Generalmente, cuando
conozco a una chica y quiero parecer interesante, tiendo a decirle que soy un
tipo que desprecia la moral, pero que se preocupa por la ética. Esto podría
parecer que no tiene sentido. Y no sólo no lo tiene, sino que además no sirve
ni siquiera para que me acepten en Facebook.
Dicho esto, sí que
tengo más o menos claros los valores que rigen mi vida. Por supuesto, hay uno
que se impone sobre los demás: comprar discos de progresivo cutre. Y, a
continuación, analizar absolutamente todo y no creerme nada porque sí. Esta
máxima me lleva a pensar que existen conceptos vitales que, con sólo nombrarse,
se espera que se entiendan automáticamente como algo positivo. Ideales a los
que intenta aspirar cualquier persona moral de bien.
Claro que yo no soy
una persona de bien. Y, según algunos que me han visto en fiestas de Halloween
disfrazado de hada diabólica, ni siquiera persona.
Pues sí: sé hacer
trenzas.
Así que voy a
presentar esos valores en principio buenos, cojonudos y chachipirulis que aquí
en Vicisitud y Sordidez consideramos simplemente una puta mierda.
5.- PATRIOTISMO
a) ¿Qué es?
Ya hemos dejado claro
en alguna ocasión lo que nos parece el concepto del nacionalismo: algo que está
bien para pasárselo bien en un partido de fútbol o aburrirte un poquito menos
en una carrera de fórmula 1. Pero el nacionalismo, definido como ‘apego a la
nación’, se relaciona más con temas políticos. Así que cuando se dice que
alguien “es nacionalista”, automáticamente se piensa en una determinada
posición a la hora de meter tu papeleta en una urna. Y esa posición es a cuatro
patas y con ganas de que te den por culo aprovechándose de que eres lo
suficientemente corto de luces como para darte cuenta de que la NACIÓN siempre es invocada
por los políticos cuando quieren practicarte un tracto rectal a traición.
El patriotismo, sin
embargo, siempre es algo que se presenta como positivo. Es bonito amar a la
patria. Aunque es mucho más amar a una pelirroja de grandes pechos o a un
macizorro tipo gladiador de ‘Spartacus’. Elija la opción que más le guste. O
las dos.
Hasta quienes niegan
el derecho a la gente a ser nacionalista reconocen que la palabra ‘patriota’ es
algo positivo. Sin embargo, yo digo que no. Que qué coño de base racional hay
para amar una puñetera delimitación territorial. Mi nación es Esppppaña como
podría serlo Inglaterra, que tiene música mucho mejor, o Invernalia, en el que
todo el mundo es tan pupas como yo. De la tierra no emana ninguna fuerza
mística que cause mi apego instantáneo. Nada surge de los campos que me dé
ganas de meter la polla en un agujero en el suelo y hacer el amor con mi país.
Madre mía: tengo que
limitar mis metáforas repugnantes.
Sentir orgullo de
haber nacido en un sitio determinado es tan idiota como sentir que eres
distinto de los demás porque posees unas orejas más larga de la media o tienes
un lunar en forma de gato chino de la suerte a la altura del escroto. Aunque
bien pensado, eso sería la hostia. La hostia, pero un accidente de nacimiento
al fin y al cabo. Nada que te haga diferente al resto de la humanidad en lo que
importa. Esto es: tanto tú como tu vecino del quinto quiere tener comida en el
plato, porno en internet y jabón en la ducha. Espero.
b) ¿Por qué es el
mal?
Algunos podrían decir
que sentirse unidos a los de tu tribu es un rasgo evolutivo. Pero, en la
sociedad actual, la tribu es todo el mundo que comparte contigo valores
positivos de defensa de los derechos humanos y de no ser un capullo en general.
La delimitación territorial es arbitraria. Por dios: si hasta la Sociedad Tolkien
de Madrid se dividió en dos grupos. ¡Si no hay comunidad de vecinos que se
ponga de acuerdo en algo! ¿Cómo coño esperan que me sienta más unido a
Esperanza Aguirre por ser de aquí que a mi amigo italiano Daniele, que se comió
un chuletón para tres personas de primer plato y un solomillo de ternera de
segundo?
Así, esa creencia de
que la patria es lo mejor del globo no hay que tomársela muy en serio. Claro
que hay gente que, como no tiene aficiones, escoge precisamente el patriotismo
como su hobby. Y todos sabemos que, dado que la identidad de la patria no tiene
ningún sentido más allá de cuatro tópicos mal contados, a lo que lleva al final
es a definirse por oposición. Nojotro zemo menjore que los del otro lado de la
frontera. Eso conduce a lo de siempre: odio, guerras y, lo peor de todo, chistes
de ‘un francés, un inglés, un alemán y un español’.
Todos queremos evitar
ese mal.
c) ¿Pero puede
aportar algo bueno?
Pues lo dicho: ayuda
enormemente al disfrute de los deportes. O a ver ‘Skyfall’ y sentirse de puta
madre porque el malo es un tipo que ni te hablaría si te lo encontraras en la
cola de los cines Ideal, pero que cómo mola que un español sea el segundo malo
Bond gay de la historia y probablemente el mejor.
4.- GUARDIÁN DE LAS
TRADICIONES
a) ¿Qué es?
Se dice que alguien
“respeta y guarda las tradiciones” cuando coge lo que debería ser arqueología y
lo convierte en dogma de fe (palabreja a la que volveré en un par de puntos).
Lo de ‘respetar las
tradiciones’ es algo que tiene mucho que ver con la falacia lógica del
“argumento a la antigüedad”, también conocida por sus amigos como “apelar a la
tradición” y por mí como “búscate una excusa mejor para no dejarme atravesar la
procesión de vuelta del videoclub, vieja, porque mi casa está al otro lado de
la calle”. El que algo sea viejo y se haya hecho durante años no quiere decir
que sea necesariamente bueno o que valga la pena ser conservado. Excepto la
receta de las croquetas de mi abuela.
Pero el caso es que
siempre se ve como alguien digno de respeto todo aquel que defiende mantener tradiciones
en vías de extinción o francamente discutibles, casi siempre unidas a cierto
tufillo patriótico.
b) ¿Por qué es el
mal?
Esos pesados que se
nombran guardianes de la tradición suelen pensar que algo es bueno simplemente
porque lleva años haciéndose. Si quieren perder su tiempo en rescatar del
olvido tradiciones (o, si su afición los lleva a ser patriotas, lenguas) que se
abandonaron o están cayendo en desuso, pues que se lo pasen bien. Pero lo malo
es que no suelen contentarse en celebrarlas en su puñetera casa. No. Hay que
imponérselas a todo el mundo.
Así que, si hay que
tirar una cabra del campanario, eso mola porque siempre se ha hecho. Si hay que
cortar el prepucio a todos los bebés para que de mayores tengan menos placer
sexual, pues adelante. ¿Ablaciones? Genial. ¿Arrancar cabezas de pollos?
Cojonudo. ¿Hacer una nueva temporada de Gran Hermano? Apocalíptico.
Pues no. Esas son
gilipolleces. Si una cosa es una bestialidad, hay que abandonarla y punto. Que
por algo hemos avanzado como sociedad a nivel general, con la excepción de los
países teocráticos y ciertas zonas de Valencia. Y si algo empieza a dejar de
ser popular, pues que se muera. Para eso están los libros de historia. ¿Es que
nadie piensa en los pobres historiadores? ¡Tantos años de estudios en las
facultades tienen que servir para algo más que para aprender a jugar al mus!
c) ¿Pero puede
aportar algo bueno?
Pues sí. De hecho,
bastante. Dos cosas claras: la juerga y la zampa. Si me quitan la fiesta de
Reyes, me da un patatús. Pero bueno: si ha de morir por falta de popularidad,
pues que palme. Ya me buscaré otra excusa para hacer regalos.
Eso sí: como
desaparezca la receta de la croquetas de mi abuela, la humanidad será un lugar
tan triste como un libro sin dibujos en Gandía Shore.
3.- ABSTINENCIA
a) ¿Qué es?
En algún momento de
la historia, alguien que probablemente follaba poco decidió que NO follar era
una virtud. Que aclaraba la mente. Que hacía que no descendieras a una orgía de
hedonismo.
Pero, al contrario
que la gula o la avaricia, que pueden tener serias consecuencias para sus
practicantes (ataques al corazón en un caso, convertirte en un banquero en el
otro), follar lo que quieras, o en el caso de lectores y redactores de este
blog, lo que puedas, no supone necesariamente ningún problema para la salud. A
no ser que estés tan loco como para intentar echar seis polvos seguidos. Pero
eso no es lujuria. Eso es chulería. Follar, lo que se dice echar un polvo, es
bueno.
Sin embargo, la
abstinencia puede ser muy mala. Si lo haces porque ni te apetece ni quieres
perder el tiempo y necesitas muchas horas del día para escribir artículos
innecesariamente largos en tu blog, pues me parece genial. Pero si te dedicas a
no follar porque se supone que tu educación generalmente religiosa te ha dicho
que es bueno suprimir lo que te pide el cuerpo, puedes acabar con un grave caso
de bolas azules.
Porque lo importante
aquí es preguntarse: ¿Para qué? ¿Por qué no follar? Es como esa etapa juvenil
que ya comentaba en este artículo en la que siempre había un compañero de clase
que presumía de no machacársela.
¿Y?
Anda ya y folla. O
machácatela cuando te lo pida el cuerpo. Nunca llegarás a ser un asceta
encerrado en una cueva rehuyendo de los placeres terrenales y meditando sobre
la vida. Una vida de mierda, claro. Porque te aseguro que no quieres ser ese
tipo. Que de todas maneras, también se la machacaría de vez en cuando.
b) ¿Por qué es el
mal?
Los casos de bolas
azules son un grave problema psicológico a la altura de disfrutar secretamente
el programa de los niños chistosos de Juan y Medio en Canal Zur. Aguantarse las
ganas de folgar o, en su defecto, de tener un bonito orgasmo de vez en cuando,
convierte a la gente en amargados y los encamina a una vida de mal y perdición.
Esto es, a dedicar todas sus fuerzas a evitar que el resto de la gente sea
feliz con su sexualidad. Y, como le dijo la sonda anal a la uretra, yo por ahí
no paso.
c) ¿Pero puede
aportar algo bueno?
No. La abstinencia no
es tan mala como otros falsos valores positivos de esta lista, porque los casos
de bolas azules no tienen porqué acabar necesariamente en persona cabrona o
explosión testicular. Pero desde luego, de no orgasmar nunca sale nada bueno.
Y ahora toca hacer un
comentario graciosete e idiota sobre las cosas que sí salen del cuerpo cuando
se orgasma. O poner una foto de Cytherea. Pero no perdamos el tiempo, porque
hay que pasar a uno de mis infra valores más odiados.
Qué coño. La pongo de
todas maneras. ¡Qué chorros más monos echa!
2.- FE
a) ¿Qué es?
En un momento de la
película, el protagonista lo ha perdido todo. Y, en su hora más oscura, una
mano amiga le dice:
“Ten fe”.
Y él se levanta, mata
el malo, salva el mundo y consuma su matrimonio con la cabra de su vecino que
siempre le miraba picaronamente.
En la realidad, la
frase sólo sirve para deprimirte más, crear la falsa expectativa de que las
cosas se solucionan por arte de magia o, peor aun, con sólo pensar mucho en que
todo saldrá bien. Pero mucho mucho mucho. Como en el mojón ese de ‘El Secreto’.
Yo, al idiota de
turno que le toca decir lo de ‘ten fe’, le preguntaría si no sería mejor que le
pasara unos euros o le ayudara un poco con su problema. Pero eso soy yo.
Siempre un escéptico materialista de mierda.
La fe, por otra
parte, es uno de los aspectos más repugnantes de la supuestamente positiva
cultura judeocristiana, especialmente representada en el texto más estúpido de la Biblia (el libro de Job) y
la película fantástica más aburrida de los últimos años ('Las crónicas de
Narnia: El príncipe Caspa'). Por no hablar de la gran superproducción de cine
gitano evangélico logronés ‘Mis quejas hacia Dios’, en la que un orondo señor
descubre, gracias a un ángel, que hay que confiar en el Todopoderoso. Pero al
final, el banco le embarga la casa de todas maneras.
b) ¿Por qué es el
mal?
Tomada por el lado
laico, es una actitud pasiva sólo superada en su inutilidad con leer ‘Cincuenta
sombras de Grey’.
Pero por el lado
religioso es otra cosa.
Uy, qué cosa.
El origen de un buen
puñado de males de la historia. El creer porque sí y sin pensamiento racional
en textos sagrados puede llevar a que el candidato a la presidencia de Estados
Unidos lleve calzoncillos mágicos y crea que dios es un extraterrestre del
planeta Kolob. Claro que ese señor es un imbécil independientemente de su fe.
Pero hay creencias
irracionales mucho más peligrosas. De esas que piensan que hay que matar a
infieles o condenar a los homosexuales a la hoguera no questions asked.
Miedito, vamos.
c) ¿Pero puede
aportar algo bueno?
Puede servir como
placebo a la hora de tener alguna enfermedad, lo cual no está nada mal y sale
la mar de barato a la
Seguridad Social. Pero no lo digamos muy alto, que son
capaces de aplicar el copago sanitario cada vez que alguien diga que tiene fe
en que se encuentre una curación definitiva a sus almorranas crónicas.
1.-HONOR
a) ¿Qué es?
¿Qué coño es el
honor? No, en serio. Cuando se dice ‘Es un tipo de honor’, ¿a qué se refieren?
Según la RAE, no hay manera de ponerse
de acuerdo. Puede ser “Cualidad moral (moral: ya vamos mal) que lleva al
cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y uno mismo”. ¿Qué
deberes? ¿Quién dice cuáles son? ¿Por qué me pongo deberes a mí mismo si no soy
capaz ni de hacer más de dos artículos al mes?
Otra acepción es “Gloria
o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas,
la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la
granjea.” Pero, ¿para qué se quiere la gloria? Está claro: para que te hagan la
pelota y puedas ligar.
Pero lo peor es eso
de que se contagia a las familias. Algo muy bonito cuando se conviene que
apagar un incendio es heroico. O sufrir un maratón de pelis de James Ivory.
Pero entramos en terrenos cenagosos cuando lo heroico se entiende como ponerse
un simpático cinturón de explosivos. O cuando la virtud o el mérito es que no
te vea nadie sacándote una teta en público. Entonces puede resultar que, porque
un buen día se te rompió el tirante del sujetador, toda tu familia podrá ser
escupida cuando vaya a comprar el pan.
Veamos la tercera
acepción de la RAE,
que pone las cosas un poco más chungas todavía: “Honestidad y recato en las
mujeres, y buena opinión que se granjean con estas virtudes”.
Efectivamente.
Confirma lo anterior.
Que si te sacas una
teta, eres una guarra.
Así que esto del
honor depende de quién lo utilice. Pero, a nivel general y sin mirar ningún
diccionario, al final lo que significa es más o menos ‘orgullo’. Y eso sí que
todos sabemos que es algo negativo. Pero, encima, es un orgullo que se pega
como un tofee a los empastes. Que se transmite como una cadidiasis a tu glande.
El honor, siempre que
se utiliza en la sociedad actual, se entiende como si todos fuéramos raperos:
“Yo soy la leche”. Y si alguien dice o piensa algo feo de mí, tengo que
cabrearme. Es la acepción general que se acepta en esas chorradas conocidas
como ‘atentado contra el honor’. Incluso hay leyes que protegen a la gente de
que alguien diga que NO es la leche y que, en realidad es gilipollas. Se llaman
‘delito de injurias’.
Y son una soberana
soplapollez.
Si alguien te
insulta, la única reacción lógica y racional es decir: “¿Y qué coño importa?”
Si alguien te dice que eres imbécil en público, hay dos opciones:
-Analizar tus actos y
darte cuenta de que, efectivamente, eres imbécil (sería más fácil encontrar una
ardilla cabalgada por chewacca luchando contra tropas del III Reich renacido)
O sea, esto.
-Analizar tus actos y
concluir que es mentira. Sólo tienes que decirle al resto del mundo por qué no
eres imbécil.
Si es que te
importara lo que pensaran, claro. Porque no somos ingleses y no necesitamos
vivir con el sambenito de estar todo el día ponderando qué pensarán los
vecinos.
b) ¿Por qué es el
mal?
El honor, además de
crímenes de honor, duelos por honor, lapidaciones por honor, millones de
soldados muertos por salvaguardar el honor de la nación (eso vale doble
puntuación) y, en general, guerras por honor, nos ha dado algo mucho peor. Algo
más terrible:
La peli acaba con un
tío con espada de madera contra 100 samurais. Y no le hacen nada ni le dan una
patada en las partes. Y luego resulta que es una obra maestra.
c) ¿Pero puede
aportar algo bueno?
No. En serio. No.
Y así se acaba un
nuevo artículo polémico de ente bloj. Ojalá se cumpla la tradición y acabe en
algunos foros fuera del círculo habitual de nuestros lectores para que empiecen
a llegar comentarios atentando contra mi honor. Tengo fe en que ocurrirá para
regocijo de nuestros lectores. Por España, que ojalá puedan leer decenas de
veces en los comentarios las expresiones ‘graciosillo’ y ‘¿quién se ha creído
este idiota que es para decir lo que está bien y lo que está mal?’.