domingo, 24 de junio de 2012

Ridruejo, la desesperación del exilio

Las cartas escritas desde París corroboran el irreversible desmarque de la dictadura del exfalangista

Juan Cruz, CULTURA-EL PAÍS

Gloria de Ros y Dionisio Ridruejo en un viaje a Paris en el año 1962.

Dionisio Ridruejo había roto con el régimen que él ayudó a montar. El franquismo no se lo perdonó y le persiguió con saña. Franco aprovechó el ruido del contubernio de Múnich (en el que el exfalangista había participado y del que ahora se cumple medio siglo) para aislarle en París, donde el autor de Escrito en España vivió, desde 1962, dos años de exilio en los que combinó su rabia de expatriado con la preocupación familiar por la precaria situación en que vivían su mujer, Gloria de Ros, y sus dos hijos, Gloria y Dionisio, que habían nacido en 1947 y 1949.

Ahora publica la Fundación Banco de Santander las cartas que él le escribió a su mujer en ese periodo de su vida. Cartas íntimas desde el exilio, que han sido compiladas por los críticos Jordi Gracia y Jordi Amat. Coinciden, además, con la publicación en RBA de Ecos de Múnich, que recogen los escritos de Ridruejo relacionados con aquel contubernio en el que por primera vez participaron vencedores y vencidos de la Guerra Civil.

El «contubernio» (expresión con la que el régimen trató de desprestigiar la reunión), «ha salido en conjunto mejor de lo que era razonable esperar e incluso el inmenso beneficio de la reacción del Gobierno me parece una gracia caída de los cielos», le dice Ridruejo a Gloria en la primera de estas cartas íntimas. Se le había abierto la posibilidad del destierro en España, pero Ridruejo no quiso aceptar esa oportunidad. «Lo que se ha hecho es lo único que puede dar confianza a la gente sobre el porvenir y yo no cejaré hasta llevar las cosas a sus mejores consecuencias». Esa fue la razón «por la que no me apresuro a volver ni a aceptar la residencia en Fuerteventura —que es una isla dura pero preciosa— o en Carabanchel. Tengo mejores cosas que hacer por el momento. Cuando estas cosas estén hechas, volveré a España seguramente y que ellos tomen la responsabilidad».

Volvió a España dos años más tarde. Después de algunas peripecias que narra con el pulso del poeta que fue, sorteó a la Guardia Civil en la frontera y se presentó de improviso en la casa de Madrid. «Parecía un fantasma», dice su hijo Dionisio, que ahora tiene 63 años. Se fue de inmediato a su escritorio y le escribió una carta al director general de Seguridad, que era Carlos Arias Navarro. «No podía resignarme a quedarme extrañado de mi patria indefinidamente, haciendo creer, por añadidura, que mi pasividad significa iba asentimiento a esta situación anormal y penosa. No se trataba por mi parte de un desafío a la autoridad sino de una modesta reivindicación de derecho, que considero indeclinable, sin perjuicio de las medidas que el Gobierno pudiera considerarse en el deber de aplicar en consideración de mis actitudes políticas». El Gobierno tomó represalias. Como había ocurrido antes, en condiciones menos dramáticas, lo encarcelaron y luego lo sometieron a una vigilancia que no se relajó hasta la muerte del general…

En aquella carta a Arias Navarro, Ridruejo le contó al que luego sería sucesor de Franco en la interinidad de la Transición los detalles de su viaje del exilio a su país. «Como V.I. debe saber, algunos agentes de ese servicio (policial) me raptaron en las proximidades de Bilbao, y después de mantenerme en su coche con los pretextos más ingeniosos y el trato más cortés, me devolvieron a territorio francés a la vista de San Juan de Luz. Explicaré que he empleado la palabra ‘rapto’ en sentido técnico y no peyorativo para indicar que no hubo ni detención ni identificación formales, ni pasaje por comisaría alguna, ni aceptación de mi deseo de que mi caso (…) fuera consultado con la superioridad, ya que mi intención no era la de disimularme».

Se entregaba, tácitamente. «Y lo metieron en el trullo», dice ahora su hijo. Su exilio lo pasó combinando oficios (editor, traductor, escritor), simulando ante Gloria, que una vez fue con los hijos a París, un bienestar inestable del que se quejó muy poco. Las cartas procuran una estabilidad familiar que en algún momento estuvo a punto de saltar por los aires. Fue en mayo de 1963, cuando el diario Arriba, del movimiento, lo acusó de favorecer «al partido del crimen, la checa y la tortura». Su mujer, aconsejada por el exministro de Franco Joaquín Ruiz-Giménez, escribió una carta exculpatoria, aludiendo a los servicios prestados por Ridruejo en la Falange y en la División Azul. A él esa carta lo llenó de indignación, y respondió con una carta íntima, pero incendiaria. Esa carta tiene un alto valor documental, pues marca para siempre la voluntad de Ridruejo de desmarcarse de veras del régimen que contribuyó a crear. Jordi Gracia lo subraya así, explicando cómo se sale de la lectura de estas cartas: «Se sale con el ánimo tonificado por el equilibrio entre el sacrificio y el deber. Ridruejo asume costes humanos muy altos y se siente responsable de haber contribuido a una enorme catástrofe».

Es la crónica personal de un exilio, señala el antólogo, «que muestra el precio que Dionisio Ridruejo tuvo que pagar por un orden civil o moral más justo». Y ese testimonio, la carta de reproche a Gloria de Ros, simboliza mejor que cualquier otro documento esa ruptura que el Ridruejo demócrata quiso oponer al Ridruejo falangista. «Fue un hombre de bien», dice el hijo. Los compañeros de colegio de este escucharon, como él, cómo se llamaba traidor a Ridruejo. «Y mi padre no fue un traidor, fue un hombre de bien». En París, en medio de la desolación del exilio, tranquilizó a Gloria, contándole planes: «Terminar las negociaciones españolas comenzadas en Múnich; montar una fabriquita de propaganda y, por de pronto, una revista intelectual; (…) volver a España, incluso clandestinamente, cuando el aparato esté montado en forma». Era un poeta; las cartas revelan, además, a Ridruejo como padre de familia, vulnerada su esperanza pero incólume su decisión. «Me parecería (…) indecente —incluso ante vosotros— desertar y abandonar el campo». Era el precio que pagaba, dice Jordi Gracia, y dice su hijo, por resolver las cuentas del Ridruejo que ganó la guerra.

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