lunes, 15 de abril de 2013

Ni monarquía ni república: ¡La REVOLUCIÓN SOCIAL tiene que abolir toda forma de Estado!



Hoy, 14 de Abril, muchos son los que conmemoran la proclamación de la II República y piden que el régimen monárquico actual sea sustituido por otro republicano. Lo incomprensible es que lo hacen desde supuestas posiciones radicales, transformadoras o incluso (dicen) revolucionarias. Para nada. En realidad muestran una concepción burguesa (pequeñoburguesa) y reformista. Y sustentada en lo que no es sino un simple y falso mito sobre lo que fuese el régimen republicano de los años 30 del pasado siglo. Porque ese régimen:

1. No solucionó ninguno de los problemas que sufrían las grandes masas de trabajadores de la época. Ni los solucionó, ni podía hacerlo, ni sus líderes (republicanos y socialistas, y luego los estalinistas) se plantearon nunca hacerlo realmente.

2. Ese régimen reprimió ferozmente a los revolucionarios. No sólo cuando gobernaron las derechas ("bienio negro") sino antes, de la mano de Azaña y los suyos. ¿O no nos acordamos ya de Casas Viejas? Y después, durante la guerra, destrozando las colectividades (no sólo las agrarias) y asesinando a muchos de los verdaderamente revolucionarios. ¿Cuándo reconocerán desde el PCE su responsabilidad directa en el asesinato de Andreu Nin?

3. La II República era un régimen condenado desde su inicio. La disyuntiva histórica entonces no tenía nada que ver con "modernizaciones" frente a "atávicos atrasos". La disyuntiva entonces era bien clara: Revolución (social) o reacción (fascista). Todo lo demás era inviable, quimérico. Y no porque "extremistas" de ambos bandos "ahogaran" las "ilustradas" propuestas de una minoría de "visionarios". Ésa es la milonga que nos cuentan los que han amañado también el pasado. Su inviabilidad provenía de la situación socio-económica real. Y los "ilustrados visionarios" no eran sino una pandilla de pequeños burgueses acomodados, tan inútiles como reaccionarios, porque su programa no era sino un intento (siglo y medio después) de "revolución" jacobina. Déspotas ilustrados que con su acción no hicieron sino facilitar el triunfo de los fascistas. Quien indague en el programa y la praxis de la I República (la que se desarrolló en el Sexenio Democrático o Revolucionario del XIX), y especialmente en la historia de algunos de los cantones, descubrirá que décadas antes fueron bastante más avanzadas socialmente. ¡Porque fue el pueblo el que dirigió el proceso!

Eso en el fondo ya da igual. Lo relevante es no volver a caer en la misma trampa. Porque ahora, ante un régimen putrefacto como el que encabeza el actual jefe del estado, cambiar de líderes es absurdo. ¡HAY QUE CAMBIAR DE SISTEMA! Eso significa romper radicalmente con el capitalismo, no cambiar reyes por tribunos ("Ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor." dice la letra de la Internacional). Porque su putrefacción no proviene en última instancia de la crisis de las instituciones políticas o la corrupción. Estamos ante la crisis terminal de un sistema, el capitalismo. Cualquier intento por reformarlo es tan inviable como ridículo y reaccionario. Por eso los trabajadores no podemos dejarnos engañar por los reformistas y su oportunismo. Sólo buscan hacerse ellos con el poder capitalista.

Algún mentecato habrá que me tache de "anarquista" desde un supuesto y autocomplaciente "marxismo". Sólo demostrará su desconocimiento, su ignorancia. Fue Federico Engels y no ningún anarquista quien con mayor profundidad analizó la naturaleza del Estado. Lo hizo en "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado" (1884), y no desde premisas prefijadas (prejuicios), sino desde el análisis de la evolución de las diversas formas estatales reales que habían existido a lo largo de la Historia. Y sus conclusiones fueron muy claras: todas las formas de estado se corresponden con formaciones económico-sociales desiguales, escindidas en clases sociales antagónicas. Y los estados, TODOS LOS ESTADOS, han sido instrumentos para garantizar el poder de la clase dominante sobre las clases explotadas. Por eso Engels nos recordaba que EL ESTADO ES SIEMPRE EL ESTADO DE LA CLASE DOMINANTE. Dejemos que nos hable Engels directamente:

Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce

Y ya puestos, démosle de nuevo la palabra, porque lo mismo aprendemos algo sobre nuestra propia situación actual:

La forma más elevada del Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, y que es la única forma de Estado bajo la cual puede darse la batalla última y definitiva entre el proletariado y la burguesía, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna. En ella la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América un modelo clásico, y, de otra parte, bajo la forma de alianza entre el gobierno y la Bolsa. Esta alianza se realiza con tanta mayor facilidad, cuanto más crecen las deudas del Estado y más van concentrando en sus manos las sociedades por acciones, no sólo el transporte, sino también la producción misma, haciendo de la Bolsa su centro. Fuera de América, la nueva república francesa es un patente ejemplo de ello, y la buena vieja Suiza también ha hecho su aportación en este terreno. Pero que la república democrática no es imprescindible para esa unión fraternal entre la Bolsa y el gobierno, lo prueba, además de Inglaterra, el nuevo imperio alemán, donde no puede decirse a quién ha elevado más arriba el sufragio universal, si a Bismarck o a Bleichröder. Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida --en nuestro caso el proletariado-- no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer.

¿No ha llegado ese "punto de ebullición"? ¿No sabemos todavía los trabajadores qué debemos hacer?

SALUD

LUXEMBURGISTA

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