miércoles, 27 de marzo de 2013

Hugo Chávez y el socialismo

Por Bill Van Auken, 15 Marzo 2013
 
Este artículo apareció en wsws.org en su inglés original el 8 de marzo, 2013.

Cientos de miles de venezolanos llenaron las calles de Caracas para acompañar el ataúd del Presidente Hugo Chávez en camino a la academia militar donde comenzó su carrera y sus restos yacían.

El exteniente coronel paracaidista había gobernado la país por 14 años. La lluvia de simpatía expresó el apoyo popular por la mejoría de las condiciones sociales de los sectores más pobres del país que ocurrió bajo su mando. Aunque limitada, esta mejoría resultó en la reducción de la tasa de pobreza en un 50 por ciento, cifra que todavía supera el promedio de pobreza de Latinoamérica en general.

En Washington, el gobierno de Obama emitió una cautelosa declaración en la se refiere a la desaparición de Chávez como “época difícil” y expresa esperanzas que el cambio de mandatario promueva “una relación constructiva con el gobierno venezolano”.

Líderes Republicanos festejaron en público la muerte del líder venezolano. Típica fue la reacción de Ed Royce, presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, al expresar que la muerte de “este dictador es un alivio”.

Chávez, por su retórica nacionalista, por canalizar los ingresos del gobierno (procedentes de la riqueza petrolífera) para pagar programas de asistencia social y forjar extensos vínculos económicos con China, se ganó el odio de Washington y de los sectores gobernantes fascistas del país. No obstante, estos factores, a pesar de lo que él y sus partidarios pseudoizquierdistas hayan afirmado, no representan ningún camino hacia el socialismo.

Chávez fue un nacionalista burgués cuyo gobierno se basó firmemente en los militares que lo crearon y que siguen funcionando como árbitros decisivos en los asuntos del estado venezolano.

Aunque la reaccionaria oligarquía venezolana, cuyo método preferido de lidiar con las pobres masas es el asesinato y la tortura, lo resentía ferozmente, las misiones de Chávez (programas para mejoras las normas de vida, la vivienda, la atención médica y la educación) de ninguna manera representan una violación de los intereses capitalistas.

Tanto la porción de la economía del país controlada por el sector privado como la porción de los ingresos nacionales dirigida a manos de la patronal—y no a los trabajadores—fueron mayores bajo Chávez que antes de éste asumir las riendas del poder. El chavismo engendró todo un sector nuevo de la clase reinante llamado boliburguesía, el cual se hizo rico por medio de contratos con el gobierno, la corrupción y la especulación financiera.

Por otra parte, la “revolución bolivariana” no ha hecho nada para cambiar la situación de Venezuela como nación que depende del imperialismo y es oprimida por él. La economía del país depende totalmente de la exportación del petróleo (cuya mayor porción va dirigida a Estados Unidos) y la importación de capital y productos para consumidores.

En las elecciones presidenciales del noviembre pasado, Chávez públicamente recurrió al apoyo de los ricos y privilegiados e insistió que su política fomentaba la paz y la estabilidad social y prevenía la amenaza de una guerra civil.

Chávez tenía suficiente razón para promover su política con la retórica izquierdista de un “Socialismo del Siglo XXI”, pero sin definirlo muy bien. Su primer objetivo ha sido desviar y descabezar la militancia de los trabajadores venezolanos, llamándolos “contrarrevolucionarios” cuando sus luchas han escapado las garras del partido gobernante (Partido Socialista Unido de Venezuela) y de la federación sindical bolivariana.

Sin embargo, toda una capa de la pseudoizquierda internacional—inclusive varias organizaciones e individuos que se habían autodenominado “trotskistas”—trataron de pintar a esta retórica con colores “socialistas”. Esto llegó a un extremo ridículo cuando Chávez lanzó su llamada a una “Quinta Internacional”, que anunció en un discurso incoherente pronunciado en noviembre de 2009, ante una reunión de partidos “izquierdistas” en la que participaron Partido Comunista de China, el Partido Obrero de Brasil, el Partido Justicialista (peronista) de Argentina y el PRI de México.

La reacción de François Sabado, miembro dirigente de la internacional pablista y del Nuevo Partido Anticapitalista francés, fue típica. Describió a esta reunión de partidos gobernantes derechistas y antiobreros como “instrumento importante para luchar contra las clases dominantes, no sólo en América Latina, sino en todo el mundo”. Siguió con que las “divergencias” se podían superar y que no era necesario “debatir el balance histórico de las diferentes tendencias políticas”.

Lo único bueno de estos “balances históricos” es que destacan la larga y trágica experiencia—sobre todo en Latinoamérica—y los intentos de charlatanes políticos como Sabado para pintar a regímenes nacionalistas burgueses como “revolucionarios” y “socialistas”. Así subordinan las luchas de la clase obrera a ellos.

Durante la década de los 1970, esto se reflejó en la tendencia política de Nahuel Moreno, quien laboró para subordinar a la clase obrera argentina al peronismo y al castrismo, lo cual la dejó desarmada ante el salvaje golpe de estado militar de 1976. El partido de Guillermo Lora jugó un papel similar en Bolivia en 1971 en relación al general “izquierdista” J.J. Torres, cuya presidencia fue arrasada por el golpe de estado militar derechista del General. Hugo Banzer.

Adaptaciones similares a los regímenes del General Velasco Alvarado en Perú y el General Omar Torrijos en Panamá terminaron en traiciones y derrotas de la clase obrera en esos países, igual como había sucedido con el fomento del castrismo y guevarismo en todo el continente.

Que la pseudoizquierda pinte al chavismo con colores socialistas no significa simplemente el fracaso en aprender las lecciones históricas. Más bien es cuestión de intereses clasistas bien arraigados. El “Socialismo del Siglo XXI” de Chávez los atrae precisamente porque detestan el concepto marxista de que la transformación socialista sólo puede llevarse a cabo por medio de la lucha consciente e independiente de la clase obrera para ponerle fin al capitalismo y tomar las riendas del poder en sus manos. A estos elementos políticos pequeño burgueses más bien los atrae la política diseñada para salvar al capitalismo de la revolución, la cual sería impuesta desde arriba por un comandante carismático. Estos sectores se han ido lejos a la derecha desde los “mejores” días de su adaptación al castrismo durante las décadas de los 1960 y 1970. De hecho, antes de morir Chávez, varios de ellos, que antes lo habían elogiado, se volvieron contra él cuando se opuso a las guerras de Estados Unidos para cambiar los regímenes en Libia y Siria; guerras imperialistas que ellos mismos acogieron.

No importa cuál sea el destino inmediato de los intentos que ahora se desplazan para formar un nuevo chavismo sin Chávez, la lucha de clases en Venezuela y toda Latinoamérica ha de intensificarse bajo el impacto de la crisis capitalista mundial que se extiende. La cuestión primordial es el establecimiento de nuevos partidos revolucionarios independientes—secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional—para luchar por la movilización política independiente de la clase trabajadora como parte de la lucha internacional contra el capitalismo.


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