jueves, 31 de octubre de 2013

El otro Darwin

Alfred R. Wallace
(8-enero-1823/7-noviembre-1913)

Centenario del fallecimiento del naturalista

(1/10/2012)

En 1855, un año después de su llegada al sureste de Asia y en un estado febril causado por la malaria, Alfred Russel Wallace tuvo una visión de la evolución de la vida en el planeta: muchos nacen, muchos mueren, sólo unos pocos sobreviven.

El naturalista británico escribió un ensayo sobre el tema desde la isla Ternate en Indonesia, y se lo hizo llegar a Charles Darwin, que se lo pasó en mano a Charles Lyell, de la Linnean Society. Tres años después, el ensayo de Wallace sobre la selección natural veía la luz al mismo tiempo que el paper del propio Darwin, que ya rumiaba la inminente publicación de El origen de las especies (1859).

Se puede decir que los dos biólogos llegaron al mismo tiempo al mismo punto de partida, sólo que por diferentes caminos: Wallace a partir de sus experiencias asiáticas, Darwin siguiendo la estela del Beagle. Uno de ellos creó la gran polémica científica del siglo XIX y finalmente la gloria como el padre de la evolución. El otro fue condenado injustamente al olvido.

Reconocimiento a su figura

Ahora, cuando está a punto de cumplirse el centenario de la muerte de Wallace [7 de noviembre de 1913], un grupo de científicos e historiadores —con el patrocinio de la Universidad de Singapur— ha decidido reivindicar la gran aportación a la teoría de la evolución del coetáneo de Darwin (deudor, entre otros, de su abuelo Erasmus y del naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck).

«Wallace necesita un reconocimiento en toda regla», asegura John van Wyhe, el historiador que dirige el proyecto The Wallace Online, que ha logrado volcar en la red más de 28.000 páginas de investigación y 22.000 imágenes originales del biólogo y explorador, a punto de entrar por la puerta grande y con su propia estatua en el Museo de Historia Natural de Londres.

«Sin restar méritos a Darwin, no es justo que Wallace sea tan poco conocido y reconocido por el gran público», añade Van Wyhe. «Ha llegado el momento de que la gente conozca y valore su gran trabajo.»

Consumado dibujante y observador, Wallace dejó un legado impresionante de la fauna del sureste asiático, donde existe por cierto una línea invisible que lleva su nombre. La Línea de Wallace separa en dos los archipiélagos de Indonesia: al norte y al oeste, las especies catalogadas por el biólogo entroncan con Asia; al sur y el este, los animales guardan un parentesco directo con los de Australia.

Wallace formuló la teoría de la existencia de dos grandes masas continentales —SuperAsia y SuperAustralia— que acabaron cediendo terreno al Pacífico. Considerado también como el precursor de la geobiología, Wallace «no pudo imaginar entonces la teoría de la tectónica de placas», advierte Van Wyhe. «Le habría sorprendido averiguar que Australia empezó realmente en Sudamérica».

The Wallace Online reivindica también el papel del coetáneo de Darwin como pionero del conservacionismo y de la ecología. Wallace, que pudo financiar muchas de sus investigaciones gracias a sus periódicos envíos de antigüedades exóticas a los coleccionistas de la era Victoriana, fue un crítico implacable de la desigualdad económica en el Imperio y de la destrucción causada en los hábitats por el progreso industrial.

«Las futuras generaciones mirarán hacia atrás y se preguntarán por qué fuimos tan ciegos en la persecución de la riqueza y no tuvimos en cuenta otras consideraciones», escribió en 1863 desde el archipiélago Malayo, lamentando «la velocidad con la especie humana está propiciando la desaparición de las especies».

Carlos Fresneda

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