martes, 17 de julio de 2012

La prolongación de la jornada de trabajo


Por ERNEST MANDEL

Sed de plusvalía es sed de sobretrabajo, de trabajo no pagado, más allá del trabajo que produce el contravalor de los medios de subsistencia, para obtener más sobretrabajo, los capitalistas pueden ante todo prolongar la jornada laboral al máximo, sin aumentar el salario cotidiano. Si se presume que el obrero produce en cinco horas el equivalente de su salario, la prolongación de la jornada de trabajo de diez a doce horas sin aumento de salario incrementará el sobretrabajo en cinco o siete horas por día, es decir, en un 40%. Esta forma de aumento de la plusvalía se ha denominado aumento de la plusvalía absoluta.

En toda sociedad donde, tanto para los productores como para los explotadores, la apropiación de valores de uso constituye el objetivo fundamental de la producción, la extensión constante de la jornada de trabajo resultaba una empresa absurda. La limitación de las necesidades y los mercados impone un límite no menos estrecho a la producción. Mientras la esclavitud antigua era una esclavitud patriarcal, en territorios que se bastaban por sí mismos, la suerte de los esclavos era muy soportable y en el fondo poco diferente de la de los parientes pobres de la familia feudal. Sólo cuando la esclavitud antigua se convirtió en la base de una producción para el mercado, se generalizó el trato bárbaro de los esclavos.

En la Edad Media la legislación comunal limitaba estrictamente el tiempo de trabajo de los artesanos. Generalmente se encuentra en esa época, además de la prohibición del trabajo nocturno, el paro del trabajo para numerosas fiestas religiosas (aniversarios de los santos) y en épocas fijas del año. Partiendo del estudio del derecho urbano de la pequeña ciudad de Guines, en Artois, Georges Espinas calcula que en esa época el número de días laborables por año era de 240. Durante el siglo XVI, en las minas de Baviera había de 99 a 190 días festivos al año. Hue llega a la conclusión de que en el siglo XV, tomando en cuenta los numerosos días festivos, la media de la semana de trabajo en las minas era de 36 horas.

Pero desde que nace la empresa capitalista comienza a desarrollarse un esfuerzo incesante para prolongar la jornada de trabajo. A partir del siglo XIV surge en Gran Bretaña una legislación dirigida a prohibir las jornadas de trabajo demasiado cortas. La literatura británica de los siglos XVII y XVIII está llena de quejas referentes a la "ociosidad" de los obreros que, "si ganan en cuatro días lo suficiente para comer durante toda la semana, no vuelven al trabajo los tres días siguientes". Todos los grandes burgueses participan en esta campaña: el holandés Jean de Witt, amigo de Spinoza; William Petty, el padre de la economía política inglesa clásica; Colbert, que habla del "pueblo holgazán", etc. Sombart llena siete páginas con citas análogas de la época.

Cuando el modo de producción capitalista atraviesa los océanos y penetra en nuevos continentes, comienza a chocar con la misma resistencia natural de los trabajadores frente a la prolongación de la jornada de trabajo. En los siglos XVII y XVIII, la prensa de los virtuosos colonos puritanos de América del Norte rezuma quejas contra "la carestía del trabajo... contraria a la razón y la equidad". "Son los pobres quienes hacen a los ricos", afirma ingenuamente el New York Weekly Journal. En 1769 la Maryland Gazette se queja de que "el salario de un día permite a los obreros tres días de intemperancia". 

"En los siglos XVII y XVIII los ataques contra el lujo, el orgullo y la pereza de los asalariados ingleses son casi iguales a los que se dirigen hoy contra los indígenas de África".

Alfred Bonné hace notar la extrañeza de los observadores occidentales ante los miserables árabes que prefieren ganar una libra esterlina al año como pastores, antes que ganar 6 libras al mes como proletarios de fábricas. Audrey I. Richards observa la misma repulsión entre los negros de Rodesia: 

"A hombres acostumbrados a trabajar de 3 a 4 horas diarias en sus reservas tribales, se les pide que trabajen 8 a 10 horas bajo la vigilancia de los Blancos, en grandes plantaciones o en grandes empresas industriales".

Bastaba, sin embargo, con aprovechar la inmensa mano de obra desarraigada y sin trabajo, producida por los trastornos sociales y económicos de los siglos XV al XVIII, para ejercer una presión sobre los salarios que hiciera descender a éstos por debajo del mínimo vital. De esta manera, la burguesía podía ir de triunfo en triunfo en esta "lucha contra la ociosidad del pueblo".

En el siglo XVIII encontramos en Inglaterra una jornada de trabajo normal de 13 a 14 horas. En 1747 la jornada de trabajo de las hilanderías inglesas de algodón es de 75 a 80 horas; de 72 horas en 1797; y de 74 a 80 horas en 1804. Como los salarios han descendido tanto que cada día de paro es un día de hambre, Napoleón resulta más generoso que su ministro Portalis cuando rechaza la proposición de este último sobre la prohibición del trabajo en domingo. "Como el pueblo come todos los días, se le debe permitir trabajar todos los días". 

Tratado de economía marxista
Tomo I, pp. 122-123; Ediciones Era (1976)

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