Por FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE
Aunque el oso se haya retirado a los más abruptos parajes de las montañas y los bosques, aunque ya no compita con el hombre y sólo pueda ser considerado como pieza de caza por algunos privilegiados de la fortuna, el oso sigue siendo un animal totémico, una criatura que ocupa un puesto preeminente en la literatura, en la heráldica, en el folclore y en la leyenda de todo el hemisferio norte. El oso aparece ya grabado en las cavernas donde habitaron nuestros antepasados cuaternarios. El oso fue la pieza favorita de reyes y magnates. Este animal ha movido de tal manera, para su desgracia, el instinto predador humano —quizá mezclado con el de competencia ecológica— que, desde que los osos de las cavernas fueron abatidos a golpes de maza por los hombres de Neandertal para disputarles el cubil, alimentarse con su carne y cubrirse con su piel, hasta hoy, cuando los monteros millonarios abaten los últimos ejemplares con sus rifles de mira telescópica, el oso no ha dejado de ser perseguido por el hombre en toda la larga historia de ambas especies.
Cuando el oso podía vivir a sus anchas en Europa, Asia y Norteamérica, ocupaba no solamente las montañas y los bosques cerrados, sino terrenos más o menos descubiertos, siempre que el agua no fuera demasiado escasa y el calor estival excesivamente tórrido.
El culto al oso, que todavía se conserva entre los asiáticos ainos y debió ser común en la prehistoria, quizá esté motivado por el aspecto lejanamente humano del señor de los bosques. No puede negarse que el plantígrado, capaz de erguirse y caminar algunos pasos sobre las patas posteriores, dotado de gran inteligencia y adaptabilidad, en un mundo donde los primates [no humanos] no existían debió ser considerado por el hombre primitivo como el animal más semejante a él y, por consiguiente, como el más admirable, temible y, al mismo tiempo, execrable, porque estas antagónicas manifestaciones de ánimo son desencadenadas en el hombre por aquella criatura que, por resultarle más semejante, es considerada también como el competidor más directo y el trofeo más preciado.
Enciclopedia Salvat de la Fauna (1970).
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