viernes, 30 de noviembre de 2012

La violencia doméstica como un problema de interacción conductual


Basado en la conferencia de María Xesús Froján Parga en el 2º Seminario Internacional sobre Comportamiento y Aplicaciones (SINCA 2009)

Como explica María Xesús Froján en su conferencia, la Violencia Doméstica es un problema complejo, controvertido y grave, cuyas variables causales, sin embargo, han sido investigadas y tratadas de manera superficial y todo ello a pesar de las graves consecuencias que de esta problemática se derivan: parejas rotas, niños afectados, sufrimiento de las víctimas e incluso muertes. La ineficacia de su abordaje y el hecho de que no se termine de reducir la prevalencia de estos casos se debe a los problemas que existen a la hora de realizar un estudio científico del problema (que permita desgranar aquellos factores que están en la causa y que van más allá de las cuestiones socioculturales y de los roles de género, a los que muchas veces se atribuye el problema). Es por esta falta de investigación científica sobre el modo en que surge el problema y evoluciona a mayores tasas de violencia, por lo que las intervenciones que hoy por hoy se llevan a cabo (y que no se derivan de este análisis sobre las raíces del problema) son poco efectivas.

Pero primero definamos de qué estamos hablando cuando hablamos de “Violencia Doméstica”.

A qué nos referimos con “Violencia Doméstica”

Para hablar del problema de la violencia entre parejas se han utilizado a lo largo del tiempo muchos términos, todos ellos controvertidos de alguna manera. El término Violencia Doméstica engloba tanto la violencia o abusos entre los miembros de una pareja como todos aquellos abusos, maltratos o actos violentos que tienen lugar en el hogar, pudiendo implicar éstos también a los niños. No obstante, vamos a adoptar este término aquí para referirnos a la violencia que se da entre los miembros de una pareja, en lugar de utilizar otros como “Violencia Machista” o “Violencia de Género” que sesgan la complejidad del problema por restringirse a aquellos actos violentos del varón sobre la mujer y por no ser del todo correctos, sobre todo desde la perspectiva que se pretende trasmitir en este escrito, que busca poner énfasis en la no unidireccionalidad del problema: No se trata de un agresor activo que ejerce violencia sobre una víctima pasiva, sino que ambas partes juegan un papel activo en la configuración del problema y en su mantenimiento. Ambas partes hacen posible que a partir de un primer episodio violento se evoluciones a mayores tasas de violencia. El cómo se produce esta escalada es lo que hay que analizar para lograrlo atajar y prevenir.

Un problema grave que exige una intervención efectiva

Todos estaríamos de acuerdo en afirmar que la Violencia Doméstica es un problema grave y de alta prevalencia en España. Eso hace que esté sujeto a la presión social y esa presión social es la que obliga a la intervención por parte de las autoridades. No obstante, esta actuación no siempre está bien fundamentada, pues frecuentemente responde a la urgencia por paliar los daños producidos y acallar a la opinión pública. Sin embargo, esto hace que el problema se mantenga pese a la enorme inversión que se realiza en programas no del todo eficaces (o no al menos tan eficaces como podrían ser). Froján establece una equiparación con la problemática de las drogas surgida en los 90. Por aquel entonces, como ocurre ahora con los casos de violencia doméstica, los periódicos comenzaron a informar de los conflictos y delitos asociados al consumo de drogas, lo que obligó a establecer medidas, fundamentalmente legislativas, para frenar la presión social, y todo ello pese a que existían investigaciones ya avaladas sobre cómo se iniciaba y mantenía el consumo de drogas. Tiempo después los programas de intervención han ido configurándose en torno a dichos conocimientos, con mejores resultados que las medidas meramente legales. Lo que ocurre con las medidas legislativas es que simplemente dan una respuesta a posteriori, una vez el conflicto ha alcanzado gran gravedad, pero no afrontan el problema de base, previniendo que surja y se desarrolle.

El mero hecho de saber que puede haber una contrapartida legal a unos actos violentos parece no ser del todo coercitiva para los agresores, pues en el momento de llevar a cabo actos violentos, no se tienen en cuenta esas posibles consecuencias (muy diferidas en el tiempo en relación al acto violento y la mayoría de las veces tardías en relación al desarrollo del problema y de los acontecimientos), sino más bien los beneficios inmediatos que se derivan del uso de la violencia como una conducta instrumental (que reporta des carga de tensión emocional, logra que el otro satisfaga nuestros deseos o expectativas, permite el control y el ejercicio del poder…)

En lo que respecta a la Violencia Doméstica, a menudo se asocia ésta con el asesinato de mujeres, lo que es tan sólo la punta del iceberg del problema, y se tiende también a limitar a aquella que es ejercida por parte del hombre hacia la mujer, cuando esto no siempre es así. La consecuencia derivada de esta concepción es que se ha legislado al respecto de una manera desequilibrada, siendo muy duras las sanciones a los hombres agresores y más laxas las sanciones a las mujeres agresoras (que también las hay). Esta desigualdad no solventa el problema sino que, por el contrario ayuda a incrementar las tensiones y el desequilibrio social entre hombres y mujeres, lo que en definitiva, agrava el problema. Definiciones como las que plantaba la ONU hace unos años todavía ponen énfasis en las diferencias entre sexos y sesga el problema de manera unidireccional: “Es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo”. Así mismo explicaban que este tipo de actos perpetúan la condición inferior de la mujer.

Si analizamos las palabras anteriores, nos damos cuenta que dicha definición del problema considera exclusivamente los factores históricos y culturales como determinantes del mismo. Según Froján, este tipo de explicaciones establecen un muro que imposibilita la intervención y el atajamiento del problema, ya que alude a factores cuya modificación requeriría mucho tiempo, pues el cambio sólo ocurriría a través de un gran proceso de reeducación social y cambio cultural. Es cierto que dicho cambio también es necesario, pero no el único, ni tal vez el prioritario para atajar el problema en el momento actual. Un cambio de mentalidad y en el modo de tratar y concebir los roles del hombre y la mujer es necesario (y poco a poco se está produciendo), pero pasarán años para que el cambio sea realmente notable y no se puede esperar tanto para realizar intervenciones eficaces en los casos de violencia en la pareja, y más cuando éste no es el único factor que influye en el problema, sino que hay otros en los que sí podemos intervenir.

No podemos centrar la explicación de este problema en los factores socioculturales, pues ésta perspectiva suele poner al varón en situación de inocencia, pues existirían variables históricas, sociales y culturales que le empujarían a este tipo de actos, y a la mujer en situación de inactividad, siendo esta incapaz de tomar decisiones o emprender acciones para paliar o poner fin al asunto. La victimización no es buena pues no promueve los intentos de cambio sino, muchas veces la justificación del problema y la resignación. Además, como ya hemos visto, no siempre es el varón el que detenta el papel de agresor ni la mujer el de víctima, no hay uno que sea el agente y otro el receptor pasivo, sino que ambas partes son agentes activos en la configuración y el mantenimiento del problema.

Otro abordaje es necesario

Como propone Froján, para diseñar intervenciones más efectivas que introduzcan cambios en esa interacción violenta de la pareja, hay que estudiar el problema de la Violencia Doméstica no como un macrofenómeno (aunque lo sea), sino como lo que es en esencia: “un conjunto de episodios de interacción entre las parejas en su día a día cotidiano”. El “machismo” social no es el único factor. Hay que desenmarañar las variables subyacentes al fenómeno (aquellas que explican que la interacción en una pareja se dé de una manera determinada, una manera que implica violencia),  además de las mencionadas variables culturales, históricas y del contexto social. Estas últimas variables funcionan como facilitadoras, variables disposicionales que influyen en la ocurrencia del problema pero no determinan el surgimiento del mismo (el cual vendría explicado por otro tipo de variables, denominadas Variables Funcionales, que tienen carácter causal y acontecen en ese marco sociocultural y contextual en el que se da el problema).

Atendamos primero a las teorías aparecidas para dar explicación a este fenómeno para posteriormente pasar a plantear la que desde aquí se pretende enfatizar.

Teorías Explicativas del fenómeno de la Violencia Doméstica

Desde la aparición del problema a la luz de la opinión pública se ha tratado de proporcionar una explicación al fenómeno desde diferentes perspectivas, las cuales, sin dejar de contemplar aspectos que efectivamente juegan algún papel en la configuración del mismo, no dan cuenta de la complejidad del asunto.

Nos encontraríamos por un lado con Teorías Biologicistas, que ponen énfasis en las diferencias entre los sexos, en el papel de las hormonas y en la superioridad física del hombre sobre la mujer. Esta teoría aborda de nuevo el problema desde una perspectiva unidireccional y deja fuera de juego otros factores importantes como las variables socioculturales, las circunstancias de vida que rodean a una pareja y los patrones de conducta aprendidos, por poner un ejemplo.

Por su parte, las Teorías Sociológicas focalizan su explicación en los factores socioculturales desde dos perspectivas opuestas: a) Perspectiva de la Violencia Familiar (La cual defiende que hay violencia porque hay una ineficacia de las consecuencias de castigo a estas acciones –siendo éste inefectivo y demorado- y establece además que no habría diferencias entre la violencia ejercida por el hombre y por la mujer, estando ambos a igual nivel, y que en todo caso, la violencia del hombre hacia la mujer sería más frecuente y sonada por la mayor capacidad de éste para ejercer violencia física), b) Perspectiva Feminista (Desde ella se defiende que la violencia de la mujer hacia el hombre nunca podría ser comparada con la del hombre hacia la mujer, y que de ejercerse, se ejercería para la propia defensa). Esta última perspectiva se aleja de la realidad social, en la que también presenciamos casos de violencia (aunque en menor proporción) de mujeres hacia hombres y pone énfasis de nuevo (aún sin quererlo) en las diferencias existentes entre ambos sexos. Cuando se da un acto violento, ese acto violento lo es en sí mismo, y su diferencia no viene establecida por aquel que lo lleve a cabo (otra cosa son las consecuencias de ese acto violento y la intensidad del mismo, en lo que sí puede influir la fortaleza física).

Además de estas teorías nos encontramos con las Teorías Psicológicas, basadas en el aprendizaje. Estas teorías defenderían que los comportamientos violentos que tienen lugar en el seno de la pareja son comportamientos instrumentales que permiten llegar a algún fin (es decir, obtener ciertas consecuencias). Desde esta perspectiva, Enrique Echeburúa entre otros han tratado de analizar de manera controlada la conducta tanto de hombres como de mujeres en esos episodios de violencia sin culpabilizar a ninguna de las dos partes, sino estudiando el fenómeno interactivo desde una perspectiva que pretende ser objetiva. Lo que se trata es de analizar la contribución de ambas partes al desarrollo y mantenimiento de dichos episodios.

En este marco interaccionista se ha desarrollado la Teoría del Ciclo de la Violencia de Género, que explica cómo a raíz de un primer incidente violento (como consecuencia de posibles tensiones o problemas previos), el ritmo habitual de la pareja queda alterado, la mujer puede hacerse preguntas y reflexionar sobre el incidente y el hombre puede arrepentirse por el incidente. Como consecuencia aparece una fase denominada fase de “Luna de Miel” en la que el hombre muestra su arrepentimiento a la mujer y puede desvivirse por tratar de enmendar ese error. Se produce una reconciliación y se vive un período favorable en la pareja que frena cualquier intento de ruptura por parte de la mujer o cualquier toma de decisiones al respecto de la acción violenta. No obstante con el tiempo y la rutina, se vuelve a caer en los mismos errores de interacción que generaron el primer incidente. La tensión en la pareja vuelve a aparecer y como consecuencia se repite un nuevo incidente violento, que acarreará probablemente una nueva fase de “luna de miel”. De esta manera, el problema se convierte en cíclico. En caso de que el hombre sea el agresor, la mujer difícilmente llega a emprender acciones debido a que existe la experiencia previa de las muestras de arrepentimiento seguidas de una reconciliación y de un período positivo. La intermitencia de los episodios negativos seguidos de episodios positivos mantienen el inmovilismo y el statu quo.

Una perspectiva alternativa a la predominante

En este texto y como explica María Xesús Froján, se pretende defender que se hace necesario una explicación del problema desde la esencia del mismo, siendo esa esencia la interacción de la pareja ( como explica la Teoría Psicológica). Al margen de la existencia de variables contextuales de carácter histórico, social y cultural, que efectivamente juegan un papel importante, configurando el “caldo de cultivo” de esta problemática, el conflicto sólo surge en el modo en que se desarrolla la interacción de pareja. La clave está en qué hacen uno y otro para llegar a ese primer episodio violento y para que éste vuelva a repetirse de manera periódica hasta convertirse la violencia en el modo de interacción habitual de la pareja.

Esos patrones de interacción se aprenden y emergen en el marco de la interacción de pareja y en dicho aprendizaje o emergencia intervienen muchos factores o variables que sin ser explicativos, influyen en la aparición del problema. A estas variables las hemos llamado Variables Disposicionales (por su papel facilitados o predisponente) y entre ellas podemos encontrar algunas como el número de hijos (que puede contribuir al aumento de la tensión en la pareja), la situación socioeconómica y laboral, el nivel educativo y la educación recibida (por ejemplo en lo relativo a los roles de género), el tipo de sociedad en la que se viva (mayor o menor respeto por la figura de la mujer, mayor o menor concienciación por el problema), consumo de drogas por parte de algún miembro de la pareja (por ejemplo, alcohol)… Estas variables no hacen por sí mismas que aparezca un problema. Lo que hace aparecer el problema es el modo en que hombres y mujeres gestionan su relación de pareja en el día a día. Eso es lo que determinará que un número elevado de hijos o una mala situación económica, por poner un ejemplo, no derive en tensiones manifiestas en la convivencia de la pareja.

María Xesús Froján y su equipo han llevado a cabo varias investigaciones sobre el problema de la violencia doméstica entre el año 2000 y la actualidad. En ellos se analizaba el papel que tanto el hombre como la mujer jugaban en la interacción de pareja, tratando de adoptar una posición objetiva y libre de juicios de valor. Los resultados de dos estudios llevados a cabo con población afectada por esta problemática (hombres y mujeres agresores y víctimas) sacan a relucir el carácter interactivo del problema, pues en el caso de la violencia infringida por el varón hacia la mujer, las variables que principalmente explican el problema son: 1) la violencia sufrida por el hombre en la infancia (esto es, su experiencia de aprendizaje y sus patrones educativos) y 2) la violencia que a su vez el varón recibe de de su mujer. Así mismo, en el caso de la violencia que la mujer infringe hacia el varón ésta es explicada principalmente por la violencia que por su parte el varón ejerce sobre ella.

Esto nos lleva de nuevo a que la violencia en la pareja consiste en una serie de episodios que se repiten una y otra vez en el tiempo donde tanto el hombre como la mujer forman una parte activa, de manera que lo que uno hace influye de manera drástica en lo que el otro hace y lo que éste hace, influye en lo que el siguiente pueda hacer (según palabras de Froján). Es importante entender que la violencia genera violencia y por ello es muy difícil conocer cuál es el acto desencadenante del problema. ¿Qué palabra, gesto o acción fue clave para el no retorno? Lo frecuente es que se haya producido una escalada progresiva desde acciones aparentemente inocuas por parte de una de las partes que también son respondidas de manera aparentemente inocua por parte de la otra, pero que sin embargo son “semillas” que dan pie a acciones posteriores cada vez más agresivas, irrespetuosas y faltas de cariño hacia el otro miembro (y entre este tipo de acciones no sólo se encuentran los actos agresivos físicos o verbales, sino también otros actos como ignorar a la pareja, limitar su libertad, privarla de muestras de cariño…). Todas estas acciones logran una consecuencia instrumental que pueden ser útiles para algún miembro de la pareja en un momento dado.

Estudiando a parejas libres del problema en situaciones de interacción sobre temas conflictivos, neutros o positivos, Froján y su equipo encontraron que cuando la interacción versaba sobre temas de conflicto, los hombres mostraban más conductas de defensa (como retirada del contacto visual), mientras que las mujeres mostraban mayores conductas de provocación verbal. Como ellos mismos señalan, de estos datos no hay que concluir que el hombre es agresor físico y la mujer es agresora verbal, sino que precisamente esto viene de nuevo a corroborar el carácter interactivo del fenómeno, señalando que cada parte recurre a sus propias estrategias para afrontar la situación, estrategias que en sí mismas implican algo de violencia para la otra parte.

Qué podemos concluir de todo esto

De lo aquí expuesto se deriva que es imprescindible estudiar el fenómeno no exclusivamente desde una perspectiva biologicista y sociológica, sino que hay que estudiarlo desde una perspectiva psicológica que contemple el análisis de los patrones de interacción conductual entre los miembros de la pareja para conocer qué está haciendo mal cada uno, qué papel juegan ambas partes en el problema. En estos episodios es cierto que una de las partes puede colocarse como el principal agresor y otra como principal víctima pero eso no quita que ambas partes jueguen un papel activo en la perpetuación y el escalamiento del problema. Esa interacción requiere primero ser analizada (ver qué está ocurriendo) para luego ser intervenida y prevenida.

Una segunda conclusión es la importancia de no victimizar ni culpabilizar, pues etiquetar a la mujer (por ser lo más frecuente) como víctima la sitúa en una posición pasiva que dificulta el tomar decisiones para frenar, paliar o controlar estos episodios. Así mismo tampoco es apropiado estigmatizar al varón (lo que no es equivalente a disculpar sus actos). De lo que se trata es de entender la parte de responsabilidad que ambos tienen en el conflicto sin que esta responsabilidad equivalga a “culpa”.

La conducta violenta es una conducta instrumental (es mucho más que una respuesta emocional extrema e incontrolable del agresor hacia la víctima), que está mantenida por los beneficios que obtiene y se repite por las consecuencias que de ella se derivan (poder, control, descarga emocional…).

Una intervención más eficaz pasará no solo por contemplar las variables disposicionales (entre las que se encuentran los factores socioculturales), sino también por adoptar una perspectiva de estudio diádica  sobre las secuencias de interacción de las parejas para poder desarrollar en su lugar patrones interactivos menos dañinos y más adecuados.

Se puede contemplar la conferencia completa en los siguientes enlaces:




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