Lincoln y Marx
Antes de que el Lincoln de Steven Spielberg apareciera en
pantalla, escuchando los lamentos y exigencias de dos soldados de los
ejércitos del Norte en la guerra civil de los Estados Unidos, hubo otro
Lincoln, delicada, concienzuda y persistentemente olvidado año tras año
por los infinitos poderes del establecimiento.
Un Lincoln que se nutrió de Karl Marx, por ejemplo, y cuya gran
revolución no terminaría, no debía terminar, con la abolición de la
esclavitud. “El mundo del trabajo antecede al capital —dijo ese
Lincoln—. El capital es el fruto del trabajo, y no hubiera existido sin
el mundo del trabajo, que lo creó. El mundo del trabajo es superior al
mundo del capital y merece la mayor consideración (...). En la situación
actual el capital tiene todo el poder y hay que revertir este
desequilibrio”.
El influjo de Marx en Lincoln se inició cuando Horace Greeley, director de The New York Tribune y amigo del presidente,
comenzó a publicar sus columnas en el periódico. Con el tiempo, se
cruzaron cartas y elogios, e incluso algunos de los
amigos-compañeros-colegas de Marx pelearon en las tropas federales de
Abraham Lincoln, como recordaba tres días atrás el columnista español Vicenç Navarro. La espiral de las evoluciones indicaría que la abolición
de la esclavitud en los Estados Unidos surgió desde las páginas
editoriales de un periódico.
La espiral de la condición humana, de
sus intereses y mezquindades, demostraría su lado más oscuro el 14 de
abril de 1865, días después de que el Congreso aprobara la 13ª Enmienda
de la Constitución que haría libres a los esclavos. Esa noche, en el Teatro Ford de Washington, John Wilkes Booth asesinó a Lincoln. La
verdadera historia, los reales motivos del crimen, los nombres detrás de
la escena, como suele ocurrir, se han mantenido en un plano difuso.
Incluso, apenas seis meses atrás se conoció el informe médico del doctor
Charles Leale, el primero en atenderlo. El documento, refundido durante
147 años, relata sus esfuerzos por salvarle la vida al presidente y su
primer diagnóstico, que decía: “Comencé a examinar su cabeza —al no
encontrar ninguna herida cerca del hombro— y rápidamente pasé mis dedos
sobre un coágulo de sangre grande y firme situado una pulgada debajo de
la línea curva superior del hueso occipital. Removí el coágulo
fácilmente y luego pasé el dedo pequeño de mi mano izquierda por la
claramente tersa apertura causada por la bala”.
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