Las matanzas masivas de judíos en la Segunda Guerra Mundial han sido retratadas con crudo realismo en series televisivas como Holocausto y en numerosas cintas para el cine, la más conocida y premiada de todas ellas probablemente sea La lista de Schindler, donde se muestran escenas muy duras de asesinatos indiscriminados y terribles. De centenares de reos camino del cadalso en un silencio atronador.
Muchos espectadores cuando contemplan estas escenas de pasividad letal se preguntan ¿cómo es posible que los prisioneros no hicieran nada cuando los llevaban a una muerte segura?, ¿por qué no intentaban arrebatar el arma de sus guardianes, abalanzarse sobre ellos?, ¿qué perdían con un último acto de rebeldía, con un último intento de fuga si sabían que la puerta del barracón al que les llevaban como ganado no era sino la morada definitiva? Cuando aparecen en pantalla estas escenas muchos espectadores se revuelven nerviosos en sus asientos o susurran unos imperceptibles corre, quítale la pistola, salta sobre él.
¿Cómo explica la psicología esta pasividad ante un destino atroz como la muerte? O sin llegar a extremos tan dramáticos ¿por qué tanta gente asume sin ningún tipo de rebelión su propia destrucción física o psicológica, sin poner nada de su parte? Una teoría psicológica que podría ayudarnos a encontrar explicación a estos hechos es la del desamparo aprendido o indefensión aprendida.
Con este nombre Martin Seligman y sus colegas definieron un curioso fenómeno que observaron en un curioso experimento de los años 70. Durante unos días Seligman se encargó de suministrar descargas eléctricas a dos perros colgados de unos arneses en su laboratorio. Las descargas eran idénticas para los dos perros pero uno de ellos podía evitarlas pulsando con su hocico una palanca, el otro no disponía de este mecanismo de modo que recibía la electricidad hasta que el otro perro pulsaba el botón.
Tras una serie de ensayos para que el primer perro aprendiera a evitar las descargas y el segundo se resignara a sufrirlas sin poder hacer nada, pasaron a los animales a otras jaulas que tenían dos compartimentos, uno electrificado y el otro sin electrificar. Si el perro quería evitar las descargas simplemente tenía que saltar al compartimento que no tenía electricidad. El perro que en la primera parte del experimento podía frenar las descargas con su hocico lo hacía perfectamente, sin problemas. El otro perro, que había aprendido a que hiciera lo que hiciera no podía evitar unas descargas que se producían regularidad y sin explicación alguna, al final acababa aceptando la electricidad de forma resignada, de forma pasiva. Había aprendido a estar indefenso.
Pronto Seligman y otros psicólogos trasladaron este fenómeno a la realidad humana y comprobaron que en muchas ocasiones las personas también caen a veces en un estado de «indefensión aprendida» resultado de una serie de experiencias desagradables ante las que ninguna de las medidas que se toman surte efecto.
Se trata de situaciones frustrantes que para mayor desesperación de las víctimas aparecen sin razón que las justifique y sin una regularidad que las haga previsibles.
Criada judía: - ¿Por qué me pega?
Nazi - La razón por la que te pego es porque me has preguntado que por qué te pego.
Shindler: - Sé lo que estás sufriendo, Helen.
Criada judía: - Eso no importa. Ya lo he aceptado
Shindler - ¿Aceptado?
Según cuentan los historiadores eso es lo que pasaba en los campos de concentración nazis y lo que sigue sucediendo en los centros donde se tortura: en estos lugares no existe una lógica que permita a los reos prepararse para el castigo, pues ante las mismas conductas unas veces se les tortura o asesina y otras no se les hace nada.
Nazi: - Está bien, puedes irte, vete. Te perdono.
En estos lugares no hay tampoco opciones para reducir el sufrimiento. Así, pasado un tiempo, estas personas aprenden que no pueden hacer nada para defenderse.
No sólo en lugares tan tenebrosos como los campos de concentración o los centros de tortura se puede aprender la indefensión. En el día a día, en las relaciones laborales o familiares hay personas que tras muchos intentos fallidos por salir adelante, han caído en una profunda indefensión. En estos casos no basta con que los espectadores de la película de nuestra vida nos digan ¡Ánimo! ¡Actúa! ¡Cambia!. Es necesario desaprender la indefensión y recuperar la confianza en uno mismo, para lo que a veces la ayuda de un amigo, un familiar o un profesional de la psicología puede ser decisiva.
PsicoBlogos
Blog de la Biblioteca de Psicología
(7 - noviembre - 2012)
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