad de la inversión.

Es de ese modo que, en forma periódica, el modo de producción capitalista genera un exceso de producción como consecuencia de su constante objetivo de poder alcanzar un nivel de ganancia siempre mayor, que a corto plazo se obtiene mediante la tecnificación, pero que a largo plazo pasa por una desvalorización masiva del capital, con cierre de empresas y líneas de producción que abastecen a una demanda insolvente, una crisis que conduce al establecimiento de un nuevo camino de crecimiento cuantitativo y de expansión del capital sobre la base de la reconstrucción y el relanzamiento de otras actividades inaugurando un nuevo ciclo de acumulación más o menos regular, hasta el siguiente batacazo.

Lo que expresa la crisis es la dificultad que está encontrando el sistema para reconstruirse, generando una fase de acumulación más o menos estable. Por tanto, son ya varias décadas instalados en la crisis global y la crisis financiera no es sino el síntoma de que las pretendidas soluciones aplicadas desde los años ochenta no eran tales.

Crisis estructural

Ya en los primeros años 70 la crisis internacional de acumulación adquiere un carácter fuertemente estructural. Hay varios factores que señalan cierto agotamiento del fordismo hacia finales de los años sesenta. Por un lado, la saturación del mercado sobre la base de los productos existentes introducidos de forma masiva al final de la segunda guerra mundial. Cuando los habitantes de los países centrales empiezan a tener todos los artículos necesarios de consumo (TV, lavadoras, teléfono, vacaciones pagadas, etc.), se comienza a producir una ralentización en las ventas y por lo tanto en el crecimiento. El mercado potencial que son las grandes mayorías empobrecidas de los países periféricos, no están incorporados al consumo porque su función en el modelo de desarrollo fordista consiste precisamente en trabajar a cambio de un ingreso de subsistencia, y producir a bajo coste las materias primas y algunos bienes de lujo y de consumo obrero que se demandan desde los países centrales. Es sintomático que desde el desencadenamiento de la crisis, a principios de los setenta, solo dos productos nuevos se han incorporado al consumo masivo de los hogares de los países desarrollados: el video y el ordenador, y donde más cambios se observan es en el contenido de los productos, más que en la aparición de nuevos productos con nuevas funciones: transistores por chips, acero por plástico, cobre por fibra óptica etc.

Otro factor fundamental fue la redistribución del poder en el interior de la fábrica desde el capital hacia el trabajo. Una de las características del modelo es que se alcanzó de hecho el pleno empleo de la fuerza de trabajo. Aunque esta característica solamente abarcó al 20% de la población mundial y durante un lapso de tiempo de no más de dos décadas, entre 1948 y 1968 –en los otros doscientos años del capitalismo, antes y después, no ha existido el pleno empleo de la fuerza de trabajo, de modo que este rasgo es una rareza. Pese a las limitaciones temporales y espaciales del fenómeno, su combinación con el fortalecimiento de los sindicatos y al crecimiento de la negociación colectiva facilitó la organización de la resistencia obrera frente a los cambios tecnológicos en curso. Esto se tradujo, entre otros, en los siguientes acontecimientos:

- Aumento de las tasas de absentismo laboral

- Rechazo a la tecnología de la cadena de montaje y el control numérico de las máquinas

- Sabotajes a la propia cadena de montaje y a las máquinas automáticas

- Reducción impuesta por los trabajadores de los ritmos de trabajo

Como resultado, la disminución progresiva de la productividad, unida al aumento constante de los salarios, da lugar a la consiguiente reducción del excedente empresarial y de la rentabilidad.

Otro elemento que influye en el proceso de crisis es el aumento de los precios de las materias primas en 1973. Hasta ese momento había unos altos costes salariales unido a una productividad creciente y a unos costes bajos de las materias primas. Esta situación cambia, y el aumento de los precios de las materias primas, en particular la energía (petróleo) agrava la crisis de rentabilidad iniciada con la ralentización de la productividad a finales de los sesenta y las ganancias de las empresas se van a pique, por lo que muchos países experimentan incluso unos PIB anuales negativos – es decir, que. no solo no crecen, sino que se encoge su economía.

Esta sucesión de acontecimientos es enfrentada por los gobiernos de la época con los recursos a los que están acostumbrados: como se experimenta severas recesiones, se aplican las recetas tradicionales de aumento del gasto público para contrarrestar la caída de la economía. Pero como la crisis es de largo plazo, el incremento del gasto, unido a la disminución o ralentización de los ingresos, desembocó en una crisis fiscal del Estado.

A partir de 1980 se produce un cambio fundamental. Una nueva conciencia se va adueñando de los líderes del mundo capitalista, que aceptan las dimensiones estructurales de la crisis y las interpretan a su manera.: el neoliberalismo se presenta como la estrategia más adecuada para resolver la pandemia reinante. Las medidas más importantes aplicadas han sido orientadas en cuatro direcciones:

A. Rearme ideológico

Continuar la guerra fría con el rearme ideológico del proyecto conservador significa pasar de la lucha defensiva interna, Estado social “keynesiano”, a la lucha ofensiva interna: postmodernismo, nuevo individualismo y combatir el espacio ocupado por el comunismo, utilizando la penetración de los nuevos medios de comunicación de masa (cine, música, televisión, videos, etc.).

Un factor político clave en el triunfo del neoliberalismo, con importantes consecuencias en el panorama político mundial, ha sido la victoria estadounidense sobre la Unión Soviética en la carrera armamentística. Estados Unidos debe este hecho a que los recursos destinados a los armamentos se obtienen disminuyendo los beneficios sociales.

Resulta paradójico que aquellos que han visto vacilar las propias ideas con la caída del sistema soviético hayan investigado tan poco sobre las causas reales de esta derrota. La crisis del sistema soviético reside en sus limitaciones políticas, y no en el hecho que su sistema de organización económica fuese menos eficiente que el capitalista.

El nuevo individualismo se fundamenta en la creación de una sociedad de consumo de masas internacional; para realizar esto se fragmenta internacionalmente la clase obrera que se había unificado política y culturalmente en el contexto nacional (ahora una parte de la clase obrera textil alemana está formada por trabajadores que trabajan en Singapur y Malasia; una parte de la clase obrera del sector del automóvil en Estados Unidos está compuesta por trabajadores mejicanos o argentinos de la Ford, etc.).

B. Rearme militar

En Estados Unidos la carrera armamentística forma parte del sistema de acumulación del capital. Esta ha servido al funcionamiento del sistema capitalista, desde el punto de vista de la acumulación, ya que ha logrado transformar el empeño militar en producción de bienes y servicios para la distribución universal. Las inversiones militares han sido financiadas con el presupuesto público y el Pentágono sigue siendo la unidad económica planificada más grande del mundo. En estos últimos años los Estados Unidos han vuelto a tener una cuota de alrededor de un cuarto del PIB global gracias a los gastos militares. Estados Unidos es consciente de que, sin hegemonía militar, no podrían imponer al mundo el financiamiento de sus déficit, que le permite mantener la posición guía incluso en el campo económico, pero de modo absolutamente artificial, ficticio, sin ninguna base estable ni estructural en ningún fundamento macroeconómico sólido. Una disminución de los gastos militares en Estados Unidos implicaría hoy una crisis profunda y aún más aguda del sistema económico americano total y agravaría la ya sistémica y violenta crisis económica.

La única salida de la gestión de la crisis es, según parece, la del mantenimiento de la demanda y del dominio capitalista en una especie de “macartismo globalizado”, es decir, desarrollar, una vez más, un keynesianismo militar como tentativa para resolver las dificultades de relanzamiento productivo.

De hecho, todas las grandes crisis se han resuelto inicialmente acudiendo a la planificación del gasto y de la inversión que supone el militarismo. Por ejemplo, la crisis económica de finales del XIX se resuelve con la primera guerra mundial, cerrando la fase del imperialismo inglés. La crisis de los primeros años 20 registra su manifestación más evidente con la explosión de la burbuja financiera del 29, que golpea la capacidad de crédito y hace precipitar la demanda real, y no se resuelve simplemente con el New Deal en 1933; se soluciona definitivamente con la segunda guerra mundial, cuando se abre la fase de reconstrucción de post guerra, que pone al centro el poder político y económico a los Estados Unidos.

La “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan y la guerra contra Iraq de Bush son dos manifestaciones de la búsqueda de reconstruir el keynesianismo militar como salida a la crisis. La propia UE trata de afirmarse en términos de expansión geográfica, pero también manu militari (basta recordar la “guerra humanitaria” de los demás gobiernos de centro izquierda europeos para destruir Yugoslavia y despejar el campo a la llegada de los gasoductos y de los corredores económicamente estratégicos al corazón de Europa, y el esfuerzo de generar una industria militar europea también con fines civiles (EADS).

C. El fin del pacto social

En los países desarrollados, el pacto social del período post bélico entre el capital y el trabajo se fundamentó en el miedo al comunismo, o sea, por la eventualidad de perder nuevos territorios y poblaciones para la acumulación del capital. En este contexto, el modelo de keynesianismo social juega un rol de amortiguador en el conflicto capital-trabajo, ya que está preparado para redistribuir ingresos a los trabajadores. Estos últimos, gracias a la fuerza expresada por el gran ciclo de luchas laborales exitosas de los años 50 y 60, conquistan mayor capacidad adquisitiva y por lo tanto una fuerte propensión al consumo apoyada en los propios salarios; con esta alta capacidad de compra se logra incluso crear fuentes abundantes de ahorro destinado, a través de los bancos, a facilitar el endeudamiento de las empresas para efectuar inversiones y por lo tanto apoyar el ciclo de acumulación del capital.

Desaparecido el miedo del capital hacia el comunismo, la fuerza política de los trabajadores, que buscaba imponer la propia participación en la distribución de la riqueza social generada, se debilita considerablemente, gracias también a la deriva adaptativa y moderada de los partidos y de las organizaciones históricas del movimiento obrero. Así, se va facilitando la puesta en marcha de otros componentes del ajuste neoliberal, como la flexibilización salarial y de empleo y la desreglamentación legal, (es decir la inseguridad institucionalizada), la reducción del conjunto de normas que regulan el funcionamiento de la economía y las privatizaciones, es decir la limitación de la capacidad de intervención directa en la economía del Estado y del sector público.

El Estado se aleja progresivamente de cualquier forma de participación social efectiva y se pone al servicio de la recuperación de la rentabilidad empresarial (políticas de ”desreglamentación y competitividad”, de “ajustes y privatizaciones”), para menoscabar duramente el poder de los trabajadores y de los sindicatos (lo que a continuación ha sido denominad política de la “flexibilidad”). Esta medida económica ha sido completada con la activación de nuevas tecnologías de automatización de los procesos de producción, que han reducido, en forma drástica, la necesidad de trabajo y por lo tanto han reducido decididamente el costo del trabajo.

La flexibilización es también un componente de desreglamentación, que consiste en reducir los obstáculos al despido y facilitar al mismo tiempo la contratación parcial. A su vez, se busca sustituir la flexibilización salarial ligada a la negociación colectiva por la individualización salarial para reforzar la disciplina en el trabajo, de modo que aumente la productividad individual; esto lleva a la legitimación legal a través de las decenas de modelos de contratos del trabajo denominado atípico, es decir precario, que se traducen en una creciente decadencia de grupos sociales enteros, a un empobrecimiento de clases sociales que se consideraban inmunes a cualquier crisis de sistema.

D. La globalización

En términos generales, se puede definir la globalización como un proceso a escala mundial de redistribución del poder entre clases sociales (de los trabajadores hacia los capitalistas) y entre territorios (de las zonas rurales a las urbanas (China, o las nuevas perespectivas finacieras de la UE 2007-2013 lo ejemplifican: menos poder a la PAC, más poder a la política de competitividad/I+D.), de las periferias de las ciudades a los centros de negocios (la gentrificacion, anglicismo que denota la revalorización del precio del suelo y la expulsión de los residentes de menos ingresos de los centros urbanos, refleja esta transferencia de poder), de las regiones menos desarrolladas a las más desarrolladas, de las periferias a los centros). Así por ejemplo, en la Unión Europea las disparidades regionales de renta no se reducen (a diferencia de lo que ocurre con las medias nacionales, que sí se aproximan), y eso a pesar de las importantes trasferencias implicadas en los fondos estructurales. Obviamente, a escala internacional, sin transferencias del centro a las periferias de ningún tipo, no es de extrañar que las diferencias se hayan incrementado: en 1960 el 10% de la población mundial en los países más ricos tenía una renta media 46 veces mayor que el 10% de la población en los países más pobres (11.080 US$ frente a 256 US$ dólares constantes de 1995). En 2000 la diferencia era de 144 veces (35.210 US$ frente a 245 US$ : los más pobres se empobrecieron en esos 40 años, mientras los más ricos multiplicaron tres veces su riqueza). (Datos calculados a partir de World Development Indicators 2004).

Un proceso que reconoce la propia OCDE -el club de los países industrializados-, que recientemente constató estadísticamente un periodo largo de deterioro de la participación de las rentas del trabajo (asalariado y autónomo) en el PIB de todos los países desarrollados. En treinta años, el trabajo en los países centrales ha perdido diez puntos de participación en el PIB. Esto significa que, cada año, el capital genera más plusvalía, por un volumen equivalente a 5 billones de dólares (a precios de 2008), de la que ingresaba treinta años antes, no como consecuencia de una desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, sino mediante una modificación estructural de la distribución del ingreso.

Así, mientras el número de asalariados ha aumentado más de un 20% en los países de la OCDE desde 1993, las rentas salariales y cotizaciones sociales sólo lo han hecho en términos constantes en un 10%. Por el contrario, el consumo y la inversión rentista, no productiva, de los capitalistas, ¡han aumentado en un 211%! Estas rentas del capital, que solo para el año 2008 equivalen a cerca de 1,7 billones de euros (más que toda la economía italiana de ese año, de 1,6 billones) no se han destinado a mejorar la productividad (la inversión privada en capital fijo en la OCDE fue de 8 billones de euros en 2008), sino a perseguir su multiplicación en forma de rentas de la propiedad por medio de su inversión en activos sometidos a un proceso acelerado de revalorización especulativa, proceso que ha encontrado su límite con el agotamiento del ciclo especulativo desde el verano de 2007.

Estos procedimientos de gestión de la crisis, aplicados desde los años ochenta, pretendían recomponer la tasa de beneficios y relanzar la acumulación a escala global. Sin embargo, la crisis financiera anuncia el fracaso de esta estrategia. EL volumen de crédito se amplió enormemente en los últimos quince años, sobre la base de que la estrategia puesta en marcha iba a rendir sus frutos, es decir que el relanzamiento de la acumulación permitiría pagar las deudas. Pero esa esperanza no se cumplió: el PIB mundial creció en los setenta menos que en los sesenta, pero tras la primera dosis de medicina neoliberal, en los ochenta creció aun menos que en la década anterior, y en los noventa menos que en los ochenta. Tan sólo las deslocalizaciones permitieron un crecimiento extensivo de la acumulación en China y otras plataformas de la fábrica mundial, insuficiente para compensar el estancamiento de los países centrales.

Por eso, la crisis financiera de la primera década del siglo XXI es expresión de la vía muerta en que se encuentra el sistema social vigente. Lo que resulta paradójico es que tras tres décadas de fracaso, se insista en la misma vía para intentar solucionar los problemas.

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