En 1997 el director de cine Barry Levinson estrenaba una
sátira política titulada Wag the Dog (La cortina de humo, en su versión
española). La trama es sugestiva. Tras ser pillado in fraganti en una situación
escandalosa unos días antes de su reelección, el presidente de los Estados
Unidos decide inventarse un conflicto que desvíe la atención de la prensa y de
la opinión pública, una guerra en Albania a la que él pueda poner fin
heroicamente ante las cámaras de televisión. Trama sugestiva, pero al mismo tiempo
bastante real. El argumento, con variaciones, se ha repetido en múltiples
ocasiones. Es un hábil resorte desviar hacia un teórico enemigo exterior la
crítica y los conflictos internos.
Los nacionalistas son expertos en esa táctica. En estos
momentos, Artur Mas la está empleando con gran eficacia. CiU ha sido una
adelantada en instrumentar la política más reaccionaria, no solo porque tanto
el Gobierno de Zapatero como el de Rajoy hayan contado casi siempre con su
apoyo en el Congreso a la hora de aprobar los recortes y las reformas más
antisociales, sino porque el Gobierno de la Generalitat se ha
anticipado a los gobiernos del resto de las Comunidades en aplicar medidas
regresivas. Hasta hace unos días, la sociedad catalana, al igual que el resto
de la sociedad española, bullía de indignación y se manifestaba en contra de
los recortes y de la política antisocial impuesta desde Europa e implantada por
los distintos ejecutivos tanto centrales como autonómicos. Artur Mas y su
Gobierno estaban en el centro de la diana de las críticas y de las
manifestaciones. Y, he aquí que de manera un tanto prodigiosa el escenario
cambia, los parados y los trabajadores en Cataluña, en lugar de revolverse
contra el gobierno de CiU, culpan de su desgracia a los parados y a los
trabajadores del resto de España. Y cuando todas las sociedades castigan a los
políticos y a los gobiernos que siguen fielmente las consignas de Merkel y de
los halcones de Europa, Mas piensa que, emboscado en la señera, va a lograr —y
seguramente lo conseguirá— mejores resultados electorales y por eso convoca
elecciones anticipadas.
El nacionalismo tiene la capacidad de desvirtuar la
realidad, sustituye la lucha de clases por el enfrentamiento entre los
territorios, reemplaza la confrontación ideológica por la pugna entre las
naciones o las regiones, ofusca a las izquierdas desviándolas de su auténtico
objetivo y en la actualidad aparta la atención del verdadero problema: la
crisis, sus causas y sus auténticos responsables.
El nacionalismo españolista ha querido situar la causa de
la crisis que padecemos en el despilfarro de las Comunidades Autónomas, lo que
tiene muy poco de verdad. El nacionalismo catalán, a su vez, atribuye el origen
de los actuales problemas de Cataluña al expolio que, según ellos, sufre del
resto de España, lo que aún es menos cierto. Las dificultades económicas que
hoy afectan tanto a catalanes como al resto de españoles tienen como causa
última el euro y los defectos con los que se ha construido la Unión Monetaria,
articulada en un proyecto neoliberal que, si bien realiza la integración
mercantil, financiera y monetaria, descarta toda integración fiscal, laboral,
social y, en definitiva, política.
Es por eso por lo que extraña tanto que partidos de
izquierdas secunden el plan de CiU y de Mas basado en creer que la salvación de
Cataluña se encuentra en la
Europa del Capital y de las multinacionales, y en querer
repetir dentro de nuestro país los errores europeos, rompiendo la unidad
fiscal. Si una unión monetaria sin integración fiscal resulta insostenible en
Europa y por ello es muy probable que antes o después la Eurozona se desmorone,
cuánto más si el modelo se aplica dentro de España.
Mas y CiU quieren convencer a los catalanes de que no
necesitan a España y por esa razón repiten una y otra vez que Cataluña exporta
ya más al resto del mundo que al resto del territorio español, lo cual puede
ser cierto (alrededor del 50%); pero de lo que nada dicen es de las
importaciones, porque si es verdad que como consecuencia del proceso de apertura
que ha significado la incorporación de nuestro país a la Unión Europea las
exportaciones catalanas al resto del mundo han crecido significativamente,
también lo han hecho las importaciones, de manera que frente al exterior
Cataluña presenta un elevado déficit comercial solo compensado por el superávit
frente al resto de España.
El presidente de la Generalitat engaña a los catalanes haciéndoles
creer que Cataluña fuera de España estaría a la altura de Alemania. ¿Se lo
cree? Seguro que no, pero le sirve para que se olviden los recortes, los
ajustes y, en general, su política antisocial y reaccionaria.
Juan Francisco Martín Seco, como siempre, hace un análisis incisivo. En efecto, tenemos que el populismo nacionalista, una vez más, se envuelve en banderas e identidades con el fin de ocultar su obra de desmantelamiento de los servicios públicos y de los derechos sociales y laborales del pueblo, atribuyendo como siempre la culpa al Otro, al Enemigo externo o interno. Nada nuevo, en definitiva. El populismo nacionalista es una gran cortina de humo usada por la burguesía como fantasía ideológica para la consecución de sus fines.
ResponderEliminarDicho esto, hay que decir que el nacionalismo español actual mete miedo, y mucho. Las protestas en Cataluña (en la que no sólo había independentistas y nacionalistas, todo hay que decirlo) transcurrieron por cauces democráticos.
En cambio, el nacionalismo español pepista sólo responde a sus opositores de todo signo con amenazas y autoritarismo fascistoide. Y lanza una brutal represión contra el que en teoría es su propio pueblo, contra los españoles y las españolas que se manifiestan pacíficamente reclamando democracia, pan y trabajo. (También la derecha nacionalista catalana reprimió a los indignados cuando se manifestaban ante el parlamento catalán).
Nada ha cambiado. Estamos como los tiempos en que los zares lanzaban a la caballería contra el pueblo hambriento y cubierto de harapos.
Un saludo.
«El patriotismo es el último refugio de los canallas.»
ResponderEliminarSAMUEL JOHNSON.