martes, 5 de febrero de 2013

Lincoln y Marx

Por: Fernando Araújo Vélez 
Antes de que el Lincoln de Steven Spielberg apareciera en pantalla, escuchando los lamentos y exigencias de dos soldados de los ejércitos del Norte en la guerra civil de los Estados Unidos, hubo otro Lincoln, delicada, concienzuda y persistentemente olvidado año tras año por los infinitos poderes del establecimiento. 
Un Lincoln que se nutrió de Karl Marx, por ejemplo, y cuya gran revolución no terminaría, no debía terminar, con la abolición de la esclavitud. “El mundo del trabajo antecede al capital —dijo ese Lincoln—. El capital es el fruto del trabajo, y no hubiera existido sin el mundo del trabajo, que lo creó. El mundo del trabajo es superior al mundo del capital y merece la mayor consideración (...). En la situación actual el capital tiene todo el poder y hay que revertir este desequilibrio”. 
El influjo de Marx en Lincoln se inició cuando Horace Greeley, director de The New York Tribune y amigo del presidente, comenzó a publicar sus columnas en el periódico. Con el tiempo, se cruzaron cartas y elogios, e incluso algunos de los amigos-compañeros-colegas de Marx pelearon en las tropas federales de Abraham Lincoln, como recordaba tres días atrás el columnista español Vicenç Navarro. La espiral de las evoluciones indicaría que la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos surgió desde las páginas editoriales de un periódico.
La espiral de la condición humana, de sus intereses y mezquindades, demostraría su lado más oscuro el 14 de abril de 1865, días después de que el Congreso aprobara la 13ª Enmienda de la Constitución que haría libres a los esclavos. Esa noche, en el Teatro Ford de Washington, John Wilkes Booth asesinó a Lincoln. La verdadera historia, los reales motivos del crimen, los nombres detrás de la escena, como suele ocurrir, se han mantenido en un plano difuso. Incluso, apenas seis meses atrás se conoció el informe médico del doctor Charles Leale, el primero en atenderlo. El documento, refundido durante 147 años, relata sus esfuerzos por salvarle la vida al presidente y su primer diagnóstico, que decía: “Comencé a examinar su cabeza —al no encontrar ninguna herida cerca del hombro— y rápidamente pasé mis dedos sobre un coágulo de sangre grande y firme situado una pulgada debajo de la línea curva superior del hueso occipital. Removí el coágulo fácilmente y luego pasé el dedo pequeño de mi mano izquierda por la claramente tersa apertura causada por la bala”.

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