Por Ghaleb Kandil
En sus reacciones sobre los acontecimientos en Siria, numerosos países y fuerzas políticas recurren a menudo a la expresión «rechazo de la intervención extranjera». Esas tomas de posición resultan, sin embargo, hipócritas si no vienen acompañadas de una denuncia contra los países que apoyan el terrorismo, ya que dan la impresión de que lo que actualmente sucede en Siria es algo diferente de una injerencia extranjera tendiente a tratar de destruir Siria a través de una guerra detrás de la cual está la mano de Estados Unidos, y también la de Israel.
La intervención extranjera directa que tanto desean ciertos sectores de la oposición siria es un paso difícil de dar, debido a consideraciones de orden estratégico que todos conocemos y que tienen que ver con la correlación de fuerzas en Siria, con los equilibrios regionales y con las capacidades de disuasión del Eje de la Resistencia, sin olvidar además las relaciones de Siria con Rusia y China, así como su alianza estratégica con Irán.
Los estrategas estadounidenses, israelíes y atlantistas están ahora convencidos de que una invasión contra Siria puede provocar una gran guerra, a nivel regional e incluso mundial. Una guerra contra la cual se ha pronunciado el ex secretario de Estado Henry Kissinger. Occidente teme que esa guerra ponga en peligro la existencia misma de Israel, los intereses de Estados Unidos y la estabilidad de los gobiernos vasallos de Washington en esta región.
Si lo que hoy sucede en Siria, tanto en el terreno político como en el plano militar y de inteligencia, no es una intervención extranjera, ¿qué otro nombre puede dársele? Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Turquía, Arabia Saudita y Qatar, países que conforman la alianza hostil a Siria, se han repartido los papeles en los diferentes terrenos: militar, financiero, logístico y en materia de comunicaciones. Proporcionan a los terroristas las imágenes satelitales y la información que recolectan los espías, organizan campos de entrenamiento en Turquía –bajo la égida de la OTAN y de diferentes servicios de inteligencia extranjeros– mientras que implantan redes de apoyo logístico en Jordania y Líbano.
Los Estados implicados en la guerra contra Siria incluso lo reconocen sin ambages. El único calificativo que puede darse a esa forma de actuar es el de intervención extranjera, una intervención extranjera tendiente a destruir el Estado sirio, a arrastrar ese país al caos y al baño de sangre, provocando allí una guerra civil. Son incontables los artículos publicados en la prensa occidental sobre la movilización y el despliegue en Siria de yihadistas traídos expresamente desde Libia, Túnez, Afganistán, Chechenia, Pakistán y los países del Golfo. Incluso es ya de conocimiento público que oficiales de inteligencia de los Estados miembros de la OTAN se encuentran en suelo sirio para aconsejar y dirigir a los grupos terroristas.
No se puede pretender denunciar la intervención extranjera en Siria sin denunciar a todos los países que alimentan y respaldan a los grupos terroristas, países a la cabeza de los cuales se encuentra Estados Unidos. Esos Estados se esfuerzan por torpedear los intentos de diálogo, ejerciendo para ello todo tipo de presiones sobre los opositores que se encuentran fuera de Siria y dentro de ella. Y han venido haciéndolo desde el comienzo mismo de la crisis.
Todas esas realidades prueban que Siria está luchando, desde el primer día, contra una agresión planificada y teledirigida desde el exterior, con la complicidad de los países de la región y de potencias internacionales.
Toda posición sobre la situación en Siria que no esté basada en esa realidad carece de valor. Y los hombres libres que, en el mundo árabe como en la escena internacional, pretender luchar contra el hegemonismo imperialista, contra el sionismo y contra toda forma de neocolonialismo, tienen la obligación de tener en cuenta esos hechos.
En sus reacciones sobre los acontecimientos en Siria, numerosos países y fuerzas políticas recurren a menudo a la expresión «rechazo de la intervención extranjera». Esas tomas de posición resultan, sin embargo, hipócritas si no vienen acompañadas de una denuncia contra los países que apoyan el terrorismo, ya que dan la impresión de que lo que actualmente sucede en Siria es algo diferente de una injerencia extranjera tendiente a tratar de destruir Siria a través de una guerra detrás de la cual está la mano de Estados Unidos, y también la de Israel.
La intervención extranjera directa que tanto desean ciertos sectores de la oposición siria es un paso difícil de dar, debido a consideraciones de orden estratégico que todos conocemos y que tienen que ver con la correlación de fuerzas en Siria, con los equilibrios regionales y con las capacidades de disuasión del Eje de la Resistencia, sin olvidar además las relaciones de Siria con Rusia y China, así como su alianza estratégica con Irán.
Los estrategas estadounidenses, israelíes y atlantistas están ahora convencidos de que una invasión contra Siria puede provocar una gran guerra, a nivel regional e incluso mundial. Una guerra contra la cual se ha pronunciado el ex secretario de Estado Henry Kissinger. Occidente teme que esa guerra ponga en peligro la existencia misma de Israel, los intereses de Estados Unidos y la estabilidad de los gobiernos vasallos de Washington en esta región.
Si lo que hoy sucede en Siria, tanto en el terreno político como en el plano militar y de inteligencia, no es una intervención extranjera, ¿qué otro nombre puede dársele? Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Turquía, Arabia Saudita y Qatar, países que conforman la alianza hostil a Siria, se han repartido los papeles en los diferentes terrenos: militar, financiero, logístico y en materia de comunicaciones. Proporcionan a los terroristas las imágenes satelitales y la información que recolectan los espías, organizan campos de entrenamiento en Turquía –bajo la égida de la OTAN y de diferentes servicios de inteligencia extranjeros– mientras que implantan redes de apoyo logístico en Jordania y Líbano.
Los Estados implicados en la guerra contra Siria incluso lo reconocen sin ambages. El único calificativo que puede darse a esa forma de actuar es el de intervención extranjera, una intervención extranjera tendiente a destruir el Estado sirio, a arrastrar ese país al caos y al baño de sangre, provocando allí una guerra civil. Son incontables los artículos publicados en la prensa occidental sobre la movilización y el despliegue en Siria de yihadistas traídos expresamente desde Libia, Túnez, Afganistán, Chechenia, Pakistán y los países del Golfo. Incluso es ya de conocimiento público que oficiales de inteligencia de los Estados miembros de la OTAN se encuentran en suelo sirio para aconsejar y dirigir a los grupos terroristas.
No se puede pretender denunciar la intervención extranjera en Siria sin denunciar a todos los países que alimentan y respaldan a los grupos terroristas, países a la cabeza de los cuales se encuentra Estados Unidos. Esos Estados se esfuerzan por torpedear los intentos de diálogo, ejerciendo para ello todo tipo de presiones sobre los opositores que se encuentran fuera de Siria y dentro de ella. Y han venido haciéndolo desde el comienzo mismo de la crisis.
Todas esas realidades prueban que Siria está luchando, desde el primer día, contra una agresión planificada y teledirigida desde el exterior, con la complicidad de los países de la región y de potencias internacionales.
Toda posición sobre la situación en Siria que no esté basada en esa realidad carece de valor. Y los hombres libres que, en el mundo árabe como en la escena internacional, pretender luchar contra el hegemonismo imperialista, contra el sionismo y contra toda forma de neocolonialismo, tienen la obligación de tener en cuenta esos hechos.
Fuente
New Orient News (Líbano)
New Orient News (Líbano)
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