Este artículo apareció en wsws.org en su inglés
original el 8 de marzo, 2013.
Cientos de miles de venezolanos llenaron las calles de Caracas para acompañar el ataúd del Presidente Hugo Chávez en camino a la academia militar donde comenzó su carrera y sus restos yacían.
El exteniente coronel paracaidista había gobernado la país por 14 años. La lluvia de simpatía expresó el apoyo popular por la mejoría de las condiciones sociales de los sectores más pobres del país que ocurrió bajo su mando. Aunque limitada, esta mejoría resultó en la reducción de la tasa de pobreza en un 50 por ciento, cifra que todavía supera el promedio de pobreza de Latinoamérica en general.
En Washington, el gobierno de Obama emitió una cautelosa
declaración en la se refiere a la desaparición de Chávez como “época difícil” y
expresa esperanzas que el cambio de mandatario promueva “una relación
constructiva con el gobierno venezolano”.
Líderes Republicanos festejaron en público la muerte del
líder venezolano. Típica fue la reacción de Ed Royce, presidente del Comité de
Relaciones Exteriores de la
Cámara de Diputados, al expresar que la muerte de “este
dictador es un alivio”.
Chávez, por su retórica nacionalista, por canalizar los
ingresos del gobierno (procedentes de la riqueza petrolífera) para pagar
programas de asistencia social y forjar extensos vínculos económicos con China,
se ganó el odio de Washington y de los sectores gobernantes fascistas del país.
No obstante, estos factores, a pesar de lo que él y sus partidarios
pseudoizquierdistas hayan afirmado, no representan ningún camino hacia el
socialismo.
Chávez fue un nacionalista burgués cuyo gobierno se basó
firmemente en los militares que lo crearon y que siguen funcionando como
árbitros decisivos en los asuntos del estado venezolano.
Aunque la reaccionaria oligarquía venezolana, cuyo método preferido de lidiar con las pobres masas es el asesinato y la tortura, lo resentía ferozmente, las misiones de Chávez (programas para mejoras las normas de vida, la vivienda, la atención médica y la educación) de ninguna manera representan una violación de los intereses capitalistas.
Tanto la porción de la economía del país controlada por el
sector privado como la porción de los ingresos nacionales dirigida a manos de
la patronal—y no a los trabajadores—fueron mayores bajo Chávez que antes de
éste asumir las riendas del poder. El chavismo engendró todo un sector nuevo de
la clase reinante llamado boliburguesía,
el cual se hizo rico por medio de contratos con el gobierno, la corrupción y la
especulación financiera.
Por otra parte, la “revolución bolivariana” no ha hecho
nada para cambiar la situación de Venezuela como nación que depende del
imperialismo y es oprimida por él. La economía del país depende totalmente de
la exportación del petróleo (cuya mayor porción va dirigida a Estados Unidos) y
la importación de capital y productos para consumidores.
En las elecciones presidenciales del noviembre pasado,
Chávez públicamente recurrió al apoyo de los ricos y privilegiados e insistió
que su política fomentaba la paz y la estabilidad social y prevenía la amenaza
de una guerra civil.
Chávez tenía suficiente razón para promover su política
con la retórica izquierdista de un “Socialismo del Siglo XXI”, pero sin
definirlo muy bien. Su primer objetivo ha sido desviar y descabezar la
militancia de los trabajadores venezolanos, llamándolos
“contrarrevolucionarios” cuando sus luchas han escapado las garras del partido
gobernante (Partido Socialista Unido de Venezuela) y de la federación sindical
bolivariana.
Sin embargo, toda una capa de la pseudoizquierda
internacional—inclusive varias organizaciones e individuos que se habían autodenominado
“trotskistas”—trataron de pintar a esta retórica con colores “socialistas”.
Esto llegó a un extremo ridículo cuando Chávez lanzó su llamada a una “Quinta
Internacional”, que anunció en un discurso incoherente pronunciado en noviembre
de 2009, ante una reunión de partidos “izquierdistas” en la que participaron
Partido Comunista de China, el Partido Obrero de Brasil, el Partido
Justicialista (peronista) de Argentina y el PRI de México.
La reacción de François Sabado, miembro dirigente de la
internacional pablista y del Nuevo Partido Anticapitalista francés, fue típica.
Describió a esta reunión de partidos gobernantes derechistas y antiobreros como
“instrumento importante para luchar contra las clases dominantes, no sólo en
América Latina, sino en todo el mundo”. Siguió con que las “divergencias” se
podían superar y que no era necesario “debatir el balance histórico de las
diferentes tendencias políticas”.
Lo único bueno de estos “balances históricos” es que
destacan la larga y trágica experiencia—sobre todo en Latinoamérica—y los
intentos de charlatanes políticos como Sabado para pintar a regímenes
nacionalistas burgueses como “revolucionarios” y “socialistas”. Así subordinan
las luchas de la clase obrera a ellos.
Durante la década de los 1970, esto se reflejó en la
tendencia política de Nahuel Moreno, quien laboró para subordinar a la clase
obrera argentina al peronismo y al castrismo, lo cual la dejó desarmada ante el
salvaje golpe de estado militar de 1976. El partido de Guillermo Lora jugó un papel
similar en Bolivia en 1971 en relación al general “izquierdista” J.J. Torres,
cuya presidencia fue arrasada por el golpe de estado militar derechista del
General. Hugo Banzer.
Adaptaciones similares a los regímenes del General Velasco
Alvarado en Perú y el General Omar Torrijos en Panamá terminaron en traiciones
y derrotas de la clase obrera en esos países, igual como había sucedido con el
fomento del castrismo y guevarismo en todo el continente.
Que la pseudoizquierda pinte al chavismo con colores
socialistas no significa simplemente el fracaso en aprender las lecciones
históricas. Más bien es cuestión de intereses clasistas bien arraigados. El
“Socialismo del Siglo XXI” de Chávez los atrae precisamente porque detestan el
concepto marxista de que la transformación socialista sólo puede llevarse a
cabo por medio de la lucha consciente e independiente de la clase obrera para
ponerle fin al capitalismo y tomar las riendas del poder en sus manos. A estos
elementos políticos pequeño burgueses más bien los atrae la política diseñada
para salvar al capitalismo de la revolución, la cual sería impuesta desde
arriba por un comandante carismático. Estos sectores se han ido lejos a la
derecha desde los “mejores” días de su adaptación al castrismo durante las décadas
de los 1960 y 1970. De hecho, antes de morir Chávez, varios de ellos, que antes
lo habían elogiado, se volvieron contra él cuando se opuso a las guerras de
Estados Unidos para cambiar los regímenes en Libia y Siria; guerras imperialistas
que ellos mismos acogieron.
No importa cuál sea el destino inmediato de los intentos
que ahora se desplazan para formar un nuevo chavismo sin Chávez, la lucha de
clases en Venezuela y toda Latinoamérica ha de intensificarse bajo el impacto
de la crisis capitalista mundial que se extiende. La cuestión primordial es el
establecimiento de nuevos partidos revolucionarios independientes—secciones del
Comité Internacional de la Cuarta Internacional—para luchar por la
movilización política independiente de la clase trabajadora como parte de la
lucha internacional contra el capitalismo.
Totalmente de acuerdo.
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