viernes, 8 de junio de 2012

La inconfesable responsabilidad francesa en Ruanda

[Este texto sobre el genocidio ruandés tendría que ser leído por el «gurú neoanarquista y criptorreaccionario» FRM y sus serviles y repelentes seguidores, antes de pronunciarse sobre cosas que ignoran...]

Por Paul Labarique

Hace once años [dieciocho ya], entre abril y julio de 1994, el Hutu Power masacraba más de 800.000 personas, principalmente tutsis. Sólo la derrota militar de los genocidas ante los soldados del FPR de Paul Kagamé pudo poner fin al horror. Patrick de Saint-Exupéry, periodista del diario francés Le Figaro, fue testigo ocular de aquella locura sangrienta. Vio las fosas comunes, habló con Tutsis que huían y con hutus que los perseguían. Estuvo también con los soldados franceses cuando François Mitterrand finalmente decidió desplegarlos con «fines humanitarios». Regresó a Francia obsesionado por lo que había visto pero decidido a comprender por qué Francia apoyó hasta el final al régimen genocida. Publicó el resultado de sus reflexiones en un libro sorprendente: L’Inavouable. La France au Rwanda [«Lo inconfesable. El rol de Francia en Ruanda»].


Tropas francesas en Ruanda.

Al igual que otros genocidios, el de Ruanda tiene sus negacionistas. Estos tratan de poner al mismo nivel la matanza sistemática de tutsis por parte de los hutus y los crímenes de guerra que cometió más tarde el FPR contra los hutus que huían.

Algo similar es lo que hacen aquellos que niegan el genocidio judío cuando comparan el campo de exterminio de Auschwitz con el bombardeo de Dresde. Es además ese discurso, repetido al más alto nivel, lo que despertó en Patrick de Saint-Exupéry la imperiosa necesidad de contar «lo inconfesable». En septiembre de 2003, mientras escucha Radio France Internationale en su auto, en Moscú [1], oye al ministro francés de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin, referirse a «los genocidios» ruandeses.

Para el periodista, «ese plural parece insignificante, pero es terrible». «Me dejó paralizado», escribe. Le recuerda, en efecto, declaraciones de François Mitterrand en la cumbre franco-africana de Biarritz: durante la primera conferencia de prensa, el presidente de la República había hablado del «genocidio ruandés».

Sin embargo, en la versión escrita entregada a la prensa, se hablaba de «los genocidios». Invitado a explicar el asunto, Mitterrand respondió con frialdad: «¿Quieren decir ustedes que el genocidio terminó después de la victoria de los tutsis? Yo también me lo pregunto...»

Patrick de Saint-Exupéry se lanza de nuevo con todas sus fuerzas en la investigación sobre la implicación francesa en el genocidio ruandés, investigación que había iniciado en la primavera de 1998 mediante la publicación de una serie de artículos en el diario francés Le Figaro.

En ella se dirige directamente a Dominique de Villepin (actual Primer ministro francés), a quien desea llevar a los lugares del crimen, en un viaje imaginario que la literatura hace posible: «Será usted, señor, mi hilo de Ariadna, mi interlocutor imaginario, el punto de apoyo que me permitirá avanzar en las tinieblas, mi testigo.» Y sumerge así al lector en pleno corazón del «país de las mil colinas».

Ruanda bajo mandato: la construcción de un antagonismo étnico

Con sólo un poco más de 25.000 kilómetros cuadrados, Ruanda es un oasis templado en el seno del África Ecuatorial de los grandes lagos. El clima es suave y húmedo a causa de un relieve particularmente montañoso del cual le viene el nombre de «País de las mil colinas».

Mayormente agrícola, el territorio es muy favorable al desarrollo humano y se encuentra, por tanto, densamente poblado, con cerca de 8 millones de habitantes en diciembre de 1993. En el seno de esta población coexisten dos etnias principales: los hutus, que representan el 80% de la población total, y los tutsis, que representan el 15%. Normalmente, ésta última precisión no debería ser necesaria: en muchos países de África las etnias se entremezclan, se unen, viven juntas. En la propia Ruanda, donde hutus y tutsis son presentados hoy como enemigos irreconciliables, ambos grupos vivieron juntos durante siglos.

Como escribiera Gerard Prunier, al principio «estos grupos no respondían en lo absoluto a la definición de «tribu», o sea de micronación. En efecto, hablaban todos la misma lengua de origen bantú, vivían uno al lado del otro sin que se formara un «Hutuland» o un «Tutsiland» y los matrimonios mixtos eran frecuentes» [2].

Pero, el etnicismo se convirtió para las potencias coloniales en una forma de garantizar su dominio sobre los pueblos que controlan. Creando distinciones entre tutsis y hutus y estableciendo oposiciones entre ellos, los alemanes, y después los belgas, decidieron promover en Ruanda «una raza de señores» y apoyarse en ella para mantener el control del país [3].

Fosa común, Ruanda, 1994.

A la inversa, con la proximidad de la independencia, las potencias occidentales invierten sus alianzas. En el marco de una oposición étnica que crearon, no buscan ya en aquel entonces apoyarse en una minoría para controlar a la mayoría sino una mayoría capaz de ganar elecciones.

Además, al final de su mandato, la Iglesia Católica estimula a las autoridades coloniales a jugar la carta de los hutus. La Iglesia Católica trata de retomar el control de la Iglesia local cuyos clérigos indígenas, que formó esencialmente entre los tutsis, se le van de las manos.

Por consiguiente, los belgas se apoyan a partir de entonces en el Partido del Movimiento de la Emancipación Hutu (PARMEHUTU) de Gregoire Kayibanda, quien no es más que el secretario particular de monseñor Perraudin, el vicario apostólico suizo. En ese mismo año, 1959, tienen lugar las primeras masacres de tutsis. El 28 de enero de 1961, el país alcanza la independencia. Todas las funciones ejecutivas son puestas en manos de los hutus. La independencia se reconoce oficialmente el primero de julio de 1962.

Las bases de las tensiones étnicas ya están creadas en el aquel momento. Los miembros de la minoría tutsi, excluida del poder, abandonan el país cuando se ven posibilitados de hacerlo, sobre todo porque los abusos que cometen las milicias hutus van en aumento. Los exilados se reúnen en Burundi o Uganda.

A veces emprenden desde allí incursiones en territorio ruandés, dando lugar a acciones de represalia más violentas aún de parte del régimen de Kigali contra los tutsis que quedan en Ruanda. En el mismo momento, Francia toma el lugar de Bélgica, no sólo en Ruanda, sino en toda la región. Los franceses se presentan como defensores de la «democracia étnica» o sea, siendo los hutus la etnia más numerosa, es lógico que ocupen el poder [4]. Ya en 1962, París firma un acuerdo de cooperación civil con Kigali.

En 1973, un militar todavía más extremista, Juvenal Habyarimana, se apodera del poder como resultado de un golpe de Estado. Al igual que el dictador anterior, Kayibanda, en proceso de beatificación en Roma, el nuevo presidente se apoya en la Iglesia Católica. Pero pone en los puestos gubernamentales a representantes de las facciones militares del norte, de las que él mismo procede.

Al año siguiente, Francia firma un acuerdo general de cooperación técnico-militar con Zaire, firma después otro con Burundi [5] y finalmente un tercero con Ruanda al cabo de un safari memorable durante el cual Valery Giscard d’Estaing (ex presidente francés) sale de cacería con Juvenal Habyarimana. Francia se encarga además de proveer una ayuda en armas que alcanza 4 millones de francos al año.

Habyarimana-Mitterrand: una alianza ciega


Con el tiempo, el régimen de Habyarimana se hace cada vez más racista y totalitario. A partir de 1978, la nueva Constitución establece una clasificación étnica incluida en los documentos de identidad mientras que todos los ruandeses son inscritos, desde el momento de su nacimiento, como miembros del único partido, el MRND.

François Mitterand, presidente francés de la época.
El hombre de Estado declaró sobre Ruanda:
«En esos países, un genocidio no es tan importante».

En una desviación del sistema Umuganda tradicional, el Estado y la Iglesia Católica obligan a toda la población a hacer para ellos jornadas de trabajo siguiendo un principio que la Organización Internacional del Trabajo califica de «trabajos forzados».

Francia no reacciona ante esta situación. En 1983, cuando Therese Pujolle, jefa de la misión de cooperación civil en Kigali desde 1981, testimonia sobre las violaciones de los derechos humanos que comete el régimen, sus superiores le advierten secamente: «Los derechos humanos no son asunto suyo. Trabaje en el desarrollo».

Las relaciones entre ambos países se ven marcadas por los lazos personales que unen a sus dirigentes. Jean-Christophe Mitterrand, el propio hijo del presidente francés, es muy amigo de Jean-Pierre Habyarimana, el hijo del presidente ruandés. Therese Pujolle cuenta que «Papamadit» [Sobrenombre que se le da en Francia al hijo del presidente Mitterrand a partir de la frase «Papa m’a dit», que significa en español «Papá me dijo». Nota del Traductor.] «tenía un helicóptero a su disposición para hacer safaris fotográficos. El gendarme de la cooperación protestó, [y] perdió. Cada vez que Jean-Christophe Mitterrand llegaba, quince Mercedes lo esperaban.»

El apoyo militar francés no corresponde, por supuesto, a ninguna coincidencia ideológica, ni tampoco a intereses precisos. Refleja una división de África en zonas de influencia y la voluntad de aplicar métodos coloniales por los gobiernos autóctonos para controlar poblaciones que no serían nunca soberanas.

Durante una miniofensiva del Frente Patriótico Ruandés (FPR), organización armada de exilados tutsis, Francia desencadena la operación Noroit y envía al frente 150 hombres del Segundo Regimiento Extranjero de Paracaidistas (2º REP) estacionado en la República Centroafricana.

Durante la noche del 4 al 5 de octubre de 1990, el régimen organiza un simulacro de ataque contra Kigali con la complicidad de los militares franceses. Atribuye la responsabilidad al FPR, decreta el estado de sitio e instaura un toque de queda total. De paso, los principales opositores políticos, lo mismo hutus que tutsis, son acusados de complicidad con el FPR y se les arresta.

Además, para eliminar el apoyo popular al FPR, 10.000 tutsis son arrestados. La población civil tutsi del Mutara sufre una ola de matanzas. Al final, las tropas franco-ruandesas logran rechazar al FPR hacia Uganda.

Las amistades familiares no lo explican todo. Los viejos reflejos neocoloniales tampoco. Los intereses geoestratégicos no parecen evidentes. Sin embargo, a medida que avanzamos con Saint-Exupery en el descubrimiento de Ruanda podemos ir viendo que hay un poco de todo eso en las relaciones franco-ruandesas.

Se trata de un cóctel explosivo que contribuye a la escalada y conduce a lo peor. La versión oficial de los que toman las decisiones por el lado francés, tal y como la presentaron durante su audiencia ante la Misión parlamentaria de Información, en 1998, es que Francia no fue capaz de prever el desvío hacia el genocidio por parte del régimen que apoyaba.

Saint-Exupery demuestra precisamente lo contrario: mientras más inquietantes y amenazadoras se hacían las señales provenientes de Kigali, tanto que los documentos mencionan desde 1992 riesgos de masacres de gran envergadura, más reforzaba París su apoyo. Interrogado por Saint-Exupery, Hubert Vedrine, secretario general del presidente François Mitterrand, hace una inquietante comparación: «Si tenemos alguna responsabilidad en Ruanda, es al estilo de Nixon y Kissinger que desencadenaron el proceso que condujo al genocidio camboyano».

La escalada

A finales del año 90, Francia concede un préstamo de 84 millones de dólares «para el desarrollo» y, más tarde, un segundo préstamo, mediante la Caja Central de Cooperación Económica, de 49 millones «para la realización de diferentes proyectos».

Ambos servirán realmente al gobierno de Kigali para la compra de nuevas armas. De 1990 a 1993, las entregas de armas serán de 86 millones de dólares al año, mediante el fabricante de armas sudafricano Armscor. Sin embargo, las masacres de tutsis continúan, de forma esporádica, incluso a pesar de la apertura de las negociaciones con el FPR, que habían comenzado a principios de 1992.

Paracaidistas franceses en Ruanda.

En agosto, el Gobierno ruandés y el FPR de Paul Kagamé firman un acuerdo de cese al fuego en Arusha, Tanzania. De agosto a diciembre se desarrollan sin embargo nuevas masacres de tutsis y de opositores hutus, sobre todo por parte del Movimiento de la Juventud del Partido, las milicias Interahamwe. En noviembre, el presidente Habyarimana rompe el «papelucho» de los primeros acuerdos de Arusha durante un discurso ante el partido único.

Todo esto lo saben tanto los servicios franceses de inteligencia, como los jefes militares franceses que se encuentra en Ruanda y, por consiguiente, aquellos que toman las decisiones en París.

En octubre, el senador belga Kuypers denuncia el papel de los escuadrones de la muerte (las «redes Cero») y la política racista del régimen de Habyarimana. Sin embargo, en 1993 Francia enviará de nuevo sus tropas junto al ejército ruandés ante una ofensiva del FPR. En febrero, el capitán Paul Barril, ex responsable de la célula antiterrorista de la presidencia francesa se implica, a pedido del ministro ruandés de Defensa, en una misión clasificada con el nombre de «operación Insecticida».

Mientras tanto, las negociaciones entre Habyarimana y el FPR avanzan. El 4 de agosto se firman nuevos acuerdos en Arusha. Estos prevén las modalidades de un reparto del poder entre hutus y tutsis, el regreso de los refugiados ruandeses y la fusión de los dos ejércitos. Las fuerzas francesas desplegadas durante la operación Noroit salen por tanto del país en diciembre, poco antes de la llegada a Kigali del Tercer Batallón de elite del FPR, escogido para representar al partido en la capital.

Cuando París adiestraba a los genocidas


De regreso en París después del genocidio, Patrick de Saint-Exupery trató de comprender las razones del apoyo de Francia al régimen de Habyarimana. Habla de la cooperación militar franco-ruandesa con «un alto responsable, un hombre proveniente de nuestra diplomacia» que le responde: «¿Cómo? ¿Se imagina usted a los soldados franceses entrenando asesinos?». Sin embargo, eso fue precisamente lo que sucedió.

Campo de Kibumba, epidemia de cólera,
el ejército francés entierra los cadáveres.

Varios elementos prueban la presencia de instructores franceses encargados de adiestrar a los oficiales más radicales del ejército ruandés, que serán más tarde el núcleo del aparato genocida. Está, primeramente, el testimonio de Janvier Africa, ex miembro de los escuadrones de la muerte, la «Red Janvier». El 30 de junio de 1994, éste declara al periodista sudafricano Mark Huband, del Weekly Mail and Guardian de Johannesburgo, que él mismo fue adiestrado por instructores franceses: «Los militares franceses nos enseñaron a capturar a nuestras víctimas y a amarrarlas. Eso era en una base en el centro de Kigali. Allí era donde se torturaba y era también allí donde la autoridad militar francesa tenía su sede. [...]

En ese campamento he visto a los franceses enseñar a los Interahamwe a lanzar cuchillos y a reunir fusiles. Fueron los franceses quienes nos enseñaron —un comandante francés— durante varias semanas seguidas, en total cuatro meses de entrenamiento entre febrero de 1991 y enero de 1992.» [6]

En marzo de 1993, tiene lugar una investigación internacional sobre las masacres de tutsis en Ruanda. Un miembro de esa comisión, Jean Carbonate, afirma haber visto instructores franceses en el campamento de Bigogwe, donde «llegaban camiones repletos de civiles. Estos eran torturados y asesinados». Estos informes serán confirmados más tarde por la Misión parlamentaria de Información.

La cooperación entre ambos países llega incluso más lejos. En febrero de 1992, el ministerio francés de Relaciones Exteriores envía a la embajada de Francia en Kigali una nota según la cual «el teniente coronel Chollet, jefe del DAMI, ejercerá simultáneamente las funciones de consejero del Presidente de la República, jefe supremo de las Fuerzas Armadas ruandesas, y las funciones de consejero del jefe del estado mayor del ejército ruandés».

El responsable de las fuerzas francesas desplegadas en Ruanda se convierte así en comandante del ejército ruandés. La responsabilidad de Francia es por consiguiente mucho más grande de lo que se dice oficialmente. En el momento del desencadenamiento del genocidio que siguió al atentado contra el avión presidencial de Juvenal Habyarimana, Francia tiene en Ruanda once militares miembros del Departamento de Asistencia Militar a la Instrucción (DAMI), que prestan servicio como civiles, aunque se suponía que habían salido oficialmente de Ruanda en diciembre de 1993. El capitán Paul Barril, quien dependía de los servicios de inteligencia, también se encontraba en Ruanda.

Pánico francés


En un intento de parar el genocidio, el Frente Patriótico Ruandés (FPR) ataca al ejército regular (FAR) y gana algunas batallas. La actitud de las autoridades francesas demuestra una precipitación cercana al pánico. La embajada de Francia destruye todos sus archivos por orden del embajador Jean-Michel Marlaud. Al mismo tiempo, los ciudadanos franceses y los principales pilares hutus de la ideología del genocidio son enviados al extranjero pasando por Bangui, la capital de la República Centroafricana.

Entre ellos se encuentran la esposa del presidente asesinado, Agathe Habyarimana, sus hermanos Seraphin Rwabukumba y Protais Zigiranyirazo, y el ideólogo Ferdinand Nahimana. Contrariamente a lo que afirma hoy la diplomacia francesa, las entregas de armas continúan. Los responsables franceses reciben varias veces en Paris al gobierno interino, que se compone de los elementos más extremistas de la vieja guardia del presidente Habyarimana.

El 9 de mayo, el teniente-coronel Ephrem Rwanbalinda, consejero del jefe del estado mayor del ejército ruandés, es recibido en la Misión Militar de Cooperación por el general Jean-Pierre Huchon. Según éste último, «hay que presentar sin retraso todos los elementos que prueban la legitimidad de la guerra que libra Ruanda, para poner a la opinión internacional a favor de Ruanda y poder retomar la cooperación bilateral.

Mientras tanto, la Misión Militar de Cooperación prepara las acciones de socorro necesarias a nuestro favor». Jean-Pierre Huchon promete también enviar equipos de comunicación codificada para mantener el contacto entre las FAR y París.

Ante la sorprendente envergadura de los éxitos militares del Frente Patriótico Ruandés, Francia decide intervenir públicamente, oficialmente «por razones humanitarias». Se trata de la operación Turquoise. Las palabras del presidente François Mitterrand son claras cuando declara, el 18 de junio, que «a partir de ahora es cuestión de horas y de días. (...) Repito, cada hora cuenta». Sin embargo, el genocidio había empezado dos meses antes, lo cual implica que la urgencia no se debe al genocidio. En cambio, las fuerzas del FPR están cerca de la victoria final y Francia debe impedirla a toda costa.

Operación «Turquesa», ¿con qué objetivo?

Es tan difícil entender esa lógica como negar su existencia. Saint-Exupery trata, sin embargo, de sacar a la luz la ideología en la que se apoya esta. Su razonamiento es simple: después de dos meses de inacción, Francia despliega en nueve días varios cientos de hombres, miembros de tropas de elite y fuertemente armados, a 7.000 kilómetros de su suelo.

En Ruanda, estos hombres crean la Zona Humanitaria Segura (ZHS) que permitirá a los principales responsables del genocidio escapar hacia Zaire. Saint-Exupery pudo verificar in situ quiénes eran los soldados franceses enviados en misión humanitaria. Se encontró allí «comandos aéreos aerotransportados, que venían de Nimes, y gendarmes del Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN), dos unidades de elite». Se dirige entonces a su interlocutor imaginario, Dominique de Villepin: «Al igual que yo, se sorprende usted, señor.

La intervención «Turquoise» (Turquesa), anunciada el 18 de junio de 1994 por el presidente Mitterrand, se dice humanitaria. Al ver a esos hombres, su armamento sofisticado, no entiende usted nada. Estos soldados parecen participar en una guerra. Vinieron a combatir contra un enemigo. ¿Cuál?». El autor va más lejos aún. Según él, «en París (...) cierta gente, dejando de lado el genocidio en marcha, como si se tratara de un simple detalle, habían planificado una reconquista. (...)

Lo que, inevitablemente, habría llevado de nuevo al poder a los responsables del genocidio. Parece inconcebible pero así fue: Francia, nuestro país, estuvo a punto de implicar a su ejército del lado de los asesinos».

De ahí los avisos que Edouard Balladur, a la sazón primer ministro, dirige al Presidente de la República, François Mitterrand. En carta del 21 de junio de 1994 señala que, para tener éxito, la operación Turquoise debe «limitar las operaciones a acciones humanitarias y no dejarse llevar a lo que se consideraría como una expedición colonial en pleno corazón del territorio de Ruanda».

En un correo del 9 de junio, Balladur precisará el carácter de su divergencia con el Jefe del Estado: «Para el presidente Mitterrand no se trataba de castigar a los autores hutus del genocidio, y no se trataba para mí de permitir que estos pudieran ponerse a salvo en Zaire».

La operación «Turquesa» llevará la marca de esta esquizofrenia proveniente de las decisiones contradictorias del ejecutivo bicéfalo de París. Los soldados franceses desplegados por «razones humanitarias» son combatientes experimentados, «capaces de pasar en pocas horas de una estricta neutralidad a un violento enfrentamiento».

Una intervención francesa en Kigali fue anulada en el último instante. La capital cae en manos del FPR el 4 de julio. Agitados debates tienen lugar entonces en el seno de la administración francesa para delimitar la ZHS. Si sus límites son amplios, el Hutu Power podrá refugiarse en ella y reponerse allí antes de pasar de nuevo a la ofensiva.

Si es reducida, no habrá esperanzas de revancha. La segunda solución se impone. Los responsables del genocidio abandonan entonces la partida y huyen a Zaire. En los puntos de control, los fugitivos son objeto de una nueva selección: se aparta a los tutsis y solamente los hutus son autorizados a continuar su camino. Se improvisan albergues al borde del camino para que los exilados puedan pasar la noche en ellos.

Varios millones de hutus llegan así a los campamentos de refugiados de Goma, donde los genocidas imponen su ley. Los verdugos se han convertido en víctimas, su sangriento crimen ha sido lavado con la sangre de sus propios hermanos. Cae el telón.

Ruanda 1994: ¿una experiencia de guerra revolucionaria?

El drama que se desarrolló en tierra ruandesa no debe sin embargo caer en el olvido. Los crímenes de guerra del FPR contra civiles hutus y la catástrofe sanitaria que tuvo lugar en los campamentos de Goma no pueden hacer olvidar la realidad de un genocidio y, ante todo, la importancia de la implicación francesa en esas masacres. Esta idea obsesiona a Patrick de Saint-Exupery desde su regreso del país. Trata de comprender qué intereses tenía Francia que defender al extremo de proteger y hasta entregar armas a los genocidas.

En un salón, Hubert Vedrine le explica la visión francesa del asunto: «al asumir mis funciones, me cuestioné la presencia francesa en Ruanda. Se me explicó que Burundi y Ruanda se habían unido a la familia franco-africana. No se les podía dejar abandonados».

En nuestros días, los «revisionistas» del genocidio ruandés prefieren ver esa carnicería que dejó más de 800.000 muertos como una serie de masacres interétnicas espontáneas. Sin embargo, interrogado sobre la cuestión por el Tribunal Penal Internacional, el jefe de los cascos azules presentes en Ruanda durante aquel período, el general canadiense Romeo Dallaire, respondió de forma extremadamente clara: «Matar un millón de personas y ser capaz de desplazar a tres o cuatro millones en tres meses y medio, sin toda la tecnología que se ha visto en otros países, representa una misión significativa. Eso exige datos, órdenes o al menos algún tipo de coordinación. Tenía que haber una metodología».

Una metodología militar. En su búsqueda de la verdad, Saint-Exupery se reúne con un suboficial francés. Este le habla de las «guerras sucias» del ejército francés, y menciona, con medias palabras, «el TTA 117, aquel reglamento interarmas que se forjó a finales de los años 1950 para la guerra de Argelia y que aún hoy permanece accesible en los archivos únicamente para quien tenga una autorización.

Sin que la palabra «tortura» sea mencionada ni una sola vez, ese reglamento condujo a su uso. Un círculo restringido de oficiales de la colonial lo utiliza aún como base de inspiración». Un ex alto responsable militar confirma la presencia de agentes clandestinos, de «contratados». Según él, «muy rápidamente, el escenario ruandés se vio invadido por los “bigotes”. Las estructuras oficiales no controlaban nada ya».

Todo comienza durante la operación Noroit. Tomando como pretexto una supuesta ofensiva del FPR contra Kigali, Paris despliega dos compañías del Segundo REP «para proteger la ciudad». Durante la noche se oyen disparos en la capital, lo cual acredita la idea de una amenaza exterior. Un oficial francés, que testimonió más tarde ante la Misión parlamentaria de Información, cuenta: «ese cuento era ridículo.

Los que nos disparaban eran nuestros «amigos» de las fuerzas armadas ruandesas. Las autoridades los habían desinformado. En efecto, la supuesta entrada de los rebeldes en Kigali no era más que una manipulación». La manipulación permite a Francia desplegar tropas de elite... que no retirará.

Según Saint-Exupery, «todas las unidades pertenecientes a las fuerzas especiales con que cuenta Francia desembarcan en Ruanda». Eso es, en todo caso, lo que se desprende del recuento de fuerzas presentes que hace un «alto responsable militar»: 150 hombres provenientes de dos regimientos de la Undécima División de Paracaidistas. «Sus unidades de origen, de vocación colonial, son el Octavo RPIMa y el Segundo REP, especializados en las operaciones secretas. El servicio de acción de la DGSE recurre a veces a los conocimientos de estos. (...)

Hay también algunos hombres del Primer RPIMa, que dependen del Comando de Operaciones Especiales (COS), así como los Comandos de Búsqueda y de Acción en Profundidad». Sin embargo, numerosos despachos confidenciales mencionan ya ejecuciones sumarias basadas en criterios étnicos que podrían «degenerar en matanza». Francia se encuentra allí, por consiguiente, con conocimiento de causa.

Contando los muertos, se calcula que entre
500.000 a un millón de personas fueron asesinadas
o a consecuencias ligadas al genocidio.

Según el testimonio de un oficial, «una estructura paralela del comando militar francés ha sido establecida. En aquel momento se ha evidente que el Eliseo quiere que se trate a Ruanda de manera confidencial». La primera preocupación de París es la cacería de rebeldes del FPR. En 1991, el coronel Gilbert Canovas, consejero oficioso del ejército ruandés, hace un balance de su acción: «el establecimiento de sectores operacionales con el objetivo de hacer frente al adversario (...); el reclutamiento en gran número de militares de rango y la movilización de reservistas, que permitió prácticamente multiplicar por dos la cantidad de efectivos; la reducción del tiempo de formación inicial de los soldados limitada al uso del arma individual de reglamento.» Subraya también que «la evidente ventaja concedida» a los rebeldes al principio de las hostilidades «fue compensada por una ofensiva mediática» que realizaron los ruandeses a partir del mes de diciembre de 1991.

Saint-Exupery deduce: «“Sectores operacionales” significa “control por sectores”. “Reclutamiento en gran número” significa “movilización popular”. “Reducción del tiempo de formación” significa “milicia”. “Ofensiva mediática” significa “guerra sicológica”.»

La participación de los militares franceses se hace especialmente visible en febrero y marzo de 1993, en el marco de la «operación Chimère». El objetivo del destacamento Chimère es «dirigir y comandar indirectamente un ejército de alrededor de 20.000 hombres». Según el informe de la Misión de Información, «un oficial francés piensa que esta misión constituye sin dudas la primera aplicación a gran escala, en veinte años, del concepto de asistencia operacional de urgencia, y atribuye ese mérito al buen conocimiento de Ruanda que tienen los hombres del Primer RPIMa».

A la cabeza de la unidad Chimère se encuentra el coronel Didier Tauzin con «una veintena de oficiales y especialistas del Primer RPIMa», una unidad que depende del Undécimo de Choque, el servicio de acción de la DGSE creado por el general Paul Aussaresses. Para Saint-Exupery, Francia no asesinó Tutsis, pero «adiestramos a los asesinos. Les entregamos la tecnología: nuestra «teoría».

Les entregamos una metodología: nuestra «“doctrina”. Aplicamos en Ruanda un viejo concepto proveniente de nuestra historia como imperio, de nuestras guerras coloniales, de las guerras que se convirtieron en “revolucionarias”, como en Indochina; que se hicieron después “psicológicas” en Argelia; “guerras totales”, con daños totales; las “guerras sucias”».

Esta ideología puesta en practica por el ejército francés en Ruanda tiene su origen en la «memoria amarilla» que se compone, para los veteranos de las guerras coloniales, de «la humillación de la derrota y la embriaguez de la guerra exótica» pero también de «una fascinación por los métodos del enemigo que hay que adoptar para esperar ganar algún día: las operaciones secretas, el arma del miedo, el control por sectores de la población civil, la manipulación de las multitudes, la propaganda».

El África francófona se ve amenazada en un mundo que se ha hecho unipolar después de la caída de la Unión Soviética. Altos responsables militares franceses quieren convencer al presidente francés de recurrir a la «guerra revolucionaria» para mantener esa zona geográfica bajo la influencia francesa. Esta se basa en seis grandes principios: «el desplazamiento de poblaciones a gran escala, el fichaje sistemático, la creación de milicias de autodefensa, la acción sicológica, el control territorial por sectores y las “jerarquías paralelas”».

Sus defensores despiertan el interés de François Mitterrand, quien fue alto funcionario durante la ocupación nazi, ministro de los Veteranos durante el conflicto de Indochina, ministro de Colonias durante la IV República y ministro del Interior al principio de la guerra de Argelia. Nace entonces una teoría del complot según la cual la Ruanda francófona estaría bajo la amenaza de la Uganda anglófona.

Se reedita el caso de Fachoda. Oficiales ruandeses recibieron entrenamiento en Fort Bragg (Estados Unidos), la escuela militar en la que varios oficiales franceses impartían, a principios de los años 1960, cursos sobre el concepto de «guerra revolucionaria» al ejército estadounidense. Eso significa que Estados Unidos quiere apoderarse de Ruanda. Para impedirlo se crea una estructura militar, fuera de toda forma de control, «una legión a las órdenes del Elíseo»: el Comando de Operaciones Especiales, bajo la autoridad directa del jefe del estado mayor ínterarmas, quien se encuentra se encuentra a su vez directamente bajo las órdenes del presidente de la República.

Campo de Kirundo, los que han logrado salvarse.

El COS tiene bajo su mando «las unidades más aguerridas de nuestro ejército, equipadas con un material sofisticado y duchas en las técnicas de las “operaciones grises”». Sus objetivos son a la vez militares y paramilitares. «Dicho claramente, el COS es una estructura “político-militar”». En 1993, el jefe del estado mayor interarmas, el almirante Lanxade, autoriza la nueva estructura a desarrollar capacidades de guerra sicológica. El laboratorio será Ruanda.

El teniente coronel Canovas establece los elementos claves de la «guerra revolucionaria». Será una guerra total: «no es una guerra de movimiento, es una guerra toda en movimientos. No es una guerra de frentes, es una guerra en la que no hay más que frentes. No es una guerra de ejércitos, es una guerra de hombres armados».

Una guerra «caníbal», para retomar el término del universitario Gabriel Peries [7]. Esta deja tantas víctimas colaterales «que hasta los más ardientes defensores del sistema acaban por verse también afectados». Esa es, en el fondo, la verdadera razón de la implicación total de Francia junto al régimen genocida de Kigali.

Hablar del genocidio hoy


Para los responsables franceses se hace difícil asumir el legado ruandés. La envergadura de las revelaciones contenidas en el libro de Saint-Exupery permite pensar que algunos de ellos tendrían que responder ante una jurisdicción internacional por «complicidad en el genocidio».

Es por ello que hemos visto, en las últimas semanas, tantas declaraciones y artículos de prensa tendientes a descartar la responsabilidad francesa.

En el centro del debate se encuentra el asesinato del presidente ruandés, acto presentado como el factor desencadenante del genocidio. Desde el primer día, los defensores del Hutu Power trataron de atribuir al FPR la autoría del atentado contra el avión presidencial, lo cual parece lógico a primera vista pero no está demostrado. Según los defensores del Hutu Power, los tutsis del extranjero mataron al presidente hutu para apoderarse del poder, lo cual provocó como reacción el genocidio contra los tutsis que se encontraban en el país. Entre los defensores de esa tesis estuvieron, sucesivamente, Paul Barril, después Pierre Péan y Christophe Nick, así como, finalmente, Stephen Smith.

Patrick de Saint-Exupéry, periodista francés.

Este último incluso acusó a la ONU, en una serie de artículos publicados en marzo de 2004, de haber mantenido deliberadamente en secreto el contenido de la caja negra del avión. Ninguno de esos artículos contiene, sin embargo, hechos concretos que acrediten la tesis que pretenden demostrar. Es por demás evidente que el análisis de la caja negra de un avión no puede revelar la identidad de las personas que lo abatieron.

El propio ministro francés de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin, declaró recientemente que «Francia salvó cientos de miles de vidas en Ruanda» durante la operación Turquoise. En 1994, momento del genocidio, Dominique de Villepin era director de gabinete de Alain Juppé, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores.

Anteriormente había sido ayudante de Paul Dijoud en el ministerio de Relaciones Exteriores y había estado en Ruanda. Conocía, por tanto, la realidad de ese país. Al defender públicamente la política francesa del aquel entonces hacia África, Dominique de Villepin defiende, en realidad, en nombre de la continuidad del Estado, la continuidad de los crímenes del Estado que cometieron la Francia colonial y, más tarde, la Francia neocolonial. En momentos en que la política exterior francesa se presenta como multilateral, equilibrada y moderadora, es sin embargo primordial que Francia reconozca sus propias responsabilidades y abandone doctrinas militares que manchan su honor.

Paul Labarique


Notas:
[1] Patrick de Saint-Exupéry fue destinado después como corresponsal de prensa del diario Le Figaro a otra región.
[2] El libro: Rwanda: le génocide, de Gérard Prunier, Éditions Dagorno, 1997.
[3] Ruanda fue colonizada por Alemania a finales del siglo XIX. Durante un tiempo, las tesis raciales de Gobineau alcanzaron gran auge en Europa, los tutsis gozaban de la admiración de los colonos, que llegaron a afirmar que eran «decididamente demasiado refinados para ser "negros"».
[4] No es sino tardíamente que este punto de vista encuentra su basamento teórico mediante las interpretaciones del discurso de François Mitterrand, pronunciado en La Baule el 20 de junio de 1990.
[5] El texto del acuerdo fue publicado en el Journal Officiel el 1 de julio de 1975.
[6] Declaraciones reflejadas por Mark Huband, in The Weekly Mail and Guardian, y retomadas por Courrier International el 30 de junio de 1994.
[7] Gabriel Périès es el autor de una tesis sobre la guerra revolucionaria intitulada: «De la acción militar a la acción política, impulsión, codificación y aplicación de la doctrina de "la guerra revolucionaria" en el seno del ejército francés (1944-1960)», Universidad de Paris I.

3 comentarios:

  1. El FPR de Kagame con la ayuda de EE.UU. y en colaboración con Museveni de Uganda fueron los principales perpetradores del genocidio, incluso en Ruanda. En Ruanda la mayor parte de los muertos fueron también Hutus, y en la R.D. Congo cometieron un genocidio.
    Se estiman más de 6 millones de hutus muertos.

    Hay abundante información sobre ello para quien quiera conocerlo:

    Edward S. Herman, David Peterson. Paul Kagame “Our Kind of Guy”. Voltaire, 3 January 2011.

    Edward S. Herman, David Peterson. The Politics of Genocide. Monthly Review Press, 2009.
    Theogene Rudasingwa. Responding to French Investigations into Habyarimana´s death. January, 2012.
    http://newsrwanda-nkunda.blogspot.com/2012/01/theogene-rudasingwa-responding-to.html

    Noble Marara. Kagame´s unreported killings, February, 2012.
    http://newsrwanda-nkunda.blogspot.com/2012/01/theogene-rudasingwa-responding-to.html

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  2. No sólo los únicos responsables son los perpetradores de tal crimen (tanto los que lo ordenan, como los que lo ejecutan), sino también aquellos que pudiendo haber hecho algo para impedirlo, o aminorarlo, no hicieron nada. Llámese la ONU, llámese el Occidente «democrático», Francia y EE UU utilizaron la situación en nombre de sus intereses. Que el tutsi Kagame trasladase el conflicto al Zaire (ahora R. D. del Congo), y, a su vez, conllevase miles y cientos de miles de más víctimas, es un hecho condenable. Pero eso no implica restar culpabilidad a los europeos, en especial a los francófonos (Bélgica y Francia), y no sólamente como ha venido y viene haciendo la estúpida «izquierda» de este continente: el mal está en el Imperio, o sea... los USA (EE UU).

    Este texto está destinado, cómo dije al principio de la entrada, al tal FRM, un personaje para mí detestable, igual que lo son sus seguidores cada vez que leo y sé más sobre ellos. Son como una secta.

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  3. Además, sí cambiamos a Paul Kagame por David Ben-Gurión y al Genocidio ruandés por el Holocausto nazi, como al avión derribado del presidente Habyarimana por el incendio del Reichstag (el avión fue derribado por los tutsis y el Reichstag por un judio)... Demostramos con ello que los israelíes tuvieron parte de culpa en el Holocausto. ¡Absurdo! ¿No?

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