jueves, 27 de junio de 2013

La indignación prende en Bosnia


La parálisis política que bloquea el país balcánico desata por primera vez protestas que trascienden las divisiones étnicas

Andrea Rizzi


A Berina Hamidovic y Belmina Ibrisevic el destino no solo les infligió nacer con graves enfermedades congénitas, sino también hacerlo en Bosnia-Herzegovina y después del pasado 12 de febrero. En esa fecha, la pugna política entre serbios, croatas y bosnio-musulmanes que paraliza ese país balcánico llegó al extremo de bloquear la expedición de los números de identificación necesarios para los DNI y la Seguridad Social. A causa de la falta de acuerdo sobre cómo reformar el sistema vigente —declarado inconstitucional—, durante meses los bebés nacidos en Bosnia han quedado en un absurdo limbo. En el caso de Berina y Belmina, esto supuso tremendas dificultades y retrasos para poder salir del país y obtener los tratamientos necesarios. Belmina lucha ahora por su vida en Alemania; Berina murió en un hospital de Belgrado a mediados de junio, probablemente a causa del fatal retraso con el que fue operada.

La terrible situación de estos bebés ha inspirado en las últimas semanas las mayores protestas ciudadanas en Bosnia desde el fin de la guerra, en 1995. La noche del 5 de junio, Fedja Stukan y Aldin Arnautovic decidieron secundar una idea que acababa de difundirse por Facebook: bloquear los accesos al Parlamento para forzar a los políticos a pactar una solución. «Al principio, éramos una decena de personas en total. Aparcamos nuestros coches en los accesos del Parlamento y nos plantamos ahí», cuenta Fedja, que es actor, de 39 años. Poco a poco llegó más gente. Fue el primer paso de una escalada de movilizaciones que han sacado a la calle a miles de personas en Sarajevo y otras ciudades. El segundo día de protesta había ya gente suficiente como para acorralar el edificio con una cadena humana que mantuvo retenidos a los diputados (junto con unos 250 delegados extranjeros en un encuentro internacional) hasta las cuatro y media de la mañana. El primer ministro, Vjekoslav Bevanda, salió por una ventana.

«La gente está harta de esta situación. Los políticos cultivan la cultura del miedo interétnico para luego erigirse en los indispensables defensores del pueblo, pero la gente empieza a entender que el mayor peligro para sus vidas no es el vecino de otra etnia, sino los administradores ineptos y corruptos que tenemos», dice Emir Hodzic, un carismático activista de 34 años. Al igual que Fedja y Aldin, luce en su brazo derecho un tatuaje recién marcado con el logo de la protesta: un chupete con un puño en lugar de la tetina. «Es la babyvolution. No tiene carácter étnico. Solo queremos que los políticos empiecen de una vez a resolver problemas. Es intolerable que por aplicar el nacionalismo a una estúpida cuestión de números tenga que morir un bebé», dicen.

En efecto, también ciudadanos serbobosnios han participado en las protestas. En Banja Luka, capital de la entidad serbia del país, Nikola Dronjak, líder de la Unión de los Estudiantes Universitarios, manifiesta su apoyo a las reivindicaciones ciudadanas. Dronjak, de 25 años, encabeza un movimiento de protesta paralelo que lucha contra la corrupción rampante de los líderes locales y su ineptitud para crear oportunidades en un país azotado por una demoledora crisis económica. «Hemos tenido cinco siglos de Imperio Otomano. La gente está acostumbrada a sultanes con mucho dinero, muchas mujeres y escaso interés por el pueblo. Pero empieza a ser realmente demasiado para quedarse en la apatía», dice.

Bosnia (3,8 millones de habitantes y una superficie equivalente a la de Aragón) es un país que no funciona, una olla a presión en la que la temperatura sube. La pugna interétnica y la extraordinaria complejidad de las instituciones diseñadas para parar la guerra de 1992-1995 han empujado a la exrepública yugoslava a un grado de parálisis grotesco. Según reconoce un alto cargo gubernamental, las autoridades tardaron dos días en remover los coches que bloqueaban el Parlamento porque no quedaba claro si tenía que hacerse cargo de ellos el Estado, la federación bosnio-croata o el cantón de Sarajevo.

En varias conversaciones mantenidas con altos cargos políticos —en el marco de un viaje organizado y financiado por la fundación alemana Robert Bosch, con el fin de entrevistar a los principales líderes políticos y destacados miembros de la sociedad civil de cuatro países balcánicos— la gravedad del bloqueo en el que se halla el país adquiere contornos inquietantes. El panorama es desolador. Los políticos son conscientes de que la rebelión va contra ellos, admiten incluso en conversaciones privadas que la política es la fuente del problema y dejan entender que no hay soluciones en el horizonte para hacer de Bosnia un país normal.

«Estamos en la peor situación desde el fin de la guerra», alerta Senad Pecanin, periodista fundador de la revista Dani. «Desafortunadamente, aquí perdemos nuestro tiempo con los números equivocados», observa, con amargura, Sanjin Arifagic, economista. «Hemos sufrido una doble recesión y somos un país rezagado en una región que no va bien», añade. En lugar de trabajar sobre las cifras del paro —oficialmente, un 27%, pero en realidad es mucho más—, la política pierde meses en debatir sobre los números de identidad, una excusa como otra para librar la batalla étnica.

«La actual élite política tiene interés en mantener el statu quo», comenta Renzo Daviddi, vicejefe de la misión europea en Bosnia. El país recibe importantes ayudas internacionales que se gestionan de manera opaca. «No podemos permitirnos dejar que Bosnia siga a la deriva como hasta ahora», alerta.

El actual Gobierno serbio, que tiene gran capacidad de presión sobre los serbobosnios, está marcando distancias desde los impulsores de las posturas más radicales. Pero, en conversaciones mantenidas en Belgrado, altas fuentes gubernamentales advierten de que no ejercerán una presión activa para que las cosas cambien.

Mientras tanto, la deriva de Bosnia prosigue. Un parche temporal puesto en marcha tras el inicio de las protestas permite ahora la expedición de los números de identidad. Los activistas han concedido una tregua hasta el 1 de julio a la espera de una solución definitiva. «Si no la habrá, volveremos a la calle”», dice Emir Hodzic.

De momento, solo se reúnen ante el Parlamento a las 12 del mediodía. En silencio. «Para no molestarles el trabajo», dice Hodzic. Pero, la semana pasada, en el Parlamento no había diputados. Queda por ver si Belmina podrá de mayor tener el orgullo de que su intolerable odisea fuera el inicio de una primavera bosnia multiétnica.

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